CAPITULO LXII
Operación Krüger
No he podido
recoger toda la conversación tal y como sucedió aquel día mientras escuchaba
atento a todo lo que narraba el Sr. Otto, intento en mi memoria recordar lo
esencial de la misma y ser objetivo e imparcial en mis valoraciones, tratando
de no ofender a quienes tengan el valor de juzgar unos hechos ya escritos, a
quienes han estudiado los horrores de la segunda guerra mundial, mi respeto y
disculpas con humildad, entiendo de mis dificultades por dar a conocer algo inexplicable
en primera persona intentando emular a escritores o historiadores consagrados.
Con una cierta frecuencia éramos
interrumpidos por la Sra. Helga siempre atenta a cualquier necesidad de su
amado marido, éste con claros aspavientos le decía que nos dejara solos, ella
me miraba y con la cabeza le daba a entender que se encontraba a gusto por lo
que durante instantes podía percibir el suave aroma del perfume con el que se
quedaba la estancia al salir, es curioso que con los años queda anclado en mi
memoria olfativa fragancias cargadas de vivencias o hechos tan lejanos que han
marcado huellas difíciles de olvidar. Una sonrisa de Otto vale como disculpa
por sentirse tan enamorado por su esposa y la dedicación por su quebrada salud,
con un golpe de bastón en la lujosa alfombra se obliga a retomar con sus
memorias y mi impaciencia en saber de tan intrigante historia.
No es mi intención recibir perdón de
nadie por verme implicado en participar en el genocidio tan atroz cuando el
mundo entero pendía de un hilo por el transcurso de la guerra, estaba obligado
a obedecer órdenes o verme inmerso en alguna investigación interna por parte de
la Gestapo o las milicias de las SS, mis profundas creencias cristianas eran el
bálsamo para aliviar el enorme peso de mi conciencia por tantos crímenes contra
seres humanos indefensos, no sé cuánto me queda de vida soy consciente al
sentirme enfermo de tristeza y cuando me reúna con Dios él sabrá impartir la
justicia que me merezco, si te juro jovencito que jamás le hice daño a nadie,
era un soldado muy joven y aterrorizado para darle la espalda a mi país, necesitaba
alimentar a mi joven esposa y juntos muchas noches llorábamos cuando le contaba
escuchar los muchos fusilamientos desde la comodidad de mi despacho rodeado de
órdenes, papeles y verdaderos fanáticos creyentes en una doctrina de exterminio
por prevalecer la raza aria. Respiraba ciertamente agitado conteniendo las
lagrimas que le atormentaban, yo, permanecía sentado en un amplio sillón
hundiéndome cada vez más en un vano intento por no llorar de pena, sentía un
nudo en la garganta y con disimulo mantenía mi mano apoyando la cara para
evitar derramar alguna lagrima, acongojado, así me sentía o quizás debería
decir acojonado, me asfixiaba al sentir que mis genitales se me subían a la
garganta.
Ya por la tarde decidimos dar un
paseo por las afueras de su majestuosa casa, el césped cuidado con excelsa
pulcritud daba la perfecta imagen de cuidado y mimo a la vez de respirar el
agradable aroma de las rosas acariciadas por un clima de sol tan agradable y
embriagador, en el horizonte las brumas traían con las nubes gotas de rocío
refrescando mi espíritu, con los ojos entornados contemplaba el cielo mientras
caminábamos en silencio digiriendo tantas emociones concentradas pensando que
Dios existía en darnos la vida disfrutando de un presente cargado de promesas por
una vida tan distinta de los que no tuvieron la suerte en sus caminos y sin
querer rezaba en mi cabeza sin saber el motivo, quizás yo no era merecedor de
una confesión que causaba el tormento de un desconocido con el que me veía
siendo cómplice al escucharlo. Hoy, cuando escribo me doy cuenta que muchos
hombres somos capaces de intentar volcar en papel sentimientos escondidos que
jamás seriamos capaces de hablar cara a cara, el alma es capaz de albergar en
su interior los secretos impuestos por distintos hábitos producto de
estereotipos de la actual sociedad.
Clandestinamente hice lo posible por
intentar ayudar a los presos judíos que mantenían encerrados en un pabellón
anexo al edificio donde me encontraba, cuando los visitaba escondía en mi
maletín pan y embutidos que robaba de las cocinas, consciente de mi temeridad
nunca fui descubierto y las visitas se hicieron una constante con la excusa de
interrogarlos. Meses después me encomendaron la supervisión de sus tareas
pasando a unas instalaciones con entrada restringida, con un pase especial
podía tener acceso al pabellón donde trabajaban no sin ciertos privilegios
justificados por mantenerlos con vida el tiempo suficiente hasta acabar su
trabajo. Lo que vi superaba con creces mis sospechas, un centenar de presos de
origen judío se afanaban por reproducir al detalle falsificaciones de billetes
de libras esterlinas, el pabellón se encontraba atestado de mesas y maquinaria
para la producción masiva de billetes falsos, hombres con uniforme de rayas
identificados por la estrella de David cosida en el pecho les identificaban
como los minuciosos artistas en las reproducciones que pasaban incluso por
diferentes manos y ojos que miraban a través de microscopios cualquier
imperfección en su trabajo, cada mesa estaba llena con tinteros, plumillas,
lupas e instrumentos para corregir al detalle cualquier minucioso detalle en su
realización.
Controlaba administrativamente a
presos procedentes de muchos países distintos en fichas con todo tipo de
detalles, conocíamos mejor al individuo que incluso ellos mismos, en aquellos
años el ejército alemán se caracterizaba también por su disciplina y el rigor
con el que se documentaba cualquier acción de guerra, una costumbre que sin
darme cuenta he adoptado como fundamental para sobrevivir. Conseguí un ascenso
y mejor paga pero ya no podía visitar a diario a mi esposa, cada cierto tiempo
me llevaban en un coche oficial a mi hogar y guardias armados me custodiaban
con la finalidad de evitar contar lo que allí sucedía, mi esposa Helga también
sospechaba que la vigilaban y en el barrio muchos conocidos dejaron de
saludarla por temor a represalias, era una vida encubierta por el miedo a ser
denunciado por personas que incluso habían compartido mesa con nosotros con
amistad de años, la desconfianza era un arma eficaz de lucha psicológica
evitando a la población civil utilizar la cabeza o emitir opiniones contra el
régimen militar impuesto.
Suspiro oyendo a Otto, cuantas
similitudes a las historias que me contaba mi padre sin tantos detalles pero con el mismo tono de
tristeza, me siento afortunado por lo poco que poseo, la libertad es un bien en
su propia naturaleza lo que muchas ideologías han convertido en esclavitud por
la fuerza de las armas. Helga y yo nos temíamos lo peor, a pesar de no dar
crédito a sus temores siempre me decía que al terminar el trabajo de
falsificación de tantos millones de libras nuestras vidas dejarían de tener
valor por ser testigos de una operación secreta, por hechos menos delicados
habían desaparecido familias enteras cubriendo las pistas con un simple
traslado obligatorio en circunstancias de guerra estratégica. Pronto mis
temores empezaron a preocuparme seriamente, prepararía cuidadosamente la forma
de escapar antes de perecer sin dejar rastro, los prisioneros judíos eran muy
hábiles con las falsificaciones disponían de mucho tiempo libre y se esmeraban
en su trabajo quizás por las represalias del comandante del campo, les llevé
fotos y pasaportes en blanco para que me hicieran una buena falsificación como
ciudadanos suizos a cambio de alimentos.
Helga estaba embarazada de pocos
meses, circunstancia que aproveché para pedir un pase urgente a un hospital de
Berlín, ahorraré detalles en disfraces, carreras, miedo y riesgo la tarde de la
huída, conseguimos llegar hasta Hamburgo donde embarcamos sin dificultades
hasta nuestro destino aquí, en este maravilloso país donde fuimos tan bien
recibidos, lamentablemente el dinero siempre abre todas la puertas incluso
ablanda las conciencias, antes de escapar de Alemania me hice con un buen fajo
de billetes de libras esterlinas para comenzar una nueva vida en paz. Aquí
nació nuestra primera hija, al otro muchacho un poco mayor que tu ya lo
conoces. ¿Hija? Un momento le dije sorprendido, ¿tenéis una hija? Si amigo, se
casó y ahora vive en Estados Unidos, su marido es un importante hombre de
negocios que viaja continuamente por todo el mundo, incluso sabemos por su
última carta que dentro de poco viajará hasta aquí para visitarnos, sabes que
nos alegraría mucho que pudieses venir para reunirnos todos y brindar por la
vida.
Ahora entendía al anciano y
sinceramente me alegraba por él y su familia, de acuerdo que su vida anterior
no fuera la más adecuada pero demostrando un coraje que pocos habrían tenido
fue capaz de escapar de su destino para dar esperanza a nuevas generaciones
criadas en la paz y la tolerancia, estaba de acuerdo con su veredicto en que
solo Dios o quien le esperara tras su muerte lo juzgaría sin la intervención
del hombre. Antes de cenar llamé a mis tíos para indicarle que cogería un
autobús hasta Acarigua, me quedaría esta noche invitado por los ancianos en la
misma cama que su hijo ahora ausente en sus estudios. Mientras cenábamos no
paraba de darle vueltas a todo lo que me habían contado, una historia muy fuerte
en la que tan solo me quedaban pocas preguntas para rematar mi asombro pero
nadie me había advertido de un pequeño detalle quizás el que más me impactó en
aquella noche tan extraña. Nos interrumpe una señorita del servicio al sonar el
teléfono, la Sra. Helga se disculpa y se va para atenderlo, mientras nos reímos
con las frecuentes anécdotas con las que me tiene siempre entretenido Mr. Otto,
recuerdo que bebí nuevamente cerveza negra en pequeños sorbos para intentar
acostumbrar mi estomago con su sabor amargo, una jarra muy grande que apenas
podía sostener con una sola mano, al poco se acerca Helga con una sonrisa
radiante, su marido esperando quien la había llamado para compartir nuevas
noticias, ha llamado nuestra hija comenta su esposa, Aurora llegará dentro de
dos semanas, mi cara palideció de repente cuando solté el tenedor en el plato
con estrépito, me levanté de la mesa y
salí corriendo al baño a vomitar toda la cena.
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