domingo, 26 de junio de 2011

CAPITULO XX, Demonios alados.

                                              CAPITULO XX

                                              Demonios alados







Sentía un profundo dolor al escuchar a mi amigo Casimiro, su cuerpo frente a mi parece más encogido, su rostro refleja las marcas de una incipiente desvarío propio de una mente enfrentada al límite de la locura, para su tranquilidad y en silencio le indico que se quede tranquilo para poder hacer la señal de la cruz y rezar por su atormentada alma, no puedo hacer otra cosa, yo mismo me veo afectado por todos los hechos que ha narrado, me invade el sueño y todo lo veo borroso a mi alrededor, siento que no soy dueño de mi cuerpo, mis labios han perdido la sensibilidad y pierdo la conciencia en un pozo negro de intenso vacío. Noto que me sacuden los hombros, poco a poco voy retornando a la realidad, limpio mi boca de húmedas y pegajosas babas al levantar mi cabeza de la sucia mesa y entorno los ojos ante la luz de una vela que me plantan ante la cara, estoy en la taberna y es el posadero quien intenta despertarme de mi embriaguez y cansancio, despierte padre, es de noche y tengo que cerrar, no se preocupe de la cena y el vino, el alcaide lo ha pagado todo, tan solo me dijo antes de marcharse que le diera las gracias por su paciencia y que Dios le acompañara en sus oraciones.

A duras penas trastabillo hasta la salida de la taberna, la brisa de la noche termina por espabilarme la conciencia al recordar toda la trágica muerte de las personas que conocí con un final tan repugnante, me siento sucio por dentro y por fuera, necesito volver a encauzar mi camino a Dios con todas las dudas que me invaden, esta noche siento que habrá un antes y un después de tanto ajetreo, me duelen muchísimo los pies, hasta ahora no me había dado cuenta de lo poco que me cuido, intento mantenerme de pie para poder orientarme entre estas calles tan oscuras, me dejo llevar por el instinto al caminar por las silenciosas calles, me apoyo en sus paredes aspirando olores que me sean familiares intentando escuchar cualquier ruido conocido, es inútil Sevilla duerme ya que ni un alma se cruza en mi camino, un susto me hace despejarme, un enorme gato negro se cruza como una sombra por delante para desaparecer entre unos matorrales, mal presagio, no me gusta la noche y tampoco los gatos, no sé ciertamente el motivo pero en sus miradas presiento maldad oculta y traición. Siento el temor a vagar sin rumbo toda la noche en esta ciudad que apenas conozco para perderme en el mundo de las sombras, hay momentos después de tanto caminar que oigo llantos apagados de niños dentro del calor de sus casas o el silbido de la brisa al arrastrar las hojas secas por el empedrado del suelo, me ha parecido oír un aleteo de pájaro,¡¡ pero ¡!, de noche? Y tan cerca? calma, serán imaginaciones mías o será una mala pasada de mi dolorida cabeza, no, he vuelto a oír el aleteo, estoy seguro, también he oído un rozar prolongado al raspar en una pared, Dios mío, no puede ser cierto, contengo la respiración al apoyar mi espalda a un muro y observo sobre mi cabeza a la altura de los techos de las casas, Virgen piadosa ayúdame, sí, estoy seguro que a cierta distancia alguien intenta darme caza, pero los pájaros no están activos de noche, o no son pájaros? Se me erizan todos los pelos del cuerpo al pensar que quizás se trate de una de mis pesadillas, no, estoy despierto y sudando, mi respiración es agitada al imaginarme al demonio alado intentando clavarme sus garras y arrastrarme hasta las llamas del infierno, confieso mi miedo que sin pensármelo emprendo una desenfrenada carrera por todos los callejones oscuros, jadeando intento encogerme contra las blancas paredes para no ser descubierto, es inútil, después de un rato y en total silencio vuelvo a oír ese aleteo de animal con plumas, no me equivoco, alguien me persigue, ya no sé si volando o arrastrándose por estas sinuosas calles, como en anteriores ocasiones aprieto con fuerza el crucifijo que cuelga de mi hábito para que si muero me acompañe en mis últimas horas junto al secreto que siempre me acompaña, no quiero o el pánico no me deja moverme, aguardaré a que me alcance si ese es mi destino final.

Siento el frio de la pared con el intenso sudor caer en gotas por la espalda, me mantengo pegado intentando creerme que me he vuelto invisible, miro y vuelvo a mirar el oscuro cielo y las nubes como gasas deshechas al pasar por delante de una luna que no ilumina mis temores, se encuentra cerca, muy cerca, oigo el siseo en las paredes y un aleteo apagado a sabiendas que me encuentro cerca, de pronto intento correr en un desesperado ataque de pánico y tropiezo con alguien cayendo al suelo en un remolino de alas, plumas y cacareos. Cacareos ? No puede ser, que diablos, Serafín ? Si, este muchacho chiflado, con las manos abiertas le indico que hace aquí, Pedro, estaba preocupado por vuestra seguridad, me siento en el suelo y me pongo las manos en la cabeza, estáis bien?...verá Pedro, después de alejarme del puerto me encaminaba hacia el colegio pero en el camino me entretuve en el mercado viejo, decidí cambiar el pescado por estas tres gallinas y preparar buenos caldos, era tarde y volví sobre mis pasos a buscarlo cuando empecé a preocuparme si se encontraba bien, le he buscado todo el día y cuanto más tarde se hacía más crecía mi inquietud, ya caía la tarde cuando me encontré con el alcaide y desde entonces he intentado seguir sus pasos, siento mucho haber tropezado con usted pero además de no ver con esta oscuridad me sentía inquieto y temeroso.

No puedo con este muchacho, me ayuda a levantarme empeñado en sacudirme el hábito a manotazos, lo detengo y le doy un cálido abrazo de gratitud, Serafín se queda sin palabras un poco asombrado ante mí acción y juntos nos encaminamos hacia el colegio-universidad para intentar descansar antes de la primera oración con la que daremos gracias por un nuevo día. Por el camino me va contando anécdotas de su niñez antes de ser llamado como servidor de Cristo, a diferencia de mis orígenes el supone que fue vendido al nacer y criado por monjas en un convento de la ciudad de León, no tiene recuerdos de su madre, según le contaban las hermanas del convento él fue el resultado de una relación extraconyugal con un rico y apuesto joven perteneciente a la nobleza de la corte, su madre, ante el temor de la justicia y de su propio marido lo dejó abandonado a las puertas del convento de Santa Casilda, por todos era conocido el comercio y trapicheo con bebés y niños, por un precio razonable y a sabiendas del origen de su sangre se comerciaba con las criaturas, bien para adopción de mujeres resecas al no quedarse preñadas o para labores de trabajo en campos y palacetes, las monjas al verlo tan esmirriado y canijo lo bautizaron con el nombre de Serafín en un suponer que su vida no duraría mucho, sonrío al pensar que humor tan fino el de las monjitas, misteriosas mujeres de las que si admiro su buena mano para la repostería.

 A pesar del dolor de cabeza que me produce tanta palabrería de mi amigo no dejo de pensar la pena que me produce tan triste historia, me siento cada día mejor en su compañía al entender su orfandad y porque no? Me ayuda a disipar tantas preocupaciones que me atormentan por el camino y me aporta la voz necesaria para comunicarme con tanta gente que necesito ayudar, me confiesa con voz trémula su propia necesidad de buscar el camino para promulgar la palabra de Dios, de sus dudas y temores, yo, pobre de mí, tan solo soy capaz de darle unas palmadas en su hombro, ni yo mismo sé cuál es el camino de la verdad divina, máxime cuando las sombras de las calles esconden tantas traiciones ocultas.

Descanso en mi celda, una habitación de reducidas dimensiones, un camastro de tablas con un fino colchón relleno de lana apelmazada con olores a campo y a sueños de anteriores huéspedes, una ventana estrecha cruzada con barrotes de hierro no con la finalidad de aprisionar la libertad de sus moradores y si evitar que entren alimañas de los jardines y bosques colindantes, a veces oigo quejidos ahogados que traen los vientos del norte en sus solitarias cabalgaduras para llenar de olores de mundos que no han profanado los hombres, lenguaje de vientos con voces lánguidas que hablan cuando dormimos y atormentan a los que sin fe no saben de esperanzas. Una cruz, un asesinato en el tiempo lejano me recuerda el dolor y el miedo al más allá, compañero hiriente de mi cabeza, preso dentro de mi muda agonía, me mira con la cabeza ladeada avergonzado de sus propios hijos, traición de judíos y justicia romana, mirada caída con lagrimas de sangre y corona cobarde de reyes de la tierra, una banqueta de tosca madera, no para sentarse cómodo y si para sentir en mi maltrecho cuerpo la labor que me ocupa al escribir lo que siento, dolor y muerte, un cirio deja caer las gotas del tiempo en esta sucia mesa de restos de comida con sudores de penitente, paredes de piedra en las que veo dibujos en sus caprichosas formas, caras de miedo, bestias mitológicas, animales del campo y formas que emborrachan mi mirada cuando me siento tan vacio, no puedo dormir, a lo lejos oigo el canto del gallo que anuncia la llegada del sol perezoso en el horizonte, dejo que sus rayos de luz me llenen del tibio calor y noto deslizar en un siseo una lagartija hasta una grieta de la piedra, lagrimas que caen sobre mis doloridos pies, mi cabeza abatida parece pesar con tantos secretos de confesión junto al crucifijo de mi hábito que se balancea como silencioso testigo,  se abre la puerta después de un golpear cadencioso, hermano Pedro, es la hora de Dios, alabemos su nombre con nuestras oraciones, durante la jornada e intentado evitar encontrarme con Serafín, hoy toca ayudar al hermano cebolleta con las labores de la cocina, algunos niños comen en un salón de ésta universidad después de recibir la educación , la cultura, religión y otras materias que aportarán junto con los juegos y las travesuras el amor profundo por la vida.




viernes, 24 de junio de 2011

CAPITULO XIX, Muerte.

                                                      CAPITULO XIX
                                                              Muerte





Serafín sonríe con una cesta de pescado que mantiene con gran esfuerzo, le indico que se adelante para yo al fin poder tomarme un pequeño descanso y quedarme a solas con mis reflexiones, necesito aislarme si cabe aún más de todo lo que me rodea y ciertamente con este muchacho tan hablador a mi lado no puedo concentrarme, me he acostumbrado a estar solo y repasar mentalmente todo lo que sucede a mi alrededor sintiendo si el camino es el correcto, cuantas sorpresas me he llevado y cuantas personas con su propio mundo interior intentan buscar en la vida su propio camino, sin darme cuenta he vagado por las calles sin un destino concreto, a una cierta distancia me ha parecido ver a varios jinetes con el alcaide a la cabeza, recuerdo que tengo una conversación pendiente con él y sin demora me dirijo a su encuentro.

Siéntese padrecito, se le nota cara de cansado, nos encontramos en una taberna llamada tres claveles casi en las afueras de Sevilla, grandes mesas de oscura madera con bancos y taburetes llenan casi por completo el local, paredes de azulejos con filigranas arabescas y macetas con geranios lo decoran, es un sitio agradable para refugiarse del calor de la calle, D. Casimiro me mira para saber que puede pasar por mi cabeza y poder iniciar una conversación que he tratado de olvidar o que quizás no quiera escuchar pero necesito liberar el dolor por muy duro que sea.

Intento explicarle a Casimiro las novedades acontecidas en el puerto el día de mi precipitada ausencia, mi encuentro con el capitán con su tripulación y las tribulaciones de personas de color secuestradas de las lejanas tierras de África para ser vendidas como si se tratase de ganado, no recuerdo cuando fue la última vez que pude dormir más de dos o tres horas seguidas y comer con tranquilidad se ha convertido en una quimera pero tampoco es una de mis prioridades cuando he visto tanta miseria y hambre en esta populosa ciudad, estoy convencido de que las personas que he podido ayudar y sanar están carentes de esperanzas y fe en algo que les ilumine en su quehacer diario. Amigo Pedro, he visto y sufrido a lo largo de mi vida todo tipo de aberraciones contra el ser humano pero créame si le digo de mi profunda tristeza por todo lo que pude sentir el día que usted se ausentó precipitadamente, poco después de marcharse se dictó la primera sentencia acusatoria sobre los reos, los niños, no se lo había dicho pero yo también soy padre de un mocito de siete años, me siento muy orgulloso de él y procuro pasar todo mi tiempo libre a su lado, compartimos largas jornadas de cacería en los bosques cercanos e intento formarlo en el respeto por todas las cosas positivas de esta triste vida, entienda Pedro que no comparta con nadie algo que tan solo me pertenece, sufro al ausentarme de Sevilla y dejarlo sólo al cuidado de su abuela materna, le muestro mi señal de duda por su madre a lo que Casimiro me contesta que la pobrecita murió hace pocos años víctima de una grave enfermedad pulmonar. Hay una larga pausa de silencio a la que por respeto procuro no interrumpir con ningún gesto brusco, le noto a mi amigo el brillo en sus ojos aguados prisioneros de un dolor que necesito compartir, nos interrumpe un obeso posadero al traer las viandas y una jarra de vino a nuestra mesa.

Necesitaba hablar con usted, continúa mi amigo, me siento agobiado por todo y necesito del perdón de Dios en secreto de confesión, me siento cansado de tanta mierda a mi alrededor, siento dudas en mi propio trabajo y presiento que cualquier día me vea metido en algún fregado y deje huérfano a mi único hijo, créame padrecito es lo que más me preocupa, pero no pretendo evadir la historia de la que fui testigo y quizás me sienta culpable por estar tan involucrado en la vida de estas personas. Se dispuso según las ordenanzas el arrepentimiento público de los niños por cometer delitos contra la ley de Dios, evitar el suplicio del castigo por herejía y blasfemia a lo que renegaron públicamente y en presencia de todo el tribunal de la Santa Sede, dicho esto el público se encolerizó con chillidos y lanzamiento de todo tipo de frutas y verduras podridas contra el estrado pidiendo castigo ejemplar para los pequeños endemoniados, ante las increpaciones del populacho y para evitar una revuelta se les condujo en penitente procesión a poca distancia hacia la Puerta del Perdón, allí ya estaban preparadas las vigas verticales en el tablado dispuestas para atar con correas los brazos de los niños y exponer sus espaldas al látigo del verdugo, así se hizo, cien latigazos para cada uno de ellos y algunos menos para el cojito, este ultimo aguantó con rabia contenida cada uno de los chasquidos que marcaban su espalda hasta que exhausto se desmayó no sin antes gritar a voz en grito, malditos hijos de puta. Han sido expulsados de Sevilla con la orden de no poder pisar jamás esta ciudad y en el caso de que los apresen causarán ejecución y muerte sin juicio previo, créame Pedro, no pude evitar en cerrar los ojos cada vez que oía el silbar del látigo y su chasquido al encontrar la carne de estos niños, las lagrimas me asomaban y mi corazón se sentía encogido por el terror, pero aún quedaban mas escenas que no puedo borrar de mi cabeza, era tarde y nos retiramos a comer en los salones de la iglesia de San Pablo, necesitábamos recuperar fuerzas para el resto del día.

 Escucho a mi amigo Casimiro con el asombro de las imágenes que me relata, he procurado al transcribirlas ahorrarme detalles tan escabrosos que han causado grave malestar en mi cansado cuerpo, me laten las sienes con un dolor de cabeza propio de la calentura producida por el sol en mi larga caminata hasta esta taberna, mi cansancio o por el vino que ya he bebido intentando evadir la tragedia de tantos horrores, Casimiro es una calavera pálida en sus expresiones, lo veo en una turbia nube de espectral imagen, a pesar de estar lleno el local de gente bulliciosa me parece oírlo sólo a él con una voz quebrada por su propia conciencia, me falta capacidad para concentrarme en Dios Nuestro Señor, creo que lo que estoy escuchando es más propio de la maldad humana y poco tiene que ver con la Justicia Divina, vuelvo a cuestionarme en qué medida somos jueces y verdugos de las acciones en la tierra, por otro lado no puedo dilucidar la forma o el método para castigar tanta maldad en niños sin esperanzas. Casimiro apenas levanta la cabeza del plato, le veo comer pescado y beber de su vaso como si con ello continuara con sus tristes costumbres, más por habito que por hambre, después de beber un largo trago de vino y limpiarse con la manga de su chaquetilla me mira sin pestañear y me dice, creo que todos guardamos secretos, no padrecito? me he quedado perplejo conteniendo la respiración, a pesar de tener tantos informantes no es posible que este hombre roto por su propio dolor llegue a saber de mi angustioso pasado y donde se encuentran mis miedos ocultos, ese libro que bien puede llevarme hasta la muerte por contener confesiones que ni yo mismo se si son propias de Dios o del diablo, no, después de una mirada vacía me enseña unos dientes sonrientes y suelta una palmada en mi hombro propia de un hombre que busca el alivio en alguien como yo que no puede hablar pero escucho absorto con todos los matices.

Habíamos descansado lo suficiente para almorzar y afrontar a primeras horas de la tarde el anuncio de la sentencia de nuestros ilustres reos, además de Agapito y Santiago Heredia habían otros diez acusados de distintos delitos traídos todos desde el castillo de Triana, eran el plato fuerte para tan magna celebración, el pueblo aullaba como jauría de lobos hambrientos de sangre, los nobles y el clero esperaban impacientes los beneficios que pudieran conseguir a los ojos de la corte de Castilla para su propia riqueza y poder, culpables de varios delitos y condenados a sufrir el tormento de las llamas de la hoguera, se inicia la comitiva hasta un lugar llamado el quemadero de Tablada en el que ya estaban preparadas el estacas, junto con la marea humana y detrás de los presos se incorporan dos carretas tiradas por bueyes cargadas de leña y brazadas con fardos de paja seca, llegamos con la noche hasta el destino final con una sorpresa añadida, estaban los verdugos atando a los presos a las estacas poniéndoles la capucha en la cabeza, más para evitar el horror al público presente que por caridad ante una muerte tan espantosa, bien es sabido que, en anteriores ejecuciones y por efecto del fuego los ojos de los condenados saltan de sus órbitas y sus lenguas ennegrecidas se hinchan entre atroces gritos de agonía no sin antes blasfemar públicamente contra todo lo sagrado, Agapito y otros tres compañeros condenados sufren ataques de pánico entre estertores de histeria, babean y se retuercen en el suelo sin dejar de convulsionarse con los ojos en blanco, ante la sorpresa de los presentes aumenta la algarabía del pueblo y el regocijo de la curia eclesiástica al afirmar públicamente de estar poseídos por el Diablo por lo que se les aparta a un segundo plano.

Atados a los postes se les pregunta, ¿te arrepientes de tus pecados? ¿quieres abrazar la religión cristiana?, desconozco las respuestas que pudieron dar, me encontraba sin ser consciente de lo que presenciaba, veía como se disponían los círculos de leña alrededor de cada poste a una altura no superior a la cintura de los condenados para a continuación prenderlas con largas antorchas untadas de brea. Santiago era una macabra imagen de lo que usted conoció, Pedro, con la cabeza completamente rapada era difícil imaginar una vida de vicio y perversión cuando se sentía mujer, con las primeras llamas se le empezó a ennegrecer la piel de las piernas con un chisporroteo grasiento al llegar a sus gruesos muslos, el fuego se avivó al devorar su torso por la cantidad de grasa que acumulaba, mientras su cuerpo se retorcía por la gran llamarada se oían los ruidos que expelía desde el interior de su cuerpo en brotes de grasa derretida y humo negro, todo el proceso duró una eternidad por la brisa de la noche que caprichosa hacía bailar las llamas en una y otra dirección en un macabro retorcer de vísceras e intenso olor a grasa quemada, cerca de donde me encontraba el aire traía cenizas y restos que al caer al suelo se mantenían encendidas con pequeñas luces como si un campo de velitas se tratara, al contemplar tal espanto me lloraban los ojos por el intenso calor y la repugnancia que brotaba de lo más intenso de mi interior, todavía tengo pesadillas por las noches al acordarme de aquella noche aterradora, mi ropa hiede con el tufo de la muerte, tengo miedo con solo pensarlo.

Al desgraciado de Agapito no pudieron ajusticiarlo con el mismo método por no estar consciente para ello, optaron por introducirlo al igual que a sus compañeros en jaulas metálicas individuales que izaron con cadenas hasta los altos de los muros de la muralla allí permanecerían a la intemperie hasta morir, en muchos de los casos sé que introducían gatos rabiosos para causar mayor dolor y en otros casos las aves carroñeras se encargaban de devorarlos lentamente en una agonía que podía durar varios días, todo para satisfacer la venganza de la iglesia contra los que renegaran de su dogma y la burla y mofa de cuantos contemplaran el destino de herejes, judíos y delincuentes.

miércoles, 22 de junio de 2011

CAPITULO XVIII, Doce Apostoles.

                                            CAPITULO XVIII

                                               Doce Apóstoles







He recibido una misiva lacrada de manos de un emisario de la Santa Sede, en ella me hace saber de la decisión del edicto de fe en que se hará pública hoy en la catedral por el juicio a los condenados.

  Nos acercábamos a la catedral ya veíamos la parafernalia del acto del cual íbamos a ser testigos directos, grandes toldos de telas gruesas hacían de protección bajo su techado de las autoridades que serían testigos presenciales de todo el protocolo, el alguacil tiene su lugar en esta zona privilegiada y yo, soy un invitado que le acompaña.     

  El acto comienza con una solemne procesión de las autoridades civiles y eclesiásticas con estandartes de finos lienzos e imágenes de vírgenes y mártires, un muchacho balancea un recipiente con inciensos, dejando volutas de humo azul y de olores de santidad, nuevamente el ejercito flanquea la comitiva arropando a sus componentes que a pesar de la hora temprana acompañan con largos cirios blancos y retumbar de tambores, las gentes que ya empiezan a cubrir todos los espacios posibles se agolpan para no perder detalle, miradas nerviosas y gestos en señal de la cruz con expresiones de dolor y aflicción, por un momento me distraen los niños en su interminable corretear y encaramarse a los árboles para tener una visión privilegiada de todo el proceso, una cola interminable de autoridades con sus mejores vestiduras y en sus manos las Sagradas Escrituras como ratificación de su apoyo a la iglesia, a continuación monjes de todas las órdenes religiosas en filas de a cuatro, algunos descalzos y otros con capuchas en pico de sombría presencia, al poco se va extendiendo un rumor que va en aumento por la llegada de los presos, rumores que se convierten en gritos y el unánime alzar de brazos con puños amenazantes, siento temblar mi cuerpo recordando las sensaciones ya vividas hacía poco tiempo atrás.

En mi delirio recuerdo lecturas pasadas en mis tiempos de meditación, dadle al pueblo pan y circo para que se olviden de cualquier otro problema, creo recordar los tiempos de la antigua Roma donde tantos mártires sufrieron las torturas y ejecuciones públicas tan solo por ser cristianos, siento pensarlo pero en que hemos avanzado? . Continúo distraído al ver el largo desfilar de gentes notando desde la altura del atrio donde nos encontramos la llegada de los reos, vestidos para tan magna ocasión con túnicas llamadas “ sambenitos ” a paso lento se oye el tintineo de las cadenas que les sujetan brazos y piernas con el cuidado de no tropezar por ir enlazados unos a otros, a la cabeza de esta procesión de ánimas en pena van los más corpulentos y al final… Dios Todopoderoso… los niños…el de la muleta no parece importarle la gravedad del castigo que le pueda caer, se mantiene con la cabeza alta y en un momento siento que su mirada se cruza con la mía en destellos de profundo odio. Cientos de personas se acumulan escuchando la solemne misa que se demora a lo largo del día, comienza el despliegue del tribunal bien entrada la tarde cuando ya la fatiga empieza a hacer mella con los pliegos oficiales en los que se dictarán las sentencias.

Un pequeño barullo dentro del gentío aglomerado me llama la atención, o la vista me engaña o es el fraile que llegó de viaje contando historias de Jaén, si, no cabe duda, su semblante nervioso y el agitar de los brazos me indica que acuda rápido a su encuentro, así se lo hago saber al alcaide, vaya Pedro, no se preocupe ya le informaré de todo lo que aquí suceda por si se demora en volver, con dificultad, y sorteando a todas las personas allí congregadas a pequeños pasos me acerco al hermano y le indico con señas cual es la urgencia, necesito que me acompañe Pedro, es un asunto de vida o muerte… curiosa observación cuando están a punto de dictar sentencia a estos pobres pecadores con el griterío ensordecedor en el que indican cuales serán los castigos.

No puedo seguir increpándole porque se ha ido calle abajo esquivando a empujones a todo el que se cruza su camino, su intención es que lo siga y de vez en cuando voltea la cabeza para asegurarse, a mi me tocan todos los insultos de las personas con las que se ha tropezado, vamos camino al puerto y las calles se van estrechando y dificultando nuestro avance, siento gotas frías de sudor bajando en un cosquilleo por mi cuerpo, la falta de ejercicio y el tiempo que llevo descansando en esta ciudad hace que mi cuerpo haya perdido flexibilidad además de embotar mis sentidos con tantos ruidos y olores, después de unas largas y tediosas carreras veo a una cierta distancia al fraile entrar en un ruinoso albergue donde también se han acercado dos o tres mujeres moriscas con la cara tapada con velo y largas túnicas que les llegan hasta los pies, cuando ya me acerco hay un detalle que me llama mucho la atención, pensaba que sus manos y pies estaban llenos de suciedad y me sorprende al ver de cerca que se trata de pinturas geométricas muy singulares, no me da tiempo de mas cavilaciones porque me rodean y como gallinas coléricas, me arrastran de mi hábito hasta el fondo del local.

Me á costado habituarme a la penumbra y al olor característico de mis últimas experiencias, orines, excrementos y ácido sudor me tupen la nariz, procuro mantener la calma al observar muchos pares de ojos entre blancos y amarillentos que me observan con temor desde el suelo, son un grupo de hombres negros semidesnudos, tan sólo tapados en sus vergüenzas y en los que apenas se les distinguen las negras cadenas que les aprisionan sus muñecas, lo ve fraile, ha perdido el tiempo buscando a su amigo, se le ve que no le gustan estos demonios, al girarme veo a un hombre del mar con largo pelo y grandes barbas que cubren toda su cara, en su grasienta calva un gorro de fina piel que conoció tiempos mejores, por las manchas que se le ven parecen mapas de tierras lejanas como los que he visto en libros antiguos, de su boca sale una humareda apestosa expelida del extremo de un cilindro marrón, al que llama cohíba o tabaco, el capitán  Salvatierra, así lo llaman sus marineros, mi compañero, se acerca al capitán para indicarle que no puedo hablar y que se equivoca al comentar mi repulsión por otras razas, son seres humanos hijos de un único Dios … no hay tiempo que perder con sermones en tierra yerma, le indico traer abundante agua caliente, mantas, comida y medicinas.

Ya llevo dos días en este albergue tratando de revivir a estos pobres desgraciados, con paciencia me he ganado su confianza y hemos logrado salvarlos a todos después de que vieran tan cerca la muerte, algunos parecía no importarle morir creo preferible no saber todo lo que habrán sufrido, han sido bañados, curados de laceraciones, marcas de golpes pero sobre todo han comido como desesperados, no han probado la carne imagino por causa de sus creencias en el Islam y con ayuda de las señoras moriscas entiendo gran parte de sus necesidades, ahora ya me siento mejor, me siento útil y reconfortado, me he retirado a descansar y encontrarme con la unión de mi propio Dios, mis oraciones y mis temores.

Hermano Serafín, ese es el nombre de ahora mi entrañable amigo el misterioso y parlanchín fraile, Dios, habla más que un corro de viejas en un mercado, en ocasiones le señalo con un dedo mis labios para callarlo a lo que se ruboriza como un niño y me pide disculpas, nuevamente empieza a contarme de su carácter nervioso y vuelvo a decirle que se calle, es un buen chico, jovencito, nervioso pero de gran corazón, se ha convertido en mi sombra con el pretexto según me cuenta para aprender de mis conocimientos médicos a lo que procuro enseñar con infinita paciencia, las cosas empiezan a mejorar por no disponer de tiempo en muchas distracciones, únicamente por las noches suelo reunirme con el capitán del barco que trajo desde las costas de África un cargamento de esclavos para posteriormente venderlos en las Indias, su tripulación de marinos también se reúnen con nosotros y dentro de las diversas procedencias del mundo mi mente se imagina que los hombres pueden tener otras esperanzas que las que hasta ahora he conocido, pronto zarpará nuevamente con víveres que se cargan frenéticamente en su navío, ha insistido en pagarme por haber tratado bien su  “mercancía “ lo he saldado con un enérgico puñetazo en la mesa ante el comentario, después de quedarse sorprendido a soltado una gran carcajada y de una palmada en mi espalda casi me rompe la columna, no puedo conseguir cambiar las mentalidades con tanta facilidad cuando lo único que les motiva para cualquier acción tiene que ver con un precio en monedas, así son los corazones corruptos y pecadores de las gentes que me rodean.

Sólo quisiera pedirle un último favor, me comentó el capitán antes de su despedida en los muelles de Sevilla, verá padrecito, me decía siempre con respeto para evitar ofenderme con su sucia lengua, desde nuestra conversación evitaba en mi compañía decir palabrotas mal sonantes y blasfemias, así mismo la fea costumbre de escupir al suelo como un judío, sabrá usted, continuó, que para poder embarcar a los esclavos necesitan la documentación en regla, la Santa Inquisición está metiendo las narices en todo aquello en lo que se pueda sacar tajada, me he negado en ayudarles económicamente con algún dispendio económico y por ello me exigen que los negritos tienen que estar bautizados, sabe padrecito? aparte de usted y su amigo Serafín no me gustan los monigotes, así era como definía a los servidores de Cristo la ocasión en la que hablé con ellos me obligaron a tirar mi cohíba alegando que sólo el diablo podía echar humo por la boca, pandilla de ignorantes santurrones, son buitres carroñeros, viajaremos a la isla de Cuba donde no se permite desembarcar mano de obra para las colonias si no son hijos de Dios. Este hecho fue uno de los momentos más entrañables de mi vida, sentía que había sido elegido como un humilde servidor de la Gracia Divina y por ello en mi mano estaba el destino de aquellos infelices de incierto destino, así lo hice, casualmente no tuve que pensar mucho en los nombres a bautizar, eran doce, sus nombres serían los de los apóstoles de Jesús para sembrar con nuevos cristianos el nuevo mundo, al primero que conocí y curé lo llamé Pedro, al capitán Salvatierra  le pedí que cuidara de ellos y los alimentara con fruta y verdura fresca a lo que me comentó, daba por perdida una gran suma de dinero al creer que estaban medio muertos gracias a usted podré sacar unos buenos cuartos al llegar a mi destino, descuide padrecito, cuidaré de sus almas y brindaré con buen vino a su salud  desde que vuelva a pisar tierra y los haya vendido.  

lunes, 20 de junio de 2011

CAPITULO XVII, Conspiraciones.

                           CAPITULO XVII  

                                                Conspiraciones







Hoy me he acercado nuevamente a la cárcel en busca de noticias de los reos, la tranquilidad ha vuelto y con ella la misma rutina que viví dentro de sus fríos muros, me siento feliz de volver a compartir conversaciones triviales con sus presos, no me importa su credo o su religión, no voy a imponer como tampoco lo hice en su momento mis propias creencias hoy no me siento con fuerzas para ello ni es la finalidad de mi visita. Confieso arrepentirme de los pensamientos de desconfianza que tuve en su momento en relación a D. Casimiro el alcaide, siento que es una buena persona, un poco especial en algunos actos impropios de un buen cristiano pero cumplidor con la obligaciones propias de su cargo, nos hemos encontrado y con un fuerte y sincero abrazo no hemos puesto al corriente de todas las novedades acontecidas en estas últimas jornadas, necesito descargar prudentemente de las preocupaciones que me asolan, encontrar explicaciones lógicas del proceder de los poderes civiles y eclesiásticos. Por supuesto mi amigo el alcaide  tiene un fondo sensible, también comparte mis dudas solo que él las disfraza con su semblante rígido de administrador asalariado de la ley y la justicia, me confiesa con cierto alivio que ya trasladaron a  los presos al Castillo de Triana, a orillas del Guadalquivir, sede principal de la Santa Orden en Sevilla.

                                                                                                                                                        

Tiempo después de mi incidente con el reo Santiago, el cual prefiero no volver a recordar se incrementó la vigilancia de todos los condenados y a la vez un control mucho más riguroso de todas las visitas programadas a las celdas de los mismos, tanto Santiago como Agapito no recibieron ninguna atención ni visita mientras yo me encontraba hospedado dentro de la cárcel, suponía que su familia si es que la tenía hacia tiempo les habrían olvidado, pero los hilos del destino dentro de su misteriosa trama acaban soltando algún fleco de donde al tirar se descubren nuevas historias tal y como a continuación me detallaba D. Casimiro.

Recuerda hermano Pedro que, al marcharse usted de la cárcel ese mismo día yo también tuve que hacerlo para acompañar a la comitiva del Santo Oficio, pues bien, a mi regreso creí prudente aislar en celdas únicas a nuestros famosos huéspedes con la finalidad de quebrar su ánimo y forzar sus voluntades además evitar filtraciones de noticias fuera de estos muros, así se hizo, para cualquier acto que se hiciera necesaria audiencia les acompañarían cuatro guardias para Santiago y dos para Agapito, lo mismo para cuando tuvieran necesidades fisiológicas de aguas mayores irían igualmente acompañados a las letrinas comunes sin posible contacto visual con ninguno de los otros presos, así se hizo, pasaron los días con la misma rutina que de costumbre pero había algo que no me encajaba, quizás la desconfianza que me provocan o quizás se llame intuición por mis largos años de experiencia, así que yo mismo supervisaba todo el entorno en sus pobres vidas aquí dentro, en una ocasión aproveché la salida de la celda de Agapito para supervisar los cuatro muros en los que pasaba tantas horas.

A los huéspedes calificados como muy peligrosos no se les facilitaba ningún tipo de utensilio, la comida se servía en un cuenco de barro y una jarra con el agua, estos dos objetos se revisaban minuciosamente al entrar y salir con la finalidad de evitar cortes en sus bordes que pudieran lesionar, pues bien querido Pedro, vueltas y vueltas por la celda para quedarme tranquilo en mis sospechas hasta que lo vi cuando ya me marchaba. Una muy pequeña pluma de gallina de las mismas que por aquí pululan y de las que sacamos muy buenos caldos para los delicados de salud de nuestra enfermería, pero no nos salgamos de los hechos en los que se demuestra la astucia refinada de tan pícaros delincuentes, yo me veía con la mano apoyada en la barbilla ensimismado en el relato de D. Casimiro, completamente absorto y decididamente inquieto para saber por donde acababa la intriga, pues bien Pedro, continuó tras uno buenos tragos de vino, una pluma de gallina no es un arma blanca, por supuesto, pero… como había llegado a una celda aislada en un tercer sótano enterrado en lo más profundo de la tierra sin apenas ventilación ?, francamente no lo sé, le demuestro al torcer la boca en una mueca de incógnita. Bien, no conforme con la averiguación, la dejé en el mismo sitio y decidí prestar mayor atención a todos los pasos.

Las jornadas siguientes puse toda mi atención en cualquier detalle significativo hasta que lo descubrí, las letrinas consistían en un cubículo estrecho con suelo de tierra y un agujero en el centro donde se dejaban caer los desechos corporales, con ayuda de una antorcha revisé la pared de piedra y allí estaba, un papelito muy doblado en la grieta de dos piedras, este papelito es donde se entregaban las especies para aderezar la comida, pues bien, el papel aparentemente no tenía nada escrito…o eso pudiera pensar cualquiera que lo encontrara, casualmente al acercar la antorcha para verlo mejor se reveló la trama, letras códigos y números minúsculos pero legibles escritos con zumo de limón y a modo de pluma…la cañita de la pluma de gallina de la celda.

Continué recopilando todos los papelitos para enterarme de quienes estaban detrás del complot, hemos detenido a tres niños, uno de ellos cojo de una pierna, un sobresalto me hace reaccionar por primera vez desde que comenzó el relato y hago todo lo posible para que el alguacil no me descubra, Agapito aparentemente el más débil de la pareja resulta ser el cabecilla de una banda de delincuentes con todo tipo de delitos a cual más sorprendente, asesinatos, secuestros, sobornos y los bien sabidos de sodomía, es un intelectual con el corazón negro de podredumbre, una alimaña astuta al manejar los bajos  fondos en los barrios de Sevilla, incluso dentro de su prisión fue capaz de encargar todo tipo de recados, D. Narciso y su amante fue obra de su maldad, pero todos incluidos los niños ya se encuentran en manos de la autoridad, sus pertenencias han sido confiscadas para hacer frente a los gastos de manutención y los de costas para abonar al tribunal, dentro del carromato que usted conoció amigo Pedro se descubrió un escondite bajo las tarimas de madera con el botín de sus robos en joyas y abalorios, todo ello junto a los caballos y el resto de enseres han sido trasladados para pública subasta a las gradas próximas a la catedral ( donde flagelaron a aquellos desgraciados ) estarán presentes en dicho acto un notario, un pregonero y un escribano.

Castillo de Triana, también conocido como castillo de San Jorge, situado en lugar estratégico de la puerta de Sevilla con acceso por un puente sostenido por barcas flotantes, entrada de alimentos de Huelva y El Ajarafe en largas procesiones de carretas muy cargadas tiradas por bestias, gentes con carretilla o simplemente arreando sacos y fardos en continuo hormigueo. Lindaban sus torres con el rio Guadalquivir, al Altozano y a las calles San Jorge y la calle Castilla, dentro de sus murallas, la primera parroquia de Triana, la iglesia de San Jorge, amplio recinto de cárceles secretas tanto en sus torres como en el subsuelo del patio donde se escondían las cámaras de los tormentos, dotado de amplios terrenos, casa del portero, casa del nuncio y notario, caballerizas, cocina, enfermería, cuadras y la casa permanente del inquisidor al mando, dueño y señor de la única verdad, defensor de la moral y las buenas costumbres y guardián de la religión cristiana.

 Hay momentos que necesito despejar mi cabeza y doy largos paseos por la orilla de río evito aspirar los efluvios que me llegan a la nariz, me distrae ver en sus revueltas aguas todo tipo de desperdicios que arrastran sus turbulentas aguas, maderas, tablas, enseres de todo tipo e incluso animales descompuestos, moscas y vegetación cubren sus orillas, eran frecuentes las reparaciones del muro exterior por estar situado orillas del río Guadalquivir, las crecidas en caudal del río provocaban desperfectos en su estructura desprendiendo piedras y creando grietas, así mismo en su interior la vida en la celdas más profundas era harto difícil sobrevivir por anegarse de aguas que con frecuencia eran fecales provocando en épocas de verano vapores de gas tan toxico que era frecuente el continuo traslado de los presos, en época de verano se alcanzaban temperaturas de calor extremo y en invierno muchos reos no llegaban a saber el resultado de su juicio por fallecer antes victimas de neumonía.

Intento no pensar en Santiago y Agapito a lo que se suma la detención de los niños supuestamente involucrados en los delitos propios de la hambruna y la desesperación de la calle, se acerca el final de una historia que me mantiene preso en esta ciudad solo por el motivo de sus destinos, ni siquiera el río me calma, no siento ninguna atracción por él y pienso que es curiosa la diferencia con mi anterior experiencia con el mar de Cádiz y porqué cuando lo vi por primera vez algo en mi interior me decía la unión de  mi destino con el azul intenso de sus aguas.

Nunca me olvidaré de este domingo, después de la hora de maitines solía reunirme con los hermanos para las oraciones y continuar con las ocupaciones propias de cada uno, oía lejanamente el lánguido y acompasado repicar de la campana de la catedral y algo sentí para apresurarme a su encuentro, sentía una tristeza que me incomodaba quizás pensaba preludio de una larga y agotadora jornada, inmerso en mis cavilaciones al caminar notaba el peso de mi cuerpo al caminar encorvado dentro de mi capucha si preocuparme de las personas con las que me cruzaba, me sobresalto por un fuerte brazo sobre mis hombros haciéndome detener por el susto, a mi lado el alguacil D. Casimiro me mira con una sonrisa apenada acompañándola con palmaditas de ánimo en la espalda, hermano Pedro ha llegado el momento del desenlace final.