CAPITULO XX
Demonios alados
Sentía un profundo dolor al escuchar a mi amigo Casimiro, su cuerpo frente a mi parece más encogido, su rostro refleja las marcas de una incipiente desvarío propio de una mente enfrentada al límite de la locura, para su tranquilidad y en silencio le indico que se quede tranquilo para poder hacer la señal de la cruz y rezar por su atormentada alma, no puedo hacer otra cosa, yo mismo me veo afectado por todos los hechos que ha narrado, me invade el sueño y todo lo veo borroso a mi alrededor, siento que no soy dueño de mi cuerpo, mis labios han perdido la sensibilidad y pierdo la conciencia en un pozo negro de intenso vacío. Noto que me sacuden los hombros, poco a poco voy retornando a la realidad, limpio mi boca de húmedas y pegajosas babas al levantar mi cabeza de la sucia mesa y entorno los ojos ante la luz de una vela que me plantan ante la cara, estoy en la taberna y es el posadero quien intenta despertarme de mi embriaguez y cansancio, despierte padre, es de noche y tengo que cerrar, no se preocupe de la cena y el vino, el alcaide lo ha pagado todo, tan solo me dijo antes de marcharse que le diera las gracias por su paciencia y que Dios le acompañara en sus oraciones.
A duras penas trastabillo hasta la salida de la taberna, la brisa de la noche termina por espabilarme la conciencia al recordar toda la trágica muerte de las personas que conocí con un final tan repugnante, me siento sucio por dentro y por fuera, necesito volver a encauzar mi camino a Dios con todas las dudas que me invaden, esta noche siento que habrá un antes y un después de tanto ajetreo, me duelen muchísimo los pies, hasta ahora no me había dado cuenta de lo poco que me cuido, intento mantenerme de pie para poder orientarme entre estas calles tan oscuras, me dejo llevar por el instinto al caminar por las silenciosas calles, me apoyo en sus paredes aspirando olores que me sean familiares intentando escuchar cualquier ruido conocido, es inútil Sevilla duerme ya que ni un alma se cruza en mi camino, un susto me hace despejarme, un enorme gato negro se cruza como una sombra por delante para desaparecer entre unos matorrales, mal presagio, no me gusta la noche y tampoco los gatos, no sé ciertamente el motivo pero en sus miradas presiento maldad oculta y traición. Siento el temor a vagar sin rumbo toda la noche en esta ciudad que apenas conozco para perderme en el mundo de las sombras, hay momentos después de tanto caminar que oigo llantos apagados de niños dentro del calor de sus casas o el silbido de la brisa al arrastrar las hojas secas por el empedrado del suelo, me ha parecido oír un aleteo de pájaro,¡¡ pero ¡!, de noche? Y tan cerca? calma, serán imaginaciones mías o será una mala pasada de mi dolorida cabeza, no, he vuelto a oír el aleteo, estoy seguro, también he oído un rozar prolongado al raspar en una pared, Dios mío, no puede ser cierto, contengo la respiración al apoyar mi espalda a un muro y observo sobre mi cabeza a la altura de los techos de las casas, Virgen piadosa ayúdame, sí, estoy seguro que a cierta distancia alguien intenta darme caza, pero los pájaros no están activos de noche, o no son pájaros? Se me erizan todos los pelos del cuerpo al pensar que quizás se trate de una de mis pesadillas, no, estoy despierto y sudando, mi respiración es agitada al imaginarme al demonio alado intentando clavarme sus garras y arrastrarme hasta las llamas del infierno, confieso mi miedo que sin pensármelo emprendo una desenfrenada carrera por todos los callejones oscuros, jadeando intento encogerme contra las blancas paredes para no ser descubierto, es inútil, después de un rato y en total silencio vuelvo a oír ese aleteo de animal con plumas, no me equivoco, alguien me persigue, ya no sé si volando o arrastrándose por estas sinuosas calles, como en anteriores ocasiones aprieto con fuerza el crucifijo que cuelga de mi hábito para que si muero me acompañe en mis últimas horas junto al secreto que siempre me acompaña, no quiero o el pánico no me deja moverme, aguardaré a que me alcance si ese es mi destino final.
Siento el frio de la pared con el intenso sudor caer en gotas por la espalda, me mantengo pegado intentando creerme que me he vuelto invisible, miro y vuelvo a mirar el oscuro cielo y las nubes como gasas deshechas al pasar por delante de una luna que no ilumina mis temores, se encuentra cerca, muy cerca, oigo el siseo en las paredes y un aleteo apagado a sabiendas que me encuentro cerca, de pronto intento correr en un desesperado ataque de pánico y tropiezo con alguien cayendo al suelo en un remolino de alas, plumas y cacareos. Cacareos ? No puede ser, que diablos, Serafín ? Si, este muchacho chiflado, con las manos abiertas le indico que hace aquí, Pedro, estaba preocupado por vuestra seguridad, me siento en el suelo y me pongo las manos en la cabeza, estáis bien?...verá Pedro, después de alejarme del puerto me encaminaba hacia el colegio pero en el camino me entretuve en el mercado viejo, decidí cambiar el pescado por estas tres gallinas y preparar buenos caldos, era tarde y volví sobre mis pasos a buscarlo cuando empecé a preocuparme si se encontraba bien, le he buscado todo el día y cuanto más tarde se hacía más crecía mi inquietud, ya caía la tarde cuando me encontré con el alcaide y desde entonces he intentado seguir sus pasos, siento mucho haber tropezado con usted pero además de no ver con esta oscuridad me sentía inquieto y temeroso.
No puedo con este muchacho, me ayuda a levantarme empeñado en sacudirme el hábito a manotazos, lo detengo y le doy un cálido abrazo de gratitud, Serafín se queda sin palabras un poco asombrado ante mí acción y juntos nos encaminamos hacia el colegio-universidad para intentar descansar antes de la primera oración con la que daremos gracias por un nuevo día. Por el camino me va contando anécdotas de su niñez antes de ser llamado como servidor de Cristo, a diferencia de mis orígenes el supone que fue vendido al nacer y criado por monjas en un convento de la ciudad de León, no tiene recuerdos de su madre, según le contaban las hermanas del convento él fue el resultado de una relación extraconyugal con un rico y apuesto joven perteneciente a la nobleza de la corte, su madre, ante el temor de la justicia y de su propio marido lo dejó abandonado a las puertas del convento de Santa Casilda, por todos era conocido el comercio y trapicheo con bebés y niños, por un precio razonable y a sabiendas del origen de su sangre se comerciaba con las criaturas, bien para adopción de mujeres resecas al no quedarse preñadas o para labores de trabajo en campos y palacetes, las monjas al verlo tan esmirriado y canijo lo bautizaron con el nombre de Serafín en un suponer que su vida no duraría mucho, sonrío al pensar que humor tan fino el de las monjitas, misteriosas mujeres de las que si admiro su buena mano para la repostería.
A pesar del dolor de cabeza que me produce tanta palabrería de mi amigo no dejo de pensar la pena que me produce tan triste historia, me siento cada día mejor en su compañía al entender su orfandad y porque no? Me ayuda a disipar tantas preocupaciones que me atormentan por el camino y me aporta la voz necesaria para comunicarme con tanta gente que necesito ayudar, me confiesa con voz trémula su propia necesidad de buscar el camino para promulgar la palabra de Dios, de sus dudas y temores, yo, pobre de mí, tan solo soy capaz de darle unas palmadas en su hombro, ni yo mismo sé cuál es el camino de la verdad divina, máxime cuando las sombras de las calles esconden tantas traiciones ocultas.
Descanso en mi celda, una habitación de reducidas dimensiones, un camastro de tablas con un fino colchón relleno de lana apelmazada con olores a campo y a sueños de anteriores huéspedes, una ventana estrecha cruzada con barrotes de hierro no con la finalidad de aprisionar la libertad de sus moradores y si evitar que entren alimañas de los jardines y bosques colindantes, a veces oigo quejidos ahogados que traen los vientos del norte en sus solitarias cabalgaduras para llenar de olores de mundos que no han profanado los hombres, lenguaje de vientos con voces lánguidas que hablan cuando dormimos y atormentan a los que sin fe no saben de esperanzas. Una cruz, un asesinato en el tiempo lejano me recuerda el dolor y el miedo al más allá, compañero hiriente de mi cabeza, preso dentro de mi muda agonía, me mira con la cabeza ladeada avergonzado de sus propios hijos, traición de judíos y justicia romana, mirada caída con lagrimas de sangre y corona cobarde de reyes de la tierra, una banqueta de tosca madera, no para sentarse cómodo y si para sentir en mi maltrecho cuerpo la labor que me ocupa al escribir lo que siento, dolor y muerte, un cirio deja caer las gotas del tiempo en esta sucia mesa de restos de comida con sudores de penitente, paredes de piedra en las que veo dibujos en sus caprichosas formas, caras de miedo, bestias mitológicas, animales del campo y formas que emborrachan mi mirada cuando me siento tan vacio, no puedo dormir, a lo lejos oigo el canto del gallo que anuncia la llegada del sol perezoso en el horizonte, dejo que sus rayos de luz me llenen del tibio calor y noto deslizar en un siseo una lagartija hasta una grieta de la piedra, lagrimas que caen sobre mis doloridos pies, mi cabeza abatida parece pesar con tantos secretos de confesión junto al crucifijo de mi hábito que se balancea como silencioso testigo, se abre la puerta después de un golpear cadencioso, hermano Pedro, es la hora de Dios, alabemos su nombre con nuestras oraciones, durante la jornada e intentado evitar encontrarme con Serafín, hoy toca ayudar al hermano cebolleta con las labores de la cocina, algunos niños comen en un salón de ésta universidad después de recibir la educación , la cultura, religión y otras materias que aportarán junto con los juegos y las travesuras el amor profundo por la vida.