viernes, 29 de julio de 2011

CAPITULO XXV, Gran Canaria, Tamarant.

                                              CAPITULO XXV

                                       Gran Canaria, Tamarant.









Empiezo a entender las ausencias en Sevilla de mi joven amigo, como me encontraba con tanta facilidad en mis paseos y visitas por la ciudad, ciertamente no creo sepa de mi vida oculta ni de mis preocupaciones, temo al pensar si habrá alguien que no conozco con posibles sospechas en mis movimientos al que este oscuro sirviente de La Santa Sede puede haberle pagado o extorsionado a cambio de información, no hay vuelta atrás, muchas leguas de distancia dejarán borrar mi vida para comenzar otra distinta, no puedo reprocharle a mi joven compañero el haberse cruzado en su camino tan sombrío personaje y puedo entender cómo se puede coaccionar a un niño tal y como yo lo sufrí aquel tenebroso día que aún con el tiempo no he conseguido olvidar, no puedo dejarme arrastrar por los recuerdos, hoy se presenta un esplendido sol y una brisa con húmedos aromas procedentes de un horizonte de nubes, quizás me equivoque pero presiento la cercanía de una tormenta en la lejanía, no pasa mucho tiempo en mis cavilaciones cuando un pitido de silbato pone a la tripulación marinera en alerta por las ráfagas de viento que acaban inesperadamente por agitar las velas del navío, correr de marinos por cubierta y repliegue de las velas principales, el mar comienza a ponerse bravío con el brusco subir y bajar entre olas que parecen latigazos contra el casco, nos avisan del peligro ante la tormenta que no tarda en dar los primeros inicios de pesadilla con una fina lluvia convertida al momento en diluvio bíblico, el cielo se cierra en oscuridad y tinieblas tan solo somos un juguete para esta manifestación del poder de Nuestro Señor, el pánico es visible para todo el pasaje de este barco, las olas barren la cubierta arrastrando cubos, cajas y todo tipo de utensilios, entre tanta confusión encuentro unas cuerdas de las que me ato por la cintura al primer sitio firme que me encuentro, veo el miedo reflejado en imágenes de pesadilla, no estoy soñando, tiemblo de frio con solo pensar que este barco sea la caja mortuoria enterrada en la profundidad de un mar que ha pasado de un azul brillante al negro más sombrío, me dejo llevar en un estado semiinconsciente, me siento agotado física y mentalmente, intento con los ojos cerrados implorar a Dios en mis ruegos y oraciones sintiéndome como un muñeco en brazos de tanta furia, no recuerdo cuanto duró el tormento, desperté hecho un ovillo con el cuerpo dolorido y empapado, una marca morada delataba por el dolor causante en mi cintura la garra de una cuerda que me había mantenido sujeto como un fardo e inmóvil a la madera.

Antes de recobrarme del susto ya empezaban las inspecciones de los marineros por orden del capitán tanto por saber el estado de los viajeros como los destrozos ocasionados en el barco, gracias a Dios no hubo muertes ni desapariciones, tan solo un herido grave al quebrársele la pierna con un barril suelto, el resto de los tripulantes con golpes de todo tipo sin mayor gravedad, nada que no se pudiera arreglar con emplastos o sujetar con vendas algún miembro dislocado, por otro lado la situación si se había puesto complicada en nuestra maltrecha comida, habíamos perdido el pescado en salazón, gallinas muertas por ahogamiento y una vaca desangrada por una gruesa astilla de madera clavada en su barriga, el resto de víveres poco aprovechable la mitad podrida y los pocos sacos de grano que estaban secos tenían insectos de todo tipo.

Amanecía otro nuevo día con el sol tibio asomando el horizonte cuando nos pareció oír chillidos de aves, gaviotas, si, eran gaviotas y al poco el vigía en su mástil gritaba enloquecido de alegría, tierra, tierra a la vista, a lo lejos divisábamos a pesar de nuestros enrojecidos ojos unos picos montañosos que sobresalían tierra adentro en una isla del mar Atlántico con unos acantilados amurallados y costas salpicadas de blanca espuma rompiendo impetuosas contra las negras piedras de sus orillas, se podían distinguir varios colores en sus aguas, desde los azules con todos sus matices hasta los tonos verdes como piedras preciosas, oigo comentar al capitán que nos encontramos en la península de La Isleta en la Isla de Gran Canaria, los grumetes lanzaban cubos atados con cuerdas para averiguar la profundidad y evitar el embarrancar la nave, era sabido según oía lo traicionero de sus corrientes. Las maniobras de acercamiento han durado hasta bien entrada la tarde anclando el navío a una cierta distancia de un muelle que no se distingue a pesar del nerviosismo por distinguirlo, esta va ser nuestra primera parada antes de emprender rumbo hacia América, el capitán nos avisa de la proximidad de barcazas que nos trasladarán a tierra firme, la nave necesita reparaciones y cargar con nuevas provisiones, esperaremos varios días hasta volver a embarcar, A lo lejos se oye el replicar de una campana desde tierra adentro, la llegada del navío es motivo para los moradores de esta isla de novedades desde España.

Después de tantos sufrimientos no he podido evitar el caer arrodillado al pisar la fina arena de esta costa, doy gracias a Dios por habernos traído hasta aquí, el aire llena mis pulmones de extrañas fragancias de tierra húmeda con un sol brillante que me llena de nuevas ilusiones, hemos arribado a la isla de Gran Canaria, una de las que componen el archipiélago Atlántico norteafricano, se compone de siete islas, Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro además de Gran Canaria, Lanzarote, Fuerteventura y seis islotes,  Graciosa, Alegranza, Montaña Clara, Lobos, Roque del Este y Roque del Oeste. Después de un rato de natural sorpresa me veo absorto en devorar con la vista todo lo que contemplo, lo que para otros no tiene ningún valor en riquezas a mi me produce una calma difícil de explicar, sentir mi alma saciada por el simple aire que respiro, una energía invisible se apodera de mi fluyendo desde mis pies hasta mi cabeza dándome a entender que recuerde, que busque en mi memoria el saber con certeza el haber vivido ya esta situación y haber visto esta tierra, no puedo explicarlo con simples palabras pero hay algo que me hace sentir una felicidad que creía olvidada, pasado un momento siento el brazo de mi compañero y amigo Serafín cubrirme los hombros, su sonrisa delata su propia paz espiritual, puede ser la tranquilidad de pisar tierra firme o quizás pueda ser un cúmulo de sensaciones, no lo sé, egoístamente guardo para mi esta sensación y sin darme cuenta al volver a la realidad noto dejar caer entre mis dedos un puñado de fina arena rubia deslizarse entre mis dedos como si el tiempo se hubiera detenido en un invisible reloj de arena, Serafín, tan callado hace unos días hoy con lagrimas en sus ojos me deja una frase que me ha dado por pensar durante gran parte de mi vida “ ¿ usted cree como yo merecedores de tanta felicidad? “. Difícil contestación con nuestro equipaje de recuerdos pasados, solo Dios nos daría las respuestas.

Caminamos por senderos de árido paisaje, las piedras del camino nos hieren los pies al caminar con sus aristas afiladas, parecen derretidas por el fuego de volcanes ancestrales en tonos del negro al rojizo oscuro, la vegetación es exigua con matorrales de poca altura y en algunos casos con espinas y púas afiladas como pequeñas lanzas, grandes lagartos sisean en rápidas carreras entre piedras y grietas, otros en cambio parecen disfrutar del calor en este paisaje tan desértico, grandes carretas nos esperan para llevarnos hasta un barrio marinero creado por la necesidad de proveer el sustento a sus habitantes con la abundante pesca de sus costas, una pequeña aldea nos acoge con pequeñas casas de una sola planta de blanco encalado en un contraste con el color de una tierra que parece estar ennegrecida por el fuego de un herrero.

Sus calles estrechas conservan una paz quizás producto del calor de la tarde, niños que corretean de un lado a otro y hombres y mujeres de piel tostada se dedican a diferentes ocupaciones en las puertas de sus hogares buscando la sombra o simplemente descansando, me llama la atención las sonrisas que nos dedican al pasar, incluso no hay quien no nos haya saludado con notables muestras de curiosidad y respeto, Serafín y yo caminamos distraídos hasta que una anciana nos muestra su sonrisa sin dientes y tomándonos de la mano nos lleva hasta su casa, nos dice que la acompañemos, ante nuestra sorpresa entramos a una casa con un gran patio central donde cuelgan de sus paredes grandes helechos y otras plantas que le dan a la estancia un frescor ya casi desconocido, les doy la bienvenida a mi humilde casa, no tengo grandes comodidades pero siempre hay un lugar de descanso para viajeros como vosotros seguidores de la doctrina cristiana, tanto Serafín como yo nos mirábamos perplejos sin saber que responder, doña Paquita, esta anciana incansable no dejaba de moverse inquieta por las estancias de la casa para traernos agua fresca y frutas en una bandeja trenzada de tallos de palma, no tenéis buena cara, descansad, pronto regresarán mi esposo y mis hijos que salieron antes de amanecer para pescar, Serafín como no, le cuenta a la anciana señora de las maravillas de la sociedad Sevillana de los progresos que allí acontecen y de la vida de tantas personas con las que hemos tenido estrechas relaciones de amistad y afecto, Paquita le escucha con un interés alelado mientras retuerce entre sus manos un manchado delantal que ata de su cintura, sus manos hinchadas muestran cortes e hinchazones de una vida azarosa, nos cuenta que es madre de siete hijos varones de edades que van desde los doce años hasta mozos de edad casadera, en una de las pausas se dirige a mi preguntándome si me siento incomodo pues no me ha oído hablar aún, solo puedo dedicarle una sonrisa y el resto se lo cuenta mi joven compañero a lo que Paquita manifiesta su pena por mi persona, poco después conocemos a Gregorito, el marido de esta singular señora, le ayudamos con una pesada carretilla de madera en la que trae pescado para vender en la placita de este barrio o para cambiar por otro tipo de alimentos propios del campo.








jueves, 21 de julio de 2011

CAPITULO XXIV, Secretos desde la otra vida.

                                                CAPITULO XXIV

                                          Secretos desde la otra vida     









En mi vida como sanador de almas he compartido momentos de sincero asombro por las diferentes costumbres de los hombres ante el temor a la enfermedad y a la muerte, en ocasiones ven en mi la presencia de un discípulo de Dios para escuchar sus sabias palabras para conducirles al cielo eterno y unas manos que les puedan rescatar del purgatorio de sus vidas en esta tierra de pecados e ignorancia, recuerdo uno de mis viajes por tierras de la provincia de Cáceres un caso en el que me costó entender debido a mi inexperiencia por buscar una solución tan simple como la observación de los hechos.

 Me encontraba de camino en esta ciudad cuando fui llamado por la esposa de un conocido ganadero de la comarca, al acercarme a su casa me acompañaron hasta la cocina de la hacienda donde me encuentro a su marido acostado e inerte sobre una larga mesa, así está desde ayer me confiesa su mujer de nombre Petra, al no saber de su dolencia y con el temor si vive o está muerto aquí permanece con nosotros, comían y bebían en la misma mesa donde descansaba el cuerpo esperando tener la certeza de su muerte, extraño caso, su pulso era muy débil, apenas perceptible pero no estaba realmente muerto, le indiqué a Petra que me dejara un plato de metal para acercarlo a su boca entreabierta, algo si se empañaba con su aliento, pero…¿entonces?  ¿que causaba el estado de falsa muerte?, sentado en la cocina no dejaba de observarlo y quedarme sin saber de la solución hasta después de haber hablado largamente con su esposa afligida pude sospechar de algo anómalo en sus costumbres. Suele suceder que, cuando estamos con alguien que nos escucha llega un momento de comentar cosas triviales sin importancia.

Ahora que las cosas mejoraban, me confiesa Petra, mi marido pobrecito bebía con cierta frecuencia, por ello le regalé un juego de vasos de metal para celebrar la venta de una de nuestras vacas en el mercado, no terminó de beber el contenido de vino cuando cayó fulminado en el suelo hasta hoy que así continúa, si usted padre no ve la solución médica quizás sea el momento de administrarle los santos sacramentos para disponer de su entierro, no quisiera tenerlo mucho tiempo en la mesa por atraer muchas moscas que en él se posan, me da mucha pena taparle la cara con ese pañuelo pero entienda que de no ser así los bichos se le van a colar por la boca, al principio pensé que lo habían envenenado, no tardé después de observar el vaso que no me equivocaba del todo en mi primer diagnostico. Las casas humildes disponían de platos y vasos de barro cocido pero con el avance del tiempo se cambiaban por los de metal, al observar el vaso detecté oxido en sus bordes corroídos por el efecto de algunas bebidas alcohólicas, esto podía envenenar la corriente sanguínea y provocar un estado de falsa muerte al detener partes de su conciencia, me costó reanimarlo en varios días, fue una embriaguez muy peligrosa con un tratamiento agotador, nunca olvidaré estos hechos por estar relacionados con otros de singular comportamiento.

En mis continuos andares por la geografía peninsular llegué como he dicho en incontables ocasiones a tratar con todo tipo de artesanos y uno de los que más me impresionó tiene mucho que ver con la miseria de la vida, el valor que tiene un ser creado por Dios y el ingenio de la mente humana por borrar la desgracia y continuar con los quehaceres diarios.

Aniceto Pereira, carpintero de finas maderas para ataúdes, así se anunciaba este peculiar portugués que conocí de camino por Extremadura, tenía su negocio en un pueblo que lindaba a un camino de viajantes de todo tipo, al igual que en otros negocios se desplazaba a pueblos cercanos en busca de algunos maravedíes por sus discretos servicios en los que se ofrecían cajas desde las más sencillas tratadas con chapas de madera de baja calidad en contraste con las de finas tallas, maderas de importación con apliques metálicos en dorados y platas finas con anillas y figuras piadosas, el interior también variaba en comodidades para sus clientes pasando de la dura madera de su interior hasta las telas acolchadas con bordados y puntillas con la variedad de colores a elegir, todo un negocio familiar en el que se dedicaba por entero su amplia familia, carros con caballos negros ataviados de plumas y campanillas con el fin de avisar en sus andares de la proximidad de su carroza mortuoria, yo ensimismado continuaba absorto al oírlo en la taberna donde lo conocí, su propia mujer y la hermana de ésta se encargaban de la mortaja para tales efectos y según me confesó entre jarra y jarra de vino su cuñado hacía las fosas en el final de trayecto. Malos tiempos para el negocio me decía, hace años pude aprovechar de algunos beneficios pues después de enterrar a muchos desgraciados a los días recuperábamos las cajas para otro nuevo uso.

Le animé para que continuara con su conversación pues causaba mi intriga en su final, pues bien continuó, al principio hace años, no se les ponía tapa a los féretros y simplemente se les tapaba con tierra del camposanto, posteriormente, con las tapas se conservaban enteras hasta que empecé a notar algo inquietante. Llegué a ver después de recuperar algunas cajas que en su interior aparecían arañadas las tapas en su interior lo que me causó un miedo espantoso, verá padre no soy hombre asustadizo pero si temeroso en el más allá, estuve varios días sin poder dormir tranquilo pensando que los muertos vendrían a reclamarme lo que injustamente les había arrebatado, comencé a asistir a misa los domingos con la congoja de lo visto, pues bien, encontré la solución.

Hace ya un tiempo acostumbramos a sujetar con un cordel la muñeca del fallecido, después de ser enterrado el cordel se ata a un palo a pié de la sepultura y en su extremo una campanilla como las que llevan mis caballos, en el caso de muerte por error el desgraciado que descansa puede reclamar su derecho a la vida, una asistenta permanece a pié de tumba por si se manifiesta el extraño milagro. No puedo decir que me asombre la confesión de este buen hombre, bien es sabido de la picaresca en todo tipo de negocios con tal de sacar el máximo provecho cuando el arte se convierte en maldad y el vil trato con el dinero.

Recuerdos que me hacen olvidar por momentos la rutina del viaje, un horizonte del que tan solo se vislumbra una línea a veces nítida otras brumosa, cambios en el cielo de nubes y claros y mis cansados huesos doloridos por tanta inactividad, ahora vuelvo a distraerme observando a mi compañero Serafín, ciertamente algo le atormenta en el cambio de carácter huraño de estos últimos días, más bien desde el día que embarcamos en esta aventura que no parece tener fin, fue una tarde como tantas otras en las que distraídos permanecíamos apoyados en la baranda de popa contemplando el mar, ante el silencio mi compañero se dirigió a mí con semblante preocupado para contarme la siguiente historia. Verá Pedro, necesito confesarle algo que sucedió hace ya bastante tiempo, pensaba encontrar el mejor momento para hacerlo y que usted decidiera la gravedad de los hechos, el encontrarme con usted fue casual la noche que huí de Jaén pero ya tenía referencias de sus pasos por una entrevista con un noble de distinguido porte cuyo nombre ya no recuerdo, lo que todavía me llena de temor fue su mirada penetrante y las palabras roncas que de su boca salieron, entienda que yo era solo un niño asustado huérfano en un mundo en el que la autoridad podía destinarte a las desgracias de la calle, este hombre me encomendó seguir vuestra pista e informarle de sus acciones, ya casi lo había olvidado después de tanto tiempo cuando aquella noche en la que nos reunimos en el colegio universidad le reconocí por la cicatriz en su frente, dos líneas cruzadas con forma de pez, curiosa observación pensé, razón tenía, cuando me enfadaba se hinchaba con una forma parecida a un pez.

Con los dos dedos toco la cicatriz causada en aquella nefasta noche siendo un niño cuando todo comenzó, al tener el cabello largo apenas se ve a simple vista es muy pequeña pero…¿Quién es ese hombre y que significa todo esto? Le hago ademan con las manos para que continúe con su relato, en realidad no hay mucho más que contar, me dice afligido, he convivido con usted durante mucho tiempo y no he visto nada extraño en su comportamiento, nada en lo que pueda informar a este noble de sus acciones, pocos días antes de embarcar desde Sevilla tenía preparadas unas cartas donde redactaba todo lo vivido junto a usted, al final me arrepentí por lealtad, no pudiendo traicionar a la única persona capaz de demostrar amistad y franca camaradería, las cartas las destruí para evitar mal entendidos, ahora en la distancia me siento seguro de lo que hice, desconozco el interés de éste hombre por sus acciones e imagino no podrá seguirle la pista hasta donde nos dirijamos, le ruego no tome a mal lo que le he confesado y entenderé si rechaza mi compañía como represalia.

 Me siento muy afectado por las palabras de Serafín, le doy a entender a mi fiel amigo la preocupación que me han causado sus comentarios y a la vez agradecerle su sinceridad, nada ha cambiado entre nosotros, al contrario, necesito sentirme arropado por alguien que arriesga su propio futuro en busca de sincera amistad, en mi cabeza veo nuevamente el peligro de un oscuro fantasma sobre un negro caballo en una noche que cambió el curso de mi vida, el secreto de una niñez que me vuelve a perseguir después de tantos años y que quizás alguien tiene un oculto interés en averiguar. Un libro que podría comprometer mi vida y la de tanta gente con la que he convivido, el brazo ejecutor de La Santa Orden D. Federico Arguelles del Toro, el caballero negro.






viernes, 15 de julio de 2011

CAPITULO XXIII, Pulgas y piojos.

CAPITULO XXIII
                                                           Pulgas y piojos




          
El sol luce en lo alto y el capitán nos anuncia la proximidad de Sanlúcar de Barrameda, nos adentramos en el océano Atlántico aprovechando sus vientos alisios en el inmenso mar, un horizonte lejano deja brillos en sus olas azules salpicados por espumas blancas y reflejos de sol que agotan mis cansados ojos, ahora ya se nota el incremento del subir y bajar del barco cabalgando sobre olas que salpican espuma sobre la cubierta empapándolo todo, el capitán impasible en su timón observa muy atento el horizonte con el temor de vislumbrar buques pirata no solo los turcos se dedican al robo y el asesinato en estos mares, también franceses, ingleses, flamencos, holandeses surcan los océanos en busca de presas que no dispongan de la protección de la Corona con buques de la armada Real, pero afortunadamente no es lo que me preocupa, siento un malestar desconocido hasta hoy, a pesar de mi buena voluntad por disfrutar de este viaje al asomarme por la baranda de proa veo la línea del horizonte subir y bajar sin cesar, me agarro de la baranda hasta ver blancos mis nudillos, me invade el pánico sin saber el motivo, el viento me golpea a medida que el barco aumenta la velocidad y por consiguiente el traqueteo de sus maderas, veo mis brazos pálidos y sudando a pesar de estar completamente empapado, la cabeza me da vueltas sin lograr poder centrarme en lo que estoy contemplando y viviendo, necesito reposar o quizás sentarme un rato, me siento muy débil, pierdo fuerzas en mis brazos y piernas, noto un sabor agrio que me quema la garganta, Dios mío, que me sucede, ¿la vida me abandona sin darme cuenta?, en un momento que miro a mi alrededor veo a un marinero comer un trozo de tocino y chorrearle una baba de trocitos de grasa por la comisura de sus labios. A partir de aquí pocos recuerdos agradables, lo que si llegué a ver es una fuente salir de lo ancho de mi boca como una cascada de violenta convulsión de espasmos y retortijones, los gritos insultando de otros pasajeros al caerles encima los restos a medio digerir de mi dolorido estomago producto de una cena demasiado abundante para este acompasado viaje, los ojos me escuecen de dolor, las lagrimas cubren mi cara, la boca me huele como una letrina de leprosos, mi garganta tensa con las venas hinchadas pugna por coger aire y poder seguir expeliendo tan hediondo contenido en mis entrañas, tirado en el suelo de madera de cubierta araño entre estertores su superficie para encogerme de dolor en mi estomago, allí tirado veo una visión infernal, muchos viajeros me acompañan en mis estertores de agonía como si todos los demonios se hubieran apoderado de nuestros cuerpos, me encomiendo a Dios Creador para darme una muerte rápida, no sé cuánto tiempo duró esta barbarie solo recuerdo entre sueños que me arrastraban entre secreciones por el suelo entre risotadas y maldiciones blasfemas hasta que desperté en un rincón de la bodega.
La boca, un tufo me llega a la nariz para despertarme con muy malas sensaciones, con ayuda de mi manga arrastro desde el codo restos de todo tipo de mi nariz y cara, afortunadamente no tengo barba en esta ocasión que frene tantos deshechos, intento apoyar mi espalda para serenarme y encontrarme nuevamente con los vivos, ¿vivos? Una masa de cuerpos tirados en diferentes rincones me observan amarillos como espectros, el olor es inmundo, siento latir mis sienes como si tuviera un ejército de enanos tocando los tambores del infierno, jadeo y toso la poca saliva que me queda, mi boca es una pasta reseca, necesito agua para empezar a recuperar la cordura, al intentar incorporarme me flaquean nuevamente las piernas resbalo con restos de orina y vuelvo a sumergirme en un profundo sueño cargado de pesadillas en las que un ave me atenaza con sus garras clavándolas con fuerza en mi estomago, vuelo a través de los cielos sintiendo al subir y bajar que mi cuerpo no me pertenece, no puedo gobernar el dolor que me atenaza ni ser consciente de la fuga de mi conciencia, noto que me elevo para después caer en un brusco descenso, mi corazón se acelera en un loco latir de sus venas, Señor, concédeme el descanso eterno para no seguir sufriendo los sueños de un loco, un sobresalto de sorpresa me devuelve a la realidad, agua, agua en cantidad nos cae por encima, me siento un poco mejor por lo menos despierto, agua salada me cubre, veo en lo alto a los marineros de cubierta lanzar cubos de agua entre risas y burlas.
Poco a poco he ido recuperando mi estado natural y he podido encontrar a Serafín, quizás no tan afectado como yo pero sin color en su cara, me manifiesta el sufrimiento por este viaje en el que nos desespera llegue a su fin, así van pasando los días con pocas novedades que no sean el intentar comer el mínimo que aguantan nuestros estómagos o dedicarnos a escuchar a otros viajeros, la vida a bordo es tan asfixiante como estar detenido en un frío calabozo, los paseos por cubierta son arriesgados, hay poca estabilidad y lo más prudente es pasar el tiempo sentado, a veces me distraigo viendo las apuestas con el juego de dados sobre las tablas de la cubierta o intentando mantener el brasero para calentar sopas y otros alimentos, intentamos dormir todo lo posible para refugiarnos del frío de las noches y el temor que nos produce la oscuridad en nuestras atormentadas mentes. Me ha llamado la atención la forma de dormir de algunos marinos que cuelgan de un extremo de cuerda una lona en la que se acuestan a dormir mientras se balancean arriba y abajo además de a los lados, por lo visto le llaman chinchorros y es como suelen dormir los indígenas de las selvas de América, con ello evitan estar sobre el suelo al resguardo de serpientes e insectos venenosos.
Continuamos con nuestros hábitos diarios de oración al alba, es difícil conciliar el sueño a bordo pero ya parece que nuestros cuerpos se empiezan a acostumbrar a tanto balanceo, escuchar las confesiones de varios tripulantes ha sido una constante en este viaje por los temores que ha infundido en sus ánimos esta tortuosa travesía incluso el capitán a pesar de estar siempre ocupado ha tenido a bien poner en orden su alma no por el temor al castigo divino, más bien por encontrar una excusa de poder desahogarse de sus propias preocupaciones y evitar el tedio que en ocasiones nos encontramos, un hombre muy reservado de serio semblante en el que vislumbro un pasado poco tranquilizador, sucedió uno de estos días en los que el viento nos mantenía casi parados y en los que ya empezaban a escasear alimentos frescos, dos de los viajeros comenzaron una disputa por unas naranjas medio podridas y uno de ellos llamado Manuel dejó por zanjada la discusión sacando de su fajín una navaja de tamaño considerable con ruido característico al abrirla y sonar un clic de malos presagios, fue lo último que recordaría pues el capitán que lo presenciaba le arreó un puñetazo en las costillas para posteriormente dar la orden de encadenarlo en la bodega hasta que se le calmaran los ánimos. Otros se dan al arte de la pesca con mayor o menor fortuna y cuando la suerte del lance les sonríe podemos la mayor parte de las veces disfrutar de las delicias del mar.
 Llevamos según mis cuentas más de una veintena de días en este largo viaje he tenido que compartir con Serafín los últimos frutos secos que me quedaban en el morral, fue en una conversación en el puerto que oí la idea de traerlos, bien por su poco peso y mejor por su aporte en saciar el hambre que de vez en cuando retuerce nuestros estómagos, nos vemos extremadamente delgados cada vez que nos desvestimos para pasarnos una esponja verdosa y quitarnos la mugre que nos cubre, poca solución en ello, es mal visto por el resto de la tripulación malgastar el agua para estos dispendios así que las pocas veces que he mantenido mi higiene ha sido en las bodegas del galeón a escondidas de miradas críticas.
 He descubierto en las noches ruidos que han causado el terror de mis desvelos, siseos, roces, pequeños golpes y ruidos acompasados con un posterior silencio, ratas, la bodega a bordo transporta una gran cantidad de ellas, sólo las he visto en una ocasión o mejor dicho unos ojos brillar en la oscuridad observando mis movimientos, no he dudado ni un momento, duermo a la intemperie con una loneta improvisada que hemos logrado colgar en un rincón para guarecernos de humedades o del inclemente sol, cualquier cosa con tal de no volver a repetir un episodio tan espantoso como el causante de mi carencia de voz y el espanto por el miedo a la peste que nos ilustró mi amigo Serafín el día que lo conocí, además acostumbro a frotar mi piel con una mezcla de hierbas con la finalidad de evitar las picaduras de pulgas y piojos, ya he visto en otros viajeros el resultado de ulceraciones causadas por estos diminutos parásitos con el resultado de cambiarles el carácter hasta tal punto de perder los nervios con los picores que les producen, entre nosotros hay un noble procedente de Extremadura que me ha consultado muy avergonzado si soy médico para aliviar su dolencia, después de escucharlo en un lugar apartado de oídos indiscretos me confiesa de tener sus partes intimas ulceradas y rojas de tanto rascarse, me ha costado apartar la mirada de lo que veo, prefiero no describirlo por ser de tan delicada naturaleza, le muestro paños limpios con un recipiente de vinagre, le aconsejo raparse la maraña de pelos rizados que esconden su virilidad para lavarse con este liquido purificador, D. Raúl, que ese es su nombre, se me queda mirando con cara de sorprendido, a pesar de todo no ve otra solución a su desesperación, bien es sabido que, el haber tenido contacto con mujeres de la calle y la falta de aseo personal ha complicado la salud de su escondido miembro.
Unos alaridos hacen que toda la tripulación levanten al unísono las cabezas para ver qué sucede, veo a D. Raúl correr por la cubierta como un perro apaleado, gritos de rabia encolerizada y puños cerrados que van desde su entrepierna hasta cerca de mi cara, afortunadamente lo tienen sujeto dos marinos pero no deja de patalear soltando blasfemias y maldiciones entre retortijones de poseso, horas más tarde le tranquilizo al hacerle entender lo preferible de aguantar el dolor del vinagre a la otra solución, cortar las zonas afectadas, creo haber conseguido tranquilizarlo, pero el resto de viajeros han preferido apartarse aún más de mi lado y ya no los veo rascarse como antes lo hacían.

viernes, 8 de julio de 2011

CAPITULO XXII, Un barco, una esperanza.

                                           CAPITULO XXII

                                     Un barco, una esperanza









Transcurren las jornadas en incesante monotonía con los trabajos que tenemos asignados en mantener ocupadas nuestras vidas, ha crecido mi afición por tratar de enseñar a través de los gestos los detalles importantes para ser buenos cristianos a los niños de esta escuela universidad, del hermano Serafín poco he sabido, dado su carácter y su jovialidad no descansa por mucho tiempo en el mismo sitio, es frecuente verlo callejeando por las calles de Sevilla bien realizando recados para los hermanos como en otros menesteres de cuidar y sanar enfermos, lo que sí me ha llamado la atención después de confesarle mi intención de emprender un nuevo rumbo ha cambiado su forma de comportarse conmigo, quizás le juzgue sin tener una razón para ello pero me da la impresión que algo le preocupa, evita mirarme directamente a los ojos cuando me habla con un semblante que muestra evidentes signos de preocupación, seguramente mis sospechas están justificadas por las dudas en nuestra decisión y las sorpresas de un viaje que ya está confirmado para realizarlo dentro de una semana, el estomago es una mezcla de carencia de apetito y los nervios de los preparativos por zarpar cuanto antes. La víspera de nuestra partida se inicia con una magna misa en la capilla de nuestro colegio después de un largo y sedante baño en el que evoco con una sonrisa mi recuerdo de un gran amigo en Cádiz con el que compartí el beneficio de purificar el corazón y limpiar el cuerpo, me siento relajado, en paz y armonía con la madre naturaleza, un nuevo hábito de áspera loneta nueva se adapta a mi cuerpo con una cruz colgando de mi cintura recordándome una vez más la fragilidad de la vida, un secreto junto con la oscuridad de mi cabeza tan peligroso como hacerme abrazar la muerte en el caso de poder confesar ante La Santa Orden su misterioso origen y todo lo que envuelve su inexplicable significado.

No me gustan las despedidas por lo que he redactado varias cartas dirigidas a todas aquellas personas que son especiales para mi, prefiero dejar recuerdos en papel para evitar los reproches de tan precipitada decisión, los hechos para bien o para mal solo los podrá juzgar Nuestro Dios y si hubieran causado algún dolor en el prójimo él será quien nos imponga el castigo a través del tiempo, de vital importancia ha sido una carta lacrada con instrucciones precisas a un viejo conocido,  el prior de la abadía padre Simón o en el caso de no estar presente la persona que lo sustituya, en dicha carta dejo instrucciones precisas de cómo encontrar los manuscritos escondidos en la biblioteca de este colegio universidad, la única condición para entregar dicha carta es que no retorne a España en un plazo no inferior a dos años o en su defecto no tener noticias de que aún  vivo, doy fe de lo manifestado en esta carta ante un notario de la casa de contratación que por el pago de un dispendio económico fruto de pequeñas dádivas entrego para este menester, para mí, significa una renuncia a mi pasado y si alguien en el futuro llega a entender los tormentos y vivencias por las que tanto he sufrido para completar con las que estoy escribiendo y buscar una explicación que le dé significado.

La noche anterior al embarque ha transcurrido entre risas y chanzas alegres de cordial camaradería, nos une como hermanos en el culto a Nuestro Creador con el sacrificio de entregar nuestras vidas en beneficio de los más necesitados, ha sido una celebración de despedida con el sacrificio de un lechón preparado en horno de leña, abundante fruta y grandes elogios por nuestra labor jesuita, partiremos de madrugada con los pocos enseres que poseemos, apenas la ropa que llevamos puesta, una frazada con la que acomodar un catre y yo por supuesto un morral con hierbas medicinales y mis bártulos de escritura, no necesito otros bienes por tener un corazón henchido de esperanzas y la congoja por los grandes amigos que aquí he dejado.

Noche cerrada en Sevilla cuando nos encaminamos Serafín y yo por las silenciosas calles con dirección al puerto, al paso se nos cruzan algunos perros esqueléticos con miradas lánguidas de pena tanto en grupos como solos, sus rabos metidos entre las patas muestran el miedo a una posible patada en sus costillas por la desconfianza de los viandantes, pobres animales victimas al igual que la mayor parte de sus moradores de la miseria y el hambre que azota a sus habitantes que pagan con violencia sus propias frustraciones, a medida que nos vamos acercando al muelle ya vemos el ajetreo alrededor de un galeón allí varado, se me antoja como una enorme ballena como las que he visto en tantas ilustraciones en libros antiguos, admiro tan grande invención del ser humano capaz de tamaño prodigio e ingenio, vuelvo a mirar de reojo a mi compañero de viaje con la inquietud de tan prolongado silencio, su cabeza se mantiene gacha y a pesar de la capucha que lo cubre intuyo de la preocupación en sus propias cavilaciones.             

No recuerdo a ciencia cierta la fecha de la partida, si recuerdo la bondad del clima, un calor pegajoso musa de cantos de cigarras y grillos por los caminos, oigo a otros pasajeros de lo oportuno de la travesía por el aprovechamiento del gran caudal de agua que lleva el Guadalquivir, era conocido que los buques de gran calado arriesgaban la posibilidad de quedar embarrancados por la gran cantidad de gentes y mercaderías que transportaban en sus bodegas, hasta ahora no me había planteado que sensaciones van a causar esta primera vez que subo a una nao flotando en el agua, recuerdo episodios de mi niñez cuando distraído dejaba palos y ramas en el riachuelo cerca de mi casa para ver como se los llevaba la corriente incesante de agua hasta perderlos de vista en vaivenes caprichosos de loco navegar, pero no es el momento para divagar, una larga pasarela de listones de madera nos invitan en un flujo incesante de gentes a subir hasta su cubierta, miro a lo alto y veo un enorme castillo de madera con mástiles de velas recogidas que me causan dolores en el cuello, ya no hay tiempo para contemplaciones y subimos en apretada columna hasta su cubierta. Un monocorde sonido me mantiene alerta, el chapoteo del agua golpeando el casco del barco, mientras apoyado en una baranda veo una Sevilla en tinieblas, a veces la luna se asoma dando la claridad de espectro a una urbe con tantas almas silenciosas tan diferente al amanecer de su sol resplandeciente, un ligero subir y bajar de esta enorme mole me hace ser consciente de mi alrededor, hemos buscado un rincón apartado para poder establecer nuestro acomodo, no hay un lugar especifico para cada pasajero y cada uno tiene que buscar su lugar de descanso, me distrae el contemplar de las gentes que se embarcan con nosotros notando diferentes aspectos de sus costumbres y habilidades, nobles de ricos ropajes con esclavos que portan enormes baúles de madera tallada, grupos de comerciantes en una incesante cháchara de proyectos de compras y ventas, ganaderos y agricultores con huellas en sus manos y caras del rigor de los cambios de clima expuestos en los campos, soldados de triste mirada, frailes de diferentes órdenes religiosas, funcionarios, colonos  y curiosamente un hombre cargado de espalda con un parche que cubre uno de sus ojos, días después me contó de la pérdida de un ojo por culpa de una esquirla de piedra mientras tallaba una escultura para el obispo de Sevilla, un alguacil, un letrado, carpinteros, toneleros, marineros y grumetes, el contramaestre y el capitán junto a una treintena de hombres componen la tripulación de esta nave con un centenar de viajeros como yo expectantes de todo el trajín de sus maniobras, veo conversar a Serafín con el capitán de la nave mientras grita órdenes a sus marineros que presurosos corren como ratones emprendiendo diferentes acciones e incluso trepando con agilidad por las cuerdas y traviesas de los altos mástiles y velas, al rato Serafín me comenta de una escala de repostaje en las Islas Canarias también conocidas como las Afortunadas por las bondades de su clima, sus fértiles tierras y sus acogedores habitantes.

En estas Islas embarcarán los esclavos capturados de las costas africanas procedentes en su mayor parte de Guinea, los portugueses son los que tienen el monopolio de venta y trueque de esclavos siendo este uno de los principales negocios para su traslado y venta en América, el itinerario será el mismo que utilizó Cristóbal Colón en sus primeros viajes, en la popa el llamado castillo donde se esconde el timón de la nave y sirve para guardar el equipaje de los viajeros, el toldillo donde se sitúa el capitán al mando, la cubierta donde nos encontramos, la bodega bajo la cubierta con rejas de hierro habilitadas para la ventilación de los esclavos que allí se confinan en una hilera de cadenas y cepos que impidan sus movimientos, por último los almacenes de despensa de alimentos y las jaulas con animales de corral, toneles de sal para conservar los alimentos y diferentes habitáculos para todos los utensilios de la vida en alta mar, los laterales de la nave disponen de trampillas que pueden dejar al descubierto ventanillas por las que asoman en caso de peligro los pesados cañones de defensa ante ataques piratas, los más conocidos en aguas del atlántico son los sanguinarios turcos, conocidos por episodios de sangre y muerte con el único afán de robar las riquezas que por estos mares surcan los navíos.

Desinquieto por estos comentarios largamos amarras en un torbellino incesante de gritos maniobras, ordenes y zafarrancho por la cubierta para la maniobra de salida, distingo otras barcazas por delante y en los lados del galeón encargados de guiar por este sinuoso rio el mejor camino y de mayor profundidad de calado, un suave balanceo por sus aguas nos mece como una cuna en un siseo de agua y crujir de maderas y tablas, no dejo de mirar las orillas como se van alejando en la penumbra de la oscuridad a medida de un avanzar cadencioso y lento por sus turbias aguas, atrás dejamos Sevilla con la despedida de una brisa que me despeja la cabeza en sus recuerdos.




sábado, 2 de julio de 2011

CAPITULO XXI, En busca de otros mundos.

                                              CAPITULO XXI

                                      En busca de otros mundos







Al verlos corretear por los pasillos me llega una nueva idea, un soplo de ilusión para mis próximos pasos, no creo y cada vez menos en las casualidades, algo o alguien me guía a continuar nuevos retos, estas paredes me arropan y a la vez me asfixian, no estoy acostumbrado a permanecer tanto tiempo en un mismo lugar, ya nada ni nadie me ata a esta ciudad, una sociedad en la que gobiernan los nobles, castiga el clero, ejecutan los tribunales y todos miran a otro lado cuando un niño o un anciano piden limosna o simplemente unas migajas de pan para poder subsistir, he conocido a muchas personas que como yo procesan un profundo amor en Cristo pero, son muchas las culturas que quiero conocer y pregonar a pesar de mi silencio de la bondad de Nuestro Dios, mi ambición no tiene fronteras de piedra, ni ornamentos de oro, ni cuadros de santos , ni estatuas que solo son recuerdos carentes de vida, ni grandes catedrales por muy altas que sean no consiguen llegar al cielo, esa no es mi iglesia, no dejan de ser manifestaciones artísticas para un futuro incierto, necesito buscar el verdadero sentido de la vida en corazones puros, tanto como los de estos niños que no conocen la maldad humana ni sus codicias ni sus verdades adornadas con monedas teñidas de sangre, no, este no es mi lugar y para eso tendré que viajar hasta otras tierras donde el veneno y la ponzoña no hayan contaminado a los hijos de Nuestro Creador.

No puedo hacer llegar la palabra de Dios encerrado en la protección de paredes y muros, igual que mi hermano Tomás decidió unirse al ejercito de la violencia y la conquista por la fuerza bruta yo tan solo comparto ser un soldado de Cristo dispuesto a luchar por las almas perdidas, otra vez arrodillado frente al sagrario mayor de la catedral busco en el silencio el trance de mi mente para conectar con todo lo divino, necesito liberarme del peso que me oprime, purificar mi corazón para una nueva vida si es que existe en un viaje en el que tengo serias dudas si tendrá retorno, me abraza el temor  para tan arriesgado viaje pero acaso no contemplo las flechas que forman en los limpios cielos las bandadas de aves que emigran a otras tierras para conseguir sustento y calor? No, no puedo dudar, tengo que hacer acopio de voluntad y llenarme de la energía invisible para poder empujar mi anhelo de ayuda al prójimo, nuevamente como siempre encuentro en mi soledad un sentimiento difícil de explicar que me dice sin palabras adelante Pedro, el mundo te espera para que otros sigan tu ejemplo, desde que inicié este largo camino en mi truncada niñez no he parado en mi búsqueda personal del significado de mis vivencias, no puedo ni confío en la secreta confesión de mis tormentos a otro ser humano por mucha confianza que le pueda tener, puede ser egoísmo por mi parte pero en ello puede estar que consiga un destino que se me antoja muy largo y peligroso, tengo el presentimiento de que todo lo que acontece a mi alrededor tiene un significado y un orden ya establecido por Nuestro Creador, no creo en las casualidades, la simple solución a un reto difícil es proporcional al empeño y la fuerza con la que tengamos fe por conseguirla no por obra de una mera casualidad, también creo que, por no poder manifestar con voz propia mis ideas me sumerjo en la contemplación de las acciones humanas en las que se ha perdido el instinto animal más básico, observar, analizar y reaccionar con un solo objetivo, supervivencia.

Cuantas veces he pasado por sus puertas mirando sin percibir otra cosa que no sea el incesante bullicio de sus gentes con la mezcla de lenguas para poder entenderse, he salido de la catedral sintiéndome purificado y limpio de penas y culpas, necesito olvidar las últimas tristezas para poder disfrutar de este gran día, un sol radiante, un cielo azul, olores a naranjas y dulces flores y una voz que me llama como un niño abandonado, Serafín, ¿cómo ha podido encontrarme? Suspiro…resignación, está bien amigo, vamos, esta vez necesito que me acompañe, le hago saber con señas, de camino al edificio de la casa de contratación le voy explicando pacientemente mis planes más inmediatos, él se queda mirándome con una cara mezcla de asombro y pánico, me increpa pidiendo explicaciones, no puede abandonarme hermano Pedro, he aprendido mucho a su lado y quiero seguir sus pasos y sus enseñanzas, además me necesita, puedo hablar con cualquiera para darle a entender lo que necesite, por favor, me sujeta nervioso de las mangas como un niño atemorizado, no puedo negarme, con el tiempo he sabido interpretar mejor las acciones que las bonitas palabras intentando ver más allá la sinceridad de quien intenta venderme sus propios intereses. Está bien, Serafín, lo sujeto por los hombros para tranquilizarlo, eres más joven que yo, me siento como su hermano mayor para cobijarlo con un fuerte abrazo, le advierto que esa decisión le puede costar su propia vida al acompañarme hacia lo desconocido, le pido silencio como de costumbre pues se muestra más entusiasmado que un niño con un bollo de aceite recién horneado, dando saltitos impacientes a mi alrededor me encomiendo a Dios para darme paciencia con este fraile parlanchín.

Atarazanas de Sevilla, sede de la casa de contratación, creada por los Reyes Católicos en el año de Nuestro Señor de 1503, la mayor plaza cerrada que había visto nunca, amurallada en su parte exterior de forma cuadrada y en su interior dividida en grandes almacenes con portones de arco mudéjar donde se atesoran todas las mercancías procedentes de las Indias así como de todas las nuevas tierras conquistadas en el nuevo mundo por la Corona de Castilla, así mismo sirve de almacenes de avituallamiento para todas las naos que desde este puerto fluvial del Guadalquivir partan por todos los mares conocidos del mundo, escuela de pilotos, marinos, cartógrafos y mercaderes, escuela de navegantes, científicos, geógrafos, historiadores y sede principal de artesanos , carpinteros, herreros y operarios necesarios para el mantenimiento de los buques, administran el tráfico de mercancías tanto de salida como de entrada y lo más importante controlan de forma documental a las personas de cualquier ámbito social aportando testimonios necesarios de sus orígenes, religión, certificación de pureza de sangre para evitar moros, judíos, mestizos, mulatos y negros, este lugar también le llaman La Bolsa por tratarse de un organismo recaudador de impuestos para enriquecer a la nobleza gobernante, los encargados de tan ardua tarea son oficiales reales divididos en distintos estamentos según la naturaleza del asunto a tratar, los pasajeros que emigran tienen que aportar 20 ducados por impuesto de avería además de cargar con todos los utensilios personales así mismo de proveerse de la alimentación necesaria para el viaje o pagarla en la travesía, tan sólo el agua es gratuita.

Transcurre la mañana en la que mi sombra, el fraile Serafín se encarga de averiguar los pasos necesarios para nuestra salida de Sevilla, mientras, he dedicado la espera en observar todo lo que me rodea, pensando en todo lo que puedo dejar en esta miserable sociedad con la responsabilidad de los peligros de un mar misterioso e inmenso o lo peor añadido, mi vida y la de este joven fraile que se ha unido a mí como compañero de aventura.

Ha pasado mucho tiempo después de la visita que hicimos a la casa de contratación, un decreto real nos exime por ser religiosos de ningún pago para poder viajar a nuevas tierras recién conquistadas, entendiendo nuestra labor en la expansión de la palabra de Nuestro Dios y la evangelización de las almas perdidas.

Comunicamos al obispo nuestra intención de abandonar nuestra patria al igual de una carta dirigida a las altas instancias de nuestra orden en la ciudad de Toledo todo ello para dejar constancia en el caso de la muerte o desaparición de nuestras almas y evitar el coste si lo hubiera en gastos de mantenimiento en destino así mismo el aviso a familiares si los hubiese e informarles de todo ello.