miércoles, 20 de junio de 2012

CAPITULO XLV Puerta de los Leones














                                                    CAPITULO XLV

                                                 Puerta de los leones







            Me he tomado un largo tiempo en intentar despertar, temo moverme  a pesar de notar la presencia de alguien que me observa, silencio y calma, agudizo mis sentidos para tomar conciencia de mi entorno, mi corazón late despacio por lo que intuyo no estoy muerto pero mi cabeza no coordina con las voces que me intentan rescatar de los umbrales de la muerte, no es posible, ¿eres tú Serafín? ¿Acaso tiendes tu mano para acompañarte en el juicio de mi atormentada alma? No, ciertamente estoy postrado en un camastro y mi compañero de viaje me mira con cara de preocupación, me habla con voz queda para que no intente incorporarme, con un paño de agua fría refresca mi rostro en sus intentos por hacerme volver al mundo de los vivos, no puedo evitar un sollozo de lagrimas que sacude mis entrañas, mi hermano jesuita cuida de mí con amor fraterno, intento aferrar su brazo para que lea mis labios con las preguntas que me atormentan pero tan solo consigo que me diga que debo descansar, llevo tres días luchando inconsciente con algunos huesos rotos, ya habrá tiempo para averiguar todo lo que ha pasado, lo único que ahora importa Pedro, me decía es vuestra salud para recuperar el tiempo perdido en el valle de las sombras.

            Vuelvo a despertar con la sorpresa de mi entorno, cerca de mí, una palangana de agua turbia con paños empapados de restos de sangre y suciedad, nervioso palpo mi cuello besando entre lagrimas el crucifijo de hierro que cuelga de mi cuello orando mentalmente para dar gracias a Dios, no tardo en percibir una presencia en la habitación, se trata de un muchacho joven de negros cabellos como el azabache, su indumentaria le delata como fiel seguidor de Mahoma, me mira apenas sin pestañear mientras en sus ágiles dedos se desliza un rosario de cuentas que mueve al unísono con apenas movimientos perceptibles de sus labios, lentamente se acerca a mi camastro y toma lentamente mi mano entre las suyas, ahora me parece conocerlo, mi memoria lucha entre el dolor de cabeza y el esfuerzo por ubicar su rostro en mi propia historia, he conocido quizás a miles de personas con las que he compartido bienaventuranzas o miserias de todo tipo, humildes, poderosos, nobles y plebeyos siempre dejaron una huella en mi vida, amigo Pedro, me dice con emoción en sus palabras, hoy es un gran día en mi casa y motivo de agradecimiento al más grande entre los grandes, bendito sea Alláh por encontrarle vivo, al fin puedo descansar de la promesa que hice hace mucho tiempo a mi madre, que el profeta mantenga en su gloria.

            Comienza su relato donde mi memoria permanecía dormida para evitar un dolor que me acompañaría el resto de mi vida, mi nombre es Alí, nos conocimos hace aproximadamente diez años atrás cuando ejercíais de médico vestido con hábito de monje cristiano, erais el reflejo de un hombre atormentado por quedar mudo al morderle una rata, seguro recordáis la ayuda que le prestaste sin pedir nada a cambio a mi querida madre cuando enferma de fiebre deliraba en su lecho en la ciudad española de Cádiz, estáis muy cambiado pero vuestra mirada y vuestro corazón es honesto y puro.

            Años más tarde mi madre murió víctima de la peste, continuaba con su relato, antes de morir me hizo prometer que le encontraría y pagaría el favor por salvarle la vida, fueron momentos en los que tuve que hacerme adulto en el cuerpo de un niño, mi padre Mustafa Abdhel Rashnid Zhulea me mandó con unos familiares de vuelta a su país de origen, Arabia, España se había vuelto peligrosa para un musulmán, mi padre era un comerciante muy conocido por lo que zarpé sin demora en un barco mercante hasta la fecha de hoy. En estas tierras y con la ayuda de familiares y amigos me he convertido en el heredero de la memoria de mi padre, soy un próspero comerciante a pesar de mi juventud, siento confesaros soy un luchador por la libertad de mi pueblo, colaboro con la resistencia armada para combatir a los infieles, al decir esas palabras me retuerzo nervioso en mi lecho temiéndome lo peor, Alí al percibirlo sonríe para transmitirme la calma, eres mi hermano Pedro, lazos invisibles me unen a usted, siento la admiración desde que le conocí y jamás podré agradecer mi deuda y la de mi familia, ahora descansad, ya tendréis tiempo de satisfacer vuestras dudas, esta es vuestra casa y aquí no debéis temer nada.

            Sopas y caldos con aromas de hogar, olores sutiles de hierbabuena, orégano y menta, infusiones de té aromático y caliente en finas porcelanas, mi recuperación avanzaba deprisa e incluso ya no utilizaba un bastón para poder caminar. Sentado en el suelo disfrutando de exquisitas flores y plantas escucho atentamente como pudieron encontrarme al borde de una muerte segura. Me llegaron noticias de la captura de dos monjes jesuitas prisioneros en Túnez, comentaba Alí, tenía la esperanza de encontraros pero al enviar a mis sirvientes tan solo rescatamos a Serafín, afortunadamente y por casualidad encontré entre los registros de rapiña una pequeña pizarra, la conocí inmediatamente, la había hecho mi padre con sus propias manos y en el marco de madera disimulaba entre pequeñas filigranas mensajes de nuestro libro sagrado, El Corán, no había duda, su propietario es a quien he buscado durante tantos años, por fin Alláh me enviaba una señal para localizarle. Rápidamente envié un mensaje a alguien que conocéis bien, Hizir bin Yakup, al que los infieles cristianos conocen como el sanguinario pirata Barba Roja, un pariente lejano con quien comparto los ideales de libertad pero no sus métodos de guerra.

            Serafín que hasta ahora se había mantenido al margen tan solo me observaba pendiente de mis labios por si tenía alguna duda o pregunta que hacer a mi interlocutor, en silencio y con gran reverencia se acercó a mi extendiéndome la cruz de madera que siempre había llevado colgando de una soga alrededor de mi cintura, dentro de ella y escondida sutilmente se encontraba el gran misterio por el que había apostado mi vida y la de mi amigo, con calma la tomé en mis manos mientras mis ojos se llenaban de lagrimas por la emoción, Serafín conmovido me contó que se jugó la vida ante los piratas para no separase de tan preciado tesoro, mientras, giré la parte superior de la cruz para sacar lo que llamábamos a este objeto desconocido “ la joya”, todavía se podía distinguir la suavidad ovalada de su forma, el color azul intenso era el mismo que recordaba y los extraños símbolos y letras apenas se veían pero no hacía falta, recordaba con total nitidez en mi memoria todos sus detalles, algo si me causó novedad, la recordaba de mayor tamaño. Cerré mi puño hasta que los nudillos se me quedaron blancos y sin saber el porqué lo alcé al cielo prometiendo que descubriría su secreto.

            Me sentía nuevamente un hombre afortunado y dichoso al recuperar mi bolsa con hierbas medicinales, Serafín se había dedicado a recuperar mi botiquín con la esperanza de volver a encontrarme, los libros, dibujos y utensilios de escritura también pudo salvarlos, hábilmente y por una pequeña suma de monedas se enviaron a Gran Canaria mis manuscritos para engrosar una biblioteca escondida de miradas peligrosas.

            Con gesto serio Serafín se sienta frente a mí y me dice que si me encuentro con fuerzas para escuchar las malas noticias, asiento con la cabeza pendiente de sus palabras. Sabed Pedro que nunca podréis regresar a España, vuestra cabeza ha subido de precio al conocer por espías de la corte de Castilla de vuestra relación con Barba Roja, un enemigo de la cristiandad, las acusaciones contra usted han avivado el interés de La Santa Inquisición para capturaros, creen que sois un discípulo de Satanás, hechicero y mago, se le acusa de pertenecer a sociedades secretas practicantes de magia, en cuanto a jesuita nuestros padres en los monasterios donde vivimos la infancia niegan el apoyo a vuestra persona temiendo represalias de Roma y el rechazo de la Santa Iglesia.

            No me extrañaba lo que me decía Serafín y tampoco guardaba rencor a quienes me negaban como Judas, monjes y monjas, también eran humanos, sujetos al dogma de fe, al sacrificio de sus vidas por encima de lealtades por mi persona, no me importaba a pesar de borrar de mi mente el pasado de iluminación que viví junto a ellos, tenía claro de mi avance por el mundo sin volver a mirar mi espalda.

            Quizás fueran esas palabras las que impulsaron mi voluntad por abandonar el recto camino de la iglesia tal y como hasta ahora había venerado, elegiría escribir con renglones torcidos mi propia búsqueda de la verdad, Serafín se sentía aliviado al poder tener el valor suficiente para hablarme con sinceridad, agradecí su lealtad con un abrazo emocionado, me habían encontrado a muy poca distancia de una de las ocho puertas de entrada a la ciudad, las noticias corrían de boca en boca sobre un hombre de mirada perdida victima de la locura, en una camilla y escondido durante una noche entré bajo la Puerta de los Leones, llamada así por dos estatuas de piedra que en realidad eran tigres, animales del escudo heráldico del sultán Beybars, también se conocía la entrada como Puerta de San Esteban ya que a poca distancia del lugar lapidaron al mártir cristiano, ya no tenía duda no podían ser tantas casualidades, alguien guiaba mis pasos.

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