sábado, 26 de noviembre de 2011

CAPITULO XXXII, Tu reino, no es de este mundo.

                                           CAPITULO XXXII
                                  Tu reino, no es de este mundo


Siéntese Pedro, tenemos que hablar, así comienza un nuevo e inesperado giro en mi vida que a partir de hoy dejara una profunda huella en mis creencias, una sorpresa para la cual no estoy preparado y más aun causante de torcer nuevamente los pasos itinerantes e inciertos hacia nuevos horizontes.
Veréis amigo, así comienza un relato en el que D. Francisco me ha hecho llamar para tener esta conversación en su casa, pensaba que se trataba de alguna urgencia médica al tratarse de un domingo, terminaba la misa en una pequeña ermita cercana y al salir me esperaba mi amigo Serafín, como siempre con muestras de evidente nerviosismo por el encargo de localizarme cuanto antes.
Nunca me han gustado las sorpresas, afortunadamente mi vida es lo que siempre he querido ser, una persona libre, eso sí, encauzada por distintos motivos hacia la búsqueda del misterio que para mi encerraba desde aquel fatídico día en mi infancia en que se torno como una pesada losa, nuevamente sentado en la biblioteca frente a D. Francisco que con semblante serio me mira analizando cada uno de mis gestos, dándome motivos para sospechar que la conversación es lo bastante grave para llamarme. Percibo los olores rancios de la humedad que desprenden los muchos libros que almacenan los estantes del recinto, ambiente cargado de solemnidad por la historia que nos contempla, abstraído en mis pensamientos me interroga con la siguiente pregunta, ¿ha sucedido algo en el hospital con alguna de las hermanas Clarisas?, me cuesta digerir la pregunta y un resorte en mi subconsciente me advierte del peligro inminente.
D. Francisco nota mi expresión de extrañeza con lo que se levanta pausadamente de su silla y toca suavemente mi hombro, lo sé Pedro, no hace falta que me contestéis, he recibido una carta del arzobispo en la que hace alusión a vuestro comportamiento con las hermanas en la que flota la duda de vuestro buen hacer entre mujeres beatas y dedicadas a Dios y sus misterios, sin saber cómo me he levantado violentamente y he golpeado con fuerza la mesa, han saltado tinteros, legajos, libros, y tan solo mis reflejos han evitado que callera al suelo un crucifijo que he cogido en el aire antes de caer al suelo, mi amigo, se queda sorprendido con la tez lívida por la acción a la que se recobra rápidamente sujetándome por los hombros.
Tranquilo Pedro, todo ha sido aclarado, he hablado con el arzobispo personalmente dando mi palabra ante las sagradas escrituras de vuestro recto proceder, quitando importancia a una sospecha tan descabellada como sucia de vuestra persona, vuelvo a sentarme profundamente abatido, tan solo se me ocurre una pregunta, ¿de dónde viene tal denuncia infame?, D. Francisco me mira y ya no me hace falta la respuesta, ¡¡la madre Begoña!!, ahora entiendo tanto sigilo en su acecho por mis acciones, como es posible tanta maldad, D. Francisco, sonríe, amigo, poco sabéis de los poderes de la iglesia y sus infames tramas para este tablero de ajedrez de la vida, sois lo bastante inocente e incauto para caer mal a quien tan solo persigue oscuros intereses en manejar a sus discípulas, esclavas de Cristo y títeres en manos de esa mujer tan siniestra, tenéis que saber que hace años supe de su destierro a esta isla desde la península, venía desde el norte con recomendaciones de personas muy poderosas en la Corte de Castilla, su deber según llegó a mis oídos era de instaurar el brazo fuerte de la cristiandad en esta isla y por lo tanto con el beneplácito por sus métodos del poder de la iglesia, es una mujer muy peligrosa, capaz de inventar bulos con tal de continuar como una cacique más en una población temerosa, mi consejo Pedro es que evitéis visitar de momento el hospital, me place vuestra compañía ya que últimamente no tenemos tiempo para nuestras charlas, vuelve a sentarse, esta vez con una jarra de ron miel y dos vasos.
Me mira fijamente y me pregunta, ¿Cuándo vais a calmar vuestro espíritu amigo?, si ya me encontraba entre furioso y cansado ahora presiento que un mal mayor está a punto de abatirme más, pero extrañamente me siento derrotado, carente de fuerza y con la cabeza inclinada esperando el golpe definitivo que acabe con mi tormento, para que esperar más, en tantos años no he sido capaz de compartir mi abatimiento, necesito confiar para que me ayuden y de no ser así, que mis días acaben de una vez y para siempre, estamos solos, confío en él, hay momentos en la vida en los que sin saber ciertamente como sabemos o intuimos donde se encuentra esa persona en la que podamos aliviar nuestros temores, quizás vea al padre que perdí siendo un niño y su cara evoque un hombro para apoyar mi cabeza y llorar profundos desconsuelos sintiéndome perdido, sin ser consciente noto mi mano aprisionar la cruz de madera en la que un día tan lejano dedique mi tiempo para que fuera la tumba de una joya misteriosa caída del cielo.
Con calma desato la soga que circunda mi cintura y la deposito en la mesa con la cruz en su extremo, lentamente la empujo hacia mi amigo que se queda mirando sin saber en mi gesto que debe hacer, a continuación, me siento desnudo, es la primera vez en la que me desprendo de mi secreto, veo como mi amigo manipula soga y crucifijo mirándome sin saber cuál es el próximo movimiento, sonrío, me siento aliviado, hago quizás una apuesta la más importante de mi vida, hace unos meses he cumplido venti ocho años, ya casi no recuerdo episodios vividos, nunca he celebrado mi cumpleaños, que mejor regalo sentirme vivo, todos los días son un regalo de Dios, el sol, la lluvia, el viento, recuerdos para sentirme apegado a luchar por hacer el bien tratando de hacer más llevadera las cargas de tantas personas participes en mis caminos.
Con suaves movimientos tomo en mis manos la cruz de madera, negra por el transcurso de los años, sudores y penas impregnan la madera y me cuesta esfuerzo poder sacar la tapa superior para sacar tan preciado tesoro de su interior, han sido muchos años encerrada y parece estar sellada, finalmente, lo consigo, cae de su interior una pequeña pieza oval, la recordaba mas grande, iluso de mi, la última vez que la vi tan solo era un niño, incluso su color ya no es el mismo, la recordaba de un azul tan puro como el manto de la Virgen pintado en muchos cuadros de tan insignes artistas, algo me inquieta, mi amigo no parece sorprenderse por mi descubrimiento, junta sus manos y me mira diciendo, así que se trataba de esto, ahora soy yo el sorprendido, casi no he abierto la boca en esta reunión y no puedo evitar preguntarle, ¿conocéis esta joya?, por supuesto Pedro, eras muy pequeño cuando a raíz de tu misteriosa enfermedad la vi fugazmente en tu mano, tu padre y yo hablamos de ello y prometimos no desvelar su existencia, eran tiempos muy peligrosos para dar una explicación sobre su origen.
D. Francisco se levanta de su silla para traer un fino lienzo de algodón, blanco como nunca lo había visto, según me comenta viene de lejanas tierras, una pieza del tamaño de un pañuelo que ha sacado de una caja de madera, con mimo derrama algunas gotas de ron en el lienzo, frota suavemente la joya para quitarle las impurezas con las que el tiempo, la humedad y restos de suciedad impiden apreciar su color original, la emoción se hace palpable en la biblioteca, después de confesar que ya había visto esta gema me siento mucho más tranquilo en su compañía, quizás el pueda aportar alguna luz sobre su origen y averiguar el significado de unas minúsculas letras talladas en su superficie, palabras que me han perseguido golpeando mi subconsciente, causa de pesadillas en mis noches, tormento en mi alma y casi la causante de tantos quebrantos por los que he padecido.
No puedo permanecer sentado, estoy a punto de volverme loco mientras examina con detenimiento mi preciado secreto, doy suaves golpes en la mesa para saber de su explicación al respecto. Con calma, vuelve a depositar la gema en el pañuelo y me mira estupefacto, Pedro, en mi vida había visto algo tan extraordinario, no me atrevo a decir que esta joya sea obra de un orfebre, incluso no entiendo el idioma de estas misteriosas letras y símbolos, necesito tiempo si queréis mi ayuda, nada me complacería más, conozco a alguien de mi absoluta confianza que seguro pueda aportar alguna pista sobre este objeto, puede que se trate no de una joya, quizás sea una llave para llegar a descubrir alguna civilización muy por encima de todo lo conocido, francamente creo que esta joya no es de este mundo, bien sabéis de cuando apareció en vuestra mano aquel día tan lejano en el tiempo estuvo a punto de matarte, lejos de tranquilizarme con su explicación noto mi corazón saltar en mi pecho haciéndome sudar con el miedo a recordar tantas pesadillas infernales.
Ha caído la noche sin darnos cuenta, hemos consultado libros procedentes de tan magna biblioteca, hemos buscado símbolos, letras, mapas, dibujos y todo lo relacionado con otras culturas, libros prohibidos por la cristiandad, tan solo si alguien nos descubre es suficiente motivo para causarnos la muerte y el tormento en manos de los verdugos de la iglesia, ya de madrugada nos hemos retirado a descansar, agotados mentalmente sintiéndonos cómplices por poseer algo que no tiene explicación. Por primera vez me duermo agotado por tantas emociones, mañana o en los días siguientes intentaremos averiguar este misterio.    
  
            
                                                        
                       
        

jueves, 17 de noviembre de 2011

CAPITULO XXXI, La loba.

                                         CAPITULO XXXI
                                                   La loba


Hemos andado un trecho por calles sumergidos cada uno en nuestro propio malestar después de una entrevista tan desagradable hasta que Facundito se para en seco y con el ceño fruncido me pregunta, ¡decidme Pedro! Con que preparasteis la infusión para ese jodido mariquita, no me preguntasteis ni me pedisteis ninguna hierba.
No puedo dejar de sonreír al mostrarle los restos de unas hojas que mantengo en mi mano…pero…¿acaso no conocéis esas hojas?...después de un rato en el que se queda atónito contemplándolas suelta una carcajada tan fuerte que le obliga a doblarse sujetándose el estomago con las dos manos, busca una pared cercana dando tumbos y continúa riéndose hasta saltarle las lágrimas sin poder contenerse, visto el espectáculo no he podido resistirme en reírme con él hasta desfallecer, los transeúntes que se han cruzado delante de nosotros aumentan el paso y viejitas beatas hacen la señal de la cruz al vernos pensando que estamos borrachos o simplemente trastornados, Dios me perdone pero que sano ejercicio es la risa contagiosa y cuanto tiempo hacía que no lo disfrutaba con tanta felicidad, así estuvimos sin poder controlar la hilaridad que nos producía incluso meses después cuando nos enteramos del final de una golfería de la cual nunca me arrepentiré, evoqué momentos de mi infancia cuando las travesuras más inquietantes me hacían pensar en las bondades de la vida.
Como ya adelanté meses después me reunía con Facundito tan solo para poder seguir escuchando una historia que pasaba de boca en boca como una infección que tuvo lugar aquel fatídico día. Al poco tiempo de salir del hospital también hizo lo mismo D. Graciliano, por lo que me enteré vivía en una ciudad próxima llamada Telde, algo alejada de la capital a la que acudía semanalmente a entrevistarse con la hermana Begoña, D. Graciliano, ya en las afueras de la ciudad fue preso de unos apretones de barriga tan fuertes que no pudo tan siquiera poder bajar de su lujoso carruaje, se le aflojaron las tripas embarrando sin remedio sus lujosos pantalones blancos, tan ceñidos que  parecían chorizos rellenos de crema, sin poder moverse, con el traqueteo de la carroza cuentas que sus sirvientes hicieron gala de mucho valor para ver el espectáculo en aquella letrina ambulante, así estuvo nuestro amigo revolcándose en su propio orgullo durante tres días achacando su malestar al calor y a una vida libertina de la cual omito detalles, no volvieron a ver la calesa que fue sustituida por otra más sencilla suponiendo que la anterior fuera pasto de una hoguera por lo imposible de limpiar tamaña hediondez. Solo se trató de una broma urdida por unas hojas de alto poder laxante para escarmentar a un pequeño pájaro que se creyó un día tan superior por su estirpe y linaje para poder burlarse de simples hombres humildes.
Mi vida nuevamente se veía inmersa en la rutina del trabajo con hombres y mujeres sin rumbo en sus miradas, conversaciones agotadores de mentes enfermas a las que no les preocupaba nada ni nadie, dementes espectrales vagando por estancias sin muebles, patios de altos muros para que el aire, el viento y el sol les hicieran recordar su espacio en la vida dentro de sus limitadas mentes, para que algún hilo invisible tirara de la conciencia de sus vidas y las rutinas que les dieron sonrisas y trabajos. No todo era tan triste, compartía de vez en cuando ratos de compañía con un buen grupo de monjas clarisas que nos ayudaban en alimentarlos, darles aseo personal o simplemente acompañarlos por los fríos pasillos, recuerdo la primera vez que las vi, pensaba que los ángeles existían tal y como los había visto tiempo atrás en cuadros de impresionante belleza, sus caras blancas como la nieve y siempre sonrientes ajenas al drama con el que vivían estos enfermos, procuraba siempre compartir sus bromas, reírme siempre en su bulliciosa compañía, nunca asistían las mismas monjas por lo que, con el tiempo llegue a conocerlas a casi todas.
Transcurrían las estaciones con pocas variantes en el clima templado de esta tierra que con sus rayos de sol alimentaban mi alma y provocaban una sonrisa por la vida sencilla en las ocupaciones diarias, en mis pocos momentos de descanso en soledad me dejaba ir por la contemplación absorta por todo lo que me rodeaba, fruto de ello llegue a ver en varias ocasiones entre las sombras de los arcos una presencia oscura, la figura espectral de la madre Begoña de la que distinguía sin duda una mirada como la brasa en la hoguera, que muy lejos del calor provocaba inquietud y temor en mi alma, Dios me perdone por confesar las dudas como soldado de Cristo en una mujer dedicada a la fe pero quizás sea la intuición, la experiencia o el miedo que confieso sin pudor no dejaba de inquietarme, más allá de que hubiera averiguado la broma pesada de mi acción había algo mas oculto en su persona y como curioso me propondría intentar averiguarlo para salir de mis dudas.  
Una tarde terció en mi paseo encontrarme en las proximidades de una taberna, hacía un calor asfixiante, necesitaba descanso y saciar la sed de mi dolorida garganta, el día se terció de un color amarillento, cargado de polvo como espesa niebla en la que no se podía ver más allá de unos pocos pasos, absorto en este fenómeno sentí una palmadita en la espalda de un lugareño que con aliento a ron y boca desdentada me decía que no me preocupara, se trataba de la calima, vientos procedentes de África portadores de polvo en suspensión traídos desde tierras infieles, hay quien dice según relataba que las bestias se vuelven peligrosas con estos vientos y que incluso los locos tienen episodios de extrema violencia en estos días tan antinaturales.
No se preocupe padre, me decía, no hay mal que cien años dure ni nadie que los aguante, entre risas y un sonoro eructo sellamos una amistad para compartir mesa y unas rondas de buen vino de Tafira con queso de Guía y pan de puño de Ingenio, lo mejor de Gran Canaria y tiempo para disfrutarlo, así comenzó una reunión entre afiliados al buen caldo etílico y las grandes conversaciones donde empecé a enterarme de los cotilleos que se cocían por aquellos lares.
Con mi compañera inseparable y paciencia infinita solo tuve que asociarme con el dueño de la taberna para formular las preguntas necesarias para animar la conversación, bien es sabido que para pescar tienes que ofrecer un buen cebo, el resto lo consigue la espera y las muchas ganas de la gente por despellejar a cualquiera y criticar de cualquier cosa, Pacuco era el nombre del dueño y de los pocos que casi sabían leer para ayudarme a comunicarme con la parroquia, pagaría algunas rondas y a escuchar con oído fino, bien es sabido que los niños y los borrachos hablan verdades.
La loba, menuda perra esa jodía, así con esas palabras definía Nicasio a la madre Begoña, al notar mi mirada de espanto Nicasio me pide disculpas con una mirada carente de arrepentimiento, solo por la cortesía de tener delante a un fraile de Jesús, vera Pedro me dice, no sé ni me importa lo que le habrá contado Facundito pero aquí no perdonamos ni olvidamos. Hace pocos años Facundito a quien se conocéis fue al hospital buscando ayuda para su única hija Consuelito, la pobrecita no era precisamente muy agraciada, además de fea caminaba con un bamboleo ya que una de sus piernas era más corta que la otra, ayudaba a su padre en las labores de la casa sin la esperanza de encontrar varón para dejar descendencia, por ello y con gran pena su padre decidió meterla a monja y que así siempre pudiera tener pan y trabajo cuando él le faltara.
Fueron momentos muy duros para Facundito cuando esa loba le exigió una dote más generosa para poder aceptar a su hija entre su rebaño, lo humilló dándole a entender el poco valor de su hija por estar discapacitada para trabajar, según nos contó Facundito las bestias del campo hubieran tenido mejor trato que su propia hija. Tiempo después un día al regresar a casa se encontró a su hija colgada de una soga balanceando de una viga en el techo. Me he quedado mas mudo si se puede con este relato tan escalofriante, siento un zumbido en la cabeza propio del vino y del propio tormento que niega en mi subconsciente lo que acabo de escuchar, no puedo disimular el profundo asco que me sacude y en un fugaz salto del taburete me veo en la puerta vomitando todo lo que revolvía mis tripas, lagrimas y estertores me acompañan a tumbos por callejuelas sintiendo los latidos en mi cabeza como martillos de herrero.
Días más tarde intento digerir los episodios de la vida, mi admiración y mi pena por Facundito, la fortaleza para poder superar episodios de odio difíciles de olvidar,, la capacidad del hombre por superar la desdicha de los acontecimientos de la vida diaria, mis propias dudas por continuar mis propias convicciones a sabiendas que tan solo soy una marioneta manejada con hilos invisibles de mi fe por la bondad y el bien de todos los que compartimos el largo camino hacia la muerte, incluso esto último de leyes infames por la cual la pobre Consuelito no pudo descansar en terreno bendecido en digna sepultura, no le perdonaron la valentía o la cobardía de suicidarse en esta tierra de leyes con distinto calibre según la bolsa de monedas que portes, me pregunto si Dios tiene tiempo suficiente para dar bendiciones y castigos a todos los que no encuentran entre sus palabras y acciones su infinita gracia. Este relato lo he podido escribir después de un tiempo en el que vuelvo a dudar de mi camino, de encontrarle sentido a mis acciones y continuar cargando con la pesada losa en mi conciencia, mi secreto, creo que se acerca el momento de intentar descubrir la verdad sobre mi infancia y pedir ayuda a los que me están demostrando ser dignos confesores de mis angustias.     



  

viernes, 16 de septiembre de 2011

CAPITULO XXX, Hospital de San Martín.

                                        CAPITULO XXX

                                   Hospital de San Martín











Una mañana emprendí camino a través de la calle principal de Triana camino a las obras en construcción de la catedral de Santa Ana para después continuar calle arriba hacia el Hospital de San Martín donde se atendía a los enfermos y necesitados de la ciudad, una carreta tirada por una mula pasaba a mi lado transportando a los enfermos que a él acudían a diario, por el camino observo a los que me salen al paso y por sus vestimentas y aspecto deduzco de sus oficios, hay un sector social que se distingue del resto y es el de carniceros, matarifes, verdugos y embalsamadores, se les distingue por llevar el cabello muy corto, ello define su profesión impura al estar en contacto con sangre y con cadáveres.

Por el contrario los marineros más veteranos dejan crecer cuanto más mejor el cabello, muchos de ellos se dedican a este oficio por necesidad llegados de tierras adentro donde ni siquiera han conocido nunca el mar, al no saber nadar y en el caso de caer de las embarcaciones el pelo normalmente queda flotando al hundirse el cuerpo por lo que sus compañeros al percatarse tiran de ellos para salvarlos, es curioso que en algunas acciones arriesgadas de la vida cotidiana se suele decir “te salvaste por los pelos”.

El calor aplasta mi ánimo, llevo muchos días sin caminar las agotadoras jornadas a las que estaba acostumbrado, aprovecho para sentarme en un muro de piedra próximo a las obras de la catedral y al rato algo me llama poderosamente la atención por simple que parezca. En el barco que nos trajo a esta isla de Gran Canaria escuché con atención las vivencias de un hombre inclinado de espalda con un parche en el ojo, éste lo perdió por culpa de su oficio, tallador de piedra. Sólo fue un instante en el intercambio de saludo con apretón de mano con otro hombre, había visto antes ese saludo en la casa de D. Francisco, me llamó la atención por lo peculiar del saludo, también eran masones o iluminados y se identificaban con un saludo fugaz pero perceptible a un observador paciente.

De una calle adyacente veo una calesa tirada de un blanco caballo con porte orgulloso, a las riendas un elegante lacayo de fina librea negra sentado en el pescante al que solo distingo por su sombrero de tres picos que corona su blanca peluca muy al estilo de la nobleza, el carruaje de finas tallas se adorna con filigranas de oro con reflejos que deslumbran en esta placida mañana, siento la pereza de la caminata pero recuerdo que, en la botica me espera Facundito que es como se le conoce cariñosamente al herbolario que dispensa todo tipo de hiervas medicinales, cremas, afeites, aceites balsámicos y todo tipo de remedios para curar los males del cuerpo, en su trastienda también atiende en la venta de preparados que según él valen para los males de amores y para espantar malos espíritus, curioso mundo este en el que los incautos con unas monedas venden su conciencia para fines no siempre lícitos. Facundito es muy conocido por todos, D. Francisco le ha dado instrucciones para que me acompañe hasta el hospital y haga las presentaciones oportunas a quien se encarga de la administración de las tareas.

Vamos llegando calle arriba ya muy cerca de la entrada, nos sorprende ver la calesa que vi hace un rato esperar junto al lacayo en sus puertas, sin duda se trata de una visita muy especial, una escolta de soldados se mantienen firmes a la espera de tan importante acontecimiento. Le pregunto por señas a Facundito si sabe lo que sucede, éste me mira de soslayo, vuelve a mirar al frente y si dejar de masticar escupe sonoramente un liquido viscoso y negro como el carbón, mastica una bola de hoja de tabaco que ennegrece su dientes y le da un aliento apestoso, sin duda se trata del benefactor del hospital, me dice sin parar de masticar, continuamos caminando y pienso en el parecido con una cabra, incluso por su peculiar olor.

Somos recibidos por una anciana que nos invita a sentarnos en un banco a la entrada, una pequeña habitación con paredes que un día fueron blancas, en ellas quedan huellas de las fatigas de sus anteriores visitas, una ventana estrecha con barrotes de madera y un cuadro de la Virgen del Carmen, hace un rato a pasado Facundito a otra sala contigua donde me imagino hace un preámbulo a mi presentación, mientras me entretengo viendo las moscas zumbando con su peculiar aleteo dando vueltas alrededor de la habitación e incordiando al posarse sobre mi cara. Una voz de mujer me llama la atención y me saca de mi trance de espera, agudizo mi oído para escuchar con mayor detalle. Como se os ocurre Facundito traer un ¡¡fraile tarado!! increpa la mujer, sólo es mudo y no carece de otras grandes virtudes contesta Facundito con una voz temblorosa, eres un inútil y un pobre desgraciado, contesta la mujer, anda trae a ese frailecito mudo, espero no sea tan imbécil como tú. Confieso de mi temor al cruzar el umbral de la habitación contigua, Facundito con la cabeza gacha no para de retorcer un sombrero que hasta hace un momento lucía con gallardía sobre su pelada y blanca cabeza.

A diferencia de la antesala, éste es un espacio amplio y en penumbra sólo iluminado por unas velas que danzan en su llama penitente el ambiente cargado de tensión en la que nos encontramos, al fondo de la sala y a cierta distancia una mesa de oscura madera negra atestada de pliegos y manuscritos, libros ajados con olor a humedad y un crucifijo grande de oro hace guiños con su brillo al reflejo de la poca luz que lo ilumina, detrás de la mesa solo distingo una figura de oscuros ropajes, una monja, una cara delgada, pálida y ojerosa donde solo distingo una mirada penetrante a la que solo veo un instante por el temor que me produce, frente a la mesa dos sillas ornadas con tallas doradas y tapizadas de terciopelo rojo, un hombrecito canijo mueve sin parar un blanco pañuelo de encaje que ha sacado graciosamente de la manga de su levita, percibo un aire un poco afeminado en sus gestos y noto su mirada recorrerme de arriba abajo sin ningún tipo de pudor ni respeto a la vez que concluye tapándose la nariz en un gesto de repulsión por mi persona, Facundito sin levantar la cabeza me presenta como un voluntario para aliviar el peso de tantos enfermos del hospital San Martín en el que nos encontramos, me sobresalta la voz de la monja que se identifica como la Madre Begoña, de la orden de las Clarisas y encargada de todo lo concerniente al buen funcionamiento del hospital, a su lado, el sobrino del arzobispo de la Diócesis Canariense D. Graciliano de la Vega y Tres Campos, benefactor de la institución y quien aporta el capital necesario para el mantenimiento de las instalaciones con amplios dispendios económicos de su propio peculio.

La madre Begoña entrelaza sus dedos sobre la mesa con la siguiente frase, posiblemente no seréis tan tonto como vuestro acompañante, me dice, iréis a cuidar de los deficientes mentales en el ala oeste, quizás descubramos algo que sirva en vuestro piadóso corazón de fraile, de momento les pido que abandonéis esta habitación, el olor que desprendéis no es grato, tengo que continuar despachando asuntos prioritarios con D. Graciliano, éste levanta con gracia su mano y sacude su pañuelo como despedida.

Por cierto, nos interrumpe poco antes de salir con premura, Facundito, prepare una infusión para mi huésped, ¿seréis capaz de hacerlo?...el sombrero de facundito sólo es un guiñapo de tela retorcido a causa de los nervios y el sudor que transmite su cuerpo, al salir le indico donde está la cocina y que me espere, al rato le traigo una taza de infusión a la que sorprendido me mira, le indico que se la lleve a D. Graciliano.

Salimos lo más rápido que podemos de la entrevista para intentar ver nuevamente el sol de la calle, Facundito, empieza a recobrar el color de su cara secándose las gotas que escurren copiosamente por su cabeza, me agarra del brazo y con cara de furia se enfrenta a mi mirada. Quiero que sepáis que me une una amistad con D. Francisco al que le debo incluso la vida cuando llegué hace años a esta isla, sólo por él he dado la cara para venir aquí, os ruego que a partir de hoy no volváis a pedirme tamaño sacrificio, prefiero limpiar de estiércol a mediodía en un establo a permanecer más tiempo en este antro de gentuza. Confieso que hacía tiempo no me sentía tan humillado y con mi autoestima tan dañada, ¡¡un tarado!! Eso es lo que me ha llamado, pienso para mi, Dios en su infinita piedad había dirigido mis pasos a este lugar y ciertamente no había encontrado la hospitalidad a la que estaba acostumbrándome, daba vueltas mi cabeza pensando sin acordarme la rabia contenida en mi acompañante Facundito, mantenía su mano agarrándome el brazo con furia mientras al hablar escupía saliva y sus ojos estaban fuera de sí, permitidme deciros algo Pedro, hemos sido unos borregos al servicio del clero y la nobleza, ¡¡una infusión!! además de apaleados, humillados por esta monja arpía ¡¡Diossss!!.

Ahora soy yo el que le indico que se calme, le paso un brazo por encima de sus hombros y le invito a seguir paseando para poder enterarme que se esconde tras la ira desmedida del boticario, algo me hace pensar de oscuros designios ocultos tras los muros de este hospital, refugio de enfermos, mutilados, locos, mendigos y todo tipo de gente despreciada al encierro como simple solución a limpiar las calles de escoria social, siempre mal vista por los que con los bolsillos y el estomago lleno nunca se han preocupado de la enfermedad más terrible, la perdida de la fe y las enfermedades del alma, lamentablemente creo pasarán muchas civilizaciones destruidas para que se den cuenta de la maldad humana.  


miércoles, 7 de septiembre de 2011

CAPITULO XXIX Vergüenza

                                        CAPITULO XXIX

                                               Vergüenza











No recuerdo el tiempo que permanecí arrodillado en la habitación donde me hospedaron, tan solo me dejaron las huellas en mis maltrechas rodillas con heridas cortando la piel, en un estado de semiinconsciencia no podía dar crédito a todo lo que ahora rondaba por mi cabeza, fueron unos días muy difíciles, apenas salía de la habitación y tan solo me alimentaba con lo mínimo que mi estomago aceptaba digerir, bebía y comía sin ser consciente de ello hasta que caí en un profundo sopor que me hizo caer en la total inconsciencia, mi cuerpo volvía a flotar en un torbellino oscuro donde los demonios me arrastraban sin fuerza física enredando en mi mente imágenes que solo de pensar me ponen los vellos de punta por el terror que me producían.

Desperté días después en un camastro debilitado según me dijeron victima de fiebres y calenturas enfermizas en las que gesticulaba en sueños con arrebatos de furia, según D. Francisco de mis labios solo podía entender algunas palabras ya que el lenguaje utilizado lo desconocía. Con el tiempo este capítulo fue olvidado, con prudencia le pregunté a mi anfitrión que pudo aclarar de lo sucedido y con una tranquilidad propia de su carácter me dijo que todo había sido producto de un viaje muy peligroso por mar, las carencias en mi exigua alimentación, el cansancio hasta la extenuación y las emociones sufridas al desvelar una historia trágica por la muerte de mi padre provocó la reacción natural en mi mente y en mi cuerpo.

A partir del día que me sentí con ánimo continuamos conversaciones en un terreno aledaño a la casa a la sombra de árboles frutales y jardines de intensos aromas, tan solo el zumbido de abejas y el sisear de lagartijas interrumpían nuestros pensamientos, recuerdo que tenía algunas dudas sobre lo que me había contado y no encajaba en mis propias conjeturas, una de ellas era que mi padre siempre se preocupó de mantenerme alejado de libros y enseñanzas que no tuvieran que ver con las labores propias de la casa, cuidar del ganado, cultivar la tierra y cuidar de mis hermanas.

D. Francisco me invita a sentarme y me dice, eran tiempos muy difíciles para todos, vivíamos con el temor de que nuestras acciones llegaran a oídos de la iglesia, trabajábamos en la clandestinidad, tan solo estaban libres de acusaciones infundadas aquellos que ignoraban cualquier indicio de sabiduría o los que simplemente se sometían a un destino de esclavitud mental y física, vuestro padre prefirió por vuestra seguridad no haceros participe de los secretos celosamente guardados por nuestra logia.

Tengo otra pregunta que necesito me aclare, recuerdo a un caballero de alto porte a lomos de un caballo negro a la cabeza de un pequeño ejército precedido de una procesión de plañideras vestidas con oscuros ropajes, yo era tan solo un muchacho y no se a ciencia cierta si fue un sueño producto de mi imaginación o realmente viví lo que os cuento. No, Pedro, vuestra memoria ha grabado en tu corazón el episodio donde se fracturó definitivamente la escisión de vuestra vida, el caballero en cuestión viajaba desde Toledo para buscar en vuestro pueblo al protagonista de un rumor que había llegado hasta la corte y a los poderes ocultos de la Santa Inquisición. España es un país ávido de misterios, milagros y señales por las que se comercia con la fe de la cristiandad, cualquier excusa para imponer los oscuros intereses de la corte y mantener con firme convicción que tan solo los fieles seguidores de la palabra de Dios podrían acceder tras su muerte la llegada al cielo de los justos. Hasta mis oídos llegó la historia que una tarde de verano con un cielo despejado de nubes un muchacho fue alcanzado por un rayo hasta dejarlo inconsciente, con esta frase evito la mirada de D. Francisco por retomar una inquietud que arrastro durante toda mi vida.

Necesito cambiar el rumbo de la conversación y aprovecho para retroceder hasta el momento que desfallezco a pie del caballero negro que es como siempre lo he llamado, decidme D. Francisco, si sospechaban de un muchacho protagonista de ese rumor como es que me trasladaron hasta una abadía de monjes jesuitas. Verá Pedro, los caminos del señor son inescrutables y misteriosos en sabiduría por sus enseñanzas, el caballero negro como lo llamáis no se percató esa noche de la posibilidad de que vos fuerais el protagonista del misterioso rayo, vuestro padre me informó de lo sucedido y aprovechamos la situación para poneros a salvo con monjes simpatizantes de nuestra logia, al tiempo tramamos el rumor de que vuestro padre había aceptado vuestra venta por unas monedas y preservar vuestra vida a costa del sacrificio de perderos para siempre pero con la garantía de encomendar vuestros pasos hasta volver a encontraros.

Tiempo después continúa con su relato, el caballero D. Federico Arguelles del Toro fue llamado nuevamente para partir a tierra santa a combatir a los moros, lo último que recuerdo por soldados que sobrevivieron a una guerra tan cruenta es que fue degollado a los pies de una muralla por un caudillo infiel tan salvaje como ánima de los infiernos, a partir de estas noticias todo se fue olvidando quedando tan solo fantasías y cuentos que se suelen contar a los niños para asustarlos por las noches y evitar caminen por los solitarios caminos de las comarcas.

La vida de vuestro padre se convirtió en su propio infierno, nunca se perdonó el no poder haber dado con vuestro paradero, perdimos vuestra pista y tratamos de cuidar nuestras vidas ya que la sospecha de la iglesia había puesto sus ojos en toda la región. Fue el preludio de su muerte, no voy a negar que se entregó a la bebida, disponía de un capital lo suficientemente grande para vivir sin problemas pero una gran parte de su riqueza la dedicó a la ayuda de los más necesitados, producto de sus acciones, por envidias y ambiciones cercanas una noche fue apresado por malhechores mercenarios para sonsacarle información y robarle, sabéis de su corpulencia y gran fuerza física, os parecéis mucho, hicieron falta más de ocho hombres para reducirlo y en el forcejeo un puñal encontró finalmente el corazón del hombre que más he admirado en mi vida.

A partir de esa fatídica fecha decidimos disolver la sociedad hasta encontrarnos en lugar seguro, muchos de nosotros éramos comerciantes, artesanos, carpinteros, escultores y de profesiones tan variadas como nuestras culturas, ahora estamos repartidos entre estas islas que son colonias españolas pero abiertas al mar con la finalidad de encontrar posibles vías de escape hacia otros mundos, procesamos la misma religión de la que hacéis gala pero sin el sometimiento del puño de los que han hecho de la religión un instrumento de poder contra el ser humano, somos proscritos ante la ley actual además compartimos nuestros conocimientos con otras religiones prohibidas, entre nuestros muros aprendemos de judíos, islamistas, luteranos y un sinfín de creencias en un marco de tolerancia y respeto, el Dios que veneramos adopta diferentes nombres según sea el país de origen pero la base de todo es la evolución de los hombres con leyes y estudios sobre todo lo creado. Empezaba a comprender los años de mi infancia entre los muros de la abadía donde estudie incansables horas tantos y tantos libros con los que pude viajar a otros mundos lejanos a través de la mirada de quienes escribieron para explicarlo, nuevamente recuerdo una frase que quedó gravada en mi mente, “reten lo que vivas, no olvides lo que veas y escribe lo que sientas”.

No siempre he podido transmitir en lenguaje escrito tanto conocimiento de lo que me rodeaba y a partir de las conversaciones mantenidas con D. Francisco me he dado cuenta de tantos errores que he cometido en mi agitada vida, que para aprender de todo lo visto me hacen falta varias vidas de estudio y reflexión, siempre había sentido la curiosidad del porqué los reyes, sabios, consejeros y hombres poderosos tenían una edad tan avanzada, la respuesta es la experiencia y la calma que concede la edad para saber en todo momento cual es la mejor decisión a tomar en base a sus propias vivencias y el aprendizaje que te concede el estudio de la propia vida. He tenido largas jornadas en las que no me acompaña mi libro para plasmar las conversaciones, no puedo resistir la tentación de simplemente escuchar para su posterior análisis, es curioso Dios en su grandeza me privó del uso de la palabra para agudizar mi sentido de la vista y el oído, en muchas ocasiones escucho conversaciones a distancia y los propios interlocutores llegan a pensar que, por no hablar también carezco del sentido del oído, curioso mundo a través de mis andanzas por tantos caminos del mundo.

Mi actual vida no dejaba de atraerme, continuaba con mi rutina de oración y estudio a la par de disfrutar de largos paseos escuchando lecciones que me llevarían años escribirlas en mis paginas, tenia periodos de tiempo en los que nuevamente caigo en un éxtasis en los que mi mano adquiere su propia vida en un loco garabatear de letras, frases y diálogos que más tarde tengo que repasar sin acordarme de haberlos tan siquiera pensado, estos episodios siempre han sido posteriores a las crisis de ansiedad y temor que he padecido, es como si mi mente encontrara una vía de escape para calmar mi agitado espíritu.

Volvía a sentir la inquietud de abandonar los muros que coartaban mi afán por ser útil a enfermos y necesitados y así se lo hice saber a D. Francisco y posteriormente a mi compañero Serafín al que había evitado sabiendo de su carácter introvertido y sentirse culpable de tantos momentos en los que con taimada astucia supo encaminarme hasta donde hoy era nuestro refugio.  

              

viernes, 2 de septiembre de 2011

CAPITULO XXVIII, Illuminati



      



    

                                           CAPITULO XXVIII

                                                     Illuminati



       

Una brisa con olores procedentes del mar me acompaña en un nuevo día, aun es muy temprano y el astro rey no empieza a despuntar sobre la tierra que habita el hombre. Oraciones del alba, meditación y rezos, plegarias y ruegos a Dios para que me siga acompañando en esta isla misteriosa, una modesta habitación de gruesos muros y techos de madera envejecida por el tiempo. Procuro no hacer ruido y mis oídos están atentos a cualquier sonido procedente de la casa, mi mente intenta desenredar de mi cabeza los diferentes tonos para separar lo natural de los que produce el propio hombre, solo se trata del instinto de supervivencia, percibo el roce de una cortina contra el bastidor de la ventana, suave, ligero, acompasado del aire con olores salinos y cantos cercanos de grillos procedentes del jardín, concentro mi atención en un sonido distinto, el golpe hueco de alguna vasija de cerámica como una campanilla ahogada, no estoy seguro pero no puedo continuar en esta habitación, estoy acostumbrado a dormir breves espacios de tiempo con la única finalidad de descansar mi atormentado espíritu y poder acallar las voces que se apoderan de mi cabeza, últimamente me he olvidado de ellas y también me siento más seguro y sosegado de mis propios temores, esta cruz que cuelga de mi cintura como el ancla que me lastra hasta profundos abismos que no entiendo.

Bajo las escaleras para encaminarme hasta donde una tenue luz me guía en el resquicio de una puerta, el fresco de la madrugada hincha mis pulmones de energía y buen humor, un olor de infusiones aromáticas embriaga mis sentidos al acercarme hasta donde supongo se encuentra la cocina de esta casa desconocida.

Pasad, pasad me dice Don Francisco con una amplia sonrisa en su cara, tenéis buen aspecto me dice mientras sujeta mis manos con las suyas y me mira directamente a los ojos, sentaros a la mesa os preparare una infusión para calentar el estomago, los demás aun duermen, es muy temprano y llevamos mucho tiempo esperando vuestra llegada entended que por fin veamos una nueva esperanza a tan larga espera.

Ya frente a mi lo contemplo intentando ver en su expresión alguna pista que desvele tan inquietantes y misteriosas palabras pero solo encuentro una paz desconocida en su expresión y una risita sincera cuando me confiesa que no hace falta que utilice la pizarra que siempre me acompaña para intentar una conversación, puedo leer vuestros labios me confiesa, a lo que yo me quedo perplejo y anonadado ¿leer mis labios? ¡¡Qué clase de magia es esa!! Sin pensarlo no he podido evitar pronunciar lo primero que siento con autentica cara de terror, desplazo bruscamente la silla donde me siento y sudoroso me apoyo contra la fría pared de la cocina. En ese preciso instante se abre la puerta y entra como un torbellino el hermano Serafín, atónito contempla la escena buscando con la mirada el origen del ruido ocasionado, D. Francisco sin ni siquiera alterarse con ambas reacciones tan solo levanta la mano derecha y sin más explicaciones                   consigue que Serafín incline la cabeza a modo de disculpa y abandone la estancia sin abrir la boca, oigo murmullos en el exterior de varias personas hablando en voz apenas audible entre ellos, preguntándose qué sucede y un expirar de sonido para mantener silencio, a continuación pisadas alejándose fuera de la puerta.

Ruego me disculpéis Pedro, por favor sentaos y dadme la oportunidad de explicarme, tengo muchas cosas que contaros y sé que serán de vuestro interés, todo esto lo dice con una voz que transmite calma en mis alterados nervios, poco a poco crece en mi la curiosidad por este extraño hombre, sus cabellos blancos como la nieve me hacen pensar en una edad avanzada, su mirada es limpia y sus gestos pausados, propios de una persona acostumbrada a mandar y con una seguridad en todo lo que hace, sus manos no tienen callos por lo que deduzco no se dedica a labores de campo y su piel blanca propia de permanecer a la sombra del intenso sol con el que Dios bendice cara, le increpo nervioso diciéndole que mi padre me vendió como Judas por un puñado de monedas dilapidándolas en tabernas y mujeres de la calle, arruinando a mi familia y dejándome en el olvido como a un perro abandonado, se toda esa historia, la conozco, no hace falta que me torture con el recuerdo de un bastardo al que prefiero olvidar.

Sin esperarlo y acabado de decirle lo que pensaba he sentido sin saber por dónde una sonora bofetada que me ha tirado al suelo dejándome totalmente aturdido, siento un terrible dolor en la boca de donde saboreo la sangre que de ella emana, la cara me arde como una brasa encendida y antes de recobrarme por la sorpresa del golpe me veo abrazado a D. Francisco, me consuela diciéndome con voz muy dulce lo ignorante que soy y lo mucho que siente haberme golpeado, me mira fijamente, esta vez muy serio y con un dedo apuntándome a la cara me increpa lo equivocado que estoy al juzgar sin saber la verdad sobre una historia que vivió junto a él en primera persona.

Pedro, te conozco desde que naciste, en una fecha difícil de olvidar 25 de Diciembre del año de nuestro señor de 1500 este dato me deja más confundido de lo que ya estaba con la tremenda bofetada, continua su relato mientras mis ojos se nublan por lagrimas que corren por mis mejillas sintiéndome avergonzado de mi propia vida, humillado por un hombre que está a punto de desvelar el motivo que gira en torno a un dolor escondido por tanto tiempo y dejándome calmado por la sorpresa de sus palabras y la curiosidad en todas las facetas que ya estaban tan olvidadas en mi subconsciente. Vuestro padre se dedicaba al comercio por todas las tierras de la península, hombre culto e inteligente a la vez de noble de sentimientos y de corazón limpio, nos conocíamos por haber tenido negocios de diferente índole y de provechosos resultados, tan solo nos veíamos en contadas ocasiones en reuniones clandestinas, sin mediar palabra me muestra un pergamino con un tosco dibujo que me produce un escalofrío, un compas en forma de A una escuadra y un mazo, ese dibujo lo reconocía, lo había visto tallado sobre el marco de la puerta en mi casa, apenas se veía a simple vista pero de niño tenía mucho tiempo para observarlo todo, yo mismo años después intente imitarlo con mi pequeña navaja sin saber su significado.

Permitidme contarle un poco de historia sobre este símbolo que veo conocéis, hace ya muchos años había una campesina en Salamanca a la que se la conocía por la beata de Piedrahita, se decía tener poderes para conversar con Nuestra Señora La Virgen y con Jesucristo, este rumor llego a oídos de La Santa Inquisición en el año de 1511, eludió el castigo por intervención de un misterioso protector que aporto una considerable suma de dinero para evitar un castigo penado de muerte en la hoguera, nunca se desvelo ni quien había sido este misterioso personaje ni cual fue el destino de la mujer involucrada en la acusación de la Santa Sede. Escuchaba anonadado el relato de mi anfitrión sin saber la conexión con mi propia vida hasta que continuo con otro relato más inverosímil y del cual no había oído hablar nunca. Ignacio de Loyola, fundador de vuestra orden de los jesuitas, año 1527, es acusado en Salamanca donde cursa sus estudios en la Universidad de ser simpatizante de los iluminados o francmasones, tan solo es amonestado por la autoridad eclesiástica sin ningún castigo, no sucede lo mismo en Toledo tiempo después con otros condenados por la misma acusación y son perseguidos y ejecutados sin pruebas contrastadas de delito.

Cada vez me sentía más perturbado por todo lo que este anciano me relataba en una fluidez de palabras memorizadas y contadas como una vertiginosa cascada de sensaciones que me estremecían por su gravedad, sin percatarme de ello y después de conseguir volver a respirar con tranquilidad me di cuenta que me estaba hablando en latín, por supuesto que lo entendía pero hasta ahora no me había dado cuenta de la astucia de este hombre tan enigmático, la infusión ya estaba casi fría y la claridad del día anunciaba un nuevo amanecer con rayos de sol que iluminaban la estancia donde nos encontrábamos reunidos, desconozco el tiempo que permanecimos sentados pero en mi crecía cada vez más el ansia de una historia secreta transmitida tan solo de boca en boca por sabios eruditos olvidados en el tiempo, mezcla de rumores adornados con filigranas de oscuros lenguajes y símbolos solo accesibles a los selectos miembros de grupos ocultos.

Hiram Abif  hábil artesano de la  piedra traído desde la región de Tiro para trabajar en el templo del Rey Salomón, con el tiempo se convirtió en el portador del secreto de los masones y de la palabra secreta masónica, el nombre oculto de Dios. Este secreto según las leyes ocultistas permitía a su conocedor el poder de una deidad y por lo tanto conocer los secretos ocultos del mismo Yahvé, a la terminación del templo transmitiría sus conocimientos a otros artesanos para convertirlos en maestros masones y continuar con sus enseñanzas.

Corrientes italianas trajeron a España sus enseñanzas adoptando el nombre latín de illuminati por lo tanto los alumbrados o iluminados, sus enseñanzas esta basadas en su carácter iniciático, filantrópico, filosófico y progresista su objetivo es la búsqueda de la verdad, fomenta el desarrollo de la moral e intelectual del ser humano además del progreso social en todas sus facetas con amplios estudios por los hombres y mujeres más eruditos conocidos.

Vuestro padre al que tanto despreciáis fue un importante maestro de nuestra logia, siempre dio muestras de lealtad por todos sus discípulos hasta el día de su muerte que no es exactamente como imagináis, dio su vida por no revelar los secretos aprendidos dando su último aliento por una causa en la que consagro su vida sacrificando la suya propia perdiendo momentos de vida familiar para salvar al prójimo. Ahora empezaba a entender el porqué de sus viajes, sus ausencias y su semblante serio, cargaba con tantas responsabilidades que se había olvidado de vivir su propia vida.

Ya no podía contener el silencioso llanto y la amargura que sentía en mi corazón, mi cuerpo se convulsionaba sin poder remediarlo, la cabeza no dejaba de retumbar por el dolor intenso de las palabras que acababa de escuchar, con los puños cerrados golpeaba mi propia cabeza para intentar auto castigarme en mi ceguera, D. Francisco se dispuso a mi lado sujetando mis hombros para paliar mi dolor y con unas palmaditas me dio a entender que teníamos que hacer una pausa para poder digerir tantas noticias inquietantes y novedosas.     

a esta isla de calores y vientos racheados, sus ropas son humildes y sencillas por lo que deduzco no importarle su posición social ante los demás como dueño de esta casa, todas la dudas son despejadas poco a poco en conversaciones tan solo interrumpidas en contadas ocasiones por su sorprendente realismo en mis recuerdos.

Conocí a vuestro padre hace ya muchos años y con el tiempo nuestra amistad quedo sellada por un voto de silencio solo abierto hasta encontrar a su propia sangre y el mensaje que para vos confió en mi persona. Reconozco mi impaciencia y malestar por estas palabras al enfrentarme abiertamente con D. Francisco con la ira reflejada en mi

viernes, 12 de agosto de 2011

CAPITULO, XXVII Aborigen.


                                      CAPITULO XXVII
                                              Aborigen



                                          
           Una gran carcajada resuena en este bosque, me habían dicho que vosotros los frailes erais un poco raritos pero mis cabras no son tan cristianas para que os molestéis en echarles un rezado, risas y más risas, lentamente levantamos la cabeza y sin querer nos unimos a la singular fiesta que este grandullón ha organizado a nuestra costa, nos da unas fuertes palmadas en hombros y espalda dejándome  aturdido a la vez de sorprendido comenzando con su relato.
Mi nombre es Doroteo, aunque me conocen como Teodoro el cabrero, si, ya lo sé, en realidad así fue como me bautizaron y de ahí viene la broma del nombrecito, en mi aldea sigo siendo Artemi, el nombre de uno de nuestros antepasados, ¿sabéis? Ya bajaba de las montañas para reunir el rebaño cuando olí el humo de vuestra hoguera, si no les parece mal compartiré con vosotros un rato tranquilo ya que no es frecuente las visitas por estos lugares sagrados, ¿sagrados? Contestó Serafín, ¿acaso hay alguna ermita o iglesia tan lejos del pueblo? Nuevamente el cabrero sonríe con paciencia y tras una pausa nos señala un montículo de piedras un poco más arriba de donde nos encontramos, ¿veis ese túmulo? Allí descansa el cuerpo de un valiente hermano desde hace muchos años, mis antepasados momificaban a nuestros muertos envolviéndolos en grandes hojas de platanera, se enterraban a poca profundidad y se les tapaba con grandes piedras volcánicas planas con sus cuerpos orientados a la salida del sol, les acompañaban en su viaje al más allá sus utensilios cuando vivía así me lo conto mi abuelo y a él el suyo, conozco muy bien estos riscos y montañas con la compañía de mis cabras y mis recuerdos, yo no le quitaba el ojo a la pértiga que dejó apoyada en la pared de la cueva, Doroteo al darse cuenta nos comentó, tranquilos frailes, no es una herramienta de muerte, mi pueblo siempre lo usa para saltar barrancos y desniveles del terreno igual que vosotros soléis usar un ridículo bastón tan pequeño que mi hijo con seis años lo puede considerar un juguete para matar lagartijas.
Después de un rato de conversación animada sacó de una bolsa de piel a la que llamaba zurrón, una masa de color pardo parecida al barro a la que se dedicó a amasar con las dos manos, cuando ya la tenía amasada nos ofreció a probar, por no despreciarlo comimos con el asombro de su especial sabor, gofio, ese era su nombre, una masa de harina de cereales tostados amasada con aceite combinada con un delicioso queso de cabra y tollos secos, un pescado en salazón que no habíamos probado nunca, un buen vino dulce, de postre higos secos y pasas, incluso nuestro anfitrión mordía una gran cebolla roja que amablemente rechacé.
 Era entrada la tarde cuando retornamos nuestro camino, estábamos entrando en El Real de Las Palmas, en todo su litoral se alzaban grandes murallas de norte a sur con torreones de vigilancia adentrados casi en el mar desde donde vigilaban con celo cualquier avistamiento de barcos con tesoros traídos desde costas americanas así como de posibles ataques piratas, muy frecuentes en estos mares con tripulaciones ansiosas del robo de oro y plata para la corona de Castilla, ya por el camino entablamos conversación con todo tipo de gentes, desde los jornaleros en sus labores de campo así como de ricos mercaderes que se disponían a realizar grandes negocios con la compra y venta de telas y utensilios de todo tipo transportados en grandes carromatos seguidos de criados, lacayos o esclavos estos últimos cargados con grandes fardos, baúles y cajas con las propiedades de sus amos, así transcurrió una apacible jornada de caminata hasta llegar ya de noche a una ciudad animada con mucha gente disfrutando en las muchas tabernas a lo largo del puerto siempre bajo la atenta vigilancia de soldados de guardia.
La fundación de esta ciudad se remonta al año de Nuestro Señor de 1478 concretamente al día 24 de Junio festividad de San Juan, ciudad asentada en las orillas del barranco de Guiniguada donde el capitán de la corona de Castilla D. Juan Rejón inicia la conquista contra los valientes y aguerridos aborígenes, estos, al carecer de los medios para defenderse del ejercito enviado por los Reyes Católicos encuentran refugio en las montañas del pueblo de Galdar situado al noroeste de la isla. Hicieron falta cinco años para someter a sus pobladores en continuos y cruentos combates en los que se perdieron muchas vidas y parte de los misterios de esta raza tan singular, así pues el año de 1483 se incorpora esta isla a la riqueza de España por D. Pedro de Vera, me cuentan de la admiración causada por los conquistadores por este pueblo que prefirió el suicidio antes de ser tratados o vendidos como esclavos.
A pesar de la noche el bullicio en las calles me hace recordar vivencias en tierras andaluzas, la mescolanza de razas distintas en trabajos agotadores que no cesan en su actividad incluso cuando el sol ha dejado paso al reino de las sombras, caminamos distraídos por la calle principal de esta ciudad, Triana, una ancha calle donde al amparo de casas de noble cantería cobijan un floreciente comercio en auge con tiendas donde se puede comprar todo tipo de viandas y utensilios traídos de todos los confines del mundo conocido. Procuramos guiarnos por el alumbrado de candiles de aceite que cuelgan de sus fachadas notando el zumbido de mosquitos y otro tipo de insectos que siembran el suelo y crujen agonizantes al pisarlos con nuestros maltrechos andares, tengo el presentimiento de estar viviendo escenas que ya conozco, no sé como expresarlo pero algo dentro de mi me dice que recuerde un pasado en el que vuelvo a revivir pasadas vivencias atormentando mi cabeza, no quiero recordar o no puedo hacerlo, Dios, necesito de ánimo para seguir mi aprendizaje, el instinto me dice del cuidado por mantenerme cuerdo sin perder la fe en la que he forjado mi vida y mi futuro, me siento cansado, son demasiadas la emociones que agitan mi alma y muchas las dudas por no conocer mi capacidad para entenderlas, me sobresalta mi compañero Serafín al sujetarme del brazo dejándome aún más traspuesto, se queda parado frente a una gran puerta de madera oscura tachonada de filigranas en hierro negro, estamos en una calle transversal un poco alejada del ajetreo de la gente, es mi instinto lo que me mantiene en guardia pendiente del próximo movimiento de mi compañero.
Pedro, me dice con el semblante muy serio, necesito pedirle que confíe plenamente en mi, intento pedirle una explicación pero simplemente me indica con un dedo sobre sus labios mantener silencio, hace un buen rato creo notar que tenemos compañía, me comenta, nos amparamos detrás de una columna donde podemos ver que nadie nos sigue, permaneced aquí al resguardo de miradas y yo os haré una seña para que me acompañéis, noto el latir de mi corazón a mucha velocidad, aspiro el aire del callejón llenando mis pulmones de olores humanos, charcos de orines marcando con surcos la pared donde me refugio, Serafín, a cierta distancia le da unos golpes acompasados en la puerta que vimos hace un rato, pasados unos instantes en los que me siento aterrorizado, mi cabeza no deja de dar vueltas para encontrarle significado a todo lo sucedido, mis sentidos están alerta a cualquier sonido extraño que me saque el miedo del cuerpo.
Una luz espectral amarilla como una mortaja va desfilando lentamente al trasluz de las ventanas del edificio hasta llegar a la puerta en un crujido de llaves y cerrojos que guardan celosamente a sus moradores, apenas se abre en un hilo de luz mortecina que ilumina el callejón para poder ver a mi amigo intercambiar breves y sigilosas palabras con el portador del candil que lo recibe, alza la mano y me indica que le acompañe al interior de la estancia.
Un amplio patio con una fuente en el centro llena mis oídos del campanilleo del agua brotando en un incesante chapoteo, olores a jazmín, rosas y azaleas inundan mis sentidos llenándolos de frescura, unos helechos tan grandes como nunca los había visto cuelgan de cadenas desde el artesonado de madera que circunda el patio con unos balcones tallados de noble madera en el piso superior, nuestro anfitrión me observa detenidamente analizando mi semblante extasiado y sin mediar palabra me abraza como si me conociera tiempo atrás, no dejo de asombrarme en estos momentos por el miedo que he pasado hace un instante y la sorpresa al ser recibido de una forma tan amigable.
Serafín contempla la escena satisfecho y me presenta a nuestro benefactor, Pedro él es D. Francisco Antúnez, un noble anciano, gran amigo y sabio entre sabios, anda Serafín no aburras mas a tu amigo con tanta palabrería, tenéis que reponer fuerzas, asearos y cenar de nuestros humildes manjares, mañana será otro día para poneros al corriente de cómo andan las cosas pero primero sentiros como en vuestra casa, estáis entre amigos, tenemos mucho de qué hablar pero no será esta noche. Interrogo con la mirada a Serafín para que me aclare todo lo sucedido esta noche, confiad en mi Pedro, pronto os será revelado el motivo por el cual nos encontramos en esta casa, mañana tendréis respuestas a todas las dudas que atormentan vuestro animo y podréis decidir sobre vuestro futuro, palabras que dejan un poso de incertidumbre en mi, nunca me han gustado la sorpresas, mi mundo establece unas normas de estabilidad emocional donde no hay cabida para noticias que alteren mis costumbres diarias.
El silencio de la habitación solo se interrumpe por sonidos apenas audibles del crujir de las maderas que cobija, después de un caluroso día es en la noche donde se despiertan los espíritus escondidos para deambular en siseos y ruidos que no se pueden asociar a los humanos mortales, postrado en el camastro paso el tiempo intentando acompasar los latidos de mi corazón hasta ralentizarlo y poder hallar en la paz el preciado sueño que tanto necesito y así poder afrontar un encuentro con mi pasado fruto de la ignorancia de mi niñez y que causara nuevos giros inesperados en la propia historia de mi vida marcando nuevos retos en mi castigado espíritu.
      

   

      

    

viernes, 5 de agosto de 2011

CAPITULO XXVI De los mares y la tierras.





                                          CAPITULO XXVI
                                     De los mares y las tierras




Ha sido una tarde placentera en compañía de estas buenas gentes, la cena transcurrió en una continua cháchara en la que se habló de todo un poco, comimos pescado fresco, vino dulce y de postre probé las delicias del queso con pan y uvas, en la parte trasera de esta casa disponen de un patio con una aljibe central del que hemos sacado agua suficiente para asearnos, ya entrada la noche hemos ido a visitar una pequeña capilla donde rezan los vecinos con gran devoción a la Virgen del Carmen patrona de  los marineros, me llama mucho la atención el fervor que demuestran estas gentes por ser buenos cristianos dedicados por entero al sacrificio a sus familias y trabajos. Ante la insistencia de Paquita y Gregorito hemos hecho noche en una estancia anexa a la casa, a pesar de las disculpas que profesan por la humildad de su morada tanto yo como Serafín nos sentimos absolutamente reconfortados de tal y como se presenta nuestro primer día en esta extraña isla, No he podido conciliar el sueño, el silencio de la noche es tal que me produce un zumbido en los oídos, refresca y el aire me trae olores de pescado en salazón que extendidos en las azoteas se secan al sol, un murmullo continuo de olas arrastrando piedras en las orillas de la costa produce una calma que llena mi espíritu, el cielo no es tan negro como siempre lo había visto, de un fondo azul muy oscuro destacan las miles de estrellas que parecen hacer señales de luz sobre un mundo tan alejado de la sencillez de la creación, es el momento que me siento en paz con Dios, siento un vinculo que me ata a esta tierra de la que me queda por descubrir algunos de sus secretos.    
Dejamos atrás esta curiosa península de La Isleta, caminamos por playas de fina arena para adentrarnos por caminos que van modificando el paisaje, grandes palmeras flanquean los barrancos y sus laderas se salpican de manchas de vegetación agreste, tan solo conozco parte de su flora por referencias a libros que leí siendo muy joven llenando de fantasía mi cabeza, tendría que remontarme a Plinio El Viejo, decía que sus moradores eran pueblos bereberes venidos de las costas de África y se les conocía como canarí, hombres de gran estatura, tez de color claro, rubios y de gran fortaleza física como tribu guerrera, sus anteriores habitantes aborígenes le daban a la Isla el nombre de Tamarant, posteriormente a la conquista supe que, por disposición de Isabel La Católica y por la valentía demostrada por sus antiguos pobladores se la conocería como La Gran Canaria, conquista, imposición, castigo y finalmente muerte, vuelvo a reencontrarme con la crueldad y la masacre absolutista de los que buscan riqueza a base del sometimiento de los pueblos, según las crónicas de la conquista muchos de sus moradores prefirieron el suicidio con orgullo y honor despeñándose desde altos riscos al vacío para evitar la vergüenza de una vida esclavizada de sus cuerpos y almas.
Siento pena por revivir nuevamente historias de muerte en beneficio de la fe cristiana no me siento orgulloso de la conquista por la fuerza de seres humanos a los que no se les da ningún valor simplemente por haber nacido en un lugar remoto y distante con otras culturas borradas por la espada de la iglesia católica, Dios me ampare por manifestar estos pensamientos tan radicales al gobierno reinante, por menos comentarios de los escritos han dado muerte inmisericorde a tantos pueblos enteros, tan solo soy un viajero instrumento de los caprichos humanos, no tengo poder para modificar acontecimientos y mi legado será continuar plasmando vivencias y sentimientos. Han sido largas jornadas de tranquilidad contemplando paisajes propios de un paraíso, sigo sin entender que me puede atraer tanto en esta isla y en estas costas donde solo hay silencio y paz, quizás sea donde me he sentido tranquilo en armonía con la naturaleza salvaje y por consiguiente con Nuestro Creador, me cuesta expresarme con mi amigo Serafín para darle a entender de mi decisión por no embarcar de momento con destino hacia América tal y como habíamos decidido en Sevilla, él con el semblante serio medita durante un rato mientras con el pie va golpeando las piedras que nos encontramos por el camino, me hace recordar una infancia lejana, actitudes que nos hacen evadirnos de la realidad mientras nuestra cabeza piensa cual es la mejor respuesta, es curioso el analizar a las personas simplemente por actos tan simples, verá Pedro, hemos pasado muchas penurias antes de emprender este viaje y fue mucho peor el trayecto en el barco, no he podido recuperarme del miedo tan atroz que pasé durante la travesía por mar así que continuaré a su lado mientras mi cuerpo aguante y usted así lo disponga, he oído de misterios que rodean estos parajes, son gente sencilla poco dotadas de mundo, carentes de las ciencias básicas como leer y escribir pero hay algo en sus relatos que me evocan escalofríos, he hablado con algunos vecinos preguntando quienes eran antiguamente los pobladores antes de la llegada de los conquistadores y la contestación de uno de ellos, el más viejo de los que allí se encontraban fue la siguiente: las respuestas están en las cuevas de Las Coloradas, allá en lo alto de las montañas quemadas descansan los cuerpos sagrados de los legendarios canarios muertos por intentar defender a sus familias y sus tierras de unos barbaros que se hacen llamar civilizados, cuántas veces hemos oído palabras de amor por boca de los que dicen ser cristianos mientras matan a nuestro pueblo con armas de fuego y puñales de acero con los que se ha regado tanta sangre inocente, nosotros somos descendientes de ellos y nombrar a los muertos no es de buen augurio, la rebelión del pueblo canario ha diezmado a nuestros líderes pero en nuestro espíritu crece un alma libre de la opresión de Castilla y su reino de ambiciones y terror. Creí prudente no volver a preguntar nada más sobre sus antiguos pobladores, Pedro, me siento avergonzado a la vez de apenado por inmiscuirme en una curiosidad que no ha cerrado cicatrices en estas buenas gentes.
Continuamos camino distinguiendo muy cerca las altas  murallas que circundan la costa con un Castillete fortificado sobre un islote dentro del mar, estamos muy cerca de donde se encuentran las tropas reales acuarteladas para proteger los intereses estratégicos de la nueva conquista, hemos hecho una descanso para sentir la caricia fría de las olas en nuestros doloridos pies para a continuación adentrarnos en la subida de una pequeña montaña buscando un lugar donde poder contemplar el paisaje, descansar y encontrar refugio de un sol radiante pero abrasador. Otra curiosidad es el contraste de temperaturas con las que nos encontramos, según ascendemos notamos el fresco aliento del cielo bajo una pequeño bosque de pinos que como mudos gigantes nos observan en un silencio solo roto por nuestros torpes andares sobre rocas y mantos de pinocha, el hambre unida al cansancio nos obliga a descansar dentro de una pequeña cueva en la que hacemos una pequeña hoguera para calentar los pocos alimentos que transportamos.
Al poco de comer quedo sumido en un sueño profundo en el que noto la tranquilidad invadir mi mente, sueño o eso creo oír unas campanillas, a lo lejos, distante, ángeles celestiales me dan la bienvenida en cálidos susurros, siento en mis mejillas los besos de sus bendiciones, trompetas de gloria anuncian la llegada de un ejército de paz…pero…ese olor…¿si estoy soñando como puedo sentir algo tan mundano y tan bien conocido?  ¡! Dios me asista ¡¡, ¿cabras?...doy un salto hacia atrás y sin darme cuenta preso del susto tropiezo con mi amigo Serafín dándome un buen golpe en la cabeza contra la pared de piedra, mi compañero mira con cara de asombro y ojos desorbitados a una cabra que lame la suya despertándolo inmediatamente, estamos rodeados de cientos de cabras, ante lo absurdo de la situación nos vemos pegados a la pared de la cueva oyendo el tintineo de sus campanillas y el balido de estas inocentes cabras, poco después también se oye algo distante un sonido poco conocido por nosotros, al principio pensaba provenía de un trompeta hasta que se presenta ante nosotros un hombre de formidable estatura, cabellos largos atados en una cola, un collar de conchas marinas pende de su cuello y su ropa…una especie de falda de lana con una capa que le llega hasta los tobillos cubiertos por unos botines de piel, en su robusto brazo una pértiga parecida a una lanza de caballería del doble de su tamaño con un punzón de hierro en uno de sus extremos y en la otra mano una gran caracola de mar, caemos arrodillados sin poder seguir mirándolo, unimos nuestras manos con la cabeza agachada dispuestos a encomendar nuestras almas a Dios Nuestro Señor, la cabeza me retumba y el silencio se prolonga en unos momento que la agonía me hace sentir preso del verdugo, no sé a ciencia cierta si pude llegar a rezar en rápidos murmullos esperando el golpe final.

viernes, 29 de julio de 2011

CAPITULO XXV, Gran Canaria, Tamarant.

                                              CAPITULO XXV

                                       Gran Canaria, Tamarant.









Empiezo a entender las ausencias en Sevilla de mi joven amigo, como me encontraba con tanta facilidad en mis paseos y visitas por la ciudad, ciertamente no creo sepa de mi vida oculta ni de mis preocupaciones, temo al pensar si habrá alguien que no conozco con posibles sospechas en mis movimientos al que este oscuro sirviente de La Santa Sede puede haberle pagado o extorsionado a cambio de información, no hay vuelta atrás, muchas leguas de distancia dejarán borrar mi vida para comenzar otra distinta, no puedo reprocharle a mi joven compañero el haberse cruzado en su camino tan sombrío personaje y puedo entender cómo se puede coaccionar a un niño tal y como yo lo sufrí aquel tenebroso día que aún con el tiempo no he conseguido olvidar, no puedo dejarme arrastrar por los recuerdos, hoy se presenta un esplendido sol y una brisa con húmedos aromas procedentes de un horizonte de nubes, quizás me equivoque pero presiento la cercanía de una tormenta en la lejanía, no pasa mucho tiempo en mis cavilaciones cuando un pitido de silbato pone a la tripulación marinera en alerta por las ráfagas de viento que acaban inesperadamente por agitar las velas del navío, correr de marinos por cubierta y repliegue de las velas principales, el mar comienza a ponerse bravío con el brusco subir y bajar entre olas que parecen latigazos contra el casco, nos avisan del peligro ante la tormenta que no tarda en dar los primeros inicios de pesadilla con una fina lluvia convertida al momento en diluvio bíblico, el cielo se cierra en oscuridad y tinieblas tan solo somos un juguete para esta manifestación del poder de Nuestro Señor, el pánico es visible para todo el pasaje de este barco, las olas barren la cubierta arrastrando cubos, cajas y todo tipo de utensilios, entre tanta confusión encuentro unas cuerdas de las que me ato por la cintura al primer sitio firme que me encuentro, veo el miedo reflejado en imágenes de pesadilla, no estoy soñando, tiemblo de frio con solo pensar que este barco sea la caja mortuoria enterrada en la profundidad de un mar que ha pasado de un azul brillante al negro más sombrío, me dejo llevar en un estado semiinconsciente, me siento agotado física y mentalmente, intento con los ojos cerrados implorar a Dios en mis ruegos y oraciones sintiéndome como un muñeco en brazos de tanta furia, no recuerdo cuanto duró el tormento, desperté hecho un ovillo con el cuerpo dolorido y empapado, una marca morada delataba por el dolor causante en mi cintura la garra de una cuerda que me había mantenido sujeto como un fardo e inmóvil a la madera.

Antes de recobrarme del susto ya empezaban las inspecciones de los marineros por orden del capitán tanto por saber el estado de los viajeros como los destrozos ocasionados en el barco, gracias a Dios no hubo muertes ni desapariciones, tan solo un herido grave al quebrársele la pierna con un barril suelto, el resto de los tripulantes con golpes de todo tipo sin mayor gravedad, nada que no se pudiera arreglar con emplastos o sujetar con vendas algún miembro dislocado, por otro lado la situación si se había puesto complicada en nuestra maltrecha comida, habíamos perdido el pescado en salazón, gallinas muertas por ahogamiento y una vaca desangrada por una gruesa astilla de madera clavada en su barriga, el resto de víveres poco aprovechable la mitad podrida y los pocos sacos de grano que estaban secos tenían insectos de todo tipo.

Amanecía otro nuevo día con el sol tibio asomando el horizonte cuando nos pareció oír chillidos de aves, gaviotas, si, eran gaviotas y al poco el vigía en su mástil gritaba enloquecido de alegría, tierra, tierra a la vista, a lo lejos divisábamos a pesar de nuestros enrojecidos ojos unos picos montañosos que sobresalían tierra adentro en una isla del mar Atlántico con unos acantilados amurallados y costas salpicadas de blanca espuma rompiendo impetuosas contra las negras piedras de sus orillas, se podían distinguir varios colores en sus aguas, desde los azules con todos sus matices hasta los tonos verdes como piedras preciosas, oigo comentar al capitán que nos encontramos en la península de La Isleta en la Isla de Gran Canaria, los grumetes lanzaban cubos atados con cuerdas para averiguar la profundidad y evitar el embarrancar la nave, era sabido según oía lo traicionero de sus corrientes. Las maniobras de acercamiento han durado hasta bien entrada la tarde anclando el navío a una cierta distancia de un muelle que no se distingue a pesar del nerviosismo por distinguirlo, esta va ser nuestra primera parada antes de emprender rumbo hacia América, el capitán nos avisa de la proximidad de barcazas que nos trasladarán a tierra firme, la nave necesita reparaciones y cargar con nuevas provisiones, esperaremos varios días hasta volver a embarcar, A lo lejos se oye el replicar de una campana desde tierra adentro, la llegada del navío es motivo para los moradores de esta isla de novedades desde España.

Después de tantos sufrimientos no he podido evitar el caer arrodillado al pisar la fina arena de esta costa, doy gracias a Dios por habernos traído hasta aquí, el aire llena mis pulmones de extrañas fragancias de tierra húmeda con un sol brillante que me llena de nuevas ilusiones, hemos arribado a la isla de Gran Canaria, una de las que componen el archipiélago Atlántico norteafricano, se compone de siete islas, Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro además de Gran Canaria, Lanzarote, Fuerteventura y seis islotes,  Graciosa, Alegranza, Montaña Clara, Lobos, Roque del Este y Roque del Oeste. Después de un rato de natural sorpresa me veo absorto en devorar con la vista todo lo que contemplo, lo que para otros no tiene ningún valor en riquezas a mi me produce una calma difícil de explicar, sentir mi alma saciada por el simple aire que respiro, una energía invisible se apodera de mi fluyendo desde mis pies hasta mi cabeza dándome a entender que recuerde, que busque en mi memoria el saber con certeza el haber vivido ya esta situación y haber visto esta tierra, no puedo explicarlo con simples palabras pero hay algo que me hace sentir una felicidad que creía olvidada, pasado un momento siento el brazo de mi compañero y amigo Serafín cubrirme los hombros, su sonrisa delata su propia paz espiritual, puede ser la tranquilidad de pisar tierra firme o quizás pueda ser un cúmulo de sensaciones, no lo sé, egoístamente guardo para mi esta sensación y sin darme cuenta al volver a la realidad noto dejar caer entre mis dedos un puñado de fina arena rubia deslizarse entre mis dedos como si el tiempo se hubiera detenido en un invisible reloj de arena, Serafín, tan callado hace unos días hoy con lagrimas en sus ojos me deja una frase que me ha dado por pensar durante gran parte de mi vida “ ¿ usted cree como yo merecedores de tanta felicidad? “. Difícil contestación con nuestro equipaje de recuerdos pasados, solo Dios nos daría las respuestas.

Caminamos por senderos de árido paisaje, las piedras del camino nos hieren los pies al caminar con sus aristas afiladas, parecen derretidas por el fuego de volcanes ancestrales en tonos del negro al rojizo oscuro, la vegetación es exigua con matorrales de poca altura y en algunos casos con espinas y púas afiladas como pequeñas lanzas, grandes lagartos sisean en rápidas carreras entre piedras y grietas, otros en cambio parecen disfrutar del calor en este paisaje tan desértico, grandes carretas nos esperan para llevarnos hasta un barrio marinero creado por la necesidad de proveer el sustento a sus habitantes con la abundante pesca de sus costas, una pequeña aldea nos acoge con pequeñas casas de una sola planta de blanco encalado en un contraste con el color de una tierra que parece estar ennegrecida por el fuego de un herrero.

Sus calles estrechas conservan una paz quizás producto del calor de la tarde, niños que corretean de un lado a otro y hombres y mujeres de piel tostada se dedican a diferentes ocupaciones en las puertas de sus hogares buscando la sombra o simplemente descansando, me llama la atención las sonrisas que nos dedican al pasar, incluso no hay quien no nos haya saludado con notables muestras de curiosidad y respeto, Serafín y yo caminamos distraídos hasta que una anciana nos muestra su sonrisa sin dientes y tomándonos de la mano nos lleva hasta su casa, nos dice que la acompañemos, ante nuestra sorpresa entramos a una casa con un gran patio central donde cuelgan de sus paredes grandes helechos y otras plantas que le dan a la estancia un frescor ya casi desconocido, les doy la bienvenida a mi humilde casa, no tengo grandes comodidades pero siempre hay un lugar de descanso para viajeros como vosotros seguidores de la doctrina cristiana, tanto Serafín como yo nos mirábamos perplejos sin saber que responder, doña Paquita, esta anciana incansable no dejaba de moverse inquieta por las estancias de la casa para traernos agua fresca y frutas en una bandeja trenzada de tallos de palma, no tenéis buena cara, descansad, pronto regresarán mi esposo y mis hijos que salieron antes de amanecer para pescar, Serafín como no, le cuenta a la anciana señora de las maravillas de la sociedad Sevillana de los progresos que allí acontecen y de la vida de tantas personas con las que hemos tenido estrechas relaciones de amistad y afecto, Paquita le escucha con un interés alelado mientras retuerce entre sus manos un manchado delantal que ata de su cintura, sus manos hinchadas muestran cortes e hinchazones de una vida azarosa, nos cuenta que es madre de siete hijos varones de edades que van desde los doce años hasta mozos de edad casadera, en una de las pausas se dirige a mi preguntándome si me siento incomodo pues no me ha oído hablar aún, solo puedo dedicarle una sonrisa y el resto se lo cuenta mi joven compañero a lo que Paquita manifiesta su pena por mi persona, poco después conocemos a Gregorito, el marido de esta singular señora, le ayudamos con una pesada carretilla de madera en la que trae pescado para vender en la placita de este barrio o para cambiar por otro tipo de alimentos propios del campo.