viernes, 27 de mayo de 2011

CAPITULO XVI. Vivencias

CAPITIULO XVI
Vivencias


Hermano Pedro, han sido unas jornadas muy intensas junto a su compañía, como ya le dije en su momento no tengo motivos para retenerle en este recinto. Ya sabe de la existencia de una puerta oculta para poder salir al exterior al abrigo de miradas indiscretas, corren malos tiempos y usted debe decidir con toda la libertad donde prefiere continuar con su propia vida. Yo tengo que ausentarme nuevamente al viajar con la comitiva, aquí quedarán guardias suficientes para cualquier eventualidad, el alguacil se hará cargo de que todo siga en orden como hasta ahora. Este proceso va a tardar en tomar una decisión para celebrar el juicio, y por lo que he oído la ejecución será segura.
Nos despedimos en un fraternal abrazo, le hice saber que seguiríamos en contacto y que le deseaba un buen viaje. Le acompañarían mis plegarias y mis oraciones.
Esa misma mañana abandoné la prisión desde su puerta trasera para incorporarme al flujo de gente y el bullicio de la calle. Ya el sol había descendido siendo la mejor hora para tal efecto y evitar ser descubierto. No tardé en verme dentro de un grupo de personas que alejándose de la cárcel caminaban portando antorchas dando voces a paso ligero eran hombres, mujeres y niños de todas las clases sociales que se mezclaban entre ellos: nobles, campesinos, plebeyos, seglares, mendigos, curas y monjes. Ya no podía pararme ni volver hacia atrás, sólo en una ocasión al girar en una calle pude ver que el grupo de gente crecía cada vez más al salir gente de los portales y zaguanes para incorporarse a la comitiva. Cubierto con mi capucha para pasar desapercibido no tenía opción de saber de su destino, en realidad no me preocupaba, no sabía después de todo lo sucedido hacia donde encaminar un nuevo rumbo, al igual que en otras ocasiones solo me preocupaba escapar sin saber el motivo, sintiéndome nuevamente solo y pensando cual sería la razón en mi actuar, ¿por cobarde? Creo que no, más bien la voz que me hablaba dentro de mi cabeza parecía decirme: “te quedan historias que escribir, continúa caminando para que puedas reflejarlas en tus libros y el mundo las conozca”.
Me encuentro dentro de la multitud arrastrado hasta las gradas de la catedral entre cirios de luz penitente, antorchas de chispeante claridad, velas sujetas por manos piadosas y candiles de aceite que parecen danzar en la oscuridad donde la gente espera impaciente. Es constante el acoso de vendedores de golosinas, mendigos, buhoneros, rameras y, como no, damas de estirados cuellos y blanca piel que se abanican frenéticamente sin perderse detalle de lo que allí sucede. Nos encontramos cercados por soldados y guardias que impasibles mantienen la vigilancia de todos los presentes ya que dentro de la catedral se celebra un juicio sumarísimo a reos detenidos por el Santo Oficio. Lo preside el inquisidor arzobispo de Sevilla D. Alfonso Manrique de Lara con toda la corte que compone el tribunal para estos menesteres. No voy a relatar todo el proceso y boato de esta celebración multitudinaria ya que apenas podía escuchar las sentencias por el clamor y la exaltación de tantas voces en las gradas. El cadalso estaba situado a espaldas del Sagrario Viejo y el tablado en la Puerta del Perdón, hasta allí se trasladaron al menos a una docena de condenados para azotarlos públicamente, antes de proceder al bárbaro castigo me encontraba a la espera de oír las sentencias condenatorias pero continuaba siendo imposible. Me sobresalté al retronar de una treintena de golpes de tambores acompañados de clarines y trompetas, lucían estandartes y pendones de las diferentes ordenes eclesiásticas y solemnes estamentos oficiales del ejército, todo en su conjunto me daba la impresión de la llegada al mundo de los arcángeles celestiales enviados por Dios Nuestro Señor y causar el miedo a los impuros de corazón con las espadas de fuego y justicia Divina, tal y como recordaba ver en los cuadros de la abadía en mi lejana infancia. Sentía erizar todos los pelos y en mi cuerpo debido a las vibraciones causadas por la proximidad a los tamborileros reales, vestidos con sus mejores ropajes y galas. El público aullaba de regocijo y exaltación pidiendo justicia, después todo se unía al silbar de los látigos y el chasquido cuando lamía las carnes de los reos...nuevos aplausos y gritos, unas imágenes difíciles de transcribir por su crudeza y tamaña crueldad. Abandono la plaza con lágrimas recordando a mi compañero de viaje Paulino y de lo que tuvo que sufrir siendo un verdugo por el pago de unas miserables monedas, que Dios le cuide en su infinita Gracia.
Me encamino nuevamente al único lugar donde me encuentro seguro y alejado de esta vorágine, el Colegio-Universidad Santa María de Jesús, dando la espalda a la muerte una vez más para buscar refugio entre los muros que nuevamente son mudos testigos de un nuevo trance que ocupa mi mente. La diferencia a otras ocasiones es que no hubo testigos, la puerta de la habitación donde me hospedaba permaneció cerrada mientras luchaba contra mi desesperación. Tormentos y pesadillas volvían nuevamente para dejarme exhausto, los músculos engarrotados no me obedecen, la mirada perdida en un camastro empapado de sudor y de esperanzas por mantener la mente lógica. Otra vez esa palabra a la que no encontraba traducción ni significado alguno, ¿sería un idioma que desconocía? Sujetaba con ambas manos mi cabeza, pensando que se me iba a estallar, agradezco, quien iba a decirlo, el estar imposibilitado de voz para no despertar a toda la congregación. Entre sueños me veo gritando con la cara desencajada por el terror, al despertar me veo con el cuerpo encogido en posición fetal con la falsa ilusión de retornar al vientre materno para sentirme protegido por sus caricias y la voz dulce con la que me cantaba cuando entraba en trance. Madre, ¿dónde estás?, cuanto te echo de menos y cuantas lagrimas por tu ausencia.
No tengo reparo en reconocer que me siento vacío, no me encuentro con ánimos para escribir, hay días, la mayor parte de ellos poco antes del amanecer, en los que me veo inundado por la inspiración de las historias y situaciones en las que me veo inmerso, pero, sin embargo a medida que va cayendo la noche me es imposible concentrarme. Es como si la voz que habita en mi cabeza me diera una tregua para poder ser yo mismo, en otras ocasiones me he visto a caballo o simplemente dentro de algún carromato en compañía de buenas gentes que me recogen en mi largo caminar y al no poder continuar con la escritura quedan grabadas las vivencias para después poder plasmarlas en un torbellino de ideas ciertamente difíciles de relatar por escrito. No dejo de reconocer lo fácil que resulta una conversación y lo difícil de expresar en lenguaje escrito y que cualquiera que lo leyere le encontrara un significado o una enseñanza. No digamos de expresar los sentimientos, tanto buenos como la mayor de las veces atroces. Qué difícil es entender todo lo que puede germinar de los corazones siendo su principio la misma semilla de bondad de Nuestro Creador.
Otro momento en el que mis sentimientos luchan al ver la realidad que me rodea y en que siento flaquear la fe en la doctrina que profeso, creo injusto el juicio de los hombres, leo y releo libros que ensalzan las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo para poder entender mejor sus preceptos divinos: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Palabras que suenan vacías por todos los hechos narrados, por qué culpamos a los judíos de todos los males, por qué La Iglesia acumula tantas riquezas y ve como mueren los hombres sin pan, por qué nos aferramos a los bienes mundanos e imponemos nuestras creencias totalitarias a un mundo desconocido como las únicas y verdaderas. Son muchos por qué y son pocas las respuestas que puedo entender. No todo han sido malas experiencias pero si he tenido que dedicar con humildad mucho tiempo a las labores propias de donde me encuentro. Tiempo para cultivar la tierra en los huertos junto al Hermano Lucas, prácticas en la cocina con el Hermano Benito, más conocido como Hermano Cebolleta por su peculiar olor corporal, el Hermano Clemente encargado de la biblioteca e innumerables nombres de Hermanos y dedicaciones. Todo estaba organizado para que las jornadas de dedicación desde el amanecer funcionaran en perfecto orden. Dentro de estos muros de silencio el tiempo carece de valor.

sábado, 14 de mayo de 2011

CAPITULO XV. Justicia gitana.

CAPITULO XV
Justicia gitana

Nos esperan otras autoridades y nos apremian a seguirlos campo a través hasta unos matorrales que esconden unos muros derruidos en un solar abandonado, allí, más soldados cubren un perímetro de seguridad haciendo un cerco libre en el centro de la ruinas. Mi curiosidad cada vez va creciendo a cada paso intrigado por tan amplio despliegue de fuerza y secretismo. Hasta ese momento nadie se ha dirigido a mí para hablarme o darme explicación alguna, de hecho no he oído hablar absolutamente a nadie, solo el silencio y el soplar de la brisa refresca mi cabeza por los nervios contenidos. El alcaide se para, me agarra del brazo y me dice: Pedro lo que va a ver no es agradable, le necesito y sabrá porqué cuando lo vea, le ruego me acompañe. A medida que nos acercamos a las ruinas oigo un zumbido molesto, una nube negra de moscas cubre todo el solar, en el suelo acostado en todo lo largo, dos cuerpos desnudos uno de piel blanca como la leche, el otro tan negro como una mierda seca al sol. El primero D. Narciso, el otro su guardia personal. Doy media vuelta, me apoyo en un muro y de una fuerte arcada expulso el ácido de la leche con queso rancio del desayuno, ya repuesto vuelvo a acercarme para terminar de relatar la escena.
A los dos cuerpos le han rajado la boca para poder introducir en ellas todo el paquete viril, mucho más en la boca del morisco al que le han desencajado la mandíbula para poder llenársela. Oh Dios mío, el cuadro es de lo más bestial que había visto hace mucho tiempo, sin querer mi mano la tengo agarrándome mis partes pudendas, doliéndome a pesar de lo mío, sólo de pensar la terrible agonía que tuvieron que pasar estos desdichados. Qué clase de animales serían capaces de cometer tan salvaje crimen, qué clase de perturbados idearon semejante tortura, es curiosa la mente humana, cuanto peor es el horror que vemos, más nos fascina el lado oscuro del mal. ¿Se encuentra bien padre? Solo sé que llevo un rato moviendo la cabeza en negación de lo que veo, pero no puedo dejar de seguir mirando fascinado y aterrado a la vez. Todo el suelo y la tierra alrededor es un gran charco de sangre en la que se me quedan pegadas las suelas de mis sandalias, hay salpicaduras de sangre en goterones por donde quiera que miro, las moscas a intervalos cubren por completo las caras y los cuerpos de estos desgraciados. A mi me tiemblan las rodillas y me siento mareado. Pedro mantenga la cordura me dice D. Casimiro, necesito que les dé la extrema unción para que sus almas puedan hallar descanso eterno. No sé si el hombre moreno era cristiano o converso pero, por favor, terminemos con esto cuanto antes, se está creando una gran expectación y las noticias corren nada más suceden, este caso, si está relacionado con la parejita que retenemos en la cárcel va a traer muchos quebraderos de cabeza, que Dios nos pille confesados. D. Narciso Fernández de Córdoba era un hombre de notable influencia en los círculos cercanos a la corte de Castilla, las cosas no pueden ir peor.
De camino al carruaje aturdido por lo visto veo de reojo la paliza que les están propinando a los detenidos, los conducen encadenados a los carromatos, jaula que ya conozco, todos en macabra cabalgata nos encaminamos nuevamente hacia la cárcel, mi nuevo hogar desde hace ya un tiempo.
Ayer fue un día especialmente difícil pero hoy no parece que vaya a ser mejor. Esperamos la visita de personas relevantes de la curia eclesiástica y emisarios de la corte del Rey. En las puertas de la cárcel tenemos una multitud de gente aullando como salvajes, la guardia ha sido reforzada y esperamos más efectivos para evitar una rebelión en toda regla. Han sido suspendidas las visitas indefinidamente hasta que vean por dónde va a terminar este escándalo, lluvia de piedras y palos caen con frecuencia en el patio central, los abucheos, insultos y gritos son ensordecedores. Mientras, no puedo hacer otra cosa que continuar curando a los necesitados y esperar pacientemente, nadie puede entrar o salir, estamos sitiados. No sé, si temo por mi vida, me encuentro tan aturdido que la situación me desborda. Desde muy temprano el alguacil se ha encaminado a la cárcel anexa de mujeres para empezar con los interrogatorios, después de la agresión que sufrí en la enfermería de mujeres el alcaide ha tomado sus propias medidas; seis guardias enormes le acompañaron con gruesa porras. A uno de ellos de nombre Crispín apodado El Burro no le funciona muy bien la cabeza pero para trabajos de fuerza es sobrenatural. No sabía que en la muralla sur existía un pasadizo oculto tras una puerta con reja, se comunicaba con el patio desde el exterior dando a un terreno en el que nunca había nadie, por esa puerta entraron anoche la esperada visita y me informan de la reunión en uno de los grandes salones del complejo penitenciario. No termino de escribir cuando vienen a por mí. Entro en la gran sala después de caminar un buen rato por tantos pasillos y túneles, estoy completamente desorientado, antes de reunirme con el resto de ilustres visitantes el alcaide me mete en una antesala para comenzar su escalofriante relato.
Por su semblante me doy cuenta que se va a ahorrar cháchara y cortesías y va a ir directamente al grano, efectivamente; “Pedro, creo tener una cierta confianza con usted y tengo la obligación moral de disculparme por sospechar de su implicación en todo lo que ha sucedido. La persona que usted conoce o conocía, como Bernardina...” hace una pausa, traga saliva y yo pienso lo peor, ¿se les ha ido de las manos el castigo y la han matado? me equivoqué.
No es una mujer... Su verdadero nombre es Santiago Heredia, un mariposilla”. Mi pizarra rasca como un rayo al escribir, “¿está usted seguro?” “Por supuesto, hoy hemos ido a interrogarle y nos ha desafiado con saña, viendo que no iba a colaborar por las buenas decidimos bajarle la altanería, se le rasgó la espalda de su corpiño para darle unos latigazos y cayó al suelo el relleno que simulaba sus pechos abundantes, el resto permítame no lo continúo por ser de mal gusto”. Continua: “Esta es su declaración jurada de los hechos. El día de autos se encontró citada con Narciso en su carromato. Narciso intentó por la fuerza conseguir sus favores a lo que Bernardina o Santiago rechazó con fuerza. Narciso ofendido intentó violarla o violarlo no lo sabría definir bien, el caso es que Narciso le puso la mano en la entrepierna y…sorpresa, se animó aun más, a continuación Narciso le puso un puñal en el cuello bajo amenaza de revelar su secreto si no atendía a sus “necesidades” por lo que, el acusado le arrancó la bolsa de monedas y salió corriendo, el resto de la historia ya la sabe usted. A Narciso no le interesaba airear sus vicios contando la verdad por lo que decidió tentar a la suerte para que la ajusticiaran junto con su secreto. No tuvo tiempo para reaccionar mientras estaba el detenido/a en nuestras manos, tal como vimos juntos alguien se encargó de ajustarle las cuentas a Narciso y a su amante”. No me di cuenta que se me caía la saliva por la comisura de la boca al tenerla abierta mientras relataba los hechos acontecidos, Virgen del Amor Hermoso, pensé, cuantas sorpresas en tan poco tiempo.
Seguidamente entramos en la gran sala donde ya nos esperaban una treintena de personalidades. Durante horas hubo discusiones acaloradas de carácter jurídico y había comenzado la guerra entre los poderes eclesiásticos y los poderes de la jurisdicción civil. La sociedad pedía ojo por ojo a la justicia con la amenaza de disturbios en toda la ciudad, cosa que a nadie le interesaba; por lo que la balanza se inclinaba a favor del enviado del arzobispo de Sevilla, partidario de que el juicio a los condenados lo ejecutara el tribunal del Santo Oficio de la Santa Inquisición, institución independiente de la iglesia respaldada por la corona de Castilla. Aunque su cometido principal era la de perseguir a los falsos cristianos y a los herejes, también aprovechaban casos como este para dar un mayor prestigio en su carrera por el poder. El pueblo enervado pedía sangre y la Inquisición no los podía defraudar, Dios nos ampare a todos.
Casimiro se acerca y pasa su brazo por encima de mi hombro al terminar la primera reunión a la que asistimos. Son las primeras diligencias en las que se ha tomado nota de todos los hechos, no he podido escribir todo lo aportado en esta reunión por considerarlo ampliamente largo en terminología jurídica, además por la cantidad de horas empleadas en ella. Sí me ha llamado la atención el énfasis en todos y cada uno de los delitos cometidos por la pareja de reos a los que se le añade la de herejía por no ser presos confesos de la religión cristiana, es un delito que la Inquisición persigue con especial interés y uno de los pilares básicos de su ministerio y obra,. Tanto Santiago como Agapito ven el final de una vida de delincuencia y depravación con la gravedad de su propio testimonio de orgullo al no renegar de ser gitanos sin doctrina. Extraña pareja vuelvo a meditar, su raza según leí en viejos libros proviene de la palabra egipciano cuando se creía que su lugar de origen era el lejano Egipto. Personalmente es algo que me intriga por su misterio y ahora pienso que deberé callar por mis sospechas en la conexión del niño de la muleta y de otros hechos que demostrarían la pertenencia a un grupo de delincuentes con una organización muy bien establecida. No temo por mi vida, hace días descansó mi conciencia en los testimonios escondidos en la Biblioteca del Colegio-Universidad de Santa María de Jesús.

viernes, 6 de mayo de 2011

CAPITULO XIV. Las garras del demonio

CAPITULO XIV
Las garras del demonio
Caminamos por largos pasillos estrechos. El silencio solo se rompe con lamentaciones y lloros ahogados, gritos de histeria agudos y desgarrados, olores a orina y heces, piedra gris que derrama desconsuelo de sus paredes, ambiente espeso de tumba para los muertos en vida, palabras de blasfemia y lujuria, hogar de locos y antesala del infierno. Me concentro para aislarme de lo que me rodea con la cabeza inclinada y la capucha puesta, mis manos bajo las amplias mangas se unen en plegaria. Pasos cortos tras una beata, girar chirriante de una llave dentro de una cerradura verde de humedad, segunda puerta que aísla de un posible contacto físico cuando hay visita, solo que, yo no vengo de visita, en calidad de médico o sanador tengo la autorización del alcaide para poder visitar y atender a la detenida Bernardina. Tengo taponados los orificios nasales con pequeñas bolitas de tela que he preparado para la ocasión con mezclas de hojas aromáticas maceradas que aíslan hasta cierto punto el denso olor de los aposentos donde se encuentran las presas en la enfermería, también tengo preparada una fina tela de gasa con el mismo preparado para taparme la boca si es necesario, de poca ayuda sería contagiarme de las enfermedades que aquí anidan en el mejor caldo de cultivo, al acercarme a la entrada descubro mi capucha y noto porque no me atrevo a mirar las caras desencajadas, rotas por el dolor y el pecado de las compañeras reclusas que allí se encuentran.
Creo notar una mueca de sonrisa en la cara de Bernardina que no me termina de convencer, hay algo que sus ojos me dicen desde lo más profundo el mal que en ellos se oculta. De resto la veo bien, más delgada pero recuperada en apariencia, el pelo lo lleva completamente enmarañado y su cara sin maquillaje ha perdido el brillo y la gracia natural de una mujer que todo lo tenía para presumir. Sus ropas, las mismas con la que le dieron caza, presentan jirones, manchas secas de sangre, barro, costras y otras cosas que no voy a explicar. Después de saludarla en un gesto comienzo a limpiar todas las heridas de la cara, más por limpiarla que sanarla. Ya puede mover la mandíbula antes desencajada y el ojo ha vuelto a su sitio con el único problema de las cicatrices moradas. Se encuentra sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared en la que aparecen rayas y muescas marcadas en la piedra, de ella sale una gruesa cadena que acaba en su cuello con un cepo de bisagras con cerradura. Descansa sobre un charco de agua sucia donde flotan grumos y burbujas que distraen mi atención mientras la atiendo, el calor me ahoga y mi cuello se estira buscando un poco de aire que no esté viciado. Me ha parecido que mueve los labios, si los mueve, pero apenas en un audible susurro, con un dedo se los tapo dándole a entender que también comparta conmigo el silencio. Es inútil, continúa su letanía mareante con el silbido de su voz apagada, me concentro y la miro fijamente a los ojos para notar sensaciones, con paciencia acerco mi oído a su boca poniendo toda mi atención y espero…justicia gitana, justicia gitana, justicia gitana, justicia gitana, justicia gitana... Hasta ese momento miro al techo para asegurarme haber oído bien, terrible error, siento una mano enorme que me destripa, unas uñas que se clavan en mi bajo vientre. Esta mujer se aprovecha de mi desconcierto para meter el brazo por dentro de mi hábito mientras estoy agachado y me tiene agarrado por los… creo y siento que mi estomago está a punto de salirse por debajo, veo lucecitas y jadeo como una bestia atrapada en un cepo en una agonía y suplicio que jamás había sentido, me concentro para no perder el conocimiento, ella suelta un alarido acompañado de una risa de histeria que casi me revienta los tímpanos. Su boca suelta espuma por las comisuras y sus ojos se abren desmesuradamente inyectados en sangre, es una cara endemoniada como no se pueden imaginar, no sé cómo reaccioné ante el espanto al darle una fortísima patada en el estomago y dejarla pegada a la pared, no sé si me he partido el tobillo o si en sus manos quedó parte de mi hombría. El resto de las condenadas se unieron a la algarabía con un estruendo contagioso de fiesta carcelaria, veía dentaduras melladas, lenguas negras y miradas sucias, saltos y piruetas de locas de lujuria, el espectáculo más terrible que me había sucedido en los últimos años. Puta, zorra y guarra fue lo último que pensé cuando me desmayé por el dolor, cuando me recupere tendré que confesar mis pecados con palabras tan mal sonantes, Dios la perdone.
Se lo advertí fray mudito, el alcaide casi no puede hablar, dobla su cuerpo y no para de reírse, está a punto de caerse al suelo entre risas y lagrimas. Yo, no le veo la gracia, me sacaron de la celda cuatro guardias a rastras y a todo correr, estoy en la enfermería del patio central recuperándome de la feas y delicadas heridas de mi entrepierna, no puedo casi moverme ni caminar, además hay que añadir mis pies, al sacarme a rastras por el suelo empedrado he perdido varias uñas y tengo cortes en los dedos, de resto sólo dolores en el vientre , eso sí, me aseguran los enfermeros que me han sanado y cuidado que todo sigue en su sitio, bastante hinchado y supurando pus, han tenido que coser algunas telitas pero nada grave. Yo he preferido pasar sed hasta tener la boca áspera por evitarme ir a evacuarla. El alcaide parece ir recuperándose de su ataque de risa para preguntarme si dijo algo más aparte de justicia gitana, no, le indico con la cabeza en un gesto de intentar olvidar ese momento tan dramático para mi.
Verá Pedro llevo unos días muy ocupado viajando, hoy mismo acabo de llegar de la audiencia de Toledo. Corren malos tiempos por las guerras, el hambre, malas cosechas y encima los nobles de Castilla se pelean entre ellos por el poder político. Me hace recordar a D. Narciso, le hago saber con mi pizarra que sabe de él. El alcaide me comenta que sus ayudantes le han perdido la pista hace unos días pero no se puede encontrar muy lejos, seguramente emborrachándose o con algún negocio de compra de esclavos, eso si, le aseguro que muy pronto le haré una visita a “su amiga” Bernardina y al saber que puede hablar, va a cantar como la mejor verdulera de Sevilla. Lo pienso y me estremezco sabiendo los métodos que se utilizan para ese efecto.
Don Casimiro a pospuesto el interrogatorio por la cantidad de redadas que se están efectuando por todos los barrios. Llegan a diario carretas llenas de nuevos reclusos hasta verse hacinados en celdas donde duplican su capacidad. Crece la tensión en las calles por los continuos piquetes de familiares protestando por las detenciones.
Ya puedo caminar para continuar atendiendo a todos los enfermos, lisiados, heridos o simplemente borrachos a los que se les cura rápidamente sumergiéndolos de cabeza en la fuente central del patio entre varios guardias hasta casi asfixiarlos, al rato se les suelta y al poco tiempo vuelta a empezar cuando los recogen en otra nueva barrida de las calles. Lo más complicado en mis labores es otorgar las cédulas de visita a los presos por tener que organizar las colas interminables en la puerta para el posterior cacheo de los guardias que controlan las rejas. Fue uno de esos días de revueltas cuando intuí que me miraban...otra vez el niño con la muleta enfrente de la cárcel, esta vez no desapareció hasta enviarme un saludo especial, primero se aseguró que lo veía bien, acto seguido irguió su cuello y cabeza, abrió los ojos saltones y con un dedo lo pasó lentamente de un extremo a otro de su cuello, luego me miró, sonrió y continuó caminando sin retirar su mirada con una sonrisa pícara. Mal asunto pienso para mí, cuando un niño hace ese gesto tiene que guardar mucho odio en su interior y mucha sangre fría para demostrar un desafío de tamaña violencia.
¡Pedro, Pedro, Pedrooooo! Gritos desde la puerta. Levanto las manos con las palmas abiertas en señal de tranquilidad, no soy sordo le señalo al alcaide. No espera ni por respuesta, una zarpa se agarra de mi cuello y me tira dentro de una carreta dejándome aún más mudo, su cara es el reflejo de la ira, colorado como un tomate y con los dientes muy apretados, creo prudente quedarme quietecito y callado, algo no va bien y no voy a tardar mucho en enterarme. Salimos a las afueras de la ciudad camino al barrio más peligroso, El Arenal. Ya tenía referencias de estas calles, pues fue lo primero que me advirtieron a mi llegada a Sevilla. A lo lejos, en un descampado ya veo el jaleo formado y distingo una veintena de guardias armados con trabucos, pistolas y otras armas de fuego que mantienen retenidos a un grupo de gitanos, a juzgar por su forma de vestir. La cosa va en serio, ¿qué tengo yo que ver en todo este lío? falta poco para averiguarlo.