CAPITULO LVIII
El
canto de las cigarras
En la radio sonaba una cancioncilla melosa con
ritmos que me hicieron recordar los carnavales canarios, salsa, merengue,
bachata etc. Músicas alegres con los que sin querer movemos los pies al son de
Radio Caracol, una emisora nacional con un comentarista que hablaba tan rápido
que me costaba entender, anuncios de café, tabaco, bebidas y todo un popurrí
que consiguió agotarme hasta el sueño, previamente se lo hice saber al chófer
que educadamente entendió para dejarme dormir y con ello se quedaba sin
respuesta por las tantas preguntas en lo que respecta a la salud de mi familia
y demás curiosidades que me aburrían sobremanera, puedo entender la cortesía
por saber de mis familiares directos allende los mares en el otro extremo del
mundo pero nuevamente me pregunto ¿realmente le preocupa la salud de tus
allegados? No contestaré con un improperio por el cual me analizo en mi mente
si realmente soy un tipo normal o una especie de salvaje desnaturalizado por no
seguir conversaciones fútiles y vacías de contenido.
Pocas
veces me he preocupado por mi carácter analítico, le llamo a las cosas por su
nombre sin tapujos ni mamarrachadas no me gustan las ñoñerías ni las
fantasmadas y por supuesto lejos del hogar familiar emplearé un lenguaje con el
que me acusan de soez, basto, aberrante e impropio de alguien con un mínimo de
conocimiento, me va el rollo de la gente natural, honesta, sincera y sin pelos
en la boca, admiro a los que se atreven a ir contra corriente sin temor a
causar heridas profundas en conciencias beatas y corazones puros, la vida es
jodida y el lenguaje a veces fuera de contexto ayuda a despertar a tontos y
necios, prefiero al pandillero de calle con sus jergas al pijo estirado de
costumbres pulcras educado entre algodones de billetes.
Un
paseíto en coche a través de pueblos, ciudades, paisajes inmensos y vegetación
salpicada de grandes árboles y en ocasiones con casitas muy humildes cerca de
la autopista a las que llaman ranchitos, algunas tan solo construidas con
adobe, chapa y sobrantes de madera, en España las llamamos chabolas, quiero
constar que lo que narro bajo mi punto de vista dista de cualquier implicación
que lleve al equívoco de burla o mofa por sus habitantes y o costumbres, en
estos relatos hago humilde homenaje a un pueblo que admiro, respeto y entre los
que me sentí arropado y querido pasando los mejores años de mi juventud dejando
un día a grandes amigos y mejores experiencias.
Haremos
una parada para comer algo, me dijo el chófer de nombre José Pérez, el cartel y
el local por supuesto grandísimo a pie de carretera, una arepera, pedí un
refresco de naranja y pedí una arepa de caraotas ya que el hambre a mi edad era
insaciable. El refresco cargado de gas con un ligero sabor a detergente químico
alivió mi sed para sosegarme y situarme en el entorno, el calor incluso de
noche aportaba la necesidad por beber algo fresco, en el ambiente iluminado por
cientos de bombillas traslucía los vuelos zumbones de mariposas, polillas,
mosquitos y diferentes insectos con ruiditos que me distraían, los hombres que
cenaban en aquel local tenían la pinta de camioneros, no, no soy tan
espabilado, el aparcamiento estaba lleno de tráiler cargados con todo tipo de
mercancía, uno de ellos era fácilmente curioso por el tufo que desprendía
acompañado de chillidos inquietantes y golpetear de patas, marranos gordos y
rosaditos como culitos de bebé.
A
muchos de ustedes seguramente también les habrá pasado en algún viaje, o quizás
tan solo yo he metido la pata por dármelas de hombre de mundo sin preguntar
previamente, la arepa consiste en una masa prieta de maíz con escurrideras de
aceite abierta por la mitad con forma circular, en su interior una zurra negra
con un olor atractivo y familiar que estimuló mi hambre, no sabía que eran las
caraotas, judías negras como la noche, riquísima, consiguió mi primera sonrisa
y la repetición de otra arepa de carne mechada con ají, una salsa picante que
me quitó el sueño de forma fulminante.
La
cosa pintaba bien, por lo menos había probado algo que desconocía y que me dejó
la tripa llena, José Pérez como no, pidió una cervecita polar fría como hielo,
me di cuenta que mientras la pedía le picó el ojo a una mulata monumental que
con ropa ajustada hacía de camarera en el establecimiento, si, hacía de
camarera porque a buen entendedor hice mis cálculos sobre la tarifa por llevar
al huerto a tan excelso monumento hecha mujer de chocolate, recordaba a mi
padre cuando nos vimos cruzar con una hembra de tal calibre cuando me decía en
tono moderado, mira hijo, una mujer de bandera, nunca supe que bandera debería
llevar en un desfile cuando a mi edad le quitaría la bandera y las vergüenzas,
en fin, tupido velo, conversaciones de machos incluso en aquellos años que me
crecían los pelillos y con más velocidad las malas ideas de autentico
sinvergüenza, nunca podré presumir de ser tímido, los avatares de la vida siempre
empujan la necesidad por meterle mano a las oportunidades (también a las nenas
que así me lo pidieran por supuesto).
Distraído
y ya espabilado por lo visto me animé a darle conversación al chófer, no se
trataba de su empleo realmente, hacía de cualquier recado una bonificación
extra a su trabajo de conductor de grandes camiones, mano derecha de mi tío hoy
le había tocado ser la niñera de un bisoño jovencito recién llegado de Gran
Canaria. Notaba de su destreza al volante de un coche que apenas llegaba a ver
el morro, observando sus manos deducía que se cuidaba hasta límites de cremas
hidratantes perfumadas, como espanto noto que la uña de su dedo meñique excede
los límites normales en comparación con el resto por lo que deduzco es una
herramienta útil en su remate de aseo personal, cucharilla improvisada para
retirar excedentes de oídos, nariz y entre dientes a la vez de aflojar pequeños
tornillos de artefactos eléctricos si no se dispone de herramientas urgentes.
¿Guarro?
Me da igual, la gente, en general tienen costumbres realmente sorprendentes si
las comparamos con las que para nosotros son normales, prefiero una uña larga
que no disimula a que por ejemplo me diga que no puede dormir sin su osito de
peluche. Aproximadamente cinco horas de trayecto a velocidades que
disimuladamente controlaba de reojo, 160 km/hora en el panel del coche, wow, la
emoción por tanta velocidad no la había probado en ningún cacharro de coche en
mi vida y parecía que apenas nos movíamos dejando atrás cientos y cientos de
kilómetros abandonando las pequeñas luces parpadeantes de la inmensa planicie
de su capital Caracas.
Llegábamos
a destino final, Acarigua en el estado Portuguesa, Venezuela entendía estaba
dividida por estados de nombres singulares y exóticos, para adentrarnos en uno
u otro estado pasábamos controles llamados alcabalas como si se tratase de
pasos fronterizos controlados por la guardia nacional, en algunos casos
obligados a parar, dejar el vehículo abierto para buscar minuciosamente con
linternas cualquier tipo de estupefacientes así como armas de fuego o cualquier
tipo de contrabando prohibido, los perros pastor alemán tiraban ansiosos de las
correas sujetas por los guardias prestos para intervenir a la orden de sus
amos. La curiosidad y la inquietud por lo que había visto obligó a mi
acompañante para advertirme por la cautela de la noche, un país con una riqueza
inmensa por sus pozos de petróleo pero con un índice de criminalidad muy por
encima de lo aceptable para los extranjeros desprevenidos.
Una
quinta de dos plantas (chalet) en las afueras del pueblo sería mi residencia,
allende al chalet unas naves industriales con oficinas, aquí los llaman
galpones y en frente un aparcamiento del tamaño de un campo de futbol en el que
bajo techo una bascula para pesar camiones con remolque tan grande como jamás
había visto, altos muros tapan las instalaciones y verjas de alambres de púas
cercan todo el entorno al igual que las ventanas del chalet con gruesas rejas
de hierro que a mi gusto afean la fachada, hechas las presentaciones, saludos y
agasajos de bienvenida me acompañan a mi habitación para dormir hasta el día
siguiente. Primer error, la jornada de trabajo comienza a las cinco de la
mañana, apenas me he acostado y vuelta a empezar.
Con
la legañas pegadas a mis ojos me visto con la misma ropa con la que he llegado
a este país, me huelo la sobaquera y le doy el aprobado con mi agudo olfato,
seguramente nadie percibirá ningún olor sospechoso y ya habrá tiempo para darse
una ducha mientras avanza la mañana ¿Quién puede estar tan chiflado para
ducharse con agua fría a las cinco de la mañana? Es de noche y fuera escucho un
peculiar triki triki que hace me mantenga alerta por saber su origen, mi tío me
da unos buenos días mientras desayunamos diciéndome que es el sonido de las cigarras
frotando sus alas para atraer a las hembras a la cópula, alucino, ¿aquí todo es
tan rarito?
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