martes, 25 de septiembre de 2012

CAPITULO LXIII, Sui géneris.


                                                                      CAPITULO LXIII
                                                                            Sui géneris          

 

 

            Tuvimos una travesía con bastantes dificultades, Helga sufrió gran parte de ella indispuesta en el camarote del barco, se sentía agotada física y mentalmente por la agitación de la precipitada huida con el natural temor por su embarazo, durante las noches sufría constantes pesadillas acompañadas con fiebres que perlaban su frente hasta dejarla extenuada, eran los peores momentos cuando caía la noche y nos disponíamos a descansar, me apretaba las manos implorando que se acabara pronto el continuo vaivén del barco para llegar a puerto, mareaba continuamente y me hizo prometerle como un recuerdo a tanta desgracia que cuando diera a luz nuestra primera hija se llamaría Aurora en memoria de un canto religioso que se entona al amanecer para la celebración de alguna festividad religiosa.

            Afortunadamente pude disimular mi precipitado malestar alegando el natural cansancio por el viaje de tantas horas en el avión, incrementado por el cambio horario, la altura geográfica de Colonia Tovar y por supuesto no estar acostumbrado a la ingesta de la cerveza combinada con las mejores salchichas que he probado en toda mi vida. Una verdadera pena, las Sra. Helga me aconsejó que saliéramos de la casa para que la brisa de la noche me despejara el dolor de cabeza, me sentía confuso por no entender en las casualidades, había aprendido con el transcurso del tiempo a estar atento a los cruces de acontecimientos que me rodeaban no eran fruto del azar, había leído hace tiempo un artículo sobre planos astrales de consciencia en mundos paralelos, un terreno abierto a especulaciones e interpretaciones en el acontecer de cualquier ser humano, solo aquellos que llegaran al excelso conocimiento de su “yo” interior podrían establecer conexiones astrales en hechos supuestamente desvinculados a hechos casuales, a veces me costaba desmenuzar informaciones escritas por mentes privilegiadas en diferentes campos de profundo estudio, en ocasiones había compartido mis dudas con otros amigos consiguiendo con ello la etiqueta de raro o imbécil hablando claro.

            Sentados en silencio notaba como la anciana me miraba de reojo, ¿Qué poderes tendrán todas las madres para descubrir cualquier secreto? ¿Me lo vas a contar? Levanté la mirada fijándome en sus ojos azules como el mar, profundos y misteriosos, mantuve un silencio para armarme de valor y confesar que ya hacía tiempo sabía el nombre de su hija. Pensé que lograría se burlara de mí pero tan solo conseguí una sonrisa de su parte y que su brazo sobre mis hombros me diera la tranquilidad por entenderme, quizás un acto tan simple me desconcertó, a continuación confesó de la notable mejoría de su marido después de haberme conocido, había recobrado una parte de su alegría al confesar sus temores con un desconocido, un joven, tú, con la suficiente entereza, paciencia y cariño para perder horas escuchando a un pobre viejo, es curioso, anoche me confesaba sentirse aliviado y en paz consigo mismo, en ocasiones amigo, beneficia tanto el gesto sencillo de intentar escuchar a otra persona como la satisfacción de poder enterrar definitivamente las pesadas cargas del pasado, con lágrimas en sus cansados ojos mi marido entre sollozos con una voz temerosa en sus palabras me miró y me dijo, Helga ahora me siento mejor preparado cuando me visite la muerte.

            Esa noche pude dormir sin sobresaltos, sentía que ya no era un jovenzuelo greñudo y raro, me sentía realizado como hombre asumiendo que había interferido en la vida de dos maravillosas personas con una mochila de sufrimientos demasiado pesadas para sus espaldas, la vida era injusta pero había que plantarle cara a las adversidades y yo comenzaba un nuevo camino rellenando de emociones mi propia existencia. Llegó la hora de la despedida, Otto y Helga me invitaron a la celebración de la fiesta que preparaban, la había postergado hasta la llegada de su hija y poder celebrarlo todos juntos en familia, entendieron de mis obligaciones con el trabajo sacando de mi cara nuevamente los colores al afirmar que mis padres estarían muy orgullosos con un hijo como yo, llevo muy mal los elogios, cada vez que puedo evito a quienes me tratan con cariño incluso ni mis mejores amigos saben la fecha de mi cumpleaños, prefiero regalar a que me regalen, incluso me alegran los triunfos ajenos tomándolos como un ejemplo de que el esfuerzo, el sacrificio y el tesón pueden llegar a ser la recompensa perfecta para incluso alguien como yo que no siento la necesidad por objetos materiales.

            Aproveché mi estancia en Gran Canaria para disfrutar de playa, discotecas y de su gastronomía sencilla pero exquisita, ya tenía una estrategia cuando volviera a Venezuela, me había dado cuenta al estar rodeado de gente mayor en que sus quehaceres diarios por ganar mucho dinero a base de mucho esfuerzo y trabajo continuo no les dejaba tiempo para comprar algunos caprichos a veces necesarios, había escuchado de trapicheos en compras procedentes del contrabando desde la Isla Margarita, casi todos eran transportistas que recorrían el país de extremo a extremo, lo tenía claro, no llevaría en mi equipaje efectos personales para mí, me dediqué a comprar polos de Lacoste, gafas de sol Raiban, encendedores chapados en oro, cintas de música en cassette, maquinitas para matar marcianitos manuales y las famosas Atari para televisión, navajas suizas multiusos, relojes Seiko y Casio tan de moda en aquellos años en los que te quedabas embelesado mirando como cambiaban los números incluso con luz interior, una autentica revolución tecnológica. Al  llegar al aeropuerto de Venezuela ya sabía cómo evitar que me desvalijaran o hicieran preguntas incomodas, tan solo una muestra de buena voluntad en billetes me daban vía libre.

            En menos de una semana había vendido todo triplicando y cuadruplicando la inversión en la compra, mi inversión era en pesetas y vendía en bolívares con una gran diferencia en el valor de la moneda, antes de regresar a canarias reconvertía en dólares  con lo que me había ganado una fortuna para ahorrar, realmente lo que me gustaba era hacer negocios como un adulto y jugar con los desafíos por mi sangre fría sin arrugarme al miedo de verme detenido por la policía, afortunadamente los controles de aquellos años no eran tan rigurosos y menos con un jovencito con carita de no haber roto un plato en toda su vida, los negocios y el trapicheo me abrieron nuevas oportunidades para conocer a muchas personas de distintos países y oficios tan dispares, en una ocasión un chaval de mi edad me ofreció trabajar en una emisora de radio local propiedad de su padre, me miraba entusiasmado por la agilidad mental para comentar anécdotas y buscar la ironía por cualquier tontería, tengo que reconocer que siempre fui muy bien recibido en la octava isla canaria como se conocía ya entonces.

            Mi vida en Venezuela marcó mi carácter por el libre pensamiento y por tener siempre la posibilidad de elegir lo que quería y cuando lo considerara oportuno, reconozco tener una personalidad sui géneris, no me gustaba que me manejasen o que incluso lo intentaran, no seguía consignas, banderas, ideologías, grupos sociales o fanatismos insulsos, un puñetero rebelde, díscolo y disconforme, me gustaba la soledad por encontrar en ella momentos en evaluar mi forma de ser sin distorsiones con honestidad en mis correcciones. En los pocos momentos que me quedaban libres aprovechaba para conocer mejor ciudades, pueblos y costumbres de sus gentes no sin continuar asombrándome por casi todo, recuerdo haber conocido a un chaval que trabajaba en la selva muy apartado de comodidades y mimos paternos, no recuerdo exactamente a que se dedicaba pero vi por primera y única vez pequeñas piedras de diamantes sin pulir, parecidos a cristales opacos era la moneda con la que le pagaban en aquel lugar tan alejado de la civilización, con el tiempo he madurado en esos recuerdos pensando que quizás se tratara de un traficante disfrazado de joven aventurero pero a estas alturas de mi vida ¡¡qué coño me importa!! Todo el mundo tiene derecho a elegir su rumbo ateniéndose a las posibles consecuencias, Venezuela, la que yo conocí era vive y deja vivir, metete en tus asuntos si quieres evitar problemas.

            He tenido una juventud poco corriente, hoy cuando escribo esta historia de mi vida veo a mi hijo con casi diecisiete años salir de casa a dar una vuelta con su bicicleta, yo nunca tuve una por no disponer de tiempo e incluso dinero para comprarla, en cambio el primer día de mi cumpleaños en Venezuela acudí a la jefatura de tráfico y en pocas horas ya tenía carnet de conducir sin apenas saber que un coche tenía cuatro ruedas mas una de repuesto, se le ponía gasolina y corrías que te cagas, dieciocho años y unos cientos de bolívares para sentirme el puto amo. A pesar de sentirme como un autentico machote habían acciones con las que me podía la vergüenza y mi total negación por sentirme blanco de miradas evaluadoras, mi forma de vestir era la normal en la época pantalón vaquero como mi segunda piel y el resto poco importaba camisetas, polos y camisas pero estas últimas nunca soportaba abotonar los puños, una manía de cuando era un niño y mis padres me vestían con la ropita de los domingos para ir a misa, ¡¡que fatigas aguantar tanto rato de pie o sentado escuchando casi siempre al cura amenazar con las llamas eternas a todo aquel se sé saliera del tiesto!!

            Las fiestas en el Club Canario eran muy sonadas, las muchas amigas que conocía empezaban con los preparativos semanas antes de las celebraciones y era de rigor en el cotilleo juvenil saber quiénes asistirían para hacer los planes de bailes propios de la tierra, salsa, merengue, bachata etc. El requisito fundamental para acceder a los mismos además de ser socio lógicamente era la asistencia de las señoras y señoritas con vestido largo y los señoritos y caballeros adecuadamente vestidos con traje y corbata ¡¡y una mierda!! Podía establecer la estrategia por evitar bailes que me fascinaban por su ritmo y alegría, máxime por disfrutar de los apetitosos culos y delanteras de generoso escote de las nenas pero ponerme un traje y una corbata estaba en contra de mis principios ¡¡eso nunca!! Quien me iba a decir que años después trabajaría con esa indumentaria ¡¡por cojones!!

            Una tarde me avisaron al teléfono con un día de trabajo agotador, era Helga, entre sollozos entendí del fallecimiento mientras dormía de su marido Otto, me pedía a instancias de su hija Aurora que desde que pudiera les visitara, no para asistir al sepelio por ser imposible abandonar mi trabajo, habían otros asuntos que requerían mi presencia, no me cagué encima de casualidad, a continuación me abatió la tristeza y el dolor por quien en tan poco tiempo consideraba un amigo tan especial.

 

 

 

 

 

 

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