lunes, 24 de septiembre de 2012

CAPITULO LXII, Operación Krüger


                                                                 CAPITULO LXII
                                                                Operación Krüger

 

           

            No he podido recoger toda la conversación tal y como sucedió aquel día mientras escuchaba atento a todo lo que narraba el Sr. Otto, intento en mi memoria recordar lo esencial de la misma y ser objetivo e imparcial en mis valoraciones, tratando de no ofender a quienes tengan el valor de juzgar unos hechos ya escritos, a quienes han estudiado los horrores de la segunda guerra mundial, mi respeto y disculpas con humildad, entiendo de mis dificultades por dar a conocer algo inexplicable en primera persona intentando emular a escritores o historiadores consagrados.

            Con una cierta frecuencia éramos interrumpidos por la Sra. Helga siempre atenta a cualquier necesidad de su amado marido, éste con claros aspavientos le decía que nos dejara solos, ella me miraba y con la cabeza le daba a entender que se encontraba a gusto por lo que durante instantes podía percibir el suave aroma del perfume con el que se quedaba la estancia al salir, es curioso que con los años queda anclado en mi memoria olfativa fragancias cargadas de vivencias o hechos tan lejanos que han marcado huellas difíciles de olvidar. Una sonrisa de Otto vale como disculpa por sentirse tan enamorado por su esposa y la dedicación por su quebrada salud, con un golpe de bastón en la lujosa alfombra se obliga a retomar con sus memorias y mi impaciencia en saber de tan intrigante historia.

            No es mi intención recibir perdón de nadie por verme implicado en participar en el genocidio tan atroz cuando el mundo entero pendía de un hilo por el transcurso de la guerra, estaba obligado a obedecer órdenes o verme inmerso en alguna investigación interna por parte de la Gestapo o las milicias de las SS, mis profundas creencias cristianas eran el bálsamo para aliviar el enorme peso de mi conciencia por tantos crímenes contra seres humanos indefensos, no sé cuánto me queda de vida soy consciente al sentirme enfermo de tristeza y cuando me reúna con Dios él sabrá impartir la justicia que me merezco, si te juro jovencito que jamás le hice daño a nadie, era un soldado muy joven y aterrorizado para darle la espalda a mi país, necesitaba alimentar a mi joven esposa y juntos muchas noches llorábamos cuando le contaba escuchar los muchos fusilamientos desde la comodidad de mi despacho rodeado de órdenes, papeles y verdaderos fanáticos creyentes en una doctrina de exterminio por prevalecer la raza aria. Respiraba ciertamente agitado conteniendo las lagrimas que le atormentaban, yo, permanecía sentado en un amplio sillón hundiéndome cada vez más en un vano intento por no llorar de pena, sentía un nudo en la garganta y con disimulo mantenía mi mano apoyando la cara para evitar derramar alguna lagrima, acongojado, así me sentía o quizás debería decir acojonado, me asfixiaba al sentir que mis genitales se me subían a la garganta.

            Ya por la tarde decidimos dar un paseo por las afueras de su majestuosa casa, el césped cuidado con excelsa pulcritud daba la perfecta imagen de cuidado y mimo a la vez de respirar el agradable aroma de las rosas acariciadas por un clima de sol tan agradable y embriagador, en el horizonte las brumas traían con las nubes gotas de rocío refrescando mi espíritu, con los ojos entornados contemplaba el cielo mientras caminábamos en silencio digiriendo tantas emociones concentradas pensando que Dios existía en darnos la vida disfrutando de un presente cargado de promesas por una vida tan distinta de los que no tuvieron la suerte en sus caminos y sin querer rezaba en mi cabeza sin saber el motivo, quizás yo no era merecedor de una confesión que causaba el tormento de un desconocido con el que me veía siendo cómplice al escucharlo. Hoy, cuando escribo me doy cuenta que muchos hombres somos capaces de intentar volcar en papel sentimientos escondidos que jamás seriamos capaces de hablar cara a cara, el alma es capaz de albergar en su interior los secretos impuestos por distintos hábitos producto de estereotipos de la actual sociedad.

            Clandestinamente hice lo posible por intentar ayudar a los presos judíos que mantenían encerrados en un pabellón anexo al edificio donde me encontraba, cuando los visitaba escondía en mi maletín pan y embutidos que robaba de las cocinas, consciente de mi temeridad nunca fui descubierto y las visitas se hicieron una constante con la excusa de interrogarlos. Meses después me encomendaron la supervisión de sus tareas pasando a unas instalaciones con entrada restringida, con un pase especial podía tener acceso al pabellón donde trabajaban no sin ciertos privilegios justificados por mantenerlos con vida el tiempo suficiente hasta acabar su trabajo. Lo que vi superaba con creces mis sospechas, un centenar de presos de origen judío se afanaban por reproducir al detalle falsificaciones de billetes de libras esterlinas, el pabellón se encontraba atestado de mesas y maquinaria para la producción masiva de billetes falsos, hombres con uniforme de rayas identificados por la estrella de David cosida en el pecho les identificaban como los minuciosos artistas en las reproducciones que pasaban incluso por diferentes manos y ojos que miraban a través de microscopios cualquier imperfección en su trabajo, cada mesa estaba llena con tinteros, plumillas, lupas e instrumentos para corregir al detalle cualquier minucioso detalle en su realización.

            Controlaba administrativamente a presos procedentes de muchos países distintos en fichas con todo tipo de detalles, conocíamos mejor al individuo que incluso ellos mismos, en aquellos años el ejército alemán se caracterizaba también por su disciplina y el rigor con el que se documentaba cualquier acción de guerra, una costumbre que sin darme cuenta he adoptado como fundamental para sobrevivir. Conseguí un ascenso y mejor paga pero ya no podía visitar a diario a mi esposa, cada cierto tiempo me llevaban en un coche oficial a mi hogar y guardias armados me custodiaban con la finalidad de evitar contar lo que allí sucedía, mi esposa Helga también sospechaba que la vigilaban y en el barrio muchos conocidos dejaron de saludarla por temor a represalias, era una vida encubierta por el miedo a ser denunciado por personas que incluso habían compartido mesa con nosotros con amistad de años, la desconfianza era un arma eficaz de lucha psicológica evitando a la población civil utilizar la cabeza o emitir opiniones contra el régimen militar impuesto.

            Suspiro oyendo a Otto, cuantas similitudes a las historias que me contaba mi padre  sin tantos detalles pero con el mismo tono de tristeza, me siento afortunado por lo poco que poseo, la libertad es un bien en su propia naturaleza lo que muchas ideologías han convertido en esclavitud por la fuerza de las armas. Helga y yo nos temíamos lo peor, a pesar de no dar crédito a sus temores siempre me decía que al terminar el trabajo de falsificación de tantos millones de libras nuestras vidas dejarían de tener valor por ser testigos de una operación secreta, por hechos menos delicados habían desaparecido familias enteras cubriendo las pistas con un simple traslado obligatorio en circunstancias de guerra estratégica. Pronto mis temores empezaron a preocuparme seriamente, prepararía cuidadosamente la forma de escapar antes de perecer sin dejar rastro, los prisioneros judíos eran muy hábiles con las falsificaciones disponían de mucho tiempo libre y se esmeraban en su trabajo quizás por las represalias del comandante del campo, les llevé fotos y pasaportes en blanco para que me hicieran una buena falsificación como ciudadanos suizos a cambio de alimentos.

            Helga estaba embarazada de pocos meses, circunstancia que aproveché para pedir un pase urgente a un hospital de Berlín, ahorraré detalles en disfraces, carreras, miedo y riesgo la tarde de la huída, conseguimos llegar hasta Hamburgo donde embarcamos sin dificultades hasta nuestro destino aquí, en este maravilloso país donde fuimos tan bien recibidos, lamentablemente el dinero siempre abre todas la puertas incluso ablanda las conciencias, antes de escapar de Alemania me hice con un buen fajo de billetes de libras esterlinas para comenzar una nueva vida en paz. Aquí nació nuestra primera hija, al otro muchacho un poco mayor que tu ya lo conoces. ¿Hija? Un momento le dije sorprendido, ¿tenéis una hija? Si amigo, se casó y ahora vive en Estados Unidos, su marido es un importante hombre de negocios que viaja continuamente por todo el mundo, incluso sabemos por su última carta que dentro de poco viajará hasta aquí para visitarnos, sabes que nos alegraría mucho que pudieses venir para reunirnos todos y brindar por la vida.

            Ahora entendía al anciano y sinceramente me alegraba por él y su familia, de acuerdo que su vida anterior no fuera la más adecuada pero demostrando un coraje que pocos habrían tenido fue capaz de escapar de su destino para dar esperanza a nuevas generaciones criadas en la paz y la tolerancia, estaba de acuerdo con su veredicto en que solo Dios o quien le esperara tras su muerte lo juzgaría sin la intervención del hombre. Antes de cenar llamé a mis tíos para indicarle que cogería un autobús hasta Acarigua, me quedaría esta noche invitado por los ancianos en la misma cama que su hijo ahora ausente en sus estudios. Mientras cenábamos no paraba de darle vueltas a todo lo que me habían contado, una historia muy fuerte en la que tan solo me quedaban pocas preguntas para rematar mi asombro pero nadie me había advertido de un pequeño detalle quizás el que más me impactó en aquella noche tan extraña. Nos interrumpe una señorita del servicio al sonar el teléfono, la Sra. Helga se disculpa y se va para atenderlo, mientras nos reímos con las frecuentes anécdotas con las que me tiene siempre entretenido Mr. Otto, recuerdo que bebí nuevamente cerveza negra en pequeños sorbos para intentar acostumbrar mi estomago con su sabor amargo, una jarra muy grande que apenas podía sostener con una sola mano, al poco se acerca Helga con una sonrisa radiante, su marido esperando quien la había llamado para compartir nuevas noticias, ha llamado nuestra hija comenta su esposa, Aurora llegará dentro de dos semanas, mi cara palideció de repente cuando solté el tenedor en el plato con estrépito, me levanté  de la mesa y salí corriendo al baño a vomitar toda la cena.

 

 

 

 

 

                                                        

 

 

 

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