sábado, 26 de marzo de 2011

CAPITULO XI, Cárcel Real

CAPITULO XI
Cárcel Real

Casimiro Andrade, se presenta el alcaide estrechándome la mano con fuerza, vuelvo a sonreír con disimulo, curioso nombre para alguien que todo lo ve, lo que no viera con sus propios ojos ya se encargaban los que aquí se les conocía como “los familiares”, gente contratada a cambio de favores y pequeños privilegios a cambio de informar de cualquier actividad sospechosa de incumplir con las leyes en la ciudad. Bien era sabido que en la cárcel se fraguaban muchos negocios de diferente cuantía mediante sobornos, amenazas, chantajes incluso palizas contratadas para cualquier fin.
Nos adentramos al patio después de sortear las tres rejas principales, a la derecha se encuentra el edificio de la cárcel de mujeres administrada por una beata, ya hoy veo con distintos ojos el movimiento de una parte de sus inquilinos con camastros a cuestas, cargando con sábanas, transportando alimentos y desarrollando diferentes actividades bajo la atenta mirada de guardias uniformados, más de ochocientos inquilinos me dice Casimiro,¿inquilinos? me pregunto. Presos con diferentes delitos y condenas, nada grave en su mayor parte ya que aquí se juzga como tribunal civil. La cárcel tiene su propia organización, las cuadras que recorren la muralla están destinadas para presos con delitos leves y aposentos para la propia guardia, los pasillos son tan estrechos que solo pueden pasar en fila de uno en uno para evitar aglomeraciones en el caso de motín, en las cuatro torres o almenas se dispone el polvorín y las armerías para la defensa en caso de ataques del exterior, en la plaza que estamos se encuentra la enfermería, una capilla, varias tabernas y bodegas atendidas por condenados con delitos de deuda y faltas leves, abastos de fruta, lavandería, panadería, despachos para jueces , escribanos, fiscales, abogados, clérigos, administradores, sirvientes, lacayos, esclavos y distintas salas de reuniones y careos. El primer entresuelo se divide en cuadras y a su vez en cámaras y estas últimas en celdas, todas ellas destinadas según la gravedad del delito. El segundo entresuelo igual que el anterior pero para delitos más graves y en el tercer entresuelo la distribución no varía pero se incluyen las salas de confesión y donde se aplican técnicas para conseguirlas, es donde reunen a los reos de sangre, los más peligrosos.
“No quiero aburrirle con detalles, acompáñeme y le continúo contando hermano Pedro, ¿puedo llamarle así? Con la cabeza así lo afirmo y en la pizarra lo escribo como presentación oficial con mi apellido, Pedro de León.
Entramos en una pequeña habitación con una parca decoración, un pequeño ventanuco con rejas que deja pasar un soplo de aire y finos rayos de luz que iluminan la estancia, sólo un instante me quedo alelado viendo como flotan entre los rayos de sol pequeñas motitas de polvo que flotan, chocan, desaparecen y bailan entre la luz, vuelvo a concentrarme, todo esto me aburre, estoy incomodo por la parsimonia de esta entrevista, no sé para qué estoy aquí sentado frente a este pedante personaje con aires de matón con uniforme. Él se sienta en una alta silla tras una mesa y yo me siento en otra más baja y frente a él, rápidamente le doy a entender mi interés por la pareja de presos que bajo su tutela dejamos, sé que me pierden las formas cuando me siento acorralado por el hastío, me gusta la acción y manejarme con libertad para elegir mis pasos. “Tranquilo Pedro, de eso mismo y de otras cosas quiero hablarle pero todo a su tiempo”. Esa frase hace que vuelva a sentarme a recapacitar, paciencia Pedro me digo y respiro lentamente. “Verá, me he visto obligado a citarle en privado por lo delicado de esta conversación. No lo creo oportuno pero si lo hago en el secreto de las diligencias en el proceso y del secreto de sumario en los detalles, al igual que usted en su oficio de confesor le recuerdo no hablar o indicar nada de lo que aquí le haga saber. Para que me vaya entendiendo y me remito al documento donde figura su primera declaración jurada, (hace una pausa buscando en la mesa, revolviendo papeles y con parsimonia se coloca unas pequeñas gafas en la punta de la nariz, me mira para ver si estoy atento al próximo movimiento y continúa), declara una relativa amistad casual de compañeros de viaje con la pareja compuesta por Bernardina y Agapito durante varios días de viaje en tierras de la comarca de Andalucía, ¿es eso correcto ?” Afirmo con la cabeza y acto seguido su cuerpo se adelanta sobre la mesa, apoya sus codos en la misma sin quitarme los ojos de encima, retira sus gafas con lentitud y me escupe la siguiente frase que me deja aturdido: “¡Hermano Pedro, está usted metido en un buen lío!”. La habitación me da la impresión que se estrecha a mi alrededor el calor me sofoca, tengo la boca seca y las manos me tiemblan, tengo escalofríos y sudo como un cerdo, la cara ha perdido el color. Casimiro que ve conseguido su efecto teatral me sirve una jarra de agua sin quitarme sus ojos de encima ni un momento, el agua consigue darme un momento para tragar lo que oigo, me siento como un cordero frente a un astuto lobo que me enseña sus afilados colmillos.
Se levanta de la silla dando un rodeo a la mesa donde solo se sienta de medio lado quedando su mirada constante desde mayor altura. “Verá Pedro, así están las cosas, no hemos podido interrogar a Bernardina por encontrarse indispuesta de las heridas de la cara y la boca, pero si lo hemos hecho a su marido Agapito y cuál es nuestra sorpresa al preguntarle por lo sucedido en el campamento. Amigo, ha empezado a cantar como un ruiseñor simplemente con invitarle a hacerlo”. No me creo nada de lo que me está contando, ¿quién le interroga? ¿una monja? Dios me perdone por la comparación pero este hombre me toma por tonto además de mudo.
“Cuenta del tocamiento con mentalidad obscena a niños del campamento aprovechando la soledad de la noche y el retiro de los matorrales y bosques cercanos, no puedo continuar con todo el relato ya que hay episodios tan delicados en su contenido que ni siquiera usted podría permanecer impasible, continuaremos añadiendo más argumentos a su expediente en otro momento cuando descanse, ha sido un día agotador, entienda, usted lo conoce por haber compartido su amistad”. Este comentario me provoca escalofríos por el tono empleado al decirlo. “Sabe perfectamente que Agapito no está físicamente preparado para aguantar por mucho tiempo el intenso interrogatorio al que lo podemos someter, sabemos por experiencia utilizar métodos muy convincentes por lo que, en cuanto se recupere volveremos a visitarlo”.
Por si era poco, con cara de compasión continúa: “Pedro, no voy a detenerlo, no tengo ninguna prueba contra usted y sinceramente no me parece usted mala persona, me he informado de sus andares sin encontrar de momento ninguna queja, al contrario, a todos a los que hemos preguntado le tienen gran aprecio por su caridad, amor y cuidado de enfermos de todo tipo”. Noto en el monólogo del alcaide Casimiro su interés por quedar bien conmigo y ganarse mi confianza quizás por ello y pecando por su ego y su orgullo revela sin querer lo que sospechaba pero no tenía pruebas de ello. “Hay un testigo que ha declarado comentarios poniendo en duda su vocación y entrega a la orden religiosa que representa por lo que he visto interesante ver su reacción ante tal acusación velada”. No hace falta ser muy sagaz para darse cuenta que mi amigo Narciso tiene algún oscuro interés por verme metido en la cárcel o quizás algo peor simplemente por el placer de causar daño a mi persona, lo que realmente puede ser fatal por manchar con la deshonra a la Orden de los Jesuitas con mis propias acciones.
“Le voy a pedir algo, por eso estamos aquí, para llegar a un acuerdo común que satisfaga varias necesidades, le ofrezco cobijo en una de nuestras celdas de régimen abierto con camastro y comida caliente, usted a cambio se dedicará a cuidar de los enfermos en esta cárcel y a otras labores en las que pueda ser útil, la posada donde ha dormido es un nido de ladrones, gentuza, asesinos y gente de malvivir, aquí se sentirá más seguro y en libertad, a la vez me hará compañía para compartir los avances en este proceso. Sé que se dedica a escribir y aquí estará tranquilo, créame lo hago por su bien, en el momento que la calle se entere de los delitos de su amigo Agapito no habrá ningún lugar seguro para usted en toda Sevilla”.
Al principio mi preocupación era por Bernardina, por el robo de una bolsa de monedas a un noble pero el pecado contra natura revestía de gravedad un crimen imperdonable contra las criaturas más inocentes y puras de la Creación Divina, no podía olvidar semejante atrocidad a pesar de conocer y haber convivido un tiempo con esta alimaña del Averno.
Al salir de la habitación entraba o salía de otro mundo no podía creer lo que había oído. Seco mis manos en el hábito no tanto para desprenderme del sudor, más bien para darle a entender a mi cerebro que mi cuerpo necesita que lo activen para volver a recordar la cordura que me acongoja, hay fragmentos de la conversación con el alcaide Casimiro que no he podido transcribir, hubo un momento en el que la mente se quedó en blanco como una negación inconsciente de la realidad de la vida. No me encontraba preparado para este día, un problema peor sería que esta macabra historia solo acababa de comenzar, mi propio vía crucis y los acontecimientos que cambiarían definitivamente el rumbo de mi vida en los próximos meses.
Así acaba mi entrevista ese día con el alcaide quedando pendiente mi decisión ante su propuesta, al salir por la puerta de entrada a la cárcel Real se queda de pie con las piernas abiertas y los brazos detrás de la espalda. Esa posición corporal y sin quitarme la vista de encima me da a entender que es él quien manda sobre el destino del resto de mortales, me estará vigilando donde quiera que vaya y lo peor de todo las frases que ha dejado caer sobre mí son peor que el cubo de orines y excrementos con el que me dieron el recibimiento en esta gran ciudad.

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