jueves, 20 de septiembre de 2012

CAPITULO LVIII, El canto de las cigarras.


                                                       CAPITULO LVIII
                                                  El canto de las cigarras

 
 

 

 En la radio sonaba una cancioncilla melosa con ritmos que me hicieron recordar los carnavales canarios, salsa, merengue, bachata etc. Músicas alegres con los que sin querer movemos los pies al son de Radio Caracol, una emisora nacional con un comentarista que hablaba tan rápido que me costaba entender, anuncios de café, tabaco, bebidas y todo un popurrí que consiguió agotarme hasta el sueño, previamente se lo hice saber al chófer que educadamente entendió para dejarme dormir y con ello se quedaba sin respuesta por las tantas preguntas en lo que respecta a la salud de mi familia y demás curiosidades que me aburrían sobremanera, puedo entender la cortesía por saber de mis familiares directos allende los mares en el otro extremo del mundo pero nuevamente me pregunto ¿realmente le preocupa la salud de tus allegados? No contestaré con un improperio por el cual me analizo en mi mente si realmente soy un tipo normal o una especie de salvaje desnaturalizado por no seguir conversaciones fútiles y vacías de contenido.

Pocas veces me he preocupado por mi carácter analítico, le llamo a las cosas por su nombre sin tapujos ni mamarrachadas no me gustan las ñoñerías ni las fantasmadas y por supuesto lejos del hogar familiar emplearé un lenguaje con el que me acusan de soez, basto, aberrante e impropio de alguien con un mínimo de conocimiento, me va el rollo de la gente natural, honesta, sincera y sin pelos en la boca, admiro a los que se atreven a ir contra corriente sin temor a causar heridas profundas en conciencias beatas y corazones puros, la vida es jodida y el lenguaje a veces fuera de contexto ayuda a despertar a tontos y necios, prefiero al pandillero de calle con sus jergas al pijo estirado de costumbres pulcras educado entre algodones de billetes.

Un paseíto en coche a través de pueblos, ciudades, paisajes inmensos y vegetación salpicada de grandes árboles y en ocasiones con casitas muy humildes cerca de la autopista a las que llaman ranchitos, algunas tan solo construidas con adobe, chapa y sobrantes de madera, en España las llamamos chabolas, quiero constar que lo que narro bajo mi punto de vista dista de cualquier implicación que lleve al equívoco de burla o mofa por sus habitantes y o costumbres, en estos relatos hago humilde homenaje a un pueblo que admiro, respeto y entre los que me sentí arropado y querido pasando los mejores años de mi juventud dejando un día a grandes amigos y mejores experiencias.

Haremos una parada para comer algo, me dijo el chófer de nombre José Pérez, el cartel y el local por supuesto grandísimo a pie de carretera, una arepera, pedí un refresco de naranja y pedí una arepa de caraotas ya que el hambre a mi edad era insaciable. El refresco cargado de gas con un ligero sabor a detergente químico alivió mi sed para sosegarme y situarme en el entorno, el calor incluso de noche aportaba la necesidad por beber algo fresco, en el ambiente iluminado por cientos de bombillas traslucía los vuelos zumbones de mariposas, polillas, mosquitos y diferentes insectos con ruiditos que me distraían, los hombres que cenaban en aquel local tenían la pinta de camioneros, no, no soy tan espabilado, el aparcamiento estaba lleno de tráiler cargados con todo tipo de mercancía, uno de ellos era fácilmente curioso por el tufo que desprendía acompañado de chillidos inquietantes y golpetear de patas, marranos gordos y rosaditos como culitos de bebé.

A muchos de ustedes seguramente también les habrá pasado en algún viaje, o quizás tan solo yo he metido la pata por dármelas de hombre de mundo sin preguntar previamente, la arepa consiste en una masa prieta de maíz con escurrideras de aceite abierta por la mitad con forma circular, en su interior una zurra negra con un olor atractivo y familiar que estimuló mi hambre, no sabía que eran las caraotas, judías negras como la noche, riquísima, consiguió mi primera sonrisa y la repetición de otra arepa de carne mechada con ají, una salsa picante que me quitó el sueño de forma fulminante.

La cosa pintaba bien, por lo menos había probado algo que desconocía y que me dejó la tripa llena, José Pérez como no, pidió una cervecita polar fría como hielo, me di cuenta que mientras la pedía le picó el ojo a una mulata monumental que con ropa ajustada hacía de camarera en el establecimiento, si, hacía de camarera porque a buen entendedor hice mis cálculos sobre la tarifa por llevar al huerto a tan excelso monumento hecha mujer de chocolate, recordaba a mi padre cuando nos vimos cruzar con una hembra de tal calibre cuando me decía en tono moderado, mira hijo, una mujer de bandera, nunca supe que bandera debería llevar en un desfile cuando a mi edad le quitaría la bandera y las vergüenzas, en fin, tupido velo, conversaciones de machos incluso en aquellos años que me crecían los pelillos y con más velocidad las malas ideas de autentico sinvergüenza, nunca podré presumir de ser tímido, los avatares de la vida siempre empujan la necesidad por meterle mano a las oportunidades (también a las nenas que así me lo pidieran por supuesto).

Distraído y ya espabilado por lo visto me animé a darle conversación al chófer, no se trataba de su empleo realmente, hacía de cualquier recado una bonificación extra a su trabajo de conductor de grandes camiones, mano derecha de mi tío hoy le había tocado ser la niñera de un bisoño jovencito recién llegado de Gran Canaria. Notaba de su destreza al volante de un coche que apenas llegaba a ver el morro, observando sus manos deducía que se cuidaba hasta límites de cremas hidratantes perfumadas, como espanto noto que la uña de su dedo meñique excede los límites normales en comparación con el resto por lo que deduzco es una herramienta útil en su remate de aseo personal, cucharilla improvisada para retirar excedentes de oídos, nariz y entre dientes a la vez de aflojar pequeños tornillos de artefactos eléctricos si no se dispone de herramientas urgentes.

¿Guarro? Me da igual, la gente, en general tienen costumbres realmente sorprendentes si las comparamos con las que para nosotros son normales, prefiero una uña larga que no disimula a que por ejemplo me diga que no puede dormir sin su osito de peluche. Aproximadamente cinco horas de trayecto a velocidades que disimuladamente controlaba de reojo, 160 km/hora en el panel del coche, wow, la emoción por tanta velocidad no la había probado en ningún cacharro de coche en mi vida y parecía que apenas nos movíamos dejando atrás cientos y cientos de kilómetros abandonando las pequeñas luces parpadeantes de la inmensa planicie de su capital Caracas.

Llegábamos a destino final, Acarigua en el estado Portuguesa, Venezuela entendía estaba dividida por estados de nombres singulares y exóticos, para adentrarnos en uno u otro estado pasábamos controles llamados alcabalas como si se tratase de pasos fronterizos controlados por la guardia nacional, en algunos casos obligados a parar, dejar el vehículo abierto para buscar minuciosamente con linternas cualquier tipo de estupefacientes así como armas de fuego o cualquier tipo de contrabando prohibido, los perros pastor alemán tiraban ansiosos de las correas sujetas por los guardias prestos para intervenir a la orden de sus amos. La curiosidad y la inquietud por lo que había visto obligó a mi acompañante para advertirme por la cautela de la noche, un país con una riqueza inmensa por sus pozos de petróleo pero con un índice de criminalidad muy por encima de lo aceptable para los extranjeros desprevenidos.

Una quinta de dos plantas (chalet) en las afueras del pueblo sería mi residencia, allende al chalet unas naves industriales con oficinas, aquí los llaman galpones y en frente un aparcamiento del tamaño de un campo de futbol en el que bajo techo una bascula para pesar camiones con remolque tan grande como jamás había visto, altos muros tapan las instalaciones y verjas de alambres de púas cercan todo el entorno al igual que las ventanas del chalet con gruesas rejas de hierro que a mi gusto afean la fachada, hechas las presentaciones, saludos y agasajos de bienvenida me acompañan a mi habitación para dormir hasta el día siguiente. Primer error, la jornada de trabajo comienza a las cinco de la mañana, apenas me he acostado y vuelta a empezar.

Con la legañas pegadas a mis ojos me visto con la misma ropa con la que he llegado a este país, me huelo la sobaquera y le doy el aprobado con mi agudo olfato, seguramente nadie percibirá ningún olor sospechoso y ya habrá tiempo para darse una ducha mientras avanza la mañana ¿Quién puede estar tan chiflado para ducharse con agua fría a las cinco de la mañana? Es de noche y fuera escucho un peculiar triki triki que hace me mantenga alerta por saber su origen, mi tío me da unos buenos días mientras desayunamos diciéndome que es el sonido de las cigarras frotando sus alas para atraer a las hembras a la cópula, alucino, ¿aquí todo es tan rarito?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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