lunes, 26 de marzo de 2012

CAPITULO XXXVIII, Dios mío perdóname.

                                                            CAPITULO XXXVIII
                                                            Dios mío, perdóname





            Empezaba a acostumbrarme al protocolo establecido por el capitán Andrea, no todo era tan sencillo como parecía, estaba siendo un privilegiado en conocer un nuevo mundo en un libro sobre los misterios de oriente, pero el precio sería no copiar nada de lo que allí pudiera descubrir. Ante la biblia juré no copiar ni divulgar los pasajes oscuros a los que hacía referencia, según decía Andrea contenía secretos celosamente guardados no aptos para los no iniciados, esto último no acabé de entenderlo pero juzgué prudente mantenerme fiel a mi juramento, acatar en silencio sus órdenes y no desvelar lugares, hechos, costumbres y ceremonias a las que había sido testigo el autor de tan magnífica obra posiblemente herética al tratarse de una cultura lejos de la creencia en la doctrina cristiana. Andrea como siempre me acompañaba con su incesante conversación, me decía del peligro en que esta obra o cualquiera de las que celosamente guardaba en la biblioteca pudieran caer en manos del Reino Vaticano, La Iglesia Católica tenía brazos muy largos para perseguir a los contrarios a su dogma y puños certeros para silenciar cualquier pensamiento lejos de sus propios intereses.
            He perdido la concentración al escuchar esto último, lejos, muy lejos en el tiempo quedaron tantos recuerdos del poder de la Santa Inquisición, sin darme cuenta hago el signo de la cruz al persignarme con la intención de borrar días de dolor y muerte.
            Me siento aislado dentro de éste camarote, aprovecho las horas de luz para poder continuar con la lectura del libro y al caer la noche continúo a la luz mortecina de una vela, apenas siento la necesidad de comer o dormir, me apremia aprovechar el tiempo para aprender cada vez más, ya no preocupa el tiempo que falta por llegar a nuestro destino en América, el mar me acompaña en un balanceo cansino con el suave golpear de las olas en la cubierta de la nave, por un momento creo estar soñando o metido en una pesadilla al escuchar un golpe violento que me hace caer de la silla, la cabeza me retumba y veo entre tinieblas humo azulado flotar en el ambiente, libros y astillas cubren el suelo en un absoluto caos cubierto por una densa capa de polvo que me impide ver lo que sucede, de rodillas aún en el suelo me toco la cabeza por instinto, tan solo por comprobar si está en su sitio o por sentir si de ella emana sangre, al levantar la cabeza veo incrédulo un boquete en una de las paredes del camarote, una fina cortina de humo negro y pequeñas chispas incandescentes se desprenden de las maderas donde antes había una vidriera y a su lado una formidable estantería con libros, a pesar del mareo y del susto logro ponerme en pié manteniendo a duras penas el equilibrio buscando a tientas la puerta de salida, no puedo casi oír a causa del estampido cuando escucho gritos y voces de alarma, al abrir la puerta aumenta la confusión por el humo, la oscuridad de la noche y las prisas, estamos siendo atacados por piratas, lo que al principio pensaba eran truenos en un día de calma, casi al  instante se oye un zumbido como un silbato hasta explotar contra el costado barco, los cañonazos llenan el aire con olor a pólvora dando un aspecto fantasmal en el ambiente, ya en cubierta es difícil describir el horror de la lucha cuerpo a cuerpo quizás sea lo más parecido al infierno, docenas de hombres se baten en duelo con espadas y cuchillos, palos y puños se alzan para intentar en furiosos arrebatos encontrar la diferencia entre la vida y la muerte que nos rodea por doquier.
            Hombres de tez oscura y cabeza cubierta por turbantes trepan por el casco del barco profiriendo gritos inhumanos con los ojos inyectados en sangre, resbalo al llegar a   la cubierta con un líquido pegajoso, con horror descubro que se trata de sangre, a mis pies se amontonan cuerpos mutilados producto de la batalla, en sus caras se reflejan las caras de espanto y los ojos casi fuera de sus órbitas, nadie a bordo se esperaba un ataque tan rápido y cruento. Es la primera vez que siento en mis entrañas lo más parecido al odio, no soy consciente de mis actos y en un arrebato de furia salgo corriendo hacia los que nos atacan, golpeo al primero en la cabeza sintiendo como se quiebran los huesos de su cuello, a otro lo agarro de un brazo en el que tiene una espada y le golpeo hasta que deja de gritar como un cerdo en un matadero , en un instante me doy cuenta que el arma que sujeto se trata de una pierna ensangrentada que recogí a tientas en el suelo, con horror me cubro la cara sin saber cómo reaccionar, fue lo último que recuerdo de aquella noche, un fuerte golpe en la cabeza me deja inerte en el suelo hasta que pierdo el conocimiento.
            Despierto poco a poco temiendo saber de mi existencia, ¿estoy muerto? ¡¡Por mucho que lo intento no puedo apenas moverme!! La luz me ciega incrementando mi nerviosismo tan solo escucho lamentos y quejidos, algunos llaman entre lloriqueos a sus madres otros permanecen inertes en la antesala de la muerte, el espectáculo es caótico, entre las sombras distingo los cuerpos de los que hace poco eran gente alegre ahora son cadáveres ensangrentados pidiendo ayuda a gritos, estamos atados de pies y manos, apenas siento correr la sangre por mis venas y mi corazón llora de arrepentimiento, he matado, Dios mío perdóname, lloro en silencio también por la impotencia de no poder articular palabra, no sé donde se encuentra Serafín, temo por saber que lo hayan asesinado, tardo en darme cuenta que estamos en un barco, olores de orina y heces se mezclan con olores a sal en el ambiente, cuesta respirar, intento sacar la cabeza y aspirar todo el aire que pueda, la cabeza me da vueltas y noto que me desmayo sin poder evitarlo.
            Todo el viaje a sido una incesante pesadilla entre la consciencia y el letargo de un sueño del que apenas me quedan fuerzas para intentar despertar, ya no recuerdo cuantos días y noches han transcurrido desde nuestra captura, ya sé que somos prisioneros en un barco pirata berberisco, a veces les oigo hablar entre ellos distinguiendo algunas frases en árabe, agradecemos cuando nos echan agua de mar a través de unas rejas en el techo de nuestra prisión en la bodega del navío, una vez al día nos liberan de nuestras cadenas para darnos una palangana de agua y frutos secos con lo que nos alimentamos, he sido testigo como han golpeado a varios hombres al intentar hablar entre ellos para averiguar de nuestra situación, somos tan sólo perros infieles así suelen llamarnos con desprecio entre risas y escupitajos.
            Cuando las fuerzas parecían abandonarnos por fin hemos llegado a puerto, graznidos de gaviotas se mezclan con el ajetreo del populacho en un pulular de bestias de carga, barriles, carromatos, gritos y festejos por los que llegan a sus hogares, en el viaje han fallecido varios presos que sencillamente han arrojado por la borda con todo tipo de maldiciones y blasfemias, se quejan del mal olor a bordo y del poco precio que conseguirán al pedir rescate por tantos pobres piojosos cristianos, sea cual sea la cultura o la religión del tirano la vida carece de valor si alguien no paga con oro la avaricia y la maldad humana, estamos en la ciudad de Túnez en el norte de África a orillas del  mar Mediterráneo donde confluye el comercio del Magreb, una ciudad donde confluyen diferentes culturas en la que predomina la influencia árabe, su lengua, costumbres y su fe inquebrantable al Islam, atados en hilera fuimos separados en pequeños grupos de cinco conducidos entre las estrechas calles de la ciudad a empujones y patadas, los niños tenían hoy un motivo especial para juegos y diversión, uno de sus pasatiempos era pegarnos con finas varas de madera en las piernas para ver como tropezábamos de agotamiento, mientras sus madres cubiertas de cabeza a los pies no dejaban de chillar arengándolos para continuar con el acoso, era una procesión de andrajosos y mutilados, las ropas tan solo eran jirones de tela cubiertos de sangre y todo tipo de suciedad en la que las nubes de moscas tenían un festín garantizado.
            Ya en las afueras de la ciudad llegamos a una apartada casa, muy cerca de ella unos muros con tejado de hojas de palmera hacen de cuadra para cabras y camellos, de uno de sus gruesos muros se disponen unas cadenas donde nos sujetan las muñecas con cepos de hierro, temo por la vida de un joven que va a mi lado al que apenas veo respirar, ha tenido episodios en nuestra larga caminata en los que parecía haber perdido la cordura, antes de que me sujeten a las cadenas intento acercarme para ayudarlo, no he podido terminar de hacer la señal de la cruz, una gruesa porra me ha golpeado en las costillas con gritos coléricos de nuestros verdugos. El calor es insoportable el sol está llegando a lo más alto y en la lejanía oigo la llamada a la oración desde la torre de un mezquita cercana, Al-Láhu Akbar Al-Láhu Akbar, una de las cinco oraciones en las que los musulmanes se arrodillan en dirección a la Meca dando gracias a su Dios.
            Por primera vez en esta etapa de sufrimiento me doy cuenta de mi propia miseria, he perdido a mi mejor amigo Serafín, ya no tengo la bolsa con los útiles de escritura y los remedios para curar a los enfermos y lo peor es que he perdido el crucifijo de madera que llevaba atado por la cintura, dentro del mismo estaba la joya por la que tanto he sufrido, en mi cuello magullado cuelga sin ser vista una pequeña cruz de hierro como fiel testigo de mi fe en Cristo, soy un fraile que ha perdido la libertad, soy un pecador que ha matado a seres humanos en un delirio de locura, algo o alguien en mi interior me dice que no me rinda que siga luchando en memoria de la cristiandad, no creo tener el valor suficiente para enfrentarme a mis torturadores pero no puedo rendirme ahora necesito mantener mi mente ocupada analizando todo lo sucedido, nuestros secuestradores lo tienen todo bien organizado, nos han separado por grupos para evitar perder su valiosa mercancía en el caso de algún ataque, me temo que no hay un solo jefe entre estos bandidos, al separarnos por grupos es más fácil traspasar fronteras en busca de refugio hasta lograr su objetivo, pedir un rescate por nuestras vidas no creo en venganzas por diferencias de credo todo es tan solo un negocio.  
               

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