sábado, 2 de abril de 2011

CAPITULO XII. Mi vida en un puño.

CAPITULO XII
Mi vida en un puño


Camino sin rumbo por calles en las que me pierdo, a veces a la derecha otras a la izquierda, cuestas arriba, pendientes abajo... No puedo pensar, solo quiero alejarme, ¿alejarme de qué? Me siento terriblemente solo, sentimientos contradictorios cruzan mi cabeza en un torbellino mareante de imágenes de santos y agonías, sufrimiento y tristeza. No me doy cuenta que la gente me observa en mi andar agitado y tropiezo con todo tipo de artesanos, agricultores, mercaderes, nobles y plebeyos y nuevamente me llama la atención cruzarme con mujeres del islam completamente tapadas de pies a cabeza solo dejando la franja de los ojos a la vista. Nuevamente pienso en mi madre y en los grandes misterios de la creación de Nuestro Señor, convivo y he compartido alimento con múltiples culturas y razas, pero la mujer sigue siendo el gran misterio de la naturaleza.
La expresión de mi cara seguro crea el temor de quienes me han evitado por las calles dejando el paso libre para llegar a mí destino. Me siento perdido, al tiempo de mis andares por las calles empedradas aminoro el paso con el calor y la fatiga en tan loca carrera. Hay momentos que descanso al abrigo de muros enladrillados de piedra o bajo los toldos y zaguanes a la sombra, hay contrastes en las casas de sus habitantes, he visto grandes parcelas palaciegas donde la vegetación es abundante, así mismo no parece faltar el agua potable en esta ciudad ya que por doquier he visto pequeñas plazas con fuentes incluso dentro de los patios y portales de las casas. A pesar de la suciedad de sus calles me ha maravillado el contraste de fragancias naturales como los aromas del azahar, jazmines, rosales, cidros, geranios y árboles frutales naranjos, limoneros, higueras y otras plantas y flores, dentro de los corrales de vecinos grandes huertos y jardines con pérgolas y múltiples macetas con una gama de colores que me distraen la vista. Pozos, aljibes y fuentes, a las afueras de la ciudad un puente de múltiples arcos de origen romano transportan el agua para salvar los desniveles del terreno haciéndola llegar a todos los barrios de esta popular urbe.
Sin darme cuenta estoy sentado en una tranquila y amplia plaza viendo lo que me rodea, parece ser un punto de reunión para el comercio local arropado por los edificios más importantes del núcleo urbano, el Ayuntamiento, el Convento de San Francisco, el Hospital de las Cinco Llagas, la Audiencia, la Iglesia de la Anunciación, la Casa de la Moneda, palacios de ricos y nobles y casas con fachadas de notable influencia de cultura mudéjar... Despierto sobresaltado al notar la caída en vuelo y posarse delante de mí una paloma a la que acompañan casi al instante una veintena más en ese baile que tienen al caminar moviendo las cabezas una detrás de la otra. No muy lejos conversaciones de ancianos, vendedores, buhoneros, ruido de caballerizas, carromatos, trompetillas, vagos, locos, nobles y ricos, monjes y frailes, voces y risas, ruidos y golpes, vuelven a acompañarme en esta bulliciosa ciudad. Las hojas de los álamos parecen susurrarme con la brisa y el sol calienta mi cara sintiéndome vivo, me siento tranquilo, un grupo de niños corren con gritos de alborozo tras las palomas que levantan al unísono el vuelo, siento las lagrimas asomar en mis ojos derramándose por mi cara, una señal me llega, por encima de todos los sonidos oigo el tañar lento de unas campanas no muy lejos de donde me encuentro, ya sé lo que busco o simplemente lo que necesito, mis pasos me guían hasta la catedral, buscaré en la meditación de mis plegarias y la confesión de mis pecados la paz que tanto anhela mí alma.
No sé el tiempo que permanecí arrodillado en el altar, solo noto el dolor en las rodillas. He perdido el peso que me oprimía, mis manos en la cara han conseguido aislarme en mi propio mundo en el que no hay cabida para la mezquindad humana, tengo que ser fuerte en mis creencias divinas para entender los laberintos confusos que guían las conciencias de mentes tan enfermas, soy prisionero de esta ciudad que me asfixia, de hombres buscadores de poder y codicia y de un secreto ahora en peligro si me descubren. Se acerca la hora de hacer una pausa para aliviar mi propia conciencia, quizás algún día, en el futuro si es que lo hay, podrán leer y quizás entender el mal que me preocupa, la enfermedad que ha contaminado mi cabeza sin remedio. Son momentos cuando escribo estas líneas de revelar lo que sucedió hace muchos años cuando era un niño, si se torciera mi camino al ingresar en la cárcel este será mi último testimonio.
Veinticinco de diciembre del año de Nuestro Señor de mil quinientos, es la fecha de mi nacimiento, una fecha que nunca olvidaré pero adelantemos algunos años más.
¡¡Felicidades Pedrito!!” sonrío y me lanzo a los brazos de mi madre Rufina. Recuerdo la suavidad de su piel, el olor de la gente mayor, mezcla de perfume de hojas, flores, naturaleza y amor. La piel fría de color blanco, los cachetes blanditos como las nubes y la fuerza de sus brazos al abrazarme. Besos y más besos, apretones, achuchones y mimos. Pataleo para zafarme y no me deja, me revuelvo y sigue apretando y besuqueando; soy un hombrecito, ya está bien, puedo soltarme y corro por toda la casa riendo y saltando. Me siento feliz, es un día especial para mí. Veo a mi madre secarse alguna lagrima por la emoción y la frase que no falta ningún año: “Qué grande y que guapo me ha salido este niño”. Perro, que me ve salir, empieza a ladrar y corre a por mí para tirarme al suelo y llenarme la cara de babas, hoy es mi día y todos me quieren, esta noche iremos todos al pueblo a escuchar el sermón y la misa, una especial por ser Navidad pero yo sé que es por mí, hoy todos me sonríen, me aprietan los cachetes, me tiran de las orejas y me dan una colleja... vaya, mi hermano Tomasito, “felicidades enano”, me da una patada en el culo, pero salgo corriendo.
Esta noche volveré a comerme muchos bollos de azúcar con aceite igual que el año pasado, pero primero iré al prado a pastar las vacas, así mama verá que soy un niño mayor y me va a dar muchos besos y más mimos. Me cuelgo la bolsa con un trozo de pan y un trocito de carne seca que mi madre ha guardado envuelta en un trapo sólo para mí. Hoy también luce un sol esplendido que me hace arrugar los ojos que me raspan, me quito las legañas secas y todo arreglado, escupo en mis manos y me limpio las rodillas, hoy es un día especial. El monte no queda muy lejos de casa, me gusta caminar detrás de las vacas mientras recojo piedras y las tiro lejos, hoy casi le acierto a un cuervo, bueno, lo he dejado cojo pero se me ha escapado.
La mañana pasa lentamente, el cielo es de un azul radiante pero sopla un poco el aire y se avecina una tormenta en la lejanía, la vacas también las noto inquietas y Perro, mi mastín, gime , se revuelve, corre por el prado y vuelve a empezar. Me aburro y tengo hambre, tendré que buscar un refugio para estar tranquilo y quizás incluso me de tiempo de dormir un poco, anoche estuve con los amigos hasta muy tarde y con los nervios de tantas emociones no he descansado mucho. No termino de pensar en todo esto cuando ya caen las primeras gotas, que raro, la tormenta debía tardar unas horas y el cielo se esta poniendo negro, muy negro, parece que es de noche, tengo miedo y salgo corriendo para cubrirme bajo un árbol y cuando me apoyo en su tronco oigo un espantoso trueno que ilumina todo el cielo con una claridad que me ciega o eso recuerdo junto a una luz que bajó como un latigazo de luces con pinchos como las ramas de las zarzas. Después solo recuerdo un dolor agudo en mi cabeza, un olor a chicharrones de cerdo quemados y un fino hilo de humo azul delante de mi cara, noto algo en mi mano…cierro el puño y duermo.
A partir de aquí, solo tengo referencias a lo que mi madre me contó, nadie recuerda haber visto ninguna tormenta ese día, me encontraron tirado en el prado bajo el árbol y pensaban que me había quedado dormido, la alerta fue cosa de Perro que fue hasta mi casa ladrando nervioso. Tres días durmiendo y nadie encontraba explicación alguna, aunque hubo todo tipo de especulaciones pero la esperanza, el rezo y las lagrimas fueron suficiente para tan larga espera. Cuenta mi madre que intentó abrirme la mano para estirar los dedos, pero no pudo, mi vida en un puño. Cuando logré despertar me encontré a toda mi familia mirándome, me toqué la cabeza y respiré aliviado por estar aún en su sitio, lo único diferente era un turbante alrededor de la cabeza. Le pregunté a mi madre si quedaban judías en el caldero pues tenía mucha hambre, los días siguientes fueron también muy felices ya que todos estaban pendientes de mi, ya no habían más collejas ni palizas, incluso las vacas y el resto de los animales de la casa los atendía mi amigo del alma Lentejita a cambio de un plato de comida, pero, ¿qué objeto se escondía dentro de mi puño cerrado? Fue el primer regalo de mi vida y el secreto que después de tantos años aun conservo y desconozco.
Es una joya con forma de vaina de guisante pequeña de color azul mate, quizás no tenga utilidad como tampoco lo tiene una gema, pero por algún extraño motivo no sé qué o quién lo dejó en mi mano el día de mi cumpleaños o porqué no lo solté después de tres días inconsciente. Un día se me ocurrió guardarlo en una pequeña bolsita de piel y lo colgué en mi cuello como amuleto, fueron días inolvidables con mis amigos, cuando me vieron me apodaron “El Moro”. A veces Lentejita y yo pasábamos ratos con la joya pensando que utilidad tenía o cual sería su valor, con el pasar del tiempo todo quedaría en el olvido, ya no tenía turbante sólo una pequeña cicatriz de quemado y el mote “El Moro” ya no lo recordaba, curiosamente hoy provoca mi sonrisa.
Recuerdo hace unos meses con Jeremías en la abadía inmerso en los estudios, buscaba momentos para despejarme y descansar. Al igual de mi habilidad con hierbas medicinales me gusta la creatividad con mis manos. Comencé a tallar con una navaja un trozo de madera oscura, cuando necesitaba relajarme le dedicaba parte de mi tiempo a cortar astillas para darles la forma. Necesité muchos días de paciente labor para conseguir lo que quería y tiempo después acabé mi obra, una cruz con la parte superior hueca para esconder la joya que siempre me acompañaría. Una cruz representaba protección divina, lo tenía presente en cualquier lugar de la abadía y cuando me ordenaron fraile. La cruz de madera cuelga al extremo de la soga que amarra mi cintura, esa joya y las voces en mi cabeza serán mi secreto.
Salgo de la catedral en un estado de éxtasis sumido en lo más profundo de mis recuerdos. No me doy cuenta hasta un rato después de la humedad pegajosa que siento en la mano, hace calor pero el sudor no lo noto en mi puño hasta que lo miro con cara de extrañeza como si no perteneciera al resto de mi cuerpo. Gotas de sangre salpican la escalera de entrada a la catedral y dentro de mi puño cerrado con los nudillos blancos por la fuerza en la presión, la cruz de madera de mi hábito clavada en la palma de mi mano. No tenía tiempo que perder, alguien nuevamente en mi cabeza volvía a guiar mis pasos, tenía que continuar una misión antes de ingresar en la Cárcel Real, donde estaría vigilado en todo momento.

1 comentario:

  1. Hola Andreu! ya estoy por aquí! en cuanto tenga un ratito me lo leo de un tirón y opino ^^ Gracias por compartir.
    Un saludo!

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