CAPITULO XLV
Puerta
de los leones
Me he tomado un largo tiempo en
intentar despertar, temo moverme a pesar
de notar la presencia de alguien que me observa, silencio y calma, agudizo mis
sentidos para tomar conciencia de mi entorno, mi corazón late despacio por lo
que intuyo no estoy muerto pero mi cabeza no coordina con las voces que me
intentan rescatar de los umbrales de la muerte, no es posible, ¿eres tú
Serafín? ¿Acaso tiendes tu mano para acompañarte en el juicio de mi atormentada
alma? No, ciertamente estoy postrado en un camastro y mi compañero de viaje me
mira con cara de preocupación, me habla con voz queda para que no intente
incorporarme, con un paño de agua fría refresca mi rostro en sus intentos por
hacerme volver al mundo de los vivos, no puedo evitar un sollozo de lagrimas
que sacude mis entrañas, mi hermano jesuita cuida de mí con amor fraterno,
intento aferrar su brazo para que lea mis labios con las preguntas que me
atormentan pero tan solo consigo que me diga que debo descansar, llevo tres
días luchando inconsciente con algunos huesos rotos, ya habrá tiempo para
averiguar todo lo que ha pasado, lo único que ahora importa Pedro, me decía es
vuestra salud para recuperar el tiempo perdido en el valle de las sombras.
Vuelvo a despertar con la sorpresa
de mi entorno, cerca de mí, una palangana de agua turbia con paños empapados de
restos de sangre y suciedad, nervioso palpo mi cuello besando entre lagrimas el
crucifijo de hierro que cuelga de mi cuello orando mentalmente para dar gracias
a Dios, no tardo en percibir una presencia en la habitación, se trata de un
muchacho joven de negros cabellos como el azabache, su indumentaria le delata
como fiel seguidor de Mahoma, me mira apenas sin pestañear mientras en sus
ágiles dedos se desliza un rosario de cuentas que mueve al unísono con apenas
movimientos perceptibles de sus labios, lentamente se acerca a mi camastro y
toma lentamente mi mano entre las suyas, ahora me parece conocerlo, mi memoria
lucha entre el dolor de cabeza y el esfuerzo por ubicar su rostro en mi propia
historia, he conocido quizás a miles de personas con las que he compartido
bienaventuranzas o miserias de todo tipo, humildes, poderosos, nobles y
plebeyos siempre dejaron una huella en mi vida, amigo Pedro, me dice con
emoción en sus palabras, hoy es un gran día en mi casa y motivo de
agradecimiento al más grande entre los grandes, bendito sea Alláh por
encontrarle vivo, al fin puedo descansar de la promesa que hice hace mucho
tiempo a mi madre, que el profeta mantenga en su gloria.
Comienza su relato donde mi memoria
permanecía dormida para evitar un dolor que me acompañaría el resto de mi vida,
mi nombre es Alí, nos conocimos hace aproximadamente diez años atrás cuando ejercíais
de médico vestido con hábito de monje cristiano, erais el reflejo de un hombre
atormentado por quedar mudo al morderle una rata, seguro recordáis la ayuda que
le prestaste sin pedir nada a cambio a mi querida madre cuando enferma de
fiebre deliraba en su lecho en la ciudad española de Cádiz, estáis muy cambiado
pero vuestra mirada y vuestro corazón es honesto y puro.
Años más tarde mi madre murió
víctima de la peste, continuaba con su relato, antes de morir me hizo prometer
que le encontraría y pagaría el favor por salvarle la vida, fueron momentos en
los que tuve que hacerme adulto en el cuerpo de un niño, mi padre Mustafa
Abdhel Rashnid Zhulea me mandó con unos familiares de vuelta a su país de
origen, Arabia, España se había vuelto peligrosa para un musulmán, mi padre era
un comerciante muy conocido por lo que zarpé sin demora en un barco mercante
hasta la fecha de hoy. En estas tierras y con la ayuda de familiares y amigos
me he convertido en el heredero de la memoria de mi padre, soy un próspero
comerciante a pesar de mi juventud, siento confesaros soy un luchador por la
libertad de mi pueblo, colaboro con la resistencia armada para combatir a los
infieles, al decir esas palabras me retuerzo nervioso en mi lecho temiéndome lo
peor, Alí al percibirlo sonríe para transmitirme la calma, eres mi hermano
Pedro, lazos invisibles me unen a usted, siento la admiración desde que le
conocí y jamás podré agradecer mi deuda y la de mi familia, ahora descansad, ya
tendréis tiempo de satisfacer vuestras dudas, esta es vuestra casa y aquí no
debéis temer nada.
Sopas y caldos con aromas de hogar,
olores sutiles de hierbabuena, orégano y menta, infusiones de té aromático y
caliente en finas porcelanas, mi recuperación avanzaba deprisa e incluso ya no
utilizaba un bastón para poder caminar. Sentado en el suelo disfrutando de
exquisitas flores y plantas escucho atentamente como pudieron encontrarme al
borde de una muerte segura. Me llegaron noticias de la captura de dos monjes
jesuitas prisioneros en Túnez, comentaba Alí, tenía la esperanza de encontraros
pero al enviar a mis sirvientes tan solo rescatamos a Serafín, afortunadamente
y por casualidad encontré entre los registros de rapiña una pequeña pizarra, la
conocí inmediatamente, la había hecho mi padre con sus propias manos y en el
marco de madera disimulaba entre pequeñas filigranas mensajes de nuestro libro
sagrado, El Corán, no había duda, su propietario es a quien he buscado durante
tantos años, por fin Alláh me enviaba una señal para localizarle. Rápidamente
envié un mensaje a alguien que conocéis bien, Hizir bin Yakup, al que los
infieles cristianos conocen como el sanguinario pirata Barba Roja, un pariente
lejano con quien comparto los ideales de libertad pero no sus métodos de
guerra.
Serafín que hasta ahora se había
mantenido al margen tan solo me observaba pendiente de mis labios por si tenía
alguna duda o pregunta que hacer a mi interlocutor, en silencio y con gran
reverencia se acercó a mi extendiéndome la cruz de madera que siempre había
llevado colgando de una soga alrededor de mi cintura, dentro de ella y
escondida sutilmente se encontraba el gran misterio por el que había apostado
mi vida y la de mi amigo, con calma la tomé en mis manos mientras mis ojos se
llenaban de lagrimas por la emoción, Serafín conmovido me contó que se jugó la
vida ante los piratas para no separase de tan preciado tesoro, mientras, giré
la parte superior de la cruz para sacar lo que llamábamos a este objeto
desconocido “ la joya”, todavía se podía distinguir la suavidad ovalada de su
forma, el color azul intenso era el mismo que recordaba y los extraños símbolos
y letras apenas se veían pero no hacía falta, recordaba con total nitidez en mi
memoria todos sus detalles, algo si me causó novedad, la recordaba de mayor
tamaño. Cerré mi puño hasta que los nudillos se me quedaron blancos y sin saber
el porqué lo alcé al cielo prometiendo que descubriría su secreto.
Me sentía nuevamente un hombre
afortunado y dichoso al recuperar mi bolsa con hierbas medicinales, Serafín se
había dedicado a recuperar mi botiquín con la esperanza de volver a encontrarme,
los libros, dibujos y utensilios de escritura también pudo salvarlos,
hábilmente y por una pequeña suma de monedas se enviaron a Gran Canaria mis
manuscritos para engrosar una biblioteca escondida de miradas peligrosas.
Con gesto serio Serafín se sienta
frente a mí y me dice que si me encuentro con fuerzas para escuchar las malas
noticias, asiento con la cabeza pendiente de sus palabras. Sabed Pedro que nunca
podréis regresar a España, vuestra cabeza ha subido de precio al conocer por
espías de la corte de Castilla de vuestra relación con Barba Roja, un enemigo
de la cristiandad, las acusaciones contra usted han avivado el interés de La
Santa Inquisición para capturaros, creen que sois un discípulo de Satanás,
hechicero y mago, se le acusa de pertenecer a sociedades secretas practicantes
de magia, en cuanto a jesuita nuestros padres en los monasterios donde vivimos
la infancia niegan el apoyo a vuestra persona temiendo represalias de Roma y el
rechazo de la Santa Iglesia.
No me extrañaba lo que me decía
Serafín y tampoco guardaba rencor a quienes me negaban como Judas, monjes y
monjas, también eran humanos, sujetos al dogma de fe, al sacrificio de sus
vidas por encima de lealtades por mi persona, no me importaba a pesar de borrar
de mi mente el pasado de iluminación que viví junto a ellos, tenía claro de mi
avance por el mundo sin volver a mirar mi espalda.
Quizás fueran esas palabras las que
impulsaron mi voluntad por abandonar el recto camino de la iglesia tal y como
hasta ahora había venerado, elegiría escribir con renglones torcidos mi propia
búsqueda de la verdad, Serafín se sentía aliviado al poder tener el valor suficiente
para hablarme con sinceridad, agradecí su lealtad con un abrazo emocionado, me
habían encontrado a muy poca distancia de una de las ocho puertas de entrada a
la ciudad, las noticias corrían de boca en boca sobre un hombre de mirada
perdida victima de la locura, en una camilla y escondido durante una noche
entré bajo la Puerta de los Leones, llamada así por dos estatuas de piedra que
en realidad eran tigres, animales del escudo heráldico del sultán Beybars, también
se conocía la entrada como Puerta de San Esteban ya que a poca distancia del
lugar lapidaron al mártir cristiano, ya no tenía duda no podían ser tantas
casualidades, alguien guiaba mis pasos.