CAPITULO LII
Dragón
rojo
Mi natural curiosidad me obligaba
con todo tipo de precauciones continuar interrogando a Bashíd, necesitaba
averiguar todo lo posible mientras permaneciera dispuesto a continuar hablando,
sus compañeros se dirigían a mí con el nombre de Yunani, expresión con la que
hacían referencia a los extranjeros principalmente a los de origen griego, no
intente en ningún momento identificarme con mi verdadero nombre suponiendo que
para aquellos hombres mi vida carecía de valor al no ser un hijo de las estepas
como presumían de sus parentescos con bravos guerreros de las tribus del gran Kan.
No podía dejar de observarlos taimadamente sin fijar mi mirada sobre ellos,
algunos tenían la piel escrita con extraños dibujos y filigranas lo que hacía
que en la penumbra su aspecto fuera siniestro e inquietante, puede que se
tratase de alguna hechicería o conjuro para que los demonios le fueran de
protección en las cruentas batallas de las que hacían mención.
El pequeño hombrecito era el fiel
sirviente de Bashíd, rescatado en una de las incursiones a un poblado mas allá
de los límites del desierto fue capturado y hecho esclavo, según me contaba
Bashíd una suerte para él ya que su futuro hubiera sido la tortura o el
sacrificio ritual por brujos de alguna tribu, en su pequeño cuerpecito asomaba
una pequeña daga con la finalidad de matarse en el caso de morir su amo o ser
capturado en acto de guerra, su presencia silenciosa me inquietaba, apenas
gruñía para darse a entender y en sus ojos veía reflejado el dolor por el
desprecio con el que lo trataban, el mundo siempre da la espalda a todo lo que no
entiende, incluso me siento culpable por ver que Dios a veces escribe su
creación con renglones torcidos. El té que servían era de un color oscuro de
sabor intenso, diferente al que estaba acostumbrado en los desiertos de África,
a continuación sirvieron una comida típica de aquellas gentes a la que llamaban
tsampa, unas bolitas de cereales de trigo con miel y carne de cordero con
especias aderezado con arroz, un cuenco
de grandes proporciones pasaba de mano en mano, un líquido blanquecino con una
espesa capa de grasa flotando, leche de yak tibia.
Bebían
sin parar cerveza agria de unos odres colgados de las vigas del techo, allí
fermentaba hasta conseguir que el líquido adquiriera un color dorado, lo
servían en recipientes hechos con gruesos cuernos de algún animal bóvido que no
supe identificar, pronto causaba efecto
en todos los presentes, con frecuencia se ausentaban para exponer sin pudor
alguno sus genitales a la puerta de la estancia vaciando sus vejigas del
caliente líquido, comían y bebían como enajenados soltando sonoras flatulencias
y expeliendo eructos entre carcajadas y risas, por lo visto era costumbre entre
estas gentes demostrar su conformidad y agradecimiento con estos gestos
obscenos su beneplácito por llenar la barriga, pude averiguar que se trataba de
guerreros persas de la secta de los hashishin seguidores de su caudillo Hasn
ibn al-Sabbah, fieles a sus costumbres nómadas se unirían a la mañana siguiente
con el ejercito que luchaba contra los cruzados cristianos enemigos del Islam,
por un momento llegué a temer por mi vida de haberse enterado de mis orígenes
cristianos, le pregunté a uno de ellos si su religión no les prohibía la
ingesta de alcohol, no todos los presentes eran fieles seguidores de Mahoma,
Bashíd escuchaba la conversación y no dudó en advertirme sobre el peligro a mi
curiosidad, hoy no es el momento ni de rezos ni plegarias, mañana posiblemente
encontraremos la muerte a manos de los infieles y de ser así viajaremos hasta
el paraíso.
Los
hechos que sucedieron en aquella extraña noche no recuerdo si fueron una
pesadilla o un recuerdo borroso en mi memoria, con el transcurso de los años he
practicado las enseñanzas de mis maestros para retener todos los episodios
importantes en los que me he visto inmerso para posteriormente poder plasmarlos
al papel como legado de mi propia historia. Era la hora previa al despuntar el
alba cuando contemplaba al nutrido grupo de guerreros nuevamente sentados
alrededor de la hoguera, cada uno de ellos manejaba entre sus dedos un puñado
de hojas mezcladas con una pasta viscosa de color marrón a la que llamaban
hashis, se trataba de una ceremonia previa a la partida, había escuchado que se
trataba de unas hierbas que causaban distintas etapas del comportamiento,
algunos se quedaban con los ojos en blanco aletargados y dormidos en vida, otros
en cambio se les notaba eufóricos e incluso con signos de violencia contenida,
pertrechados con sus armaduras de cuero luchaban con espectros invisibles a los
que retaban en sueños, recordé al anciano cuando me entregó unas hierbas
parecidas y decidí preguntarle a Bashíd.
¿Acaso
en el país de donde venís no se conoce el poder de las hierbas? Si, le
contesté, las usamos con fines medicinales para sanar los males del cuerpo,
bien, entonces sabed extranjero que en estas montañas es frecuente entre
quienes nos visitan sufran de intensos dolores de cabeza, a medida que escalan
las altas montañas esta molestia es capaz de atormentar a los hombres hasta que
pierden la cordura, por eso algunas hierbas ayudan a soportar los esfuerzos por
subir a sus cumbres a las que llaman el techo del mundo. Posiblemente el
anciano conocedor de vuestra molestia os ayudó en un trance de confusión y
quizás se trate de un monje de la escuela roja, budistas de la secta nyingma,
no suelen verse con frecuencia ya que no comparten los problemas del mundo, se
mantienen recluidos en sus templos dedicados a la meditación y la mansedumbre,
son gentes hurañas, desconfiadas y a las que nunca he visto rebelarse en actos
de violencia, nosotros preferimos evitarlos, dicen que poseen poderes que les
han otorgado demonios antiguos.
Lo que habéis visto esta noche no tiene que
ver con la sanación, estos hombres que forman mi séquito preparan su espíritu
para morir en combate, es tradición de nuestro pueblo celebrar esta ceremonia
para preparar sus mentes y darles el valor para empuñar sus armas contra el
enemigo, los cristianos temen el filo de nuestras espadas y la furia con la que
luchamos. Mi natural curiosidad hizo posible probar un poco de aquellas hojas,
dentro de la estancia el calor era asfixiante, se habían incorporado cientos de
soldados prestos para la partida ocupando la estancia y acampando en la plaza
con sus caballos. Necesitaba sentir el frío del exterior, estaba entumecido por
no haber dormido y decidí salir fuera para aclarar mi cabeza, recuerdo la tenue
claridad de la luna que parecía estar muy cerca de las cimas de las montañas,
como una cascada de velo fantasmal las nubes se derramaban por los riscos
envolviendo en claros y oscuros los contornos de las rocas como un velo de bruma de vapores
blancos.
Un escalofrío recorrió mi espalda al
distinguir en la noche lo que parecía una gigantesca serpiente reptar por sus
laderas, entornaba mis ojos y con las manos los frotaba para asegurarme de lo que
estaba viendo; una serpiente luminosa con pequeños destellos parpadeantes de
luz reptaba a través de la montaña, sin saber cómo, me había distanciado a las
afueras de la fortaleza adentrándome entre la vegetación, una fina lluvia
envolvía de misterio impidiéndome ver con claridad, cuanto más asustado me
sentía menos podía dejar de mirar sintiendo como mis tripas se revolvían, no
podía moverme preso del terror ante lo que contemplaba, se movía lentamente a
cubierto del amparo de la oscuridad. Bashíd me había hablado sobre leyendas y
misterios de aquellas montañas a los que los aldeanos consideraban sagradas,
allí en lo alto habitaba el dragón de fuego, una criatura mítica representada
en dibujos y pinturas de la cultura oriental, las visitas del dragón se podían
conocer por la pestilencia y hediondez de su aliento semejante a los huevos
podridos causante de provocar enfermedades en los poblados que visitaba, de su
boca parecida a un cocodrilo de colmillos afilados brotaban llamas de fuego, los
campesinos para evitarlo dejaban como sacrificio cada cierto tiempo dos ovejas
en la espesura del monte para aplacar su ira, con el transcurso de los años
esta costumbre se volvió cruenta y macabra, las leyes las establecían los
soberanos dueños de los campos de cereales limítrofes con los bosques a pie de
la montaña, sus súbditos eran de su propiedad por lo que ante las demandas de
un pueblo asustado decidieron el sacrificio de jóvenes vírgenes como festín del
gigantesco reptil, las mujeres tenían prohibido adentrarse en el bosque y
aquellas que estuvieran en los días que la naturaleza les hacía perder sangre
menstrual permanecían recluidas en sus cabañas lejos de los vientos que
pudieran llevar el olor de la sangre a un animal habitante del averno.
Me
preguntaba con inquietud sobre lo que leí siendo un joven novicio por no
tratarse de un cuento para asustar a las viejas, la leyenda de San Jorge, un
soldado romano nacido en Capadocia cristiano y mártir, miles Christi, un
soldado de Cristo patrón de los cruzados en su conquista de Jerusalén, los
musulmanes lo conocían con el nombre de Al-Khader, un árabe tanto cristiano
como musulmán, lejos de compararme con un héroe para cristianos devotos como
para los musulmanes reflexionaba sobre mis propias creencias, reconozco que había
perdido el rumbo de mi vida o quizás tendría que comenzar por mis propias
necesidades, lejos de aclarar tantas preguntas mis años de lectura me sumían
cada vez en confusiones como un circulo iniciático, ¿Cómo era posible que las
leyendas viajaran? ¿Acaso existían las casualidades? O pudiera tratarse de algo
cierto y existiera en realidad una bestia sanguinaria, la cabeza me daba
vueltas aturdido y confuso, afortunadamente volvía la tenue luz con un nuevo
día, ahora si distinguía claramente sobre los peñascos a gran altura un
edificio de techos de tejas rojas muy típico de la cultura oriental, apenas era
visible pero quizás allí encontraría respuestas. La fortaleza volvía a respirar
tranquilidad, procuré con las pocas monedas que disponía comprar algo de comida
regateando para continuar viaje, antes de marcharme escribí sobre todo lo que
había visto con la duda si en realidad fue una de mis pesadillas o el efecto de
una hierbas desconocidas en sus efectos por distorsionar la realidad de una
cultura tan inquietante.
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