CAPITULO XLVI
Ladrones de sueños
Serafín había cambiado, quizás tan
solo se trataba de la madurez ante los rigores de su propia vida, ha encontrado
su propio camino en una humilde escuela de Jerusalén situada cerca de la
entrada de la Puerta de David entre los barrios armenio y judío allí se dedica
a enseñar la doctrina de Cristo a niños procedentes de distintas ciudades
españolas, familias que habían tenido que huir por sospechas de no ser auténticos
cristianos, desarraigados de sus hogares encontraron en ésta ciudad una
comunidad que les unía con el origen del misterio de Nuestro Señor, mi fiel
amigo ha intentado en varias ocasiones convencerme para que me una a él para
continuar con la enseñanza de las Sagradas Escrituras evocando un pasado que se
me antoja muy lejano, la pasión de mi juventud hace muchos años por derrochar
mi ansiedad en la educación cristiana dejaba paso a la profunda meditación en
mis propios avances descubriendo las distintas tramas de un mundo tan complejo
y de tantos matices e interpretaciones, me encontraba en un cisma sobre mis
propias creencias, pensaba ya en varios idiomas que a lo largo de mis
experiencias había aprendido con mejor o peor dificultad, Dios me había privado
del habla y quizás para compensarme me dotaba de la fluidez por la comprensión
de tantas ideas diferentes con las que quizás estaba influenciado desde mi niñez.
Alí se comportaba como un autentico
hermano, lejos de convencerme sobre su fidelidad a las costumbres del Islam
permitía con todo el respeto las diferentes ideas con las que compartíamos
muchos días de reposo, éramos un singular grupo, un jesuita practicante, un
islamista musulmán y una oveja perdida en tierra sagrada de corazón cristiano y
vestuario morisco, admiraba a éste joven valiente que lejos de convertir la
riqueza de sus negocios en la avaricia destinaba sus ganancias en hacer obras
de caridad para los necesitados, la escuela cristiana y una mezquita eran
inversiones hechas por su generoso corazón, un motivo loable por la búsqueda de
la paz en la unificación de oriente y occidente.
Juntos recorrimos los lugares
sagrados de la antigüedad, en un sopor de sueño irreal sentía el agitar de mi
propio corazón al contemplar las maravillas de La Ciudad Santa por excelencia,
la puerta Dorada, llamada así por la esperanza que por aquí regrese El Mesías,
la puerta de Jaffa, la puerta de Damasco situada al norte de la ciudad su
nombre en honor de donde llegaron tiempo atrás los fundadores y gobernantes de
Jerusalén, la puerta Nueva se construyó para facilitar a los cristianos el
mejor acceso a los lugares santos de veneración, en el muro occidental de la
muralla, la Puerta de las Basuras, su nombre tan inusual provenía del lugar
donde se vertían los desechos e inmundicias de la ciudad y su situación era la
más adecuada para llevarse los malos olores cuando soplaba el viento pero de
todas sus puertas la que me produjo nuevamente una desazón fue la Puerta de
Herodes o Puerta de las Flores, Alí me señalaba un rosetón de piedra con letras
árabes, su significado, “despertar”, lejos de demostrar mi inquietud al
escucharlo le animo que me diga el
porqué de esa señal a lo que me explica de la proximidad de un cementerio y la
esperanza de la resurrección.
Notaba como Serafín me observaba de
soslayo intentando sondear por mis expresiones lo que pasaba por mi cabeza,
paciente había aprendido a interpretar los movimientos y expresiones de las
personas con las que tropezábamos, recordaba cuando juntos caminábamos sin
rumbo por caminos y nos parábamos a especular con las profesiones de otros
viajeros o sencillamente saber de sus vidas por el simple hecho de analizar
detalles sutiles fruto de nuestro silencio y razonamiento, lo que comenzó como
un juego se convirtió con el tiempo de una útil herramienta para activar
nuestros instintos de supervivencia, no siempre dábamos con gentes de buena fe,
distinguir a personas de tantas procedencias y lugares nos daba una cierta
ventaja para saber a que nos enfrentábamos.
Las noches se convirtieron en mi
mejor aliada, temía verme rodeado de gentes que abarrotaban las calles durante
el día, los mercados en las plazas se convertían en una autentica torre de
Babel donde los distintos idiomas se confundían entre distintas procedencias y
orígenes de viajeros procedentes de todos los lugares del mundo, observaba como
una ciudad tan significativa en la historia se convertía también en lugar de
peregrinación de todos los vicios mundanos, a pesar del férreo control por
parte del ejercito en sus calles siempre había lugar para parásitos ansiosos
por encontrar riqueza en el descuido ajeno, ladrones de sueños, oportunistas
del descuido, asesinos penitentes y vendedores de esperanzas, recordaba la
expulsión del templo por parte de Nuestro Señor Jesucristo de mercaderes y
comerciantes que no tenían nada que ver con la casa de Dios, falsos profetas
proclamaban el advenimiento de castigos llegados del cielo contra todos los que
hicieran de sus vidas instrumentos para el mal al prójimo, sus dedos señalaban
a la multitud que con claros motivos de asombro recapacitaban por sus propias
culpas mirando de reojo a quienes se encontraban a su lado con la esperanza
fútil de evadir responsabilidad de sus ocultas acciones, enfermos, tullidos,
ciegos y mendigos encontraban en las calles compañía de sus miserias, después
de que la lluvia bañara de finas lagrimas sobre la tierra estéril brotaban de
la tierra las malas hierbas de la inmundicia de los males humanos, sentía un
nudo en el estomago motivado por el miedo, recordar mis propias pesadillas era
como separar el grano de la paja, encontrar el verdadero camino de la vida ya
no era cuestión de religión de una u otra ideología la verdad estaba dentro de
nosotros mismos.
Evité siempre que pude hablar sobre
lo que me sucedió el día que mis amigos me encontraron, no pude evitarlo en una
ocasión en la que Serafín pálido como la cera me contemplaba en el umbral de la
puerta después de leer lo que había escrito sobre la experiencia que había
sufrido, su natural curiosidad propia de la juventud había dejado en su rostro
el asombro y el terror por lo desconocido, me miraba con signos perceptibles de
aceptación sobre mi destino, algo que dentro de mi negaba como un cobarde, no
pude enfrentarme a su mirada interrogante tan solo permanecí sentado a la
espera de Alí, tal y como me aconsejó Serafín.
A pesar del tiempo que llevo con
ellos aún mi mente guarda como una bestia escondida las sensaciones que
provocan en mi cuerpo, no es una sensación espiritual, es algo tangible para
cualquier ser humano que haya sufrido una experiencia física de intenso dolor
bien sea por un accidente o por una agresión externa. Recuerdo nítidamente la
sensación de la piedras golpeándome en la cabeza, es algo parecido a lo que
hacía en mi niñez cuando presa de mis frustraciones y caprichos daba patadas a
la pared de mi habitación, golpes secos y un sonido hueco posterior, la
diferencia era que ahora volvía a recordar como brotaba la sangre tibia cayendo
sobre mi rostro, la boca con un intenso sabor a hierro, mareado y confundido
corría en un torbellino de luces preámbulo de la inconsciencia, sentía mis
músculos agarrotados, la respiración agitada carente de aire en mis agotados
pulmones, sentía el corazón encogido latiendo en un frenético golpear sobre mi
pecho, mi cabeza dolorida intentando entender sobre mi delito ante el ataque de
la muchedumbre, recuerdo mi caída entre luces destellantes.
No me atrevía a mirar a mis amigos
directamente, con los ojos muy abiertos permanecían sentados a mi lado
intentando lentamente llevarse trozos de pan a la boca tan lentamente que
pensaba se encontraban en trance. Recuerdo caer al suelo sin fuerzas sentir
como una sombra se apoderaba de mi cuerpo, no fue un sueño estoy seguro, a
pesar de carecer de fuerza noté las convulsiones de mis músculos revelándose
violentamente, posteriormente un frío intenso atenazó mi alma, no era el frio
natural del invierno era una sensación malsana viciada de malos presagios,
silencio intenso tan solo interrumpido por un agudo silbido procedente de la
parte posterior de mi cabeza, un intenso dolor seguido de calambres, mi boca
abierta hasta dolerme la mandíbula buscaba un poco de aire para respirar, por
extraño que parezca me llega un olor muy perceptible a velas y cera quemada,
una nube de tierra llenaba mi boca y en pleno éxtasis de agonía me sentí
arrastrar hasta los confines del averno.
Mi cabeza se vio en un torbellino de
voces, gritos de un multitud desnuda pasiva ante la muerte, padres, madres y
niños se abrazaban apiñados escondiéndose de su propia vergüenza y terror,
cuerpos esqueléticos con miradas extraviadas por la locura, ovejas acorraladas
por fieros lobos de ropas oscuras, estallidos de humo y luces cegadoras, una
voz ronca y áspera me habla con palabras mudas en sonido, tan solo percibo la
intención de lo que intenta decirme, vislumbro sus ropas blancas como una
túnica, sus manos me muestran el poder otorgado por Belcebú, una ángel caído
gobierna el mundo, soy el enviado para provocar el caos, la destrucción de la
humanidad para imponer las tinieblas en el mundo, soy el señor de la guerra
antesala de aniquilación de la tierra. Necesito pausar mi relato por el
agotamiento de los recuerdos, oigo mis propias palabras mientras Serafín las
repite al unísono de mis labios, Alí se ausenta precipitadamente para salir a
tomar aire fuera de la casa y entre estertores le oigo vomitar.
Por lo extenso de mi relato no
continuaré redactándolo entre estas páginas lo que con tanto esfuerzo intento
olvidar, por mi propia seguridad mantengo escondido lo que puede llevarme a la
hoguera sin juicio previo, incluso por respeto a mis creencias no desvelaré mis
visitas nocturnas a los lugares santos de la cristiandad. Serafín y Alí se
miran y me aconsejan visitar a un sacerdote venido desde El Vaticano para
ayudarme con un exorcismo, inmediatamente doy un salto ganando distancia,
cubierto de un sudor frío intento alejarme de ellos con visibles muestras de
terror.
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