CAPITULO XLIII
Traficante
de mentiras
Bahía de Haifa, puerto de Joppa, provincia
de Judá, la ansiedad crece en mí a medida que nos acercamos al puerto,
esquivando naves y barcazas poco a poco distinguimos tierra firme, antes de
llegar miro de frente a Abdul e intento interrogarle con gestos el motivo por
el cual no caí preso en manos de los portugueses, ello provoca nuevamente las risas de éste hombre pidiéndome disculpas
por su carente falta de respeto.
Entended amigo que lo único que se
me ocurrió en aquel momento de pánico fue pedirle clemencia por la vida de un
esclavo huido del palacio de un poderoso califa moro, expuse vuestra condición
de eunuco al cuidado de su harén ese era el motivo de vuestra corpulencia y
musculatura por ser alguien importante en el cuidado de sus mujeres. Escuchaba
atentamente a éste hombre notando como la sangre fluía con fuego sobre mi
rostro asombrado por la imaginación de alguien sin cultura pero con el ingenio
de un traficante de mentiras, me quedaba la duda sobre la palabra eunuco, algo
sospechaba que no me gustaría la respuesta, sabed amigo mío me decía con
palabras tan suaves que apenas en tono de confidencia podía escuchar que muchos
hombres poderosos en nuestra cultura poseen varias mujeres con las que
disfrutan en sus palacios de los placeres carnales antes de ser llamados por
Alláh en el paraíso, los eunucos son hombres de compañía, esclavos la mayor
parte de ellos debidamente privados de los testículos por medio de la
castración para evitar tentaciones con las mujeres, algunos con el paso del
tiempo se vuelven afeminados sin perder su condición natural de varones de
nacimiento.
La primera reacción por lo que oigo
es un gesto de dolor en el estomago y sin darme cuenta estoy sujetándome mis
propios genitales, Abdul que me observa muy serio viendo mi rostro vuelve a
soltar una carcajada con la que sin poder evitarlo comparto de buen grado
dándole un abrazo que sería el preludio de mi despedida, antes de pisar tierra
me obsequia con una pequeña daga curva con forma de media luna, la misma con la
que destripaba el pescado cuando estábamos en faena, ante mi rechazo por
hierros que puedan causar muerte mi compañero me sujeta por el brazo avisándome
de los peligros a los que me enfrento, Jerusalén es una ciudad de muchas
culturas distintas y de viajeros de todo tipo, cuna de tres religiones que
según dice dominan el mundo conocido, cristianos, musulmanes y judíos,
cualquiera de ellos pueden significar una razón suficiente para un
enfrentamiento violento y causar mi muerte, sin pensarlo pido perdón a Dios por
mi flaqueza y escondo el puñal entre los pliegues de mi fajín.
Recuerdo de mi estancia en Gran
Canaria ver un mapa antiguo que llamó mi atención por su semejanza con los
pétalos de una flor, buscando tratados de hierbas medicinales no tardé en darme
cuenta de mi error, eran tres pétalos, el izquierdo representaba al continente
europeo, el izquierdo el continente asiático y el inferior África, en el centro
Jerusalén como centro del mundo cristiano, montes, montañas, ríos y ciudades le
conferían como el centro del plan de expansión de la cristiandad, Dios en su
infinita sabiduría supo situar el lugar idóneo para extender por tierras y
mares sus divinas enseñanzas.
Intento contener mis emociones,
ajusto mi turbante y tapo mi rostro a excepción de la boca, me conviene intentar
pasar desapercibido confundiéndome entre la multitud que azarosa recogen sus
bártulos, grandes sacos de grano, pescado, frutas y hortalizas o el exiguo
equipaje para emprender la marcha, burros, mulas y camellos protestan entre toda
suerte de maldiciones de sus amos ajustando con fuertes correas sus enseres más
preciados, emprendo mi camino mirando al
cielo agradeciéndole a Dios iluminarme en mi camino, distraído deambulo por la
ciudad para estirar las piernas y hacerme la idea de cuál es el camino para
dirigirme a Jerusalén, a cierta distancia oigo las campanas de una iglesia por
lo que me parece una bendición refugiarme del sol y poder rezar apartado del
bullicio de las calles, tan solo he permanecido en esta iglesia breves instantes,
¡¡una señal!!, me pregunto ¿Cómo es posible después de tantas leguas recorridas
encontrar una iglesia que se llama San Pedro? ¿ acaso las últimas palabras de
Hizir eran un vaticinio de mi futuro? ha llegado el momento en que reparo en mi
indumentaria, por un momento me he olvidado que no tengo mi hábito de jesuita,
sucio, oliendo a pescado y con una túnica que fue blanca hace tiempo, tengo la
apariencia de un seguidor del islam, noto las miradas desconfiadas de quienes
han tropezado conmigo incluso taimadas miradas de odio por parte de un grupo de
soldados templarios que imagino están borrachos, al pasar a mi lado uno de
ellos incluso escupe en el suelo muy cerca de mí en una clara demostración de
desprecio. No veo prudente alargar por más tiempo mi estancia en esta hermosa
ciudad, lástima del ambiente de tensión que preiento a mi alrededor, los grupos
claramente diferenciados de viajeros tienen su propio sello de origen, cultura
y costumbres.
Llevamos varios días de caminata en
grupos con un destino común, carezco de monedas para poder subsistir en esta
travesía, tengo que agradecer la buena voluntad de quienes nos vemos en la
misma ruta cuando me han ofrecido agua y alimentos para poder subsistir, estoy
acostumbrado a permanecer varios días en ayuno pero hay momentos que se nubla
mi razón por la fatiga y el cansancio, las noches procuro descansar apartado de
otros viajeros, me siento extranjero quizás incluso un traidor a mi fe, pido
perdón todas las noches a Dios confesando arrepentido la carga de mis pasados
crímenes y errores, no sé cuánto tiempo podré aguantar con un cuerpo sin
fuerzas y un corazón lleno de dudas y temores.
No tengo relación con ninguno de los
viajeros, parece como si todos se respetasen pero con la desconfianza de los
peligros ante los extraños, para ellos seguramente soy un demente que vaga sin
rumbo fijo, a veces noto sus miradas cuando creo haber perdido la cordura en
mis actos al vagar en soledad, mujeres y ancianos evitan que los niños se me
acerquen y muchas noches quedo rezagado en el camino como un alma errante, en
alguna ocasión se han atrevido a preguntarme por mi salud o por si necesito
ayuda, percibo en sus rostros como si se tratara de un espejo las caras de
pavor por su osadía, se retiran espantados sin esperar respuesta de un
desamparado, oigo algunas noches como hablan de mí entre ellos especulando por
los posibles motivos de mi viaje, algunos se aventuran a fantasear por mi
supuesta posesión por demonios, por mi propio mundo de locura, continúan
fabulando con que mi peregrinación sea para sanarme de los espíritus que
atormentan mi alma, posiblemente de algún oscuro pasado que todos temen y
evitan estar cerca de mí, sonrío en mis propios delirios sabiendo que, por muy
lejanos que sean los países del mundo sus gentes sienten los mismos temores a
lo desconocido, miedos de sus propios hermanos y temerosos del castigo que
viene del cielo, dioses con distintos nombres con distintas formas de justicia
pero con un denominador común, con la muerte se pagarán todas las deudas de
esta tierra de penitencias y lagrimas, siento que el sueño me invade mientras
oigo a distancia el llanto lastimero de un niño bajo un cielo negro como el
abismo pero con estrellas que brillan de esperanza por un mañana mejor.
Las dudas están haciendo mella en mí, ¿Quién
me rescató de una muerte segura? ¿Existe alguien que vendrá para ayudarme?
¿Cómo me encontrará? Son muchas las preguntas y desconozco las respuestas, a mi
mente vienen palabras olvidadas en mi memoria en la que alguien en mi niñez me
decía, la vida es un acto de fe, a pesar de no ver soluciones a tus dudas nunca
dejes de esforzarte por continuar el camino, todo llega si tu voluntad es
fuerte, no temas al impulso, teme estar quieto pues puedes ser cautivo de tus
propios miedos, sonrío al pensar de lo fácil de dar consejos y lo difícil de
continuar cuando las fuerzas te abandonan.
Continuando por sendas áridas
castigadas por el sol reparo en algo que me resulta familiar de mi estancia en
Gran Canaria, un terreno en el paisaje tupido por tuneras de cactus, recuerdo
de la dulzura de su fruto protegido por afiladas espinas, evoco los gratos
momentos que pasé en la isla disfrutando de alimentos que otorgaba la
naturaleza por lo que sin pensarlo me alejo de los viajeros para intentar comer
algo distinto, termino de comer un trozo duro de queso de cabra con un olor
rancio que marea mis sentidos.
A sido una distancia mayor de lo que
esperaba pero ha valido la pena el esfuerzo por la caminata, he comido hasta
hartarme de higos dulces como la miel y algunas hortalizas de las que incluso
he comido con pequeños terrones de tierra, he saciado mi sed en una charca del
que ranas e insectos se espantan molestos con mi presencia, aprovecho para
lavarme todo lo posible y darle a mi túnica algo de su color original, antes de
alejarme he oído a un grupo de hombres que La Ciudad Santa está a pocas horas
de distancia, necesito sentirme limpio y evitar el repudio de quienes se
acercan a mí con una aspecto tan harapiento.
Al desprenderme del fajín a caído al
suelo la daga que me regalaron, la veo distraído dando gracias por ser de tanta
utilidad para los tunos indios que me esperan, corto unas cañas de la charca
donde me he lavado y trenzo un cuenco con ellas para recoger con mucho cuidado
los frutos rojos de las tuneras, pronto me siento satisfecho al contemplar más
de una docena de ellos, ahora no me apetece comerlos, los guardaré para pasar
la noche, debo terminar la tarea como vi a quienes sabían manejar éste fruto.
He buscado un lugar de tierra suelta
y superficie plana al amparo de corrientes de aire, los tunos en el suelo los
he barrido con un manojo de hierbas duras con la finalidad de desprender sus
finas púas evitando que un soplo de aire se puedan clavar en mis ojos, la tarde
empieza a caer, tengo que recuperar el tiempo perdido para acercarme a los
peregrinos del camino, su compañía no me supone consuelo alguno pero temo por
las alimañas que se refugian al amparo de la oscuridad, aquí son frecuentes las
picaduras de escorpiones y serpientes, éstas últimas me producen escalofríos
quizás por recordar antiguos libros en los que hacían referencia al mismísimo
Lucifer, mientras camino por las sendas voy meditando oraciones que repican en
mi mente sin provocar sonido alguno, a pesar de sentirme limpio, fresco y con el
estomago lleno dudo de mi propia cordura mientras camino con un cesto de tunos
indios como cena.
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