viernes, 7 de septiembre de 2012

CAPITULO LII, Dragón rojo.


CAPITULO LII

                                                               Dragón rojo

 

 

 

           

           

            Mi natural curiosidad me obligaba con todo tipo de precauciones continuar interrogando a Bashíd, necesitaba averiguar todo lo posible mientras permaneciera dispuesto a continuar hablando, sus compañeros se dirigían a mí con el nombre de Yunani, expresión con la que hacían referencia a los extranjeros principalmente a los de origen griego, no intente en ningún momento identificarme con mi verdadero nombre suponiendo que para aquellos hombres mi vida carecía de valor al no ser un hijo de las estepas como presumían de sus parentescos con bravos guerreros de las tribus del gran Kan. No podía dejar de observarlos taimadamente sin fijar mi mirada sobre ellos, algunos tenían la piel escrita con extraños dibujos y filigranas lo que hacía que en la penumbra su aspecto fuera siniestro e inquietante, puede que se tratase de alguna hechicería o conjuro para que los demonios le fueran de protección en las cruentas batallas de las que hacían mención.

            El pequeño hombrecito era el fiel sirviente de Bashíd, rescatado en una de las incursiones a un poblado mas allá de los límites del desierto fue capturado y hecho esclavo, según me contaba Bashíd una suerte para él ya que su futuro hubiera sido la tortura o el sacrificio ritual por brujos de alguna tribu, en su pequeño cuerpecito asomaba una pequeña daga con la finalidad de matarse en el caso de morir su amo o ser capturado en acto de guerra, su presencia silenciosa me inquietaba, apenas gruñía para darse a entender y en sus ojos veía reflejado el dolor por el desprecio con el que lo trataban, el mundo siempre da la espalda a todo lo que no entiende, incluso me siento culpable por ver que Dios a veces escribe su creación con renglones torcidos. El té que servían era de un color oscuro de sabor intenso, diferente al que estaba acostumbrado en los desiertos de África, a continuación sirvieron una comida típica de aquellas gentes a la que llamaban tsampa, unas bolitas de cereales de trigo con miel y carne de cordero con especias aderezado con arroz,  un cuenco de grandes proporciones pasaba de mano en mano, un líquido blanquecino con una espesa capa de grasa flotando, leche de yak tibia.

Bebían sin parar cerveza agria de unos odres colgados de las vigas del techo, allí fermentaba hasta conseguir que el líquido adquiriera un color dorado, lo servían en recipientes hechos con gruesos cuernos de algún animal bóvido que no supe identificar,  pronto causaba efecto en todos los presentes, con frecuencia se ausentaban para exponer sin pudor alguno sus genitales a la puerta de la estancia vaciando sus vejigas del caliente líquido, comían y bebían como enajenados soltando sonoras flatulencias y expeliendo eructos entre carcajadas y risas, por lo visto era costumbre entre estas gentes demostrar su conformidad y agradecimiento con estos gestos obscenos su beneplácito por llenar la barriga, pude averiguar que se trataba de guerreros persas de la secta de los hashishin seguidores de su caudillo Hasn ibn al-Sabbah, fieles a sus costumbres nómadas se unirían a la mañana siguiente con el ejercito que luchaba contra los cruzados cristianos enemigos del Islam, por un momento llegué a temer por mi vida de haberse enterado de mis orígenes cristianos, le pregunté a uno de ellos si su religión no les prohibía la ingesta de alcohol, no todos los presentes eran fieles seguidores de Mahoma, Bashíd escuchaba la conversación y no dudó en advertirme sobre el peligro a mi curiosidad, hoy no es el momento ni de rezos ni plegarias, mañana posiblemente encontraremos la muerte a manos de los infieles y de ser así viajaremos hasta el paraíso.

Los hechos que sucedieron en aquella extraña noche no recuerdo si fueron una pesadilla o un recuerdo borroso en mi memoria, con el transcurso de los años he practicado las enseñanzas de mis maestros para retener todos los episodios importantes en los que me he visto inmerso para posteriormente poder plasmarlos al papel como legado de mi propia historia. Era la hora previa al despuntar el alba cuando contemplaba al nutrido grupo de guerreros nuevamente sentados alrededor de la hoguera, cada uno de ellos manejaba entre sus dedos un puñado de hojas mezcladas con una pasta viscosa de color marrón a la que llamaban hashis, se trataba de una ceremonia previa a la partida, había escuchado que se trataba de unas hierbas que causaban distintas etapas del comportamiento, algunos se quedaban con los ojos en blanco aletargados y dormidos en vida, otros en cambio se les notaba eufóricos e incluso con signos de violencia contenida, pertrechados con sus armaduras de cuero luchaban con espectros invisibles a los que retaban en sueños, recordé al anciano cuando me entregó unas hierbas parecidas y decidí preguntarle a Bashíd.

¿Acaso en el país de donde venís no se conoce el poder de las hierbas? Si, le contesté, las usamos con fines medicinales para sanar los males del cuerpo, bien, entonces sabed extranjero que en estas montañas es frecuente entre quienes nos visitan sufran de intensos dolores de cabeza, a medida que escalan las altas montañas esta molestia es capaz de atormentar a los hombres hasta que pierden la cordura, por eso algunas hierbas ayudan a soportar los esfuerzos por subir a sus cumbres a las que llaman el techo del mundo. Posiblemente el anciano conocedor de vuestra molestia os ayudó en un trance de confusión y quizás se trate de un monje de la escuela roja, budistas de la secta nyingma, no suelen verse con frecuencia ya que no comparten los problemas del mundo, se mantienen recluidos en sus templos dedicados a la meditación y la mansedumbre, son gentes hurañas, desconfiadas y a las que nunca he visto rebelarse en actos de violencia, nosotros preferimos evitarlos, dicen que poseen poderes que les han otorgado demonios antiguos.

  Lo que habéis visto esta noche no tiene que ver con la sanación, estos hombres que forman mi séquito preparan su espíritu para morir en combate, es tradición de nuestro pueblo celebrar esta ceremonia para preparar sus mentes y darles el valor para empuñar sus armas contra el enemigo, los cristianos temen el filo de nuestras espadas y la furia con la que luchamos. Mi natural curiosidad hizo posible probar un poco de aquellas hojas, dentro de la estancia el calor era asfixiante, se habían incorporado cientos de soldados prestos para la partida ocupando la estancia y acampando en la plaza con sus caballos. Necesitaba sentir el frío del exterior, estaba entumecido por no haber dormido y decidí salir fuera para aclarar mi cabeza, recuerdo la tenue claridad de la luna que parecía estar muy cerca de las cimas de las montañas, como una cascada de velo fantasmal las nubes se derramaban por los riscos envolviendo en claros y oscuros los contornos de  las rocas como un velo de bruma de vapores blancos.

            Un escalofrío recorrió mi espalda al distinguir en la noche lo que parecía una gigantesca serpiente reptar por sus laderas, entornaba mis ojos y con las manos los frotaba para asegurarme de lo que estaba viendo; una serpiente luminosa con pequeños destellos parpadeantes de luz reptaba a través de la montaña, sin saber cómo, me había distanciado a las afueras de la fortaleza adentrándome entre la vegetación, una fina lluvia envolvía de misterio impidiéndome ver con claridad, cuanto más asustado me sentía menos podía dejar de mirar sintiendo como mis tripas se revolvían, no podía moverme preso del terror ante lo que contemplaba, se movía lentamente a cubierto del amparo de la oscuridad. Bashíd me había hablado sobre leyendas y misterios de aquellas montañas a los que los aldeanos consideraban sagradas, allí en lo alto habitaba el dragón de fuego, una criatura mítica representada en dibujos y pinturas de la cultura oriental, las visitas del dragón se podían conocer por la pestilencia y hediondez de su aliento semejante a los huevos podridos causante de provocar enfermedades en los poblados que visitaba, de su boca parecida a un cocodrilo de colmillos afilados brotaban llamas de fuego, los campesinos para evitarlo dejaban como sacrificio cada cierto tiempo dos ovejas en la espesura del monte para aplacar su ira, con el transcurso de los años esta costumbre se volvió cruenta y macabra, las leyes las establecían los soberanos dueños de los campos de cereales limítrofes con los bosques a pie de la montaña, sus súbditos eran de su propiedad por lo que ante las demandas de un pueblo asustado decidieron el sacrificio de jóvenes vírgenes como festín del gigantesco reptil, las mujeres tenían prohibido adentrarse en el bosque y aquellas que estuvieran en los días que la naturaleza les hacía perder sangre menstrual permanecían recluidas en sus cabañas lejos de los vientos que pudieran llevar el olor de la sangre a un animal habitante del averno.

Me preguntaba con inquietud sobre lo que leí siendo un joven novicio por no tratarse de un cuento para asustar a las viejas, la leyenda de San Jorge, un soldado romano nacido en Capadocia cristiano y mártir, miles Christi, un soldado de Cristo patrón de los cruzados en su conquista de Jerusalén, los musulmanes lo conocían con el nombre de Al-Khader, un árabe tanto cristiano como musulmán, lejos de compararme con un héroe para cristianos devotos como para los musulmanes reflexionaba sobre mis propias creencias, reconozco que había perdido el rumbo de mi vida o quizás tendría que comenzar por mis propias necesidades, lejos de aclarar tantas preguntas mis años de lectura me sumían cada vez en confusiones como un circulo iniciático, ¿Cómo era posible que las leyendas viajaran? ¿Acaso existían las casualidades? O pudiera tratarse de algo cierto y existiera en realidad una bestia sanguinaria, la cabeza me daba vueltas aturdido y confuso, afortunadamente volvía la tenue luz con un nuevo día, ahora si distinguía claramente sobre los peñascos a gran altura un edificio de techos de tejas rojas muy típico de la cultura oriental, apenas era visible pero quizás allí encontraría respuestas. La fortaleza volvía a respirar tranquilidad, procuré con las pocas monedas que disponía comprar algo de comida regateando para continuar viaje, antes de marcharme escribí sobre todo lo que había visto con la duda si en realidad fue una de mis pesadillas o el efecto de una hierbas desconocidas en sus efectos por distorsionar la realidad de una cultura tan inquietante.

 

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