CAPITULO
LX
Bienvenidos a Sachsenhausen
Debido a la distancia de donde nos
encontrábamos hasta nuestro destino en Caracas decidimos salir a las cuatro de
la mañana con un exiguo equipaje para unos cuantos días previniendo que los
asuntos de papeleo podían demorarse, esa noche o lo poco que dormí por causa de
la preocupación y el calor volvió a mi cabeza a sonar un nombre, Aurora, no
podía quitármelo de la cabeza sin entender qué diablos significaba pero ahora
no era el momento para comerme el coco, callado y taciturno emprendimos viaje
hasta que sin preámbulos le pregunté a Aurelio si conocía a alguien con ese
nombre ¿Por qué? Me preguntó a su vez, unos instantes para pensar si soy
gilipollas y decirle por nada, cosas mías. Cualquier país de los que he podido
visitar en el transcurso de los años me hacen recordar aquellos años mozos en
lo que todo era nuevo y las claras diferencias de contemplar el día soleado a
diferencia de la noche donde rondan otras personas con ambientes diferentes,
ambos muchas veces incompatibles por lo menos bajo mi punto de vista, lector
hace años de lecturas de vampiros los que acechan en la noche guardan
similitudes por su aversión por la luz y las cosas claras, comentándoselo a mi
amigo me relata un episodio de su vida en la que una noche de fiesta y tragos
estuvo a punto de llevarse al huerto a una hembra de monumento llamada Antonio,
la cara se me transformó por el asombro acabando en las carcajadas que me
duraron gran parte del viaje.
A la llegada a Caracas todo resultó
fácil y rápido, en las oficinas del Consulado me hicieron sentir como un hijo
pródigo en manos del destino, una señora me preguntó con nostalgia por el devenir
de una España con sus líos y revueltas que sinceramente a mi edad evocaba la
tristeza y la melancolía pero me resultaba imposible involucrarme en asuntos y
comentarios que me quedaban grandes a mi entender, la señora con gesto adusto
me decía que pena la muerte de Franco que con él todo iba bien, observaba los
pulserones y anillos de oro sus ojos y labios pintados como si se acabaran los
hombres del mundo, una efigie emplastada como las grandes de España, Sarita
Montiel, Lola Flores o alguna farandulera propia de aquellos tiempos, mejor me
callo, conversaciones políticas mezcladas con marujeo femenino propio de
vecinas de escalera honestamente están bien para las risas pero hasta ahí.
Mi amigo Aurelio ya tenía planes,
nos fuimos a comer a buen restaurante, de postre pidió quesillo (parecido al
flan de huevo) lo que sucedió a continuación es un claro ejemplo de cara dura y
experto en delitos menores. De su larga melena desprendió un pelo que depositó
en el plato del postre, a continuación llamó al camarero y con cara de disgusto
pidió hablar con el encargado, disculpas, perdones y sudores de fatiga por
parte del metre, descuento en la comilona y doble postre, afortunadamente íbamos
vestidos para la ocasión pero lo realmente importante fue la sangre fría de mi
amigo que por lo visto ya tenía experiencia en esta faenas.
Ahora nos vamos a la quinta de un
amigo de la universidad para echarle una mano en preparar un bonche (fiesta) el
fin de semana. Nos dirigimos al oeste saliendo de Caracas atravesando una
capital donde el caos en el tráfico no es apto para cardiacos, al gente se tira
a la carretera sin mirar y los coches paran en seco con grandes frenazos a milímetros
uno del otro, las sirenas de la policía son una constante y en un momento dado
me parece escuchar sonido de disparos, asombrado miro a mi amigo que contesta
sin inmutarse, tranquilo chamo (chaval) se oyen de lejos y no es problema
nuestro, aquí casi todos llevamos pistola para prevenirte de malandros
(gentuza) los tombos (equivalentes a municipales) no son problema, si algún día
tienes problemas serán más serios si interviene la PTJ (policía técnica
judicial), van de paisano y son bastante rudos, después esta la guardia
nacional que se encargan de bandas armadas, drogas, contrabando y lucha contra
las guerrillas colombianas, ellos si son una vaina seria, si te detienen empieza
a cagarte.
¿Dónde coño me he metido? No sé si
por causa del calor, de las fatigas en el restaurante o sencillamente por miedo
me planteaba hasta donde llegaría mi hombría en un caso tan jodido y típicamente
peliculero, esta era la vida real y me sentía como un espectador asombrado y
timorato. Colonia Tovar, ¿esto qué es? ¿Un parque de atracciones? No chamo,
estamos en la zona residencial de los alemanes en Venezuela, nos dirigimos a
una mansión que se me parecía a la de los cuentos de Hansel y Gretel, al puro
estilo Beverly Hills, nos recibió un señor bastante mayor de edad, alto, rubio
y con porte autoritario, fue tan solo la impresión ya que Mr. Otto era un tipo
afable, muy educado y con sentido del humor, junto con su hijo de gran parecido
bajamos a un sótano tan grande como una cancha de básquet en la que se
celebraría la fiesta.
Como es costumbre Otto se interesó
sobre mis orígenes y costumbres, a golpito de bastón hacíamos un recorrido por
la casa dejando a mi amigo Aurelio y a su hijo en el sótano. Me preguntó por
mis padres y le conté con absoluto respeto todo lo que quería saber, cuando le
dije que mi padre era militar noté un brillo en sus ojos azules y un ligero
apretón en el bastón que le mantenía. Ya por fin sentado me esperaba el típico
interrogatorio pero no me importaba, había algo en este hombre que me caía
bien, quizás la intuición que casi nunca me fallaba al juzgar a alguien sin
conocerlo.
No podré olvidar en la vida todo lo
que aconteció aquella tarde, la conversación era entretenida y trivial, tan
solo escuchaba anécdotas sobre costumbres, clima, religión y valores humanos,
la típica conversación de alguien aburrido con ganas de que lo escucharan. Con
las horas rechacé la invitación a beber algo, estaba a gusto escuchando y
analizando preguntas con respuestas coherentes, un hombre muy culto que
sospechaba también dotado de una gran fuerza interior y de innata inteligencia,
me observaba con detalle sin llegar a ofenderme, no tenía nada que ocultar. Las
personas de cierta edad disfrutan dando consejos a todo aquel que tiene la
desgracia de mostrar interés en lo que dicen, hoy recuerdo cuando me decía con
cierto desdén, algún día tu también serás padre y quizás abuelo y te darás
cuenta que a tus hijos no les interesa para nada tu propia historia, es ley de
vida muchacho. Puse cara de extrañeza y comenzó un relato del que no he podido
olvidar.
A tu edad yo al igual que tu padre
era militar, por necesidad y obligación debido a las circunstancias me alisté
voluntario a las ordenes del Führer Adolf Hitler en el año 1938, estábamos en
plena guerra y gracias a la influencia de mi familia me destinaron a las
oficinas de control de un campo de trabajo para detenidos políticos en las
afueras de Berlín en la población de Oranienburg en Brandeburgo, en un
principio llegaban presos gitanos, judíos y homosexuales, con el tiempo
empezaron a llegar prisioneros de guerra e incluso Testigos de Jehová a las
amplias instalaciones del campo, recuerdo que en las altas verjas de la entrada
rezaba, bienvenidos a Sachsenhausen, el trabajo os hará libres. Mr. Otto se
dejaba llevar por las emociones bebiendo a sorbos de una copa tallada de fino
cristal de Bohemia, sus ojos húmedos se emocionaban al evocar un episodio tan
repudiable de la segunda guerra mundial, encontré el momento oportuno para
interrumpirlo en su relato impulsando mi cuerpo hasta el filo del butacón
sintiéndome incomodo y alucinado por lo que estaba escuchando.
Pálido y temeroso le pregunté en un
acto de valor si se sentía orgulloso de su pasado a lo que el anciano me
contestó, tienes la paciencia que otorga la naturaleza a un joven, cuando
termine mi relato del pasado quizás puedas juzgar mejor el presente.
Afortunadamente fuimos interrumpidos por mi amigo y el hijo del anciano que
venían acompañados de una señora muy elegante además de guapa, se presentó con
el nombre de Helga, con modales refinados y una bonita sonrisa recriminó a su
marido el someterme a una conversación que en ese momento ya me inquietaba,
para evitar ser descortés acepté probar una cerveza negra, nunca antes la había
probado de ningún color, incluso en la actualidad no suelo beber alcohol por
afectarme con dolores de cabeza, quizás sea lo único que aprecio de mí ya que
cualquier acción en la que no pueda razonar conscientemente puede llevarme a
situaciones comprometidas, la señora se había ausentado de la casa para ir de
compras con el chófer y dos señoritas de servicio que se mantenían atentas a
cualquier orden del matrimonio o de su hijo.
Me vi metido en un apuro al rechazar
la amable invitación del matrimonio para que nos quedáramos a dormir en su
mansión, menos mal que mi amigo oliéndose algo raro me salvó del apuro con la
excusa de visitar a otros familiares. Encontramos un hotel lo bastante limpio y
céntrico para hospedarnos no sin antes rechazar las ganas que tenía Aurelio por
buscar unas carajitas (señoritas) que nos acompañaran esa noche para alegrarnos
el cuerpo, decidí contarle la conversación de Mr. Otto y en alguna ocasión le
tuve que decir que cerrara la boca con la cara de estúpido con que me miraba
sin apenas pestañear, maldita la hora, se puso a dar saltos en gayumbos por la
habitación animándome a escribir una novela negra con tan singulares
protagonistas, así nos vimos hasta las tantas de la madrugada obligándome a
relatarle historias que me venían a la cabeza con seriedad narrativa. Esa noche
me costó dormir a pesar del cansancio, me intrigaba haber encontrado una
historia emocionante pero me daba un cierto respeto pensar que quizás en viejo
era en realidad un nazi asesino para descuartizarme en alguna oscura sala
oculta de su mansión.
A la mañana siguiente Aurelio ya
tenía decidido aceptar la invitación para almorzar en la casa siniestra y
cuando me negué la burla al decirme cagueta sembraba la duda en mi próximo
movimiento.
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