jueves, 17 de noviembre de 2011

CAPITULO XXXI, La loba.

                                         CAPITULO XXXI
                                                   La loba


Hemos andado un trecho por calles sumergidos cada uno en nuestro propio malestar después de una entrevista tan desagradable hasta que Facundito se para en seco y con el ceño fruncido me pregunta, ¡decidme Pedro! Con que preparasteis la infusión para ese jodido mariquita, no me preguntasteis ni me pedisteis ninguna hierba.
No puedo dejar de sonreír al mostrarle los restos de unas hojas que mantengo en mi mano…pero…¿acaso no conocéis esas hojas?...después de un rato en el que se queda atónito contemplándolas suelta una carcajada tan fuerte que le obliga a doblarse sujetándose el estomago con las dos manos, busca una pared cercana dando tumbos y continúa riéndose hasta saltarle las lágrimas sin poder contenerse, visto el espectáculo no he podido resistirme en reírme con él hasta desfallecer, los transeúntes que se han cruzado delante de nosotros aumentan el paso y viejitas beatas hacen la señal de la cruz al vernos pensando que estamos borrachos o simplemente trastornados, Dios me perdone pero que sano ejercicio es la risa contagiosa y cuanto tiempo hacía que no lo disfrutaba con tanta felicidad, así estuvimos sin poder controlar la hilaridad que nos producía incluso meses después cuando nos enteramos del final de una golfería de la cual nunca me arrepentiré, evoqué momentos de mi infancia cuando las travesuras más inquietantes me hacían pensar en las bondades de la vida.
Como ya adelanté meses después me reunía con Facundito tan solo para poder seguir escuchando una historia que pasaba de boca en boca como una infección que tuvo lugar aquel fatídico día. Al poco tiempo de salir del hospital también hizo lo mismo D. Graciliano, por lo que me enteré vivía en una ciudad próxima llamada Telde, algo alejada de la capital a la que acudía semanalmente a entrevistarse con la hermana Begoña, D. Graciliano, ya en las afueras de la ciudad fue preso de unos apretones de barriga tan fuertes que no pudo tan siquiera poder bajar de su lujoso carruaje, se le aflojaron las tripas embarrando sin remedio sus lujosos pantalones blancos, tan ceñidos que  parecían chorizos rellenos de crema, sin poder moverse, con el traqueteo de la carroza cuentas que sus sirvientes hicieron gala de mucho valor para ver el espectáculo en aquella letrina ambulante, así estuvo nuestro amigo revolcándose en su propio orgullo durante tres días achacando su malestar al calor y a una vida libertina de la cual omito detalles, no volvieron a ver la calesa que fue sustituida por otra más sencilla suponiendo que la anterior fuera pasto de una hoguera por lo imposible de limpiar tamaña hediondez. Solo se trató de una broma urdida por unas hojas de alto poder laxante para escarmentar a un pequeño pájaro que se creyó un día tan superior por su estirpe y linaje para poder burlarse de simples hombres humildes.
Mi vida nuevamente se veía inmersa en la rutina del trabajo con hombres y mujeres sin rumbo en sus miradas, conversaciones agotadores de mentes enfermas a las que no les preocupaba nada ni nadie, dementes espectrales vagando por estancias sin muebles, patios de altos muros para que el aire, el viento y el sol les hicieran recordar su espacio en la vida dentro de sus limitadas mentes, para que algún hilo invisible tirara de la conciencia de sus vidas y las rutinas que les dieron sonrisas y trabajos. No todo era tan triste, compartía de vez en cuando ratos de compañía con un buen grupo de monjas clarisas que nos ayudaban en alimentarlos, darles aseo personal o simplemente acompañarlos por los fríos pasillos, recuerdo la primera vez que las vi, pensaba que los ángeles existían tal y como los había visto tiempo atrás en cuadros de impresionante belleza, sus caras blancas como la nieve y siempre sonrientes ajenas al drama con el que vivían estos enfermos, procuraba siempre compartir sus bromas, reírme siempre en su bulliciosa compañía, nunca asistían las mismas monjas por lo que, con el tiempo llegue a conocerlas a casi todas.
Transcurrían las estaciones con pocas variantes en el clima templado de esta tierra que con sus rayos de sol alimentaban mi alma y provocaban una sonrisa por la vida sencilla en las ocupaciones diarias, en mis pocos momentos de descanso en soledad me dejaba ir por la contemplación absorta por todo lo que me rodeaba, fruto de ello llegue a ver en varias ocasiones entre las sombras de los arcos una presencia oscura, la figura espectral de la madre Begoña de la que distinguía sin duda una mirada como la brasa en la hoguera, que muy lejos del calor provocaba inquietud y temor en mi alma, Dios me perdone por confesar las dudas como soldado de Cristo en una mujer dedicada a la fe pero quizás sea la intuición, la experiencia o el miedo que confieso sin pudor no dejaba de inquietarme, más allá de que hubiera averiguado la broma pesada de mi acción había algo mas oculto en su persona y como curioso me propondría intentar averiguarlo para salir de mis dudas.  
Una tarde terció en mi paseo encontrarme en las proximidades de una taberna, hacía un calor asfixiante, necesitaba descanso y saciar la sed de mi dolorida garganta, el día se terció de un color amarillento, cargado de polvo como espesa niebla en la que no se podía ver más allá de unos pocos pasos, absorto en este fenómeno sentí una palmadita en la espalda de un lugareño que con aliento a ron y boca desdentada me decía que no me preocupara, se trataba de la calima, vientos procedentes de África portadores de polvo en suspensión traídos desde tierras infieles, hay quien dice según relataba que las bestias se vuelven peligrosas con estos vientos y que incluso los locos tienen episodios de extrema violencia en estos días tan antinaturales.
No se preocupe padre, me decía, no hay mal que cien años dure ni nadie que los aguante, entre risas y un sonoro eructo sellamos una amistad para compartir mesa y unas rondas de buen vino de Tafira con queso de Guía y pan de puño de Ingenio, lo mejor de Gran Canaria y tiempo para disfrutarlo, así comenzó una reunión entre afiliados al buen caldo etílico y las grandes conversaciones donde empecé a enterarme de los cotilleos que se cocían por aquellos lares.
Con mi compañera inseparable y paciencia infinita solo tuve que asociarme con el dueño de la taberna para formular las preguntas necesarias para animar la conversación, bien es sabido que para pescar tienes que ofrecer un buen cebo, el resto lo consigue la espera y las muchas ganas de la gente por despellejar a cualquiera y criticar de cualquier cosa, Pacuco era el nombre del dueño y de los pocos que casi sabían leer para ayudarme a comunicarme con la parroquia, pagaría algunas rondas y a escuchar con oído fino, bien es sabido que los niños y los borrachos hablan verdades.
La loba, menuda perra esa jodía, así con esas palabras definía Nicasio a la madre Begoña, al notar mi mirada de espanto Nicasio me pide disculpas con una mirada carente de arrepentimiento, solo por la cortesía de tener delante a un fraile de Jesús, vera Pedro me dice, no sé ni me importa lo que le habrá contado Facundito pero aquí no perdonamos ni olvidamos. Hace pocos años Facundito a quien se conocéis fue al hospital buscando ayuda para su única hija Consuelito, la pobrecita no era precisamente muy agraciada, además de fea caminaba con un bamboleo ya que una de sus piernas era más corta que la otra, ayudaba a su padre en las labores de la casa sin la esperanza de encontrar varón para dejar descendencia, por ello y con gran pena su padre decidió meterla a monja y que así siempre pudiera tener pan y trabajo cuando él le faltara.
Fueron momentos muy duros para Facundito cuando esa loba le exigió una dote más generosa para poder aceptar a su hija entre su rebaño, lo humilló dándole a entender el poco valor de su hija por estar discapacitada para trabajar, según nos contó Facundito las bestias del campo hubieran tenido mejor trato que su propia hija. Tiempo después un día al regresar a casa se encontró a su hija colgada de una soga balanceando de una viga en el techo. Me he quedado mas mudo si se puede con este relato tan escalofriante, siento un zumbido en la cabeza propio del vino y del propio tormento que niega en mi subconsciente lo que acabo de escuchar, no puedo disimular el profundo asco que me sacude y en un fugaz salto del taburete me veo en la puerta vomitando todo lo que revolvía mis tripas, lagrimas y estertores me acompañan a tumbos por callejuelas sintiendo los latidos en mi cabeza como martillos de herrero.
Días más tarde intento digerir los episodios de la vida, mi admiración y mi pena por Facundito, la fortaleza para poder superar episodios de odio difíciles de olvidar,, la capacidad del hombre por superar la desdicha de los acontecimientos de la vida diaria, mis propias dudas por continuar mis propias convicciones a sabiendas que tan solo soy una marioneta manejada con hilos invisibles de mi fe por la bondad y el bien de todos los que compartimos el largo camino hacia la muerte, incluso esto último de leyes infames por la cual la pobre Consuelito no pudo descansar en terreno bendecido en digna sepultura, no le perdonaron la valentía o la cobardía de suicidarse en esta tierra de leyes con distinto calibre según la bolsa de monedas que portes, me pregunto si Dios tiene tiempo suficiente para dar bendiciones y castigos a todos los que no encuentran entre sus palabras y acciones su infinita gracia. Este relato lo he podido escribir después de un tiempo en el que vuelvo a dudar de mi camino, de encontrarle sentido a mis acciones y continuar cargando con la pesada losa en mi conciencia, mi secreto, creo que se acerca el momento de intentar descubrir la verdad sobre mi infancia y pedir ayuda a los que me están demostrando ser dignos confesores de mis angustias.     



  

No hay comentarios:

Publicar un comentario