sábado, 22 de septiembre de 2012

CAPITULO LX Bienvenidos a Sachsenhausen


           

             

                    

 

                                  

                                                                      CAPITULO LX
                                                         Bienvenidos a Sachsenhausen
 

 
 

            Debido a la distancia de donde nos encontrábamos hasta nuestro destino en Caracas decidimos salir a las cuatro de la mañana con un exiguo equipaje para unos cuantos días previniendo que los asuntos de papeleo podían demorarse, esa noche o lo poco que dormí por causa de la preocupación y el calor volvió a mi cabeza a sonar un nombre, Aurora, no podía quitármelo de la cabeza sin entender qué diablos significaba pero ahora no era el momento para comerme el coco, callado y taciturno emprendimos viaje hasta que sin preámbulos le pregunté a Aurelio si conocía a alguien con ese nombre ¿Por qué? Me preguntó a su vez, unos instantes para pensar si soy gilipollas y decirle por nada, cosas mías. Cualquier país de los que he podido visitar en el transcurso de los años me hacen recordar aquellos años mozos en lo que todo era nuevo y las claras diferencias de contemplar el día soleado a diferencia de la noche donde rondan otras personas con ambientes diferentes, ambos muchas veces incompatibles por lo menos bajo mi punto de vista, lector hace años de lecturas de vampiros los que acechan en la noche guardan similitudes por su aversión por la luz y las cosas claras, comentándoselo a mi amigo me relata un episodio de su vida en la que una noche de fiesta y tragos estuvo a punto de llevarse al huerto a una hembra de monumento llamada Antonio, la cara se me transformó por el asombro acabando en las carcajadas que me duraron gran parte del viaje.

            A la llegada a Caracas todo resultó fácil y rápido, en las oficinas del Consulado me hicieron sentir como un hijo pródigo en manos del destino, una señora me preguntó con nostalgia por el devenir de una España con sus líos y revueltas que sinceramente a mi edad evocaba la tristeza y la melancolía pero me resultaba imposible involucrarme en asuntos y comentarios que me quedaban grandes a mi entender, la señora con gesto adusto me decía que pena la muerte de Franco que con él todo iba bien, observaba los pulserones y anillos de oro sus ojos y labios pintados como si se acabaran los hombres del mundo, una efigie emplastada como las grandes de España, Sarita Montiel, Lola Flores o alguna farandulera propia de aquellos tiempos, mejor me callo, conversaciones políticas mezcladas con marujeo femenino propio de vecinas de escalera honestamente están bien para las risas pero hasta ahí.

            Mi amigo Aurelio ya tenía planes, nos fuimos a comer a buen restaurante, de postre pidió quesillo (parecido al flan de huevo) lo que sucedió a continuación es un claro ejemplo de cara dura y experto en delitos menores. De su larga melena desprendió un pelo que depositó en el plato del postre, a continuación llamó al camarero y con cara de disgusto pidió hablar con el encargado, disculpas, perdones y sudores de fatiga por parte del metre, descuento en la comilona y doble postre, afortunadamente íbamos vestidos para la ocasión pero lo realmente importante fue la sangre fría de mi amigo que por lo visto ya tenía experiencia en esta faenas.

            Ahora nos vamos a la quinta de un amigo de la universidad para echarle una mano en preparar un bonche (fiesta) el fin de semana. Nos dirigimos al oeste saliendo de Caracas atravesando una capital donde el caos en el tráfico no es apto para cardiacos, al gente se tira a la carretera sin mirar y los coches paran en seco con grandes frenazos a milímetros uno del otro, las sirenas de la policía son una constante y en un momento dado me parece escuchar sonido de disparos, asombrado miro a mi amigo que contesta sin inmutarse, tranquilo chamo (chaval) se oyen de lejos y no es problema nuestro, aquí casi todos llevamos pistola para prevenirte de malandros (gentuza) los tombos (equivalentes a municipales) no son problema, si algún día tienes problemas serán más serios si interviene la PTJ (policía técnica judicial), van de paisano y son bastante rudos, después esta la guardia nacional que se encargan de bandas armadas, drogas, contrabando y lucha contra las guerrillas colombianas, ellos si son una vaina seria, si te detienen empieza a cagarte.

            ¿Dónde coño me he metido? No sé si por causa del calor, de las fatigas en el restaurante o sencillamente por miedo me planteaba hasta donde llegaría mi hombría en un caso tan jodido y típicamente peliculero, esta era la vida real y me sentía como un espectador asombrado y timorato. Colonia Tovar, ¿esto qué es? ¿Un parque de atracciones? No chamo, estamos en la zona residencial de los alemanes en Venezuela, nos dirigimos a una mansión que se me parecía a la de los cuentos de Hansel y Gretel, al puro estilo Beverly Hills, nos recibió un señor bastante mayor de edad, alto, rubio y con porte autoritario, fue tan solo la impresión ya que Mr. Otto era un tipo afable, muy educado y con sentido del humor, junto con su hijo de gran parecido bajamos a un sótano tan grande como una cancha de básquet en la que se celebraría la fiesta.

            Como es costumbre Otto se interesó sobre mis orígenes y costumbres, a golpito de bastón hacíamos un recorrido por la casa dejando a mi amigo Aurelio y a su hijo en el sótano. Me preguntó por mis padres y le conté con absoluto respeto todo lo que quería saber, cuando le dije que mi padre era militar noté un brillo en sus ojos azules y un ligero apretón en el bastón que le mantenía. Ya por fin sentado me esperaba el típico interrogatorio pero no me importaba, había algo en este hombre que me caía bien, quizás la intuición que casi nunca me fallaba al juzgar a alguien sin conocerlo.

            No podré olvidar en la vida todo lo que aconteció aquella tarde, la conversación era entretenida y trivial, tan solo escuchaba anécdotas sobre costumbres, clima, religión y valores humanos, la típica conversación de alguien aburrido con ganas de que lo escucharan. Con las horas rechacé la invitación a beber algo, estaba a gusto escuchando y analizando preguntas con respuestas coherentes, un hombre muy culto que sospechaba también dotado de una gran fuerza interior y de innata inteligencia, me observaba con detalle sin llegar a ofenderme, no tenía nada que ocultar. Las personas de cierta edad disfrutan dando consejos a todo aquel que tiene la desgracia de mostrar interés en lo que dicen, hoy recuerdo cuando me decía con cierto desdén, algún día tu también serás padre y quizás abuelo y te darás cuenta que a tus hijos no les interesa para nada tu propia historia, es ley de vida muchacho. Puse cara de extrañeza y comenzó un relato del que no he podido olvidar.

            A tu edad yo al igual que tu padre era militar, por necesidad y obligación debido a las circunstancias me alisté voluntario a las ordenes del Führer Adolf Hitler en el año 1938, estábamos en plena guerra y gracias a la influencia de mi familia me destinaron a las oficinas de control de un campo de trabajo para detenidos políticos en las afueras de Berlín en la población de Oranienburg en Brandeburgo, en un principio llegaban presos gitanos, judíos y homosexuales, con el tiempo empezaron a llegar prisioneros de guerra e incluso Testigos de Jehová a las amplias instalaciones del campo, recuerdo que en las altas verjas de la entrada rezaba, bienvenidos a Sachsenhausen, el trabajo os hará libres. Mr. Otto se dejaba llevar por las emociones bebiendo a sorbos de una copa tallada de fino cristal de Bohemia, sus ojos húmedos se emocionaban al evocar un episodio tan repudiable de la segunda guerra mundial, encontré el momento oportuno para interrumpirlo en su relato impulsando mi cuerpo hasta el filo del butacón sintiéndome incomodo y alucinado por lo que estaba escuchando.

            Pálido y temeroso le pregunté en un acto de valor si se sentía orgulloso de su pasado a lo que el anciano me contestó, tienes la paciencia que otorga la naturaleza a un joven, cuando termine mi relato del pasado quizás puedas juzgar mejor el presente. Afortunadamente fuimos interrumpidos por mi amigo y el hijo del anciano que venían acompañados de una señora muy elegante además de guapa, se presentó con el nombre de Helga, con modales refinados y una bonita sonrisa recriminó a su marido el someterme a una conversación que en ese momento ya me inquietaba, para evitar ser descortés acepté probar una cerveza negra, nunca antes la había probado de ningún color, incluso en la actualidad no suelo beber alcohol por afectarme con dolores de cabeza, quizás sea lo único que aprecio de mí ya que cualquier acción en la que no pueda razonar conscientemente puede llevarme a situaciones comprometidas, la señora se había ausentado de la casa para ir de compras con el chófer y dos señoritas de servicio que se mantenían atentas a cualquier orden del matrimonio o de su hijo.

            Me vi metido en un apuro al rechazar la amable invitación del matrimonio para que nos quedáramos a dormir en su mansión, menos mal que mi amigo oliéndose algo raro me salvó del apuro con la excusa de visitar a otros familiares. Encontramos un hotel lo bastante limpio y céntrico para hospedarnos no sin antes rechazar las ganas que tenía Aurelio por buscar unas carajitas (señoritas) que nos acompañaran esa noche para alegrarnos el cuerpo, decidí contarle la conversación de Mr. Otto y en alguna ocasión le tuve que decir que cerrara la boca con la cara de estúpido con que me miraba sin apenas pestañear, maldita la hora, se puso a dar saltos en gayumbos por la habitación animándome a escribir una novela negra con tan singulares protagonistas, así nos vimos hasta las tantas de la madrugada obligándome a relatarle historias que me venían a la cabeza con seriedad narrativa. Esa noche me costó dormir a pesar del cansancio, me intrigaba haber encontrado una historia emocionante pero me daba un cierto respeto pensar que quizás en viejo era en realidad un nazi asesino para descuartizarme en alguna oscura sala oculta de su mansión.

            A la mañana siguiente Aurelio ya tenía decidido aceptar la invitación para almorzar en la casa siniestra y cuando me negué la burla al decirme cagueta sembraba la duda en mi próximo movimiento.

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