viernes, 6 de mayo de 2011

CAPITULO XIV. Las garras del demonio

CAPITULO XIV
Las garras del demonio
Caminamos por largos pasillos estrechos. El silencio solo se rompe con lamentaciones y lloros ahogados, gritos de histeria agudos y desgarrados, olores a orina y heces, piedra gris que derrama desconsuelo de sus paredes, ambiente espeso de tumba para los muertos en vida, palabras de blasfemia y lujuria, hogar de locos y antesala del infierno. Me concentro para aislarme de lo que me rodea con la cabeza inclinada y la capucha puesta, mis manos bajo las amplias mangas se unen en plegaria. Pasos cortos tras una beata, girar chirriante de una llave dentro de una cerradura verde de humedad, segunda puerta que aísla de un posible contacto físico cuando hay visita, solo que, yo no vengo de visita, en calidad de médico o sanador tengo la autorización del alcaide para poder visitar y atender a la detenida Bernardina. Tengo taponados los orificios nasales con pequeñas bolitas de tela que he preparado para la ocasión con mezclas de hojas aromáticas maceradas que aíslan hasta cierto punto el denso olor de los aposentos donde se encuentran las presas en la enfermería, también tengo preparada una fina tela de gasa con el mismo preparado para taparme la boca si es necesario, de poca ayuda sería contagiarme de las enfermedades que aquí anidan en el mejor caldo de cultivo, al acercarme a la entrada descubro mi capucha y noto porque no me atrevo a mirar las caras desencajadas, rotas por el dolor y el pecado de las compañeras reclusas que allí se encuentran.
Creo notar una mueca de sonrisa en la cara de Bernardina que no me termina de convencer, hay algo que sus ojos me dicen desde lo más profundo el mal que en ellos se oculta. De resto la veo bien, más delgada pero recuperada en apariencia, el pelo lo lleva completamente enmarañado y su cara sin maquillaje ha perdido el brillo y la gracia natural de una mujer que todo lo tenía para presumir. Sus ropas, las mismas con la que le dieron caza, presentan jirones, manchas secas de sangre, barro, costras y otras cosas que no voy a explicar. Después de saludarla en un gesto comienzo a limpiar todas las heridas de la cara, más por limpiarla que sanarla. Ya puede mover la mandíbula antes desencajada y el ojo ha vuelto a su sitio con el único problema de las cicatrices moradas. Se encuentra sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared en la que aparecen rayas y muescas marcadas en la piedra, de ella sale una gruesa cadena que acaba en su cuello con un cepo de bisagras con cerradura. Descansa sobre un charco de agua sucia donde flotan grumos y burbujas que distraen mi atención mientras la atiendo, el calor me ahoga y mi cuello se estira buscando un poco de aire que no esté viciado. Me ha parecido que mueve los labios, si los mueve, pero apenas en un audible susurro, con un dedo se los tapo dándole a entender que también comparta conmigo el silencio. Es inútil, continúa su letanía mareante con el silbido de su voz apagada, me concentro y la miro fijamente a los ojos para notar sensaciones, con paciencia acerco mi oído a su boca poniendo toda mi atención y espero…justicia gitana, justicia gitana, justicia gitana, justicia gitana, justicia gitana... Hasta ese momento miro al techo para asegurarme haber oído bien, terrible error, siento una mano enorme que me destripa, unas uñas que se clavan en mi bajo vientre. Esta mujer se aprovecha de mi desconcierto para meter el brazo por dentro de mi hábito mientras estoy agachado y me tiene agarrado por los… creo y siento que mi estomago está a punto de salirse por debajo, veo lucecitas y jadeo como una bestia atrapada en un cepo en una agonía y suplicio que jamás había sentido, me concentro para no perder el conocimiento, ella suelta un alarido acompañado de una risa de histeria que casi me revienta los tímpanos. Su boca suelta espuma por las comisuras y sus ojos se abren desmesuradamente inyectados en sangre, es una cara endemoniada como no se pueden imaginar, no sé cómo reaccioné ante el espanto al darle una fortísima patada en el estomago y dejarla pegada a la pared, no sé si me he partido el tobillo o si en sus manos quedó parte de mi hombría. El resto de las condenadas se unieron a la algarabía con un estruendo contagioso de fiesta carcelaria, veía dentaduras melladas, lenguas negras y miradas sucias, saltos y piruetas de locas de lujuria, el espectáculo más terrible que me había sucedido en los últimos años. Puta, zorra y guarra fue lo último que pensé cuando me desmayé por el dolor, cuando me recupere tendré que confesar mis pecados con palabras tan mal sonantes, Dios la perdone.
Se lo advertí fray mudito, el alcaide casi no puede hablar, dobla su cuerpo y no para de reírse, está a punto de caerse al suelo entre risas y lagrimas. Yo, no le veo la gracia, me sacaron de la celda cuatro guardias a rastras y a todo correr, estoy en la enfermería del patio central recuperándome de la feas y delicadas heridas de mi entrepierna, no puedo casi moverme ni caminar, además hay que añadir mis pies, al sacarme a rastras por el suelo empedrado he perdido varias uñas y tengo cortes en los dedos, de resto sólo dolores en el vientre , eso sí, me aseguran los enfermeros que me han sanado y cuidado que todo sigue en su sitio, bastante hinchado y supurando pus, han tenido que coser algunas telitas pero nada grave. Yo he preferido pasar sed hasta tener la boca áspera por evitarme ir a evacuarla. El alcaide parece ir recuperándose de su ataque de risa para preguntarme si dijo algo más aparte de justicia gitana, no, le indico con la cabeza en un gesto de intentar olvidar ese momento tan dramático para mi.
Verá Pedro llevo unos días muy ocupado viajando, hoy mismo acabo de llegar de la audiencia de Toledo. Corren malos tiempos por las guerras, el hambre, malas cosechas y encima los nobles de Castilla se pelean entre ellos por el poder político. Me hace recordar a D. Narciso, le hago saber con mi pizarra que sabe de él. El alcaide me comenta que sus ayudantes le han perdido la pista hace unos días pero no se puede encontrar muy lejos, seguramente emborrachándose o con algún negocio de compra de esclavos, eso si, le aseguro que muy pronto le haré una visita a “su amiga” Bernardina y al saber que puede hablar, va a cantar como la mejor verdulera de Sevilla. Lo pienso y me estremezco sabiendo los métodos que se utilizan para ese efecto.
Don Casimiro a pospuesto el interrogatorio por la cantidad de redadas que se están efectuando por todos los barrios. Llegan a diario carretas llenas de nuevos reclusos hasta verse hacinados en celdas donde duplican su capacidad. Crece la tensión en las calles por los continuos piquetes de familiares protestando por las detenciones.
Ya puedo caminar para continuar atendiendo a todos los enfermos, lisiados, heridos o simplemente borrachos a los que se les cura rápidamente sumergiéndolos de cabeza en la fuente central del patio entre varios guardias hasta casi asfixiarlos, al rato se les suelta y al poco tiempo vuelta a empezar cuando los recogen en otra nueva barrida de las calles. Lo más complicado en mis labores es otorgar las cédulas de visita a los presos por tener que organizar las colas interminables en la puerta para el posterior cacheo de los guardias que controlan las rejas. Fue uno de esos días de revueltas cuando intuí que me miraban...otra vez el niño con la muleta enfrente de la cárcel, esta vez no desapareció hasta enviarme un saludo especial, primero se aseguró que lo veía bien, acto seguido irguió su cuello y cabeza, abrió los ojos saltones y con un dedo lo pasó lentamente de un extremo a otro de su cuello, luego me miró, sonrió y continuó caminando sin retirar su mirada con una sonrisa pícara. Mal asunto pienso para mí, cuando un niño hace ese gesto tiene que guardar mucho odio en su interior y mucha sangre fría para demostrar un desafío de tamaña violencia.
¡Pedro, Pedro, Pedrooooo! Gritos desde la puerta. Levanto las manos con las palmas abiertas en señal de tranquilidad, no soy sordo le señalo al alcaide. No espera ni por respuesta, una zarpa se agarra de mi cuello y me tira dentro de una carreta dejándome aún más mudo, su cara es el reflejo de la ira, colorado como un tomate y con los dientes muy apretados, creo prudente quedarme quietecito y callado, algo no va bien y no voy a tardar mucho en enterarme. Salimos a las afueras de la ciudad camino al barrio más peligroso, El Arenal. Ya tenía referencias de estas calles, pues fue lo primero que me advirtieron a mi llegada a Sevilla. A lo lejos, en un descampado ya veo el jaleo formado y distingo una veintena de guardias armados con trabucos, pistolas y otras armas de fuego que mantienen retenidos a un grupo de gitanos, a juzgar por su forma de vestir. La cosa va en serio, ¿qué tengo yo que ver en todo este lío? falta poco para averiguarlo.

1 comentario:

  1. Gracias por visitarme.
    Buen relato, no me ha dado escalofrios porque no soy miedosa :)
    Saludos desde el oscuro desvan de mi memoria y buen y macabro finde!

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