viernes, 12 de agosto de 2011

CAPITULO, XXVII Aborigen.


                                      CAPITULO XXVII
                                              Aborigen



                                          
           Una gran carcajada resuena en este bosque, me habían dicho que vosotros los frailes erais un poco raritos pero mis cabras no son tan cristianas para que os molestéis en echarles un rezado, risas y más risas, lentamente levantamos la cabeza y sin querer nos unimos a la singular fiesta que este grandullón ha organizado a nuestra costa, nos da unas fuertes palmadas en hombros y espalda dejándome  aturdido a la vez de sorprendido comenzando con su relato.
Mi nombre es Doroteo, aunque me conocen como Teodoro el cabrero, si, ya lo sé, en realidad así fue como me bautizaron y de ahí viene la broma del nombrecito, en mi aldea sigo siendo Artemi, el nombre de uno de nuestros antepasados, ¿sabéis? Ya bajaba de las montañas para reunir el rebaño cuando olí el humo de vuestra hoguera, si no les parece mal compartiré con vosotros un rato tranquilo ya que no es frecuente las visitas por estos lugares sagrados, ¿sagrados? Contestó Serafín, ¿acaso hay alguna ermita o iglesia tan lejos del pueblo? Nuevamente el cabrero sonríe con paciencia y tras una pausa nos señala un montículo de piedras un poco más arriba de donde nos encontramos, ¿veis ese túmulo? Allí descansa el cuerpo de un valiente hermano desde hace muchos años, mis antepasados momificaban a nuestros muertos envolviéndolos en grandes hojas de platanera, se enterraban a poca profundidad y se les tapaba con grandes piedras volcánicas planas con sus cuerpos orientados a la salida del sol, les acompañaban en su viaje al más allá sus utensilios cuando vivía así me lo conto mi abuelo y a él el suyo, conozco muy bien estos riscos y montañas con la compañía de mis cabras y mis recuerdos, yo no le quitaba el ojo a la pértiga que dejó apoyada en la pared de la cueva, Doroteo al darse cuenta nos comentó, tranquilos frailes, no es una herramienta de muerte, mi pueblo siempre lo usa para saltar barrancos y desniveles del terreno igual que vosotros soléis usar un ridículo bastón tan pequeño que mi hijo con seis años lo puede considerar un juguete para matar lagartijas.
Después de un rato de conversación animada sacó de una bolsa de piel a la que llamaba zurrón, una masa de color pardo parecida al barro a la que se dedicó a amasar con las dos manos, cuando ya la tenía amasada nos ofreció a probar, por no despreciarlo comimos con el asombro de su especial sabor, gofio, ese era su nombre, una masa de harina de cereales tostados amasada con aceite combinada con un delicioso queso de cabra y tollos secos, un pescado en salazón que no habíamos probado nunca, un buen vino dulce, de postre higos secos y pasas, incluso nuestro anfitrión mordía una gran cebolla roja que amablemente rechacé.
 Era entrada la tarde cuando retornamos nuestro camino, estábamos entrando en El Real de Las Palmas, en todo su litoral se alzaban grandes murallas de norte a sur con torreones de vigilancia adentrados casi en el mar desde donde vigilaban con celo cualquier avistamiento de barcos con tesoros traídos desde costas americanas así como de posibles ataques piratas, muy frecuentes en estos mares con tripulaciones ansiosas del robo de oro y plata para la corona de Castilla, ya por el camino entablamos conversación con todo tipo de gentes, desde los jornaleros en sus labores de campo así como de ricos mercaderes que se disponían a realizar grandes negocios con la compra y venta de telas y utensilios de todo tipo transportados en grandes carromatos seguidos de criados, lacayos o esclavos estos últimos cargados con grandes fardos, baúles y cajas con las propiedades de sus amos, así transcurrió una apacible jornada de caminata hasta llegar ya de noche a una ciudad animada con mucha gente disfrutando en las muchas tabernas a lo largo del puerto siempre bajo la atenta vigilancia de soldados de guardia.
La fundación de esta ciudad se remonta al año de Nuestro Señor de 1478 concretamente al día 24 de Junio festividad de San Juan, ciudad asentada en las orillas del barranco de Guiniguada donde el capitán de la corona de Castilla D. Juan Rejón inicia la conquista contra los valientes y aguerridos aborígenes, estos, al carecer de los medios para defenderse del ejercito enviado por los Reyes Católicos encuentran refugio en las montañas del pueblo de Galdar situado al noroeste de la isla. Hicieron falta cinco años para someter a sus pobladores en continuos y cruentos combates en los que se perdieron muchas vidas y parte de los misterios de esta raza tan singular, así pues el año de 1483 se incorpora esta isla a la riqueza de España por D. Pedro de Vera, me cuentan de la admiración causada por los conquistadores por este pueblo que prefirió el suicidio antes de ser tratados o vendidos como esclavos.
A pesar de la noche el bullicio en las calles me hace recordar vivencias en tierras andaluzas, la mescolanza de razas distintas en trabajos agotadores que no cesan en su actividad incluso cuando el sol ha dejado paso al reino de las sombras, caminamos distraídos por la calle principal de esta ciudad, Triana, una ancha calle donde al amparo de casas de noble cantería cobijan un floreciente comercio en auge con tiendas donde se puede comprar todo tipo de viandas y utensilios traídos de todos los confines del mundo conocido. Procuramos guiarnos por el alumbrado de candiles de aceite que cuelgan de sus fachadas notando el zumbido de mosquitos y otro tipo de insectos que siembran el suelo y crujen agonizantes al pisarlos con nuestros maltrechos andares, tengo el presentimiento de estar viviendo escenas que ya conozco, no sé como expresarlo pero algo dentro de mi me dice que recuerde un pasado en el que vuelvo a revivir pasadas vivencias atormentando mi cabeza, no quiero recordar o no puedo hacerlo, Dios, necesito de ánimo para seguir mi aprendizaje, el instinto me dice del cuidado por mantenerme cuerdo sin perder la fe en la que he forjado mi vida y mi futuro, me siento cansado, son demasiadas la emociones que agitan mi alma y muchas las dudas por no conocer mi capacidad para entenderlas, me sobresalta mi compañero Serafín al sujetarme del brazo dejándome aún más traspuesto, se queda parado frente a una gran puerta de madera oscura tachonada de filigranas en hierro negro, estamos en una calle transversal un poco alejada del ajetreo de la gente, es mi instinto lo que me mantiene en guardia pendiente del próximo movimiento de mi compañero.
Pedro, me dice con el semblante muy serio, necesito pedirle que confíe plenamente en mi, intento pedirle una explicación pero simplemente me indica con un dedo sobre sus labios mantener silencio, hace un buen rato creo notar que tenemos compañía, me comenta, nos amparamos detrás de una columna donde podemos ver que nadie nos sigue, permaneced aquí al resguardo de miradas y yo os haré una seña para que me acompañéis, noto el latir de mi corazón a mucha velocidad, aspiro el aire del callejón llenando mis pulmones de olores humanos, charcos de orines marcando con surcos la pared donde me refugio, Serafín, a cierta distancia le da unos golpes acompasados en la puerta que vimos hace un rato, pasados unos instantes en los que me siento aterrorizado, mi cabeza no deja de dar vueltas para encontrarle significado a todo lo sucedido, mis sentidos están alerta a cualquier sonido extraño que me saque el miedo del cuerpo.
Una luz espectral amarilla como una mortaja va desfilando lentamente al trasluz de las ventanas del edificio hasta llegar a la puerta en un crujido de llaves y cerrojos que guardan celosamente a sus moradores, apenas se abre en un hilo de luz mortecina que ilumina el callejón para poder ver a mi amigo intercambiar breves y sigilosas palabras con el portador del candil que lo recibe, alza la mano y me indica que le acompañe al interior de la estancia.
Un amplio patio con una fuente en el centro llena mis oídos del campanilleo del agua brotando en un incesante chapoteo, olores a jazmín, rosas y azaleas inundan mis sentidos llenándolos de frescura, unos helechos tan grandes como nunca los había visto cuelgan de cadenas desde el artesonado de madera que circunda el patio con unos balcones tallados de noble madera en el piso superior, nuestro anfitrión me observa detenidamente analizando mi semblante extasiado y sin mediar palabra me abraza como si me conociera tiempo atrás, no dejo de asombrarme en estos momentos por el miedo que he pasado hace un instante y la sorpresa al ser recibido de una forma tan amigable.
Serafín contempla la escena satisfecho y me presenta a nuestro benefactor, Pedro él es D. Francisco Antúnez, un noble anciano, gran amigo y sabio entre sabios, anda Serafín no aburras mas a tu amigo con tanta palabrería, tenéis que reponer fuerzas, asearos y cenar de nuestros humildes manjares, mañana será otro día para poneros al corriente de cómo andan las cosas pero primero sentiros como en vuestra casa, estáis entre amigos, tenemos mucho de qué hablar pero no será esta noche. Interrogo con la mirada a Serafín para que me aclare todo lo sucedido esta noche, confiad en mi Pedro, pronto os será revelado el motivo por el cual nos encontramos en esta casa, mañana tendréis respuestas a todas las dudas que atormentan vuestro animo y podréis decidir sobre vuestro futuro, palabras que dejan un poso de incertidumbre en mi, nunca me han gustado la sorpresas, mi mundo establece unas normas de estabilidad emocional donde no hay cabida para noticias que alteren mis costumbres diarias.
El silencio de la habitación solo se interrumpe por sonidos apenas audibles del crujir de las maderas que cobija, después de un caluroso día es en la noche donde se despiertan los espíritus escondidos para deambular en siseos y ruidos que no se pueden asociar a los humanos mortales, postrado en el camastro paso el tiempo intentando acompasar los latidos de mi corazón hasta ralentizarlo y poder hallar en la paz el preciado sueño que tanto necesito y así poder afrontar un encuentro con mi pasado fruto de la ignorancia de mi niñez y que causara nuevos giros inesperados en la propia historia de mi vida marcando nuevos retos en mi castigado espíritu.
      

   

      

    

viernes, 5 de agosto de 2011

CAPITULO XXVI De los mares y la tierras.





                                          CAPITULO XXVI
                                     De los mares y las tierras




Ha sido una tarde placentera en compañía de estas buenas gentes, la cena transcurrió en una continua cháchara en la que se habló de todo un poco, comimos pescado fresco, vino dulce y de postre probé las delicias del queso con pan y uvas, en la parte trasera de esta casa disponen de un patio con una aljibe central del que hemos sacado agua suficiente para asearnos, ya entrada la noche hemos ido a visitar una pequeña capilla donde rezan los vecinos con gran devoción a la Virgen del Carmen patrona de  los marineros, me llama mucho la atención el fervor que demuestran estas gentes por ser buenos cristianos dedicados por entero al sacrificio a sus familias y trabajos. Ante la insistencia de Paquita y Gregorito hemos hecho noche en una estancia anexa a la casa, a pesar de las disculpas que profesan por la humildad de su morada tanto yo como Serafín nos sentimos absolutamente reconfortados de tal y como se presenta nuestro primer día en esta extraña isla, No he podido conciliar el sueño, el silencio de la noche es tal que me produce un zumbido en los oídos, refresca y el aire me trae olores de pescado en salazón que extendidos en las azoteas se secan al sol, un murmullo continuo de olas arrastrando piedras en las orillas de la costa produce una calma que llena mi espíritu, el cielo no es tan negro como siempre lo había visto, de un fondo azul muy oscuro destacan las miles de estrellas que parecen hacer señales de luz sobre un mundo tan alejado de la sencillez de la creación, es el momento que me siento en paz con Dios, siento un vinculo que me ata a esta tierra de la que me queda por descubrir algunos de sus secretos.    
Dejamos atrás esta curiosa península de La Isleta, caminamos por playas de fina arena para adentrarnos por caminos que van modificando el paisaje, grandes palmeras flanquean los barrancos y sus laderas se salpican de manchas de vegetación agreste, tan solo conozco parte de su flora por referencias a libros que leí siendo muy joven llenando de fantasía mi cabeza, tendría que remontarme a Plinio El Viejo, decía que sus moradores eran pueblos bereberes venidos de las costas de África y se les conocía como canarí, hombres de gran estatura, tez de color claro, rubios y de gran fortaleza física como tribu guerrera, sus anteriores habitantes aborígenes le daban a la Isla el nombre de Tamarant, posteriormente a la conquista supe que, por disposición de Isabel La Católica y por la valentía demostrada por sus antiguos pobladores se la conocería como La Gran Canaria, conquista, imposición, castigo y finalmente muerte, vuelvo a reencontrarme con la crueldad y la masacre absolutista de los que buscan riqueza a base del sometimiento de los pueblos, según las crónicas de la conquista muchos de sus moradores prefirieron el suicidio con orgullo y honor despeñándose desde altos riscos al vacío para evitar la vergüenza de una vida esclavizada de sus cuerpos y almas.
Siento pena por revivir nuevamente historias de muerte en beneficio de la fe cristiana no me siento orgulloso de la conquista por la fuerza de seres humanos a los que no se les da ningún valor simplemente por haber nacido en un lugar remoto y distante con otras culturas borradas por la espada de la iglesia católica, Dios me ampare por manifestar estos pensamientos tan radicales al gobierno reinante, por menos comentarios de los escritos han dado muerte inmisericorde a tantos pueblos enteros, tan solo soy un viajero instrumento de los caprichos humanos, no tengo poder para modificar acontecimientos y mi legado será continuar plasmando vivencias y sentimientos. Han sido largas jornadas de tranquilidad contemplando paisajes propios de un paraíso, sigo sin entender que me puede atraer tanto en esta isla y en estas costas donde solo hay silencio y paz, quizás sea donde me he sentido tranquilo en armonía con la naturaleza salvaje y por consiguiente con Nuestro Creador, me cuesta expresarme con mi amigo Serafín para darle a entender de mi decisión por no embarcar de momento con destino hacia América tal y como habíamos decidido en Sevilla, él con el semblante serio medita durante un rato mientras con el pie va golpeando las piedras que nos encontramos por el camino, me hace recordar una infancia lejana, actitudes que nos hacen evadirnos de la realidad mientras nuestra cabeza piensa cual es la mejor respuesta, es curioso el analizar a las personas simplemente por actos tan simples, verá Pedro, hemos pasado muchas penurias antes de emprender este viaje y fue mucho peor el trayecto en el barco, no he podido recuperarme del miedo tan atroz que pasé durante la travesía por mar así que continuaré a su lado mientras mi cuerpo aguante y usted así lo disponga, he oído de misterios que rodean estos parajes, son gente sencilla poco dotadas de mundo, carentes de las ciencias básicas como leer y escribir pero hay algo en sus relatos que me evocan escalofríos, he hablado con algunos vecinos preguntando quienes eran antiguamente los pobladores antes de la llegada de los conquistadores y la contestación de uno de ellos, el más viejo de los que allí se encontraban fue la siguiente: las respuestas están en las cuevas de Las Coloradas, allá en lo alto de las montañas quemadas descansan los cuerpos sagrados de los legendarios canarios muertos por intentar defender a sus familias y sus tierras de unos barbaros que se hacen llamar civilizados, cuántas veces hemos oído palabras de amor por boca de los que dicen ser cristianos mientras matan a nuestro pueblo con armas de fuego y puñales de acero con los que se ha regado tanta sangre inocente, nosotros somos descendientes de ellos y nombrar a los muertos no es de buen augurio, la rebelión del pueblo canario ha diezmado a nuestros líderes pero en nuestro espíritu crece un alma libre de la opresión de Castilla y su reino de ambiciones y terror. Creí prudente no volver a preguntar nada más sobre sus antiguos pobladores, Pedro, me siento avergonzado a la vez de apenado por inmiscuirme en una curiosidad que no ha cerrado cicatrices en estas buenas gentes.
Continuamos camino distinguiendo muy cerca las altas  murallas que circundan la costa con un Castillete fortificado sobre un islote dentro del mar, estamos muy cerca de donde se encuentran las tropas reales acuarteladas para proteger los intereses estratégicos de la nueva conquista, hemos hecho una descanso para sentir la caricia fría de las olas en nuestros doloridos pies para a continuación adentrarnos en la subida de una pequeña montaña buscando un lugar donde poder contemplar el paisaje, descansar y encontrar refugio de un sol radiante pero abrasador. Otra curiosidad es el contraste de temperaturas con las que nos encontramos, según ascendemos notamos el fresco aliento del cielo bajo una pequeño bosque de pinos que como mudos gigantes nos observan en un silencio solo roto por nuestros torpes andares sobre rocas y mantos de pinocha, el hambre unida al cansancio nos obliga a descansar dentro de una pequeña cueva en la que hacemos una pequeña hoguera para calentar los pocos alimentos que transportamos.
Al poco de comer quedo sumido en un sueño profundo en el que noto la tranquilidad invadir mi mente, sueño o eso creo oír unas campanillas, a lo lejos, distante, ángeles celestiales me dan la bienvenida en cálidos susurros, siento en mis mejillas los besos de sus bendiciones, trompetas de gloria anuncian la llegada de un ejército de paz…pero…ese olor…¿si estoy soñando como puedo sentir algo tan mundano y tan bien conocido?  ¡! Dios me asista ¡¡, ¿cabras?...doy un salto hacia atrás y sin darme cuenta preso del susto tropiezo con mi amigo Serafín dándome un buen golpe en la cabeza contra la pared de piedra, mi compañero mira con cara de asombro y ojos desorbitados a una cabra que lame la suya despertándolo inmediatamente, estamos rodeados de cientos de cabras, ante lo absurdo de la situación nos vemos pegados a la pared de la cueva oyendo el tintineo de sus campanillas y el balido de estas inocentes cabras, poco después también se oye algo distante un sonido poco conocido por nosotros, al principio pensaba provenía de un trompeta hasta que se presenta ante nosotros un hombre de formidable estatura, cabellos largos atados en una cola, un collar de conchas marinas pende de su cuello y su ropa…una especie de falda de lana con una capa que le llega hasta los tobillos cubiertos por unos botines de piel, en su robusto brazo una pértiga parecida a una lanza de caballería del doble de su tamaño con un punzón de hierro en uno de sus extremos y en la otra mano una gran caracola de mar, caemos arrodillados sin poder seguir mirándolo, unimos nuestras manos con la cabeza agachada dispuestos a encomendar nuestras almas a Dios Nuestro Señor, la cabeza me retumba y el silencio se prolonga en unos momento que la agonía me hace sentir preso del verdugo, no sé a ciencia cierta si pude llegar a rezar en rápidos murmullos esperando el golpe final.