martes, 13 de marzo de 2012

CAPITULO XXXVI, Leyendas y mitos

                                                    CAPITULO XXXVI

                                                      Leyendas y mitos





           

           

            La rutina a bordo es una constante, la disciplina en las labores diarias hace que la tripulación se inquiete con riñas por pequeñas diferencias en opiniones dispares, algunos manifiestan de la incertidumbre por su destino al sentirse a la deriva en un mar infinito, las labores de reparación no han cesado para subsanar los daños sufridos en el timón del buque, llevamos muchos días navegando sin rumbo a merced de las corrientes que mueven el barco a su antojo sin otra novedad de vislumbrar el horizonte como una fina línea de intensa luz que daña y confunde al mirarla, algunos padecen de mareos y calenturas producto del intenso calor durante el día, el sol abrasador ha provocado quemaduras en algunos hombres a los que atiendo con emplastos de hiervas y cataplasmas de aguardiente, al atardecer continúo escribiendo e implorando en mis oraciones para que las cosas mejoren.

            He perdido la cuenta en días y noches sin poder descansar, después de abandonarme en el sopor del hastío noto un bullicio en cubierta, por fin llegan noticias de esperanza, el barco esta reparado y como una señal de gracia el viento llega sacudiendo las maderas en crujidos lamentosos de esta nave con un impulso de esperanza, cae la noche y los marineros miran la oscura bóveda celeste siguiendo y señalando constelaciones y estrellas, soñando el rumbo correcto para continuar nuestro viaje, veo sonrisas, canciones y vino, motivo suficiente para levantar el ánimo en una tripulación acostumbrada a los rigores caprichosos de la naturaleza, recuerdo en mis inicios de estudiante la lectura de un manuscrito denominado tratado sobre la conducta humana y su relación con los animales, hubo una reflexión que me dejó intrigado por su simpleza, hablaba sobre la forma de demostrar alegría y satisfacción personal con una abierta sonrisa, una mueca a veces involuntaria entre los hombres que demostraba un pacto de no agresión a un semejante, en cambio el mismo gesto en un animal carnívoro demostraba lo contrario el peligro de morder al enseñar los dientes como muestra de fiereza salvaje, es curioso que a veces me viene a la memoria lecturas ya olvidadas tiempo atrás con recuerdos y sensaciones de experiencias que me marcaron siendo un adolescente, esa misma noche me reúno con un grupo de marinos que charlan sentados al abrigo del viento, una pequeña hoguera en un caldero de hierro da calor al ambiente y entre risas y chanzas cuentan de aventuras allende los mares.

            No he creído en mis relatos escribir sobre las experiencias de los hombres sobre su convivencia con esposas o damas de compañía en las que se hable sobre las practicas intimas para procrear la especie, por supuesto me he sentido en la tentación de conocer los misterios que rodean a tales acciones pero el sacrificio de la carne purifica el espíritu y libera de la esclavitud de placeres carnales que nublan la razón, en casi todas las charlas entre hombres siempre aparecían las mujeres como protagonistas de historias y una de ellas es la que escuché de labios de un hombre de origen portugués conocido por Joao, decía de un poblado apartado en la selva americana tan solo habitado por mujeres que se dedicaban a labores de agricultura y ganadería, eran mujeres doncellas que no conocían a hombres, eran conocidas por la leyenda como las amazonas, feroces guerreras y portentosas jinetes a caballo, diestras en la lucha como certeras con el arco y las flechas, dicen según comentaba Joao que muy pocos hombres pudieron escapar después de caer prisioneros, tan solo los utilizaban para procrear, en el caso de nacer varones serían sacrificados en honor a su diosa, las niñas doncellas más capacitadas en el arte de la lucha les amputaban un pecho desde temprana edad con la finalidad de mejorar en destreza con el manejo del arco, a sus espalda guardaban las flechas en un recipiente tubular llamado carcaj.

            Después de oír la leyenda se mantiene por instante un silencio en el que cada uno hace reflexiones con gestos de asombro, entre ruidosos eructos otro marino de piel oscura se anima a continuar con otra nueva historia manteniendo la intriga con la que expectantes estamos a la espera de nuevos portentos y asombros de tierras lejanas, dada mi desgracia al no poder hablar e interrumpir a quien habla siempre tengo la suerte de no producir rechazo en reuniones en las que todos quieren su protagonismo para expresarse, a veces sufro por no poder preguntar abiertamente por la curiosidad que me invade pero aprendo en silencio a interpretar gestos y emociones en sus rostros, lo que había comenzado con risas y juergas se va tornando en susurros discretos, es sabido de la superstición de los hombres del mar que guardan secretos de oscuros temores, los semblantes se vuelven serios y el hombre conocido como Aruk comienza su relato.

            El origen de leyendas e historias siempre queda en una nube de olvido ya que a nadie le suele interesar sus inicios y si en los protagonistas de las narraciones, cada uno sufre las vivencias con diferente ánimo sintiéndose imbuido por la propia trama, contaba a la par con la anterior narración de un tribu tierra adentro del continente americano habitado por gigantes que triplicaban la altura de un hombre civilizado, eran salvajes como bestias sin más vestimenta que las pieles de animales a los que daban muerte con largas lanzas hechas de gruesas varas de madera con la punta afilada, no eran como los hombres conocidos ya que no tenían cabeza sobre los hombros, su cara era una fea maldición marcada a la altura del pecho, torpes en movimientos pero de vista muy aguda y fuerza sobrenatural, dicen que a pesar de ser monstruos si tenían conocimientos en construcción en piedra, colonizadores españoles afirman que vivían en El Dorado, un lugar remoto en la selva con pirámides hechas de piedra y oro, ciudades tan brillantes de este metal precioso que a muchas leguas de distancia se veían los destellos alumbrando el cielo con sus reflejos de espejo, escucho atentamente y recuerdo haber oído antes un relato parecido con diferentes adornos pero casualmente con las mismas miradas ansiosas al escuchar de tanta riqueza, dicen que en el inicio de los tiempos sé describió ese lugar como el paraíso de Adán y Eva, un lugar donde la fruta crecía por doquier en abundancia, animales mansos convivían sin comportarse como bestias asesinas, era un mundo bendecido por Dios en su magna obra, todo se tornó salvaje por la desobediencia de Eva al comer de la fruta prohibida un resultado del castigo de nuestro Dios como penitencia por las acciones de los hombres, siendo jovencito me inicié en la lectura de Las Sagradas Escrituras, en sus páginas sentí la grandeza de La Creación y los misterios de Dios al crear el mundo.

           Tan ensimismado estoy que no reparo en que Serafín se une a nuestra reunión manteniendo un discreto silencio sin disimular el asombro por lo que ha escuchado, hace la señal de la cruz entornando los ojos sin atreverse a levantar la cabeza, al sentirse observado pregunta con voz trémula sobre tantos prodigios y demonios, que clase de habitantes existen en América propios del averno.

            No solo habitan en tierras escondidas de miradas extrañas interpela otro marino que apenas había visto antes, ríos y mares son refugio natural de bestias infernales, mi padre fue marino antes que yo, continúa en su explicación, fue enrolado como esclavo en labores propias de la mar surcando ríos y mares que muchos hombres jamás conocerán, me contaba siendo muy niño de unos misteriosos seres llamados sirenas, mujeres hasta la cintura y cuerpo de pez brillante, las noches de calma y silencio cantaban una melodía parecida al sonido que emiten las flautas que volvían locos a quienes las escuchaban hasta sangrar los oídos, caían por la borda de los barcos y se los llevaban a las profundidades del océano para devorarlos, también me contaba sobre los pulpos gigantes que atenazaban con sus tentáculos a los barcos pequeños hasta romperlos en un abrazo como si se tratara de cascaras de nuez podrida, no llegué a conocer a mi madre, murió de fiebres cuando nací, mi padre vivió muchos años con otra mujer que conoció en el mismo poblado, en aquella época era normal tener varias mujeres a pesar de ser pecado mortal, en mi poblado es tradición contar los hechos de nuestros ancestros con el fin de no quedar en el olvido sus espíritus errantes, ahora todo es distinto, soy un buen cristiano pero no olvido mis humildes orígenes cuando tan solo conocíamos lo que la naturaleza nos otorgaba, la riqueza de la pesca en ríos y mares.

            Continuamos con un incomodo silencio tan solo roto por el movimiento al comer trozos de tocino seco y galletas rancias, apartamos distraídos los bichitos que comen de nuestro sustento, la comida es el único momento de absoluto silencio, hace tiempo que no tenemos suerte con el arte de la pesca, hace ya un tiempo pude probar la carne de tortuga, al principio tuve rechazo al comer de un animal tan feo y extraño, estuvo caminando en el barco durante horas entre chanzas de varios marinos que incluso se sentaban sobre ella por su gran tamaño, terminó siendo degollada como se suele matar a los cerdos y otros animales de granja, reconozco que su carne es apreciada por su sabor parecido al pollo de carne blanca y tierna.

            Serafín se anima para contar una historia que hasta ese día no le había oído, quizás por el temor en nombrar espantos y aberraciones inhumanas, sucedió en tierras gallegas en una taberna apartada de caminos y sendas, allí llegué una noche después de una caminata por densos bosques, recuerdo tan solo la luna llena por la que podía distinguir la vereda al caminar, apenas llevaba pocos meses en la orden de los jesuitas y me dirigía a una iglesia muy apartada en los montes donde tan solo acudían pastores y viajeros del camino de Santiago como peregrinos, el invierno comenzaba con el frio propio de las montañas el aire solo traía el rumor de las hojas al moverlas el viento, inocente entonces no me preocupaba nada, llevaba mi biblia y una vara con la que poder tantear el camino o escalar por sus riscos escarpados, en un momento sentí un silencio que me hizo detenerme en mi caminar, presentía una presencia, notaba como el vello de mi cuerpo provocaba un estremecimiento irracional, no estaba solo pero no había nadie hasta donde mis ojos me permitían ver en la oscuridad.

            La tensión se palpaba en el grupo que escuchábamos con atención el relato de Serafín, veía las caras con bocas abiertas esperando el desenlace al misterio del caminante, nadie se atrevía a interrumpir la narración, gente curiosa que gustaba de cuentos que no habían oído antes.

     

No hay comentarios:

Publicar un comentario