CAPITULO LXIII
Sui
géneris
Tuvimos una travesía con bastantes
dificultades, Helga sufrió gran parte de ella indispuesta en el camarote del
barco, se sentía agotada física y mentalmente por la agitación de la
precipitada huida con el natural temor por su embarazo, durante las noches
sufría constantes pesadillas acompañadas con fiebres que perlaban su frente
hasta dejarla extenuada, eran los peores momentos cuando caía la noche y nos
disponíamos a descansar, me apretaba las manos implorando que se acabara pronto
el continuo vaivén del barco para llegar a puerto, mareaba continuamente y me
hizo prometerle como un recuerdo a tanta desgracia que cuando diera a luz
nuestra primera hija se llamaría Aurora en memoria de un canto religioso que se
entona al amanecer para la celebración de alguna festividad religiosa.
Afortunadamente pude disimular mi
precipitado malestar alegando el natural cansancio por el viaje de tantas horas
en el avión, incrementado por el cambio horario, la altura geográfica de
Colonia Tovar y por supuesto no estar acostumbrado a la ingesta de la cerveza
combinada con las mejores salchichas que he probado en toda mi vida. Una
verdadera pena, las Sra. Helga me aconsejó que saliéramos de la casa para que
la brisa de la noche me despejara el dolor de cabeza, me sentía confuso por no
entender en las casualidades, había aprendido con el transcurso del tiempo a
estar atento a los cruces de acontecimientos que me rodeaban no eran fruto del
azar, había leído hace tiempo un artículo sobre planos astrales de consciencia
en mundos paralelos, un terreno abierto a especulaciones e interpretaciones en
el acontecer de cualquier ser humano, solo aquellos que llegaran al excelso
conocimiento de su “yo” interior podrían establecer conexiones astrales en
hechos supuestamente desvinculados a hechos casuales, a veces me costaba
desmenuzar informaciones escritas por mentes privilegiadas en diferentes campos
de profundo estudio, en ocasiones había compartido mis dudas con otros amigos
consiguiendo con ello la etiqueta de raro o imbécil hablando claro.
Sentados en silencio notaba como la
anciana me miraba de reojo, ¿Qué poderes tendrán todas las madres para
descubrir cualquier secreto? ¿Me lo vas a contar? Levanté la mirada fijándome
en sus ojos azules como el mar, profundos y misteriosos, mantuve un silencio
para armarme de valor y confesar que ya hacía tiempo sabía el nombre de su
hija. Pensé que lograría se burlara de mí pero tan solo conseguí una sonrisa de
su parte y que su brazo sobre mis hombros me diera la tranquilidad por
entenderme, quizás un acto tan simple me desconcertó, a continuación confesó de
la notable mejoría de su marido después de haberme conocido, había recobrado
una parte de su alegría al confesar sus temores con un desconocido, un joven,
tú, con la suficiente entereza, paciencia y cariño para perder horas escuchando
a un pobre viejo, es curioso, anoche me confesaba sentirse aliviado y en paz
consigo mismo, en ocasiones amigo, beneficia tanto el gesto sencillo de
intentar escuchar a otra persona como la satisfacción de poder enterrar
definitivamente las pesadas cargas del pasado, con lágrimas en sus cansados
ojos mi marido entre sollozos con una voz temerosa en sus palabras me miró y me
dijo, Helga ahora me siento mejor preparado cuando me visite la muerte.
Esa noche pude dormir sin
sobresaltos, sentía que ya no era un jovenzuelo greñudo y raro, me sentía
realizado como hombre asumiendo que había interferido en la vida de dos
maravillosas personas con una mochila de sufrimientos demasiado pesadas para
sus espaldas, la vida era injusta pero había que plantarle cara a las
adversidades y yo comenzaba un nuevo camino rellenando de emociones mi propia
existencia. Llegó la hora de la despedida, Otto y Helga me invitaron a la
celebración de la fiesta que preparaban, la había postergado hasta la llegada
de su hija y poder celebrarlo todos juntos en familia, entendieron de mis
obligaciones con el trabajo sacando de mi cara nuevamente los colores al
afirmar que mis padres estarían muy orgullosos con un hijo como yo, llevo muy
mal los elogios, cada vez que puedo evito a quienes me tratan con cariño
incluso ni mis mejores amigos saben la fecha de mi cumpleaños, prefiero regalar
a que me regalen, incluso me alegran los triunfos ajenos tomándolos como un
ejemplo de que el esfuerzo, el sacrificio y el tesón pueden llegar a ser la
recompensa perfecta para incluso alguien como yo que no siento la necesidad por
objetos materiales.
Aproveché mi estancia en Gran
Canaria para disfrutar de playa, discotecas y de su gastronomía sencilla pero
exquisita, ya tenía una estrategia cuando volviera a Venezuela, me había dado
cuenta al estar rodeado de gente mayor en que sus quehaceres diarios por ganar
mucho dinero a base de mucho esfuerzo y trabajo continuo no les dejaba tiempo
para comprar algunos caprichos a veces necesarios, había escuchado de
trapicheos en compras procedentes del contrabando desde la Isla Margarita, casi
todos eran transportistas que recorrían el país de extremo a extremo, lo tenía
claro, no llevaría en mi equipaje efectos personales para mí, me dediqué a
comprar polos de Lacoste, gafas de sol Raiban, encendedores chapados en oro,
cintas de música en cassette, maquinitas para matar marcianitos manuales y las
famosas Atari para televisión, navajas suizas multiusos, relojes Seiko y Casio
tan de moda en aquellos años en los que te quedabas embelesado mirando como
cambiaban los números incluso con luz interior, una autentica revolución
tecnológica. Al llegar al aeropuerto de
Venezuela ya sabía cómo evitar que me desvalijaran o hicieran preguntas
incomodas, tan solo una muestra de buena voluntad en billetes me daban vía
libre.
En menos de una semana había vendido
todo triplicando y cuadruplicando la inversión en la compra, mi inversión era
en pesetas y vendía en bolívares con una gran diferencia en el valor de la
moneda, antes de regresar a canarias reconvertía en dólares con lo que me había ganado una fortuna para
ahorrar, realmente lo que me gustaba era hacer negocios como un adulto y jugar
con los desafíos por mi sangre fría sin arrugarme al miedo de verme detenido
por la policía, afortunadamente los controles de aquellos años no eran tan
rigurosos y menos con un jovencito con carita de no haber roto un plato en toda
su vida, los negocios y el trapicheo me abrieron nuevas oportunidades para
conocer a muchas personas de distintos países y oficios tan dispares, en una
ocasión un chaval de mi edad me ofreció trabajar en una emisora de radio local
propiedad de su padre, me miraba entusiasmado por la agilidad mental para comentar
anécdotas y buscar la ironía por cualquier tontería, tengo que reconocer que
siempre fui muy bien recibido en la octava isla canaria como se conocía ya
entonces.
Mi vida en Venezuela marcó mi
carácter por el libre pensamiento y por tener siempre la posibilidad de elegir
lo que quería y cuando lo considerara oportuno, reconozco tener una
personalidad sui géneris, no me gustaba que me manejasen o que incluso lo
intentaran, no seguía consignas, banderas, ideologías, grupos sociales o fanatismos
insulsos, un puñetero rebelde, díscolo y disconforme, me gustaba la soledad por
encontrar en ella momentos en evaluar mi forma de ser sin distorsiones con
honestidad en mis correcciones. En los pocos momentos que me quedaban libres
aprovechaba para conocer mejor ciudades, pueblos y costumbres de sus gentes no
sin continuar asombrándome por casi todo, recuerdo haber conocido a un chaval
que trabajaba en la selva muy apartado de comodidades y mimos paternos, no
recuerdo exactamente a que se dedicaba pero vi por primera y única vez pequeñas
piedras de diamantes sin pulir, parecidos a cristales opacos era la moneda con
la que le pagaban en aquel lugar tan alejado de la civilización, con el tiempo
he madurado en esos recuerdos pensando que quizás se tratara de un traficante
disfrazado de joven aventurero pero a estas alturas de mi vida ¡¡qué coño me
importa!! Todo el mundo tiene derecho a elegir su rumbo ateniéndose a las
posibles consecuencias, Venezuela, la que yo conocí era vive y deja vivir,
metete en tus asuntos si quieres evitar problemas.
He tenido una juventud poco
corriente, hoy cuando escribo esta historia de mi vida veo a mi hijo con casi
diecisiete años salir de casa a dar una vuelta con su bicicleta, yo nunca tuve
una por no disponer de tiempo e incluso dinero para comprarla, en cambio el
primer día de mi cumpleaños en Venezuela acudí a la jefatura de tráfico y en
pocas horas ya tenía carnet de conducir sin apenas saber que un coche tenía
cuatro ruedas mas una de repuesto, se le ponía gasolina y corrías que te cagas,
dieciocho años y unos cientos de bolívares para sentirme el puto amo. A pesar
de sentirme como un autentico machote habían acciones con las que me podía la
vergüenza y mi total negación por sentirme blanco de miradas evaluadoras, mi
forma de vestir era la normal en la época pantalón vaquero como mi segunda piel
y el resto poco importaba camisetas, polos y camisas pero estas últimas nunca
soportaba abotonar los puños, una manía de cuando era un niño y mis padres me
vestían con la ropita de los domingos para ir a misa, ¡¡que fatigas aguantar
tanto rato de pie o sentado escuchando casi siempre al cura amenazar con las
llamas eternas a todo aquel se sé saliera del tiesto!!
Las fiestas en el Club Canario eran
muy sonadas, las muchas amigas que conocía empezaban con los preparativos
semanas antes de las celebraciones y era de rigor en el cotilleo juvenil saber
quiénes asistirían para hacer los planes de bailes propios de la tierra, salsa,
merengue, bachata etc. El requisito fundamental para acceder a los mismos
además de ser socio lógicamente era la asistencia de las señoras y señoritas
con vestido largo y los señoritos y caballeros adecuadamente vestidos con traje
y corbata ¡¡y una mierda!! Podía establecer la estrategia por evitar bailes que
me fascinaban por su ritmo y alegría, máxime por disfrutar de los apetitosos
culos y delanteras de generoso escote de las nenas pero ponerme un traje y una
corbata estaba en contra de mis principios ¡¡eso nunca!! Quien me iba a decir
que años después trabajaría con esa indumentaria ¡¡por cojones!!
Una tarde me avisaron al teléfono
con un día de trabajo agotador, era Helga, entre sollozos entendí del
fallecimiento mientras dormía de su marido Otto, me pedía a instancias de su
hija Aurora que desde que pudiera les visitara, no para asistir al sepelio por
ser imposible abandonar mi trabajo, habían otros asuntos que requerían mi
presencia, no me cagué encima de casualidad, a continuación me abatió la
tristeza y el dolor por quien en tan poco tiempo consideraba un amigo tan
especial.
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