miércoles, 20 de junio de 2012

CAPITULO XLV Puerta de los Leones














                                                    CAPITULO XLV

                                                 Puerta de los leones







            Me he tomado un largo tiempo en intentar despertar, temo moverme  a pesar de notar la presencia de alguien que me observa, silencio y calma, agudizo mis sentidos para tomar conciencia de mi entorno, mi corazón late despacio por lo que intuyo no estoy muerto pero mi cabeza no coordina con las voces que me intentan rescatar de los umbrales de la muerte, no es posible, ¿eres tú Serafín? ¿Acaso tiendes tu mano para acompañarte en el juicio de mi atormentada alma? No, ciertamente estoy postrado en un camastro y mi compañero de viaje me mira con cara de preocupación, me habla con voz queda para que no intente incorporarme, con un paño de agua fría refresca mi rostro en sus intentos por hacerme volver al mundo de los vivos, no puedo evitar un sollozo de lagrimas que sacude mis entrañas, mi hermano jesuita cuida de mí con amor fraterno, intento aferrar su brazo para que lea mis labios con las preguntas que me atormentan pero tan solo consigo que me diga que debo descansar, llevo tres días luchando inconsciente con algunos huesos rotos, ya habrá tiempo para averiguar todo lo que ha pasado, lo único que ahora importa Pedro, me decía es vuestra salud para recuperar el tiempo perdido en el valle de las sombras.

            Vuelvo a despertar con la sorpresa de mi entorno, cerca de mí, una palangana de agua turbia con paños empapados de restos de sangre y suciedad, nervioso palpo mi cuello besando entre lagrimas el crucifijo de hierro que cuelga de mi cuello orando mentalmente para dar gracias a Dios, no tardo en percibir una presencia en la habitación, se trata de un muchacho joven de negros cabellos como el azabache, su indumentaria le delata como fiel seguidor de Mahoma, me mira apenas sin pestañear mientras en sus ágiles dedos se desliza un rosario de cuentas que mueve al unísono con apenas movimientos perceptibles de sus labios, lentamente se acerca a mi camastro y toma lentamente mi mano entre las suyas, ahora me parece conocerlo, mi memoria lucha entre el dolor de cabeza y el esfuerzo por ubicar su rostro en mi propia historia, he conocido quizás a miles de personas con las que he compartido bienaventuranzas o miserias de todo tipo, humildes, poderosos, nobles y plebeyos siempre dejaron una huella en mi vida, amigo Pedro, me dice con emoción en sus palabras, hoy es un gran día en mi casa y motivo de agradecimiento al más grande entre los grandes, bendito sea Alláh por encontrarle vivo, al fin puedo descansar de la promesa que hice hace mucho tiempo a mi madre, que el profeta mantenga en su gloria.

            Comienza su relato donde mi memoria permanecía dormida para evitar un dolor que me acompañaría el resto de mi vida, mi nombre es Alí, nos conocimos hace aproximadamente diez años atrás cuando ejercíais de médico vestido con hábito de monje cristiano, erais el reflejo de un hombre atormentado por quedar mudo al morderle una rata, seguro recordáis la ayuda que le prestaste sin pedir nada a cambio a mi querida madre cuando enferma de fiebre deliraba en su lecho en la ciudad española de Cádiz, estáis muy cambiado pero vuestra mirada y vuestro corazón es honesto y puro.

            Años más tarde mi madre murió víctima de la peste, continuaba con su relato, antes de morir me hizo prometer que le encontraría y pagaría el favor por salvarle la vida, fueron momentos en los que tuve que hacerme adulto en el cuerpo de un niño, mi padre Mustafa Abdhel Rashnid Zhulea me mandó con unos familiares de vuelta a su país de origen, Arabia, España se había vuelto peligrosa para un musulmán, mi padre era un comerciante muy conocido por lo que zarpé sin demora en un barco mercante hasta la fecha de hoy. En estas tierras y con la ayuda de familiares y amigos me he convertido en el heredero de la memoria de mi padre, soy un próspero comerciante a pesar de mi juventud, siento confesaros soy un luchador por la libertad de mi pueblo, colaboro con la resistencia armada para combatir a los infieles, al decir esas palabras me retuerzo nervioso en mi lecho temiéndome lo peor, Alí al percibirlo sonríe para transmitirme la calma, eres mi hermano Pedro, lazos invisibles me unen a usted, siento la admiración desde que le conocí y jamás podré agradecer mi deuda y la de mi familia, ahora descansad, ya tendréis tiempo de satisfacer vuestras dudas, esta es vuestra casa y aquí no debéis temer nada.

            Sopas y caldos con aromas de hogar, olores sutiles de hierbabuena, orégano y menta, infusiones de té aromático y caliente en finas porcelanas, mi recuperación avanzaba deprisa e incluso ya no utilizaba un bastón para poder caminar. Sentado en el suelo disfrutando de exquisitas flores y plantas escucho atentamente como pudieron encontrarme al borde de una muerte segura. Me llegaron noticias de la captura de dos monjes jesuitas prisioneros en Túnez, comentaba Alí, tenía la esperanza de encontraros pero al enviar a mis sirvientes tan solo rescatamos a Serafín, afortunadamente y por casualidad encontré entre los registros de rapiña una pequeña pizarra, la conocí inmediatamente, la había hecho mi padre con sus propias manos y en el marco de madera disimulaba entre pequeñas filigranas mensajes de nuestro libro sagrado, El Corán, no había duda, su propietario es a quien he buscado durante tantos años, por fin Alláh me enviaba una señal para localizarle. Rápidamente envié un mensaje a alguien que conocéis bien, Hizir bin Yakup, al que los infieles cristianos conocen como el sanguinario pirata Barba Roja, un pariente lejano con quien comparto los ideales de libertad pero no sus métodos de guerra.

            Serafín que hasta ahora se había mantenido al margen tan solo me observaba pendiente de mis labios por si tenía alguna duda o pregunta que hacer a mi interlocutor, en silencio y con gran reverencia se acercó a mi extendiéndome la cruz de madera que siempre había llevado colgando de una soga alrededor de mi cintura, dentro de ella y escondida sutilmente se encontraba el gran misterio por el que había apostado mi vida y la de mi amigo, con calma la tomé en mis manos mientras mis ojos se llenaban de lagrimas por la emoción, Serafín conmovido me contó que se jugó la vida ante los piratas para no separase de tan preciado tesoro, mientras, giré la parte superior de la cruz para sacar lo que llamábamos a este objeto desconocido “ la joya”, todavía se podía distinguir la suavidad ovalada de su forma, el color azul intenso era el mismo que recordaba y los extraños símbolos y letras apenas se veían pero no hacía falta, recordaba con total nitidez en mi memoria todos sus detalles, algo si me causó novedad, la recordaba de mayor tamaño. Cerré mi puño hasta que los nudillos se me quedaron blancos y sin saber el porqué lo alcé al cielo prometiendo que descubriría su secreto.

            Me sentía nuevamente un hombre afortunado y dichoso al recuperar mi bolsa con hierbas medicinales, Serafín se había dedicado a recuperar mi botiquín con la esperanza de volver a encontrarme, los libros, dibujos y utensilios de escritura también pudo salvarlos, hábilmente y por una pequeña suma de monedas se enviaron a Gran Canaria mis manuscritos para engrosar una biblioteca escondida de miradas peligrosas.

            Con gesto serio Serafín se sienta frente a mí y me dice que si me encuentro con fuerzas para escuchar las malas noticias, asiento con la cabeza pendiente de sus palabras. Sabed Pedro que nunca podréis regresar a España, vuestra cabeza ha subido de precio al conocer por espías de la corte de Castilla de vuestra relación con Barba Roja, un enemigo de la cristiandad, las acusaciones contra usted han avivado el interés de La Santa Inquisición para capturaros, creen que sois un discípulo de Satanás, hechicero y mago, se le acusa de pertenecer a sociedades secretas practicantes de magia, en cuanto a jesuita nuestros padres en los monasterios donde vivimos la infancia niegan el apoyo a vuestra persona temiendo represalias de Roma y el rechazo de la Santa Iglesia.

            No me extrañaba lo que me decía Serafín y tampoco guardaba rencor a quienes me negaban como Judas, monjes y monjas, también eran humanos, sujetos al dogma de fe, al sacrificio de sus vidas por encima de lealtades por mi persona, no me importaba a pesar de borrar de mi mente el pasado de iluminación que viví junto a ellos, tenía claro de mi avance por el mundo sin volver a mirar mi espalda.

            Quizás fueran esas palabras las que impulsaron mi voluntad por abandonar el recto camino de la iglesia tal y como hasta ahora había venerado, elegiría escribir con renglones torcidos mi propia búsqueda de la verdad, Serafín se sentía aliviado al poder tener el valor suficiente para hablarme con sinceridad, agradecí su lealtad con un abrazo emocionado, me habían encontrado a muy poca distancia de una de las ocho puertas de entrada a la ciudad, las noticias corrían de boca en boca sobre un hombre de mirada perdida victima de la locura, en una camilla y escondido durante una noche entré bajo la Puerta de los Leones, llamada así por dos estatuas de piedra que en realidad eran tigres, animales del escudo heráldico del sultán Beybars, también se conocía la entrada como Puerta de San Esteban ya que a poca distancia del lugar lapidaron al mártir cristiano, ya no tenía duda no podían ser tantas casualidades, alguien guiaba mis pasos.

viernes, 15 de junio de 2012

CAPITULO XLIV Tunos indios










             

                                                    CAPITULO XLIV

                                                        Tunos indios













            Unos matorrales cercanos al camino a la sombra de las palmeras que cubren el sendero de éstos parajes será mi lugar de descanso ésta noche, a poca distancia distingo las hogueras donde han establecido el campamento los cientos de viajeros que agotados descansan con muestras de alegría por la proximidad a la ciudad de Nuestro Señor Jesucristo, en el horizonte me parece distinguir luces parpadeantes sobre lo que me parecen unas altas murallas de piedra posiblemente protegida por caballeros de la orden del Temple, había oído que éstos soldados cristianos no están sujetos a las ordenes de ningún rey, su lealtad es al Papa, poseen grandes riquezas supuestamente de los tesoros encontrados en el templo de Salomón cuando decidieron mantener un acantonamiento a las puertas de Jerusalén con la finalidad de ayudar a los peregrinos europeos en su llegada a Tierra Santa y protegerlos de los moros, se distinguen por sus ropajes, un gran manto blanco con una cruz copta en el pecho y la espalda, también portan coraza y un escudo con esta insignia.

            Son los momentos de soledad cuando evoco mis experiencias en el estudio de tantos libros de los que me vienen imágenes hasta ahora sin sentido y que ahora recuerdo dándole un significado en esta trama de secretos celosamente guardados por quienes con sus estudios en algunos casos en contra de los mandamientos de la iglesia ocultan mensajes heréticos de sociedades paralelas a los mandamientos de Cristo, recuerdo haber visto un tablero circular provisto de sesenta y tres casillas tallado con profusión de detalles y dibujos en cada una de ellas, lo que al principio pensaba era una bella trama jeroglífica, me informaron se trataba de un juego muy popular en la corte de Felipe II traído supuestamente desde lejanas tierras de Italia, mi innata curiosidad hizo que averiguara algo más sobre este juego al que llaman “ gioco dell´occa”, el juego de la oca.

            Leí tiempo atrás sobre el disco de Phaistos y su semejanza con el juego de la oca, es curioso cuando le han otorgado a éste animal el inocente protagonismo sobre otros animales el enigma que esconde, a saber se trata de un animal que puede vivir alimentándose en la tierra, así mismo navega sobre aguas sin dificultad siendo dominador del vuelo y el cielo, un camino iniciático sobre la perfección de la naturaleza y su camino por la vida, leía extasiado siendo joven sobre el ocultismo del juego en el que los caballeros templarios, monjes y guerreros iniciáticos en los misterios habían encontrado la fórmula para esconder en sus 63 casillas lugares secretos de tesoros ocultos, se especulaba también fuera el Camino a Santiago con una trama esotérica que tan solo ellos disimulaban en un juego aparentemente inocente, lo que si me atrevo a especular es que a veces los mayores secretos son aquellos que no saben verlos teniéndolos delante con el aspecto de un juego de entretenimiento.

            La noche transcurría lentamente entre sonidos del aire susurrando entre las palmeras, me sentía inquieto, mi estomago ronroneaba como si tuviera un gato encolerizado metido entre las tripas, me sentía tan agotado que no podía conciliar el sueño y pensaba de mi malestar era consecuencia de hambre insatisfecha por lo que volví mi mirada a los tunos con sus dulces aromas. Sonreía al recordar una cantinela con que los viejos entretenían a los niños para comer estos frutos, los niños expectantes esperaban la ceremonia a modo de juego con sus caritas ansiosas por tan dulce manjar, recuerdo que quien lo servía decía algo así: buenos días higos tunos, aquí tengo mi navaja, te corto el pezón y el culo y en el centro te hago una raja, entre risas y divertimento el fruto quedaba al descubierto haciendo las delicias de quienes lo comían.

            Apenas podía distinguir en la oscuridad mis torpes maniobras para comerlos con ansiedad y gula, fueron horas entretenido con la daga cortando, comiendo y disfrutando con la abundante  cena, cuantos más comía más me hacían olvidar sentirme tan abandonado, perdía los modales por no tener que dar cuentas a cualquiera que me viera,  mis manos y mi túnica se fundían en un retorcer de zumo que ansiosamente acabé de dar cuenta horas más tarde, un reguero de semillas y pieles maduras sembraban el lugar donde apartado de miradas extrañas disfrutaba del banquete como un cerdo.

            No recuerdo cuanto tiempo transcurrió al quedarme profundamente dormido tirado en el suelo, entre sueños notaba un intenso dolor de cabeza con el que combatía para que me dejara en paz, notaba un calor enfermizo empapando de sudor mi cuerpo, éste permanecía encogido en posición fetal con agudos pinchazos en mi barriga, por un momento entre jadeos y sueños pensé si me había clavado la daga por el daño tan agudo en mi vientre, desde la espalda hasta los pies sentía violentos calambres con los que sentía que no sería capaz de mantenerme de pié cuando amaneciera, luchaba por intentar dormir pero mi subconsciente me alentaba a despertar para recuperar fuerzas y saber que me estaba ocurriendo, la garganta que quemaba con fluidos de fuego, entre sueños sentía mis manos palpando buscando la razón de la presión, fantaseaba aterrorizado de que fuera una soga en mi cuello a punto de ahorcarme para expiar mis pecados en la tierra pero la verdad era simple y distinta, líquidos de ácido brotaban desde mi dolorido estomago hasta la boca tapándome las fosas nasales obligando a toser escupitajos hirvientes.

            De rodillas y a cuatro patas intento ponerme de pié para intentar alejarme por puro instinto de donde dormía hace un rato, oigo un escandaloso burbujeo en mis entrañas preludio de una funesta digestión, ahora soy consciente que los tunos y el queso rancio son una mala combinación máxime si los tunos estaban tibios por el calor del sol, tengo que buscar un lugar apartado donde poder aliviar mis tripas, pensaba entre estertores de autentica fatiga, una serie de sonoros estampidos convertían mi culo en una brasa candente con fétidos olores que cargaban el ambiente de la noche, tropezaba y caía continuamente preso de la vergüenza de que alguien me escuchara en un trance tan humillante, me sentía como un animal herido corriendo entre la maleza para que nadie pudiera añadir con risas y burlas tan asqueroso espectáculo, afortunadamente con mi túnica remangada y con las piernas abiertas entre carreras mareantes descargué en la propia naturaleza tan magníficos abonos naturales quedando extenuado por el esfuerzo de mi maltratado cuerpo.

            Los rayos del sol despuntaban en el horizonte con suaves colores anaranjados y rojizos, el nuevo día empezaba a despuntar y yo me encontraba tirado en el suelo con los sentidos abotagados por el trajín de la noche anterior, poco a poco empecé a tomar conciencia de la situación en la que me encontraba, sin fuerzas y con el sabor intenso a cloaca producto de mi propio aliento y fétidos olores que me llegaban con la ligera brisa vespertina, a mi alrededor parecía que una pelea de gallos hubieran tenido feroz contienda entre los matorrales, ramas dispersas y rotas, tierra revuelta y nubes de moscas verdes y gordas se daban un festín con los despojos a medio digerir de mi propia cena, me miro espantado al ver mi ropa completamente manchada de rojo carmesí, los tunos rojos desprenden un zumo de un color intenso parecido a la sangre parduzca pero mi espanto acaba de iniciarse con una pesadilla para la que no estaba preparado.

            Varios hombres acompañados de los perros que cuidan su ganado me señalan a una cierta distancia, les oigo gritar diciendo que han encontrado el puñal y el rastro del loco, tapándose las narices los veo señalándome con gritos de cólera y gestos amenazantes, ahí, ahí está el asesino ¿asesino? ¿Habré oído bien? Miro alrededor para saber a quien se refieren sin ser consciente de mi propio aspecto, empapado de costrones sucios rojos parezco un matarife chapucero o un despojo de una cruenta guerra de sangre. Levanto mis manos como muda señal de paz, imagino la ira de estos hombres quizás al pensar que soy un asesino peligroso, unos a otros se animan para darme caza blandiendo en el aire garrotes y palos recogidos de la maleza, me temo que las intenciones de estas gentes es dar rienda suelta a sus instintos para matarme sin preguntar, las mujeres que hasta ahora eran simples testigos de los hechos emiten unos chillidos agudos emitidos por sus gargantas, siento palpitar en mis sienes la presión de los nervios, el primer instinto primigenio es poner tierra de por medio y emprender una veloz carrera en dirección contraria a mis perseguidores, oigo tras de mí los feroces ladridos de los perros arengados por los gritos de éstos hombres sedientos de venganza, me pregunto qué clase de demencia nubla la razón de éstas gentes para cometer un crimen sin tener motivo alguno, mientras corro miro por instantes por encima de mi hombro satisfecho de ganar distancia, afortunadamente los perros son pequeños y no se trata de una raza de presa por lo que contrariamente a la pretensión de sus dueños se toman a juego tamaña algarabía cargada de insultos y blasfemias hacia mi persona.

            Jadeante y sudoroso descanso sin perder de vista a la muchedumbre enfebrecida que parece han desistido de su empeño por lincharme en tan frenética persecución, gran error pienso, al instante oigo unos silbidos que cortan el aire, a distancia veo el movimiento en circulo de los brazos de algunos pastores, preparan hondas buscando nerviosos las piedras del camino, al instante siento sobre mi cabeza las piedras impactando, en el suelo muy cerca de donde observo atónito noto los agudos chasquidos al impactar contra el suelo fragmentándose en trocitos que me alcanzan hiriéndome, nubes de piedras consiguen impactarme cuando intento huir nuevamente, tirado en el suelo después de recibir varios impactos no me quedan fuerzas para nuevos intentos, mientras me retuerzo de dolor cubriendo mi cabeza les oigo en la distancia conversando sobre la escasa posibilidad de encontrarme con vida, al instante todo se vuelve oscuro, ya no oigo a la plebe, mi cabeza se llena de imágenes de pesadilla, voces que me hablan pausadamente para que posteriormente recuerde lo que me intentan mostrar.

lunes, 11 de junio de 2012

CAPITULO XLIII, Traficante de mentiras.


                                         CAPITULO XLIII

                                                Traficante de mentiras          

                                                          









            Bahía de Haifa, puerto de Joppa, provincia de Judá, la ansiedad crece en mí a medida que nos acercamos al puerto, esquivando naves y barcazas poco a poco distinguimos tierra firme, antes de llegar miro de frente a Abdul e intento interrogarle con gestos el motivo por el cual no caí preso en manos de los portugueses, ello provoca nuevamente  las risas de éste hombre pidiéndome disculpas por su carente falta de respeto.

            Entended amigo que lo único que se me ocurrió en aquel momento de pánico fue pedirle clemencia por la vida de un esclavo huido del palacio de un poderoso califa moro, expuse vuestra condición de eunuco al cuidado de su harén ese era el motivo de vuestra corpulencia y musculatura por ser alguien importante en el cuidado de sus mujeres. Escuchaba atentamente a éste hombre notando como la sangre fluía con fuego sobre mi rostro asombrado por la imaginación de alguien sin cultura pero con el ingenio de un traficante de mentiras, me quedaba la duda sobre la palabra eunuco, algo sospechaba que no me gustaría la respuesta, sabed amigo mío me decía con palabras tan suaves que apenas en tono de confidencia podía escuchar que muchos hombres poderosos en nuestra cultura poseen varias mujeres con las que disfrutan en sus palacios de los placeres carnales antes de ser llamados por Alláh en el paraíso, los eunucos son hombres de compañía, esclavos la mayor parte de ellos debidamente privados de los testículos por medio de la castración para evitar tentaciones con las mujeres, algunos con el paso del tiempo se vuelven afeminados sin perder su condición natural de varones de nacimiento.

            La primera reacción por lo que oigo es un gesto de dolor en el estomago y sin darme cuenta estoy sujetándome mis propios genitales, Abdul que me observa muy serio viendo mi rostro vuelve a soltar una carcajada con la que sin poder evitarlo comparto de buen grado dándole un abrazo que sería el preludio de mi despedida, antes de pisar tierra me obsequia con una pequeña daga curva con forma de media luna, la misma con la que destripaba el pescado cuando estábamos en faena, ante mi rechazo por hierros que puedan causar muerte mi compañero me sujeta por el brazo avisándome de los peligros a los que me enfrento, Jerusalén es una ciudad de muchas culturas distintas y de viajeros de todo tipo, cuna de tres religiones que según dice dominan el mundo conocido, cristianos, musulmanes y judíos, cualquiera de ellos pueden significar una razón suficiente para un enfrentamiento violento y causar mi muerte, sin pensarlo pido perdón a Dios por mi flaqueza y escondo el puñal entre los pliegues de mi fajín.

            Recuerdo de mi estancia en Gran Canaria ver un mapa antiguo que llamó mi atención por su semejanza con los pétalos de una flor, buscando tratados de hierbas medicinales no tardé en darme cuenta de mi error, eran tres pétalos, el izquierdo representaba al continente europeo, el izquierdo el continente asiático y el inferior África, en el centro Jerusalén como centro del mundo cristiano, montes, montañas, ríos y ciudades le conferían como el centro del plan de expansión de la cristiandad, Dios en su infinita sabiduría supo situar el lugar idóneo para extender por tierras y mares sus divinas enseñanzas.

            Intento contener mis emociones, ajusto mi turbante y tapo mi rostro a excepción de la boca, me conviene intentar pasar desapercibido confundiéndome entre la multitud que azarosa recogen sus bártulos, grandes sacos de grano, pescado, frutas y hortalizas o el exiguo equipaje para emprender la marcha, burros, mulas y camellos protestan entre toda suerte de maldiciones de sus amos ajustando con fuertes correas sus enseres más preciados,  emprendo mi camino mirando al cielo agradeciéndole a Dios iluminarme en mi camino, distraído deambulo por la ciudad para estirar las piernas y hacerme la idea de cuál es el camino para dirigirme a Jerusalén, a cierta distancia oigo las campanas de una iglesia por lo que me parece una bendición refugiarme del sol y poder rezar apartado del bullicio de las calles, tan solo he permanecido en esta iglesia breves instantes, ¡¡una señal!!, me pregunto ¿Cómo es posible después de tantas leguas recorridas encontrar una iglesia que se llama San Pedro? ¿ acaso las últimas palabras de Hizir eran un vaticinio de mi futuro? ha llegado el momento en que reparo en mi indumentaria, por un momento me he olvidado que no tengo mi hábito de jesuita, sucio, oliendo a pescado y con una túnica que fue blanca hace tiempo, tengo la apariencia de un seguidor del islam, noto las miradas desconfiadas de quienes han tropezado conmigo incluso taimadas miradas de odio por parte de un grupo de soldados templarios que imagino están borrachos, al pasar a mi lado uno de ellos incluso escupe en el suelo muy cerca de mí en una clara demostración de desprecio. No veo prudente alargar por más tiempo mi estancia en esta hermosa ciudad, lástima del ambiente de tensión que preiento a mi alrededor, los grupos claramente diferenciados de viajeros tienen su propio sello de origen, cultura y costumbres.

            Llevamos varios días de caminata en grupos con un destino común, carezco de monedas para poder subsistir en esta travesía, tengo que agradecer la buena voluntad de quienes nos vemos en la misma ruta cuando me han ofrecido agua y alimentos para poder subsistir, estoy acostumbrado a permanecer varios días en ayuno pero hay momentos que se nubla mi razón por la fatiga y el cansancio, las noches procuro descansar apartado de otros viajeros, me siento extranjero quizás incluso un traidor a mi fe, pido perdón todas las noches a Dios confesando arrepentido la carga de mis pasados crímenes y errores, no sé cuánto tiempo podré aguantar con un cuerpo sin fuerzas y un corazón lleno de dudas y temores.

            No tengo relación con ninguno de los viajeros, parece como si todos se respetasen pero con la desconfianza de los peligros ante los extraños, para ellos seguramente soy un demente que vaga sin rumbo fijo, a veces noto sus miradas cuando creo haber perdido la cordura en mis actos al vagar en soledad, mujeres y ancianos evitan que los niños se me acerquen y muchas noches quedo rezagado en el camino como un alma errante, en alguna ocasión se han atrevido a preguntarme por mi salud o por si necesito ayuda, percibo en sus rostros como si se tratara de un espejo las caras de pavor por su osadía, se retiran espantados sin esperar respuesta de un desamparado, oigo algunas noches como hablan de mí entre ellos especulando por los posibles motivos de mi viaje, algunos se aventuran a fantasear por mi supuesta posesión por demonios, por mi propio mundo de locura, continúan fabulando con que mi peregrinación sea para sanarme de los espíritus que atormentan mi alma, posiblemente de algún oscuro pasado que todos temen y evitan estar cerca de mí, sonrío en mis propios delirios sabiendo que, por muy lejanos que sean los países del mundo sus gentes sienten los mismos temores a lo desconocido, miedos de sus propios hermanos y temerosos del castigo que viene del cielo, dioses con distintos nombres con distintas formas de justicia pero con un denominador común, con la muerte se pagarán todas las deudas de esta tierra de penitencias y lagrimas, siento que el sueño me invade mientras oigo a distancia el llanto lastimero de un niño bajo un cielo negro como el abismo pero con estrellas que brillan de esperanza por un mañana mejor.

             Las dudas están haciendo mella en mí, ¿Quién me rescató de una muerte segura? ¿Existe alguien que vendrá para ayudarme? ¿Cómo me encontrará? Son muchas las preguntas y desconozco las respuestas, a mi mente vienen palabras olvidadas en mi memoria en la que alguien en mi niñez me decía, la vida es un acto de fe, a pesar de no ver soluciones a tus dudas nunca dejes de esforzarte por continuar el camino, todo llega si tu voluntad es fuerte, no temas al impulso, teme estar quieto pues puedes ser cautivo de tus propios miedos, sonrío al pensar de lo fácil de dar consejos y lo difícil de continuar cuando las fuerzas te abandonan.

            Continuando por sendas áridas castigadas por el sol reparo en algo que me resulta familiar de mi estancia en Gran Canaria, un terreno en el paisaje tupido por tuneras de cactus, recuerdo de la dulzura de su fruto protegido por afiladas espinas, evoco los gratos momentos que pasé en la isla disfrutando de alimentos que otorgaba la naturaleza por lo que sin pensarlo me alejo de los viajeros para intentar comer algo distinto, termino de comer un trozo duro de queso de cabra con un olor rancio que marea mis sentidos.

            A sido una distancia mayor de lo que esperaba pero ha valido la pena el esfuerzo por la caminata, he comido hasta hartarme de higos dulces como la miel y algunas hortalizas de las que incluso he comido con pequeños terrones de tierra, he saciado mi sed en una charca del que ranas e insectos se espantan molestos con mi presencia, aprovecho para lavarme todo lo posible y darle a mi túnica algo de su color original, antes de alejarme he oído a un grupo de hombres que La Ciudad Santa está a pocas horas de distancia, necesito sentirme limpio y evitar el repudio de quienes se acercan a mí con una aspecto tan harapiento.

            Al desprenderme del fajín a caído al suelo la daga que me regalaron, la veo distraído dando gracias por ser de tanta utilidad para los tunos indios que me esperan, corto unas cañas de la charca donde me he lavado y trenzo un cuenco con ellas para recoger con mucho cuidado los frutos rojos de las tuneras, pronto me siento satisfecho al contemplar más de una docena de ellos, ahora no me apetece comerlos, los guardaré para pasar la noche, debo terminar la tarea como vi a quienes sabían manejar éste fruto.

            He buscado un lugar de tierra suelta y superficie plana al amparo de corrientes de aire, los tunos en el suelo los he barrido con un manojo de hierbas duras con la finalidad de desprender sus finas púas evitando que un soplo de aire se puedan clavar en mis ojos, la tarde empieza a caer, tengo que recuperar el tiempo perdido para acercarme a los peregrinos del camino, su compañía no me supone consuelo alguno pero temo por las alimañas que se refugian al amparo de la oscuridad, aquí son frecuentes las picaduras de escorpiones y serpientes, éstas últimas me producen escalofríos quizás por recordar antiguos libros en los que hacían referencia al mismísimo Lucifer, mientras camino por las sendas voy meditando oraciones que repican en mi mente sin provocar sonido alguno, a pesar de sentirme limpio, fresco y con el estomago lleno dudo de mi propia cordura mientras camino con un cesto de tunos indios como cena.






jueves, 7 de junio de 2012

CAPITULO XLII, Pescador de almas


   



           

           



             

                                                       CAPITULO XLII 

                                                      Pescador de almas

           







            Sumido en mis pensamientos no percibo la llegada de un jinete que se acerca a mi lado, con un gesto y un chasquido de su boca me indica que le siga, le acompaño a paso lento de la yegua en la que hace muchas horas me lleva como si supiera el camino a seguir, mis manos, las contemplo como si no me pertenecieran, quemadas y negras por tantas horas expuestas al implacable sol, Hizir me espera con gesto sombrío indicando a sus soldados que pueden retirarse, les indica unas últimas instrucciones que no distingo a oír con claridad, algo sobre un inminente ataque por mar de tropas cristiana, así lo asegura éste hombre acostumbrado a impartir la ley sin que nadie se atreva a rebatirle, en ocasiones he visto como mandaba ejecutar a más de un hombre sin que le temblara el pulso, según comentaba después de un acto tan despiadado era la única forma de mantener los preceptos de Mahoma y sus enseñanzas de justicia.

            Hoy cristiano se separan nuestros caminos, partiréis sin demora ésta noche hasta el puerto de Mahdia en una barca de pescadores, estoy seguro que vuestro destino si así lo queréis será la Ciudad Santa de Jerusalén, al oír esto he sentido un estremecimiento en todo mi cuerpo, oyendo las palabras de un pirata musulmán no puedo permanecer impasible por lo que significa en mi camino hacia Dios, nada en éste mundo me haría más feliz que conocer la tierra del Rey Jesucristo, evito hacerme la señal de la cruz en presencia de éste hombre del que tan solo puedo sentir agradecimiento por dejarme vivir.

            Las últimas palabras que dejó para mí tan sólo han causado desasosiego en mi cansado espíritu, he matado a seres humanos, he perdido a mi único amigo Serafín en una aventura que nunca fue la suya, dudo de mi fe cristiana y aún así creo que debo continuar camino por saber quien se ha preocupado por salvar mi vida. Hizir a modo de despedida me indica que en la vida todo depende de las señales que ella te muestre, no se trata del instinto humano por sobrevivir a sus propias desgracias, las señales son tangibles, tan solo hay que verlas con la visión del corazón y los sentidos alerta, no creáis ni por un momento en las casualidades, vuestra vida tiene un destino y estoy convencido sabréis encontrarlo en vuestro largo viaje. Nunca olvidaré esas frases, acostumbraba en mis momentos de soledad de dar sentido a las palabras de quienes me aconsejaban, por extraño que parezca no podía compartir la sed de venganza por imponer el poder de la religión en el ser humano, tan solo con el tiempo llegué a la conclusión que tan solo era una herramienta que caprichosamente manejaban los hombres poderosos en su propio beneficio sin excluir al poder eclesiástico cristiano que tanta sangre inocente había derramado en nombre de Dios, soy consciente en éstos escritos acrecentar el rechazo de quienes envenenan la cabeza con poderes terrenales y si estos escritos llegan a manos inapropiadas tendré la sentencia de muerte entre torturas atroces como he conocido en mi vida, me siento viejo y cansado, necesito volver a los caminos para sentirme afortunado entre tanta barbarie.

            Emprendimos camino a lomos de mulas con el amparo de las sombras de la noche, una ligera brisa despejaba mi mente sin tener certeza de lo que me esperaba en mi nuevo rumbo, la esperanza y la fe me habían abandonado sintiéndome cada vez más solo en mi propio mundo confuso, me acompañaba el fiel sirviente de Hizir del que poco sabia y del que tan solo en pocas ocasiones he oído hablar, un hombre taciturno y serio que no malgasta palabras si no es necesario, agradezco su silencio para poder disfrutar de un paisaje que se me antoja en ocasiones tan irreal como mi propia vida, es una sensación de sentirme perdido en tierras paganas dejadas de la mano de Dios lo que por otro lado admiro por la perseverancia de sus gentes, su hermandad ante las adversidades y su profunda religiosidad por su profeta Mahoma, por irónico que parezca me uno a sus oraciones rezando de rodillas junto a ellos quizás sea el nexo de unión con el que puedo sentirme unido al cielo en el que a veces miro distraído esperando quizás una señal divina que guíe mis pasos.

            Al alba llegamos al puerto cuando todavía el cielo estaba cubierto por una luz anaranjada con finos jirones de nubes, me viene a la cabeza nuevamente mi niñez cuando mi madre tejía en casa de los montones de vellones de lana sucia después de trasquilar a nuestras ovejas, olores a campo y esencias de animales de corral, me rio pues los compañeros de viaje también poseen ciertas esencias de perfumes tan naturales como los sudores que desprenden. Nuestro viaje por mar me traen recuerdos desagradables, los primeros días tan solo soy un fardo del que la burla y las chanzas con motivo de risas entre la media docena de hombres que compartimos la travesía, he tenido que aprender las artes de la pesca con redes para no ser un estorbo a bordo, pronto me gano la confianza de mis compañeros al demostrar con mi fuerza y mi empeño que puedo ganarme la frugal comida que compartimos, el viaje transcurre sin novedades, de vez en cuando hacemos un pequeño descanso en alguno de los puertos costeros con la finalidad de vender el pescado y trapichear a cambio de algunas monedas y comprar víveres, no he podido compartir estos hechos al indicarme que puede ser peligroso para mi integridad por lo que permanezco en la barca distraído dibujando paisajes, mapas y ciudades por las que siento admiración.

            Nuevamente me siento libre, disfruto con lo que me hace olvidar tantas desdichas, una sencilla pluma y tosco papel para reflejar lo que contemplo, hasta ahora no había comentado mi afición por el dibujo y la cartografía, es una labor que me agota y que paralelamente a mis escritos recojo por separado, quien sabe si tantos dibujos con detalles de mis pasos algún día volverán a ver la luz y si quien los vea pueda entender la complejidad de este mundo tan desconocido para mis cansados ojos.

            Llevamos varias semanas de navegación con mucha suerte en el arte de la pesca, a pesar del agotador trabajo mis compañeros ven con buenos ojos mi ayuda, incluso he oído hablar entre ellos que mi compañía les ha traído la abundancia de peces con la que llenamos la bodega, muchas veces me distraigo viendo en las orillas a mujeres completamente tapadas por velos ajetreadas transportando sobre sus cabezas enormes cestos con todo tipo de viandas, niños correteando con gritos y juegos propios de su edad ajenos a todo lo que sucede a su alrededor, me maravillan sus risas divertidas mientras corren descalzos con harapos o sencillamente desnudos, enormes tripas hinchadas manifiestan su pobre alimentación pero no sus ganas de vivir.

            En tantas semanas de navegación con paradas en diferentes puertos hemos comprobado los estragos de la guerra y la piratería, nos hemos cruzado con otros navíos de diferente porte y tamaño, unos dedicados a la pesca como nosotros y otros claramente al transporte por mar de soldados y armamento de todo tipo, una mañana muy temprano vimos como se nos acercaba un galeón, su bandera de nacionalidad portuguesa era una de muchas de diferentes países que controlaban estas aguas para transporte, negocios de todo tipo o simplemente estaban al mando de algún poderoso rey que intentaba proteger sus intereses por la fuerza de la conquista, una salva de sus cañones acompasado de una lengua de humo blanquecino nos avisa que arriemos las velas para el abordaje, un chorro de agua a varios metros de distancia de nuestra barca nos advierte de la seriedad del aviso.

            Nerviosos mis compañeros hablan apresuradamente entre sí correteando por el poco espacio que disponemos a bordo, uno de ellos al que conozco como Hammed al que apodan el canijo se ha quedado blanco a pesar de ser negro como el carbón, al rato de corretear entre maromas, cestas y bártulos reparan en mi presencia mirándome muy serios, me dicen que no me preocupe y que permanezca en silencio, no me queda más remedio que reírme ya que pensaban que no les entendía y por ello tenía un carácter tan reservado y silencioso, tan solo se trata de una inspección de rutina, no es la primera vez que los detienen en previsión de revisar la carga por el contrabando de armas o simplemente por obtener algún beneficio por la imposición de la fuerza, todos en este mar esperan algún tipo de recompensa de quienes tan solo viven del trabajo de sus manos, bien es sabido un refrán popular que decía algo así como en rio revuelto, ganancia de pescadores.

            Me imponen sus uniformes engalanados de honradez y honorabilidad, sus gestos adustos, gallardos, henchidos como pavos reales en un corral de gallinas, al abordarnos nos piden la documentación de cada uno de los tripulantes, el dueño de la barca junto a su hijo se esmeran en entregar la documentación que acredita el permiso para poder surcar estos mares, un momento después siento una mirada clavarse sobre mí, no me atrevo a levantar la mirada sintiéndome la presa de estos codiciosos portugueses.

            Quien es ese hombre, no parece un pescador interpela el soldado que no suelta la empuñadura de su espada que cuelga de la cintura, no tiene documentación y por su corpulencia más parece un luchador turco. Recuerdo haber presenciado cuando estaba prisionero éste deporte en el campamento, hombres que tan solo se tapaban sus vergüenzas con una tela de gruesa loneta, se ceñían amplios cinturones de cuero y se untaban el cuerpo de grasas y aceites con la finalidad en que el cuerpo a cuerpo con el adversario dificultara el poder tumbarlo contra el suelo, ciertamente me llamó la atención de la enorme estatura de aquellos toscos hombres y no me extrañaba me confundieran con un luchador, a pesar de mi exigua alimentación el aire libre y el continuo ejercicio me mantenían en forma, absorto por el miedo no reparé en que Abdul, el dueño de la barca sujetara por el brazo al soldado llevándolo aparte para confesarle de mi procedencia, notaba como el sudor caía por mi espalda evidenciando el terror por sentirme preso nuevamente en otro barco.

            Pasado un rato y para mi sorpresa oigo unas carcajadas con las que todos los que estaban conmigo comparten mirándome, no dejo de asombrarme cuando le entregan al soldado un saquito de piel con monedas que el codicioso soldado no tarda en hacer desaparecer rápidamente en su faldriquera, veo que Abdul resopla en silencio colorado como un tomate maduro y se dirige a mí para sentarse y tomar aliento. Sé que sois alguien importante y por ello le confieso que vuestro jornal por ayudarnos en la faena de la pesca lo habéis perdido a cambio de vuestra libertad, considerad saldada mi deuda con usted, mañana temprano llegaremos a nuestro destino y seguiréis vuestro viaje.