martes, 7 de febrero de 2012

CAPITULO XXXIV Serenissima Repubblica di San Marco

                                   CAPITULO XXXIV
                                                      
                   Serenissima Repubblica di San Marco


Bienvenidos hermanos, mi nombre es Andrea Mestre, capitán de esta nave de la bella ciudad de Venezia, ruego me acompañéis a vuestro aposento, siento no poder ofreceros lujos pero sé que estaréis cómodos en nuestra travesía hasta las costas de Veracruz, es un honor recibir a emisarios de la Santa Iglesia de Cristo además de las recomendaciones aportadas por mi buen amigo Francisco, así nos recibía a bordo del galeón Bella Madonna en honor a la Virgen Inmaculada, apenas distinguíamos nuestros pasos por el imponente buque, desde tierra parecía más pequeño,  ya en cubierta sentía el mareo de su imponente altura, las luces de los farolillos daban un aspecto fantasmal al entorno, maderas oscuras cubiertas de sogas y aparejos llenaban mi olfato de sal e inquietud, nubes de mosquitos bailaban a la luz mortecina, partíamos de madrugada para aprovechar los vientos alisios que acariciaban el atlántico, la tripulación se afanaba en cumplir las órdenes de zarpar manteniendo un silencio solo roto por los graznidos de gaviotas en un nuevo amanecer de sombras, un pitido agudo hace que todos nos paralicemos al instante, quedo absorto al ver como la totalidad de los hombres en cubierta se mantienen firmes y expectantes esperando un momento solemne.
La tripulación se mantiene en sus puestos a la espera, el capitán y  los oficiales a su cargo lucen ataviados con vestimenta de gala, les acompañan cuatro soldados de porte rígido, se dirigen a una de las barandillas del buque con semblante serio y solemne, suenan unos tambores al paso con Andrea Mestre a la cabeza, éste, se descubre la cabeza y con voz rotunda pronuncia la siguiente frase: “ Desponsamus te, mare. In signum veri perpetuique domini”, per noi e per tutti i navigatori il mare possa essere calmo e tranquilo, acto seguido arroja al mar un anillo por lo que según la tradición unía vínculos con el mar en unión sagrada, esta costumbre nos informaron que provenía del año 1177 de Nuestro Señor para conmemorar el día de la Ascensión y se le denominaba el sposalizio del mare, nuevamente suena el silbato y siento la brisa del aire cálido, la tripulación reanuda sus labores de cubierta, despliegan las velas, ondean con la brisa banderas y gallardetes de vivos colores, imponentes mástiles crujen al soltar amarras para adentrarnos en un mar en calma y un cielo salpicado de miles de  estrellas brillantes, no puedo dejar de entonar mentalmente oraciones con el miedo atenazando mi corazón, atrás queda mi pasado, mis escritos días antes se los dejé a D. Francisco que a su vez creyó prudente esconder en una biblioteca junto con otros libros de diferente procedencia y origen, lejos de ojos que pudieran descubrir secretos guardados celosamente por tantos viajeros del mundo conocido, en mis últimos escritos revelaba donde se podrían encontrar los que celosamente escondí en la península, el tiempo es un fiel guardián de nuestros hechos, quizás nunca la historia de mi vida vea la luz y quién sabe si quien la pueda leer entiendan los hechos que he narrado. Sueltan amarras, entonan una canción a voz en grito en la que habla de la dureza de la vida en el mar, de penas y sufrimientos, de fortuna y alegría, y de esperanza por encontrar la eterna felicidad, se me encoge el alma por la emoción, melancolía y tristeza, recuerdo olvidado en el tiempo cuando escuché los extraños cantos aborígenes canarios dedicadas a sus fallecidos, a estos canticos fúnebres se les conocía como endechas y a pesar de no saber de su significado su ritmo cansino me transportaba al dolor por los que añoran a sus seres queridos, la singularidad de las diferentes culturas en el terror por la muerte y el más allá de la vida conocida.
 sin preámbulos nos dirigimos a descansar, un habitáculo estrecho en el que apenas hay espacio para dos camastros, olor a rancio y sudor, una habitación destinada como enfermería o cuarto de aperos según sea la necesidad  será nuestro refugio hasta volver a ver tierra firme. 
La falsa documentación entregada para nuestro viaje ya estaba preparada desde hacia tiempo, a diferencia de nuestro viaje hasta esta isla en la que tuvimos que viajar en cubierta ahora disponemos de un pequeño camarote de reducidas dimensiones cerca del castillo de popa donde se aloja nuestro capitán, supongo de la cuota en oro que habrá costado nuestro viaje y que argumentos a dado D. Francisco para un trato tan preferencial, salgo de mis pensamientos al oír al contramaestre preguntarle a Serafín el porqué de mi silencio, mi compañero le relata la desgracia que sufrí hace años en la Bahía de Cádiz, siento un profundo agradecimiento por mi compañero,  por sacrificar su vida por una misión que me ha llevado por tantas vicisitudes, el tiempo que llevamos juntos ha sabido comunicar lo que mi voz apagada se pierde en el silencio del tormento.
Ya solos en nuestro habitáculo Serafín y yo nos miramos y comenzamos a reírnos sin motivo alguno, disfrutamos un rato de buen humor sintiendo una felicidad al sentirnos vivos y libres, pasado un rato mi compañero me acerca una bolsa de tela en la que con cuidado me muestra un recipiente de barro, he pensado en el vinculo que le une a esta isla que acabamos de dejar atrás, un recuerdo para que no la olvide. Un verol, una planta común en Gran Canaria que me había llamado la atención en mis paseos por los jardines y calles, en más de una ocasión las vi sobre los tejados de las viviendas sin tener tierra firme donde sujetarse, supe de sus propiedades para usar como remedio para las fiebres y calenturas, ahora tan solo disfrutaba de la fragancia de la tierra húmeda de la maceta sin darme cuenta que la emoción brotaba de mis ojos con lagrimas de añoranza y cariño, por lo que atrás dejaba y por un detalle tan simple propio de mi hermano Serafín, ya sabía leer en mis labios y máxime entender la emoción que provocó un gesto tan entrañable para mí.
Los días transcurren con calma, el tiempo ayuda con un sol que bendice con su calor nuestros entumecidos huesos, procuramos durante las primeras horas de cada nuevo amanecer poner en orden los lazos de unión con nuestro Creador, el trabajo y la oración nos mantiene ocupados, empezamos a acostumbrarnos al balanceo del barco, los primeros días fueron duros con intensos mareos y he tenido que atender de heridas y cortes a algunos marineros de cubierta. Una tarde lánguida de navegación he tenido la oportunidad de encontrarme con nuestro capitán Andrea, me ha encontrado sentado mientras escribo mis experiencias a bordo y con un gesto me invita a seguirle a su camarote.
Me quedo por un momento paralizado en la puerta del camarote, luces de colores invaden el habitáculo con amplias cristaleras de colores representando al igual que cuadros transparentes imágenes religiosas de gran belleza y realismo, Andrea nota mi sorpresa y me invita a pasar, me indica que son cristales de la isla de Murano, artesanos de la corte veneciana emplearon su fe y su ingenio para crear tal maravilla, es una amplia estancia decorada con figuras de oro, cuadros y libros que ocupan todo el espacio a la vista, una gran mesa de madera negra en la que mapas, cartas de navegación y útiles de cálculo astrológico me dejan extasiado en un rápido vistazo por la estancia, mientras el capitán me ofrece una copa tallada con un liquido perfumado y aromático, percibo el suave aroma del alcohol con finos aromas de roble y frutas, me siento privilegiado por el honor que me hace para compartir su hospitalidad, me llama la atención los útiles de escritura sobre la mesa, plumas de cisne, muy difíciles de conseguir, intuyo que su dueño es diestro ya que es sabido que del ala izquierda de esta ave se consigue la maestría en la escritura y del ala derecha si el escribiente es zurdo, Andrea al notar mi curiosidad me explica de la fórmula para endurecer la puntas en un proceso de calor con arena y otras formulas quimicas a los que al final se cortan en bisel con un afilado cortaplumas, el capitán disfruta de mi asombro por todo lo que contemplo, en una incesante cháchara me explica de tantas cosas que no puedo evitar asombrarme, sé de vuestra afición por la escritura y he creído compartir con usted uno de mis mayores tesoros.
He dejado la copa discretamente en la mesa, necesito toda mi atención para éste momento tan especial para mí, por un momento me olvido de que navego en un barco, soy el invitado al reino veneciano, un humilde siervo de Dios ante tanta riqueza de arte e ingenio pero aun me queda por contemplar algo realmente asombroso. Un libro de tamaño considerable, sus tapas en piel profusamente decoradas con trama de oro y piedras preciosas, Andrea me mira sonriente y me invita a tocarlo, es una biblia como jamás había visto, su letra de innegable maestría dibujos y decorados de increíble belleza, una joya que apenas me atrevo a tocar, el capitán me explica que es uno de tantos libros copiados en serie, original en todo pero con réplicas iguales.
Tengo que sentarme para recuperar el aliento, Andrea comienza el relato que más me ha impresionado a lo largo de mi vida, hace tiempo, antes de comenzar mi aventura con la marina veneciana me dedicaba al comercio en todas las regiones de Italia, en un selecto mercado llegó a mis manos este magnífico ejemplar de la biblia, soy hombre de Dios, católico y religioso, empleé después de muchos días de trato y negociación la compra de éste ejemplar a cambio de una considerable cantidad de oro, escuchaba su historia sin apenas pestañear para no perder detalle, su origen continuaba con su relato me intrigaba por lo que me propuse averiguar mas sobre el libro que tanto me había costado comprar.
Este libro procede de una ciudad llamada Maguncia en Alemania, su autor se llamaba Johannes Gutenberg, de profesión herrero, platero, e inventor de la imprenta de libros con una prensa de uvas a la que adaptó letras de metal para crear el portento, sustituyó las piezas de madera que con el tiempo se desgastaban por las metálicas con las que imprimió un total de 150 biblias idénticas a ésta, fueron vendidas casi íntegramente al estado del Vaticano.
He visto a lo largo de mi vida increíbles inventos, grandes monumentos y descubrimientos en medicina antes inimaginables, cuadros de magnifica pintura, útiles de todo tipo y avances en la comodidad humana pero no puedo dejar de asombrarme de que todos ellos no sirven para transmitir los conocimientos necesarios entre los hombres, para hablar en la palabra escrita de sentimientos y sensaciones a través de los años, el futuro del mundo dependerá de él legado en letras de los libros, de sus enseñanzas para vidas posteriores en las que otro hombres sepan de conocimientos plasmados en tinta, libros que contarán la historia, hablarán de la vida, de los hombres, del progreso y del pasado pero siempre de un denominador común, de la religión, de Dios nuestro protector y lo más importante, la fe, siempre habrá esperanza en la condición humana.