lunes, 11 de junio de 2012

CAPITULO XLIII, Traficante de mentiras.


                                         CAPITULO XLIII

                                                Traficante de mentiras          

                                                          









            Bahía de Haifa, puerto de Joppa, provincia de Judá, la ansiedad crece en mí a medida que nos acercamos al puerto, esquivando naves y barcazas poco a poco distinguimos tierra firme, antes de llegar miro de frente a Abdul e intento interrogarle con gestos el motivo por el cual no caí preso en manos de los portugueses, ello provoca nuevamente  las risas de éste hombre pidiéndome disculpas por su carente falta de respeto.

            Entended amigo que lo único que se me ocurrió en aquel momento de pánico fue pedirle clemencia por la vida de un esclavo huido del palacio de un poderoso califa moro, expuse vuestra condición de eunuco al cuidado de su harén ese era el motivo de vuestra corpulencia y musculatura por ser alguien importante en el cuidado de sus mujeres. Escuchaba atentamente a éste hombre notando como la sangre fluía con fuego sobre mi rostro asombrado por la imaginación de alguien sin cultura pero con el ingenio de un traficante de mentiras, me quedaba la duda sobre la palabra eunuco, algo sospechaba que no me gustaría la respuesta, sabed amigo mío me decía con palabras tan suaves que apenas en tono de confidencia podía escuchar que muchos hombres poderosos en nuestra cultura poseen varias mujeres con las que disfrutan en sus palacios de los placeres carnales antes de ser llamados por Alláh en el paraíso, los eunucos son hombres de compañía, esclavos la mayor parte de ellos debidamente privados de los testículos por medio de la castración para evitar tentaciones con las mujeres, algunos con el paso del tiempo se vuelven afeminados sin perder su condición natural de varones de nacimiento.

            La primera reacción por lo que oigo es un gesto de dolor en el estomago y sin darme cuenta estoy sujetándome mis propios genitales, Abdul que me observa muy serio viendo mi rostro vuelve a soltar una carcajada con la que sin poder evitarlo comparto de buen grado dándole un abrazo que sería el preludio de mi despedida, antes de pisar tierra me obsequia con una pequeña daga curva con forma de media luna, la misma con la que destripaba el pescado cuando estábamos en faena, ante mi rechazo por hierros que puedan causar muerte mi compañero me sujeta por el brazo avisándome de los peligros a los que me enfrento, Jerusalén es una ciudad de muchas culturas distintas y de viajeros de todo tipo, cuna de tres religiones que según dice dominan el mundo conocido, cristianos, musulmanes y judíos, cualquiera de ellos pueden significar una razón suficiente para un enfrentamiento violento y causar mi muerte, sin pensarlo pido perdón a Dios por mi flaqueza y escondo el puñal entre los pliegues de mi fajín.

            Recuerdo de mi estancia en Gran Canaria ver un mapa antiguo que llamó mi atención por su semejanza con los pétalos de una flor, buscando tratados de hierbas medicinales no tardé en darme cuenta de mi error, eran tres pétalos, el izquierdo representaba al continente europeo, el izquierdo el continente asiático y el inferior África, en el centro Jerusalén como centro del mundo cristiano, montes, montañas, ríos y ciudades le conferían como el centro del plan de expansión de la cristiandad, Dios en su infinita sabiduría supo situar el lugar idóneo para extender por tierras y mares sus divinas enseñanzas.

            Intento contener mis emociones, ajusto mi turbante y tapo mi rostro a excepción de la boca, me conviene intentar pasar desapercibido confundiéndome entre la multitud que azarosa recogen sus bártulos, grandes sacos de grano, pescado, frutas y hortalizas o el exiguo equipaje para emprender la marcha, burros, mulas y camellos protestan entre toda suerte de maldiciones de sus amos ajustando con fuertes correas sus enseres más preciados,  emprendo mi camino mirando al cielo agradeciéndole a Dios iluminarme en mi camino, distraído deambulo por la ciudad para estirar las piernas y hacerme la idea de cuál es el camino para dirigirme a Jerusalén, a cierta distancia oigo las campanas de una iglesia por lo que me parece una bendición refugiarme del sol y poder rezar apartado del bullicio de las calles, tan solo he permanecido en esta iglesia breves instantes, ¡¡una señal!!, me pregunto ¿Cómo es posible después de tantas leguas recorridas encontrar una iglesia que se llama San Pedro? ¿ acaso las últimas palabras de Hizir eran un vaticinio de mi futuro? ha llegado el momento en que reparo en mi indumentaria, por un momento me he olvidado que no tengo mi hábito de jesuita, sucio, oliendo a pescado y con una túnica que fue blanca hace tiempo, tengo la apariencia de un seguidor del islam, noto las miradas desconfiadas de quienes han tropezado conmigo incluso taimadas miradas de odio por parte de un grupo de soldados templarios que imagino están borrachos, al pasar a mi lado uno de ellos incluso escupe en el suelo muy cerca de mí en una clara demostración de desprecio. No veo prudente alargar por más tiempo mi estancia en esta hermosa ciudad, lástima del ambiente de tensión que preiento a mi alrededor, los grupos claramente diferenciados de viajeros tienen su propio sello de origen, cultura y costumbres.

            Llevamos varios días de caminata en grupos con un destino común, carezco de monedas para poder subsistir en esta travesía, tengo que agradecer la buena voluntad de quienes nos vemos en la misma ruta cuando me han ofrecido agua y alimentos para poder subsistir, estoy acostumbrado a permanecer varios días en ayuno pero hay momentos que se nubla mi razón por la fatiga y el cansancio, las noches procuro descansar apartado de otros viajeros, me siento extranjero quizás incluso un traidor a mi fe, pido perdón todas las noches a Dios confesando arrepentido la carga de mis pasados crímenes y errores, no sé cuánto tiempo podré aguantar con un cuerpo sin fuerzas y un corazón lleno de dudas y temores.

            No tengo relación con ninguno de los viajeros, parece como si todos se respetasen pero con la desconfianza de los peligros ante los extraños, para ellos seguramente soy un demente que vaga sin rumbo fijo, a veces noto sus miradas cuando creo haber perdido la cordura en mis actos al vagar en soledad, mujeres y ancianos evitan que los niños se me acerquen y muchas noches quedo rezagado en el camino como un alma errante, en alguna ocasión se han atrevido a preguntarme por mi salud o por si necesito ayuda, percibo en sus rostros como si se tratara de un espejo las caras de pavor por su osadía, se retiran espantados sin esperar respuesta de un desamparado, oigo algunas noches como hablan de mí entre ellos especulando por los posibles motivos de mi viaje, algunos se aventuran a fantasear por mi supuesta posesión por demonios, por mi propio mundo de locura, continúan fabulando con que mi peregrinación sea para sanarme de los espíritus que atormentan mi alma, posiblemente de algún oscuro pasado que todos temen y evitan estar cerca de mí, sonrío en mis propios delirios sabiendo que, por muy lejanos que sean los países del mundo sus gentes sienten los mismos temores a lo desconocido, miedos de sus propios hermanos y temerosos del castigo que viene del cielo, dioses con distintos nombres con distintas formas de justicia pero con un denominador común, con la muerte se pagarán todas las deudas de esta tierra de penitencias y lagrimas, siento que el sueño me invade mientras oigo a distancia el llanto lastimero de un niño bajo un cielo negro como el abismo pero con estrellas que brillan de esperanza por un mañana mejor.

             Las dudas están haciendo mella en mí, ¿Quién me rescató de una muerte segura? ¿Existe alguien que vendrá para ayudarme? ¿Cómo me encontrará? Son muchas las preguntas y desconozco las respuestas, a mi mente vienen palabras olvidadas en mi memoria en la que alguien en mi niñez me decía, la vida es un acto de fe, a pesar de no ver soluciones a tus dudas nunca dejes de esforzarte por continuar el camino, todo llega si tu voluntad es fuerte, no temas al impulso, teme estar quieto pues puedes ser cautivo de tus propios miedos, sonrío al pensar de lo fácil de dar consejos y lo difícil de continuar cuando las fuerzas te abandonan.

            Continuando por sendas áridas castigadas por el sol reparo en algo que me resulta familiar de mi estancia en Gran Canaria, un terreno en el paisaje tupido por tuneras de cactus, recuerdo de la dulzura de su fruto protegido por afiladas espinas, evoco los gratos momentos que pasé en la isla disfrutando de alimentos que otorgaba la naturaleza por lo que sin pensarlo me alejo de los viajeros para intentar comer algo distinto, termino de comer un trozo duro de queso de cabra con un olor rancio que marea mis sentidos.

            A sido una distancia mayor de lo que esperaba pero ha valido la pena el esfuerzo por la caminata, he comido hasta hartarme de higos dulces como la miel y algunas hortalizas de las que incluso he comido con pequeños terrones de tierra, he saciado mi sed en una charca del que ranas e insectos se espantan molestos con mi presencia, aprovecho para lavarme todo lo posible y darle a mi túnica algo de su color original, antes de alejarme he oído a un grupo de hombres que La Ciudad Santa está a pocas horas de distancia, necesito sentirme limpio y evitar el repudio de quienes se acercan a mí con una aspecto tan harapiento.

            Al desprenderme del fajín a caído al suelo la daga que me regalaron, la veo distraído dando gracias por ser de tanta utilidad para los tunos indios que me esperan, corto unas cañas de la charca donde me he lavado y trenzo un cuenco con ellas para recoger con mucho cuidado los frutos rojos de las tuneras, pronto me siento satisfecho al contemplar más de una docena de ellos, ahora no me apetece comerlos, los guardaré para pasar la noche, debo terminar la tarea como vi a quienes sabían manejar éste fruto.

            He buscado un lugar de tierra suelta y superficie plana al amparo de corrientes de aire, los tunos en el suelo los he barrido con un manojo de hierbas duras con la finalidad de desprender sus finas púas evitando que un soplo de aire se puedan clavar en mis ojos, la tarde empieza a caer, tengo que recuperar el tiempo perdido para acercarme a los peregrinos del camino, su compañía no me supone consuelo alguno pero temo por las alimañas que se refugian al amparo de la oscuridad, aquí son frecuentes las picaduras de escorpiones y serpientes, éstas últimas me producen escalofríos quizás por recordar antiguos libros en los que hacían referencia al mismísimo Lucifer, mientras camino por las sendas voy meditando oraciones que repican en mi mente sin provocar sonido alguno, a pesar de sentirme limpio, fresco y con el estomago lleno dudo de mi propia cordura mientras camino con un cesto de tunos indios como cena.






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