CAPITULO XLIV
Tunos indios
Unos matorrales
cercanos al camino a la sombra de las palmeras que cubren el sendero de éstos
parajes será mi lugar de descanso ésta noche, a poca distancia distingo las
hogueras donde han establecido el campamento los cientos de viajeros que
agotados descansan con muestras de alegría por la proximidad a la ciudad de
Nuestro Señor Jesucristo, en el horizonte me parece distinguir luces
parpadeantes sobre lo que me parecen unas altas murallas de piedra posiblemente
protegida por caballeros de la orden del Temple, había oído que éstos soldados
cristianos no están sujetos a las ordenes de ningún rey, su lealtad es al Papa,
poseen grandes riquezas supuestamente de los tesoros encontrados en el templo
de Salomón cuando decidieron mantener un acantonamiento a las puertas de
Jerusalén con la finalidad de ayudar a los peregrinos europeos en su llegada a
Tierra Santa y protegerlos de los moros, se distinguen por sus ropajes, un gran
manto blanco con una cruz copta en el pecho y la espalda, también portan coraza
y un escudo con esta insignia.
Son los momentos de soledad cuando
evoco mis experiencias en el estudio de tantos libros de los que me vienen
imágenes hasta ahora sin sentido y que ahora recuerdo dándole un significado en
esta trama de secretos celosamente guardados por quienes con sus estudios en
algunos casos en contra de los mandamientos de la iglesia ocultan mensajes heréticos
de sociedades paralelas a los mandamientos de Cristo, recuerdo haber visto un
tablero circular provisto de sesenta y tres casillas tallado con profusión de
detalles y dibujos en cada una de ellas, lo que al principio pensaba era una
bella trama jeroglífica, me informaron se trataba de un juego muy popular en la
corte de Felipe II traído supuestamente desde lejanas tierras de Italia, mi
innata curiosidad hizo que averiguara algo más sobre este juego al que llaman “
gioco dell´occa”, el juego de la oca.
Leí tiempo atrás sobre el disco de
Phaistos y su semejanza con el juego de la oca, es curioso cuando le han
otorgado a éste animal el inocente protagonismo sobre otros animales el enigma
que esconde, a saber se trata de un animal que puede vivir alimentándose en la
tierra, así mismo navega sobre aguas sin dificultad siendo dominador del vuelo
y el cielo, un camino iniciático sobre la perfección de la naturaleza y su
camino por la vida, leía extasiado siendo joven sobre el ocultismo del juego en
el que los caballeros templarios, monjes y guerreros iniciáticos en los
misterios habían encontrado la fórmula para esconder en sus 63 casillas lugares
secretos de tesoros ocultos, se especulaba también fuera el Camino a Santiago
con una trama esotérica que tan solo ellos disimulaban en un juego
aparentemente inocente, lo que si me atrevo a especular es que a veces los
mayores secretos son aquellos que no saben verlos teniéndolos delante con el
aspecto de un juego de entretenimiento.
La noche transcurría lentamente
entre sonidos del aire susurrando entre las palmeras, me sentía inquieto, mi
estomago ronroneaba como si tuviera un gato encolerizado metido entre las
tripas, me sentía tan agotado que no podía conciliar el sueño y pensaba de mi
malestar era consecuencia de hambre insatisfecha por lo que volví mi mirada a
los tunos con sus dulces aromas. Sonreía al recordar una cantinela con que los
viejos entretenían a los niños para comer estos frutos, los niños expectantes
esperaban la ceremonia a modo de juego con sus caritas ansiosas por tan dulce
manjar, recuerdo que quien lo servía decía algo así: buenos días higos tunos,
aquí tengo mi navaja, te corto el pezón y el culo y en el centro te hago una
raja, entre risas y divertimento el fruto quedaba al descubierto haciendo las
delicias de quienes lo comían.
Apenas podía distinguir en la
oscuridad mis torpes maniobras para comerlos con ansiedad y gula, fueron horas
entretenido con la daga cortando, comiendo y disfrutando con la abundante cena, cuantos más comía más me hacían olvidar
sentirme tan abandonado, perdía los modales por no tener que dar cuentas a
cualquiera que me viera, mis manos y mi
túnica se fundían en un retorcer de zumo que ansiosamente acabé de dar cuenta
horas más tarde, un reguero de semillas y pieles maduras sembraban el lugar
donde apartado de miradas extrañas disfrutaba del banquete como un cerdo.
No recuerdo cuanto tiempo
transcurrió al quedarme profundamente dormido tirado en el suelo, entre sueños
notaba un intenso dolor de cabeza con el que combatía para que me dejara en
paz, notaba un calor enfermizo empapando de sudor mi cuerpo, éste permanecía
encogido en posición fetal con agudos pinchazos en mi barriga, por un momento
entre jadeos y sueños pensé si me había clavado la daga por el daño tan agudo
en mi vientre, desde la espalda hasta los pies sentía violentos calambres con
los que sentía que no sería capaz de mantenerme de pié cuando amaneciera,
luchaba por intentar dormir pero mi subconsciente me alentaba a despertar para
recuperar fuerzas y saber que me estaba ocurriendo, la garganta que quemaba con
fluidos de fuego, entre sueños sentía mis manos palpando buscando la razón de
la presión, fantaseaba aterrorizado de que fuera una soga en mi cuello a punto
de ahorcarme para expiar mis pecados en la tierra pero la verdad era simple y
distinta, líquidos de ácido brotaban desde mi dolorido estomago hasta la boca
tapándome las fosas nasales obligando a toser escupitajos hirvientes.
De rodillas y a cuatro patas intento
ponerme de pié para intentar alejarme por puro instinto de donde dormía hace un
rato, oigo un escandaloso burbujeo en mis entrañas preludio de una funesta digestión,
ahora soy consciente que los tunos y el queso rancio son una mala combinación
máxime si los tunos estaban tibios por el calor del sol, tengo que buscar un
lugar apartado donde poder aliviar mis tripas, pensaba entre estertores de
autentica fatiga, una serie de sonoros estampidos convertían mi culo en una
brasa candente con fétidos olores que cargaban el ambiente de la noche,
tropezaba y caía continuamente preso de la vergüenza de que alguien me
escuchara en un trance tan humillante, me sentía como un animal herido
corriendo entre la maleza para que nadie pudiera añadir con risas y burlas tan
asqueroso espectáculo, afortunadamente con mi túnica remangada y con las
piernas abiertas entre carreras mareantes descargué en la propia naturaleza tan
magníficos abonos naturales quedando extenuado por el esfuerzo de mi maltratado
cuerpo.
Los rayos del sol despuntaban en el
horizonte con suaves colores anaranjados y rojizos, el nuevo día empezaba a
despuntar y yo me encontraba tirado en el suelo con los sentidos abotagados por
el trajín de la noche anterior, poco a poco empecé a tomar conciencia de la
situación en la que me encontraba, sin fuerzas y con el sabor intenso a cloaca
producto de mi propio aliento y fétidos olores que me llegaban con la ligera
brisa vespertina, a mi alrededor parecía que una pelea de gallos hubieran
tenido feroz contienda entre los matorrales, ramas dispersas y rotas, tierra
revuelta y nubes de moscas verdes y gordas se daban un festín con los despojos
a medio digerir de mi propia cena, me miro espantado al ver mi ropa
completamente manchada de rojo carmesí, los tunos rojos desprenden un zumo de
un color intenso parecido a la sangre parduzca pero mi espanto acaba de
iniciarse con una pesadilla para la que no estaba preparado.
Varios hombres acompañados de los
perros que cuidan su ganado me señalan a una cierta distancia, les oigo gritar
diciendo que han encontrado el puñal y el rastro del loco, tapándose las
narices los veo señalándome con gritos de cólera y gestos amenazantes, ahí, ahí
está el asesino ¿asesino? ¿Habré oído bien? Miro alrededor para saber a quien
se refieren sin ser consciente de mi propio aspecto, empapado de costrones
sucios rojos parezco un matarife chapucero o un despojo de una cruenta guerra
de sangre. Levanto mis manos como muda señal de paz, imagino la ira de estos
hombres quizás al pensar que soy un asesino peligroso, unos a otros se animan
para darme caza blandiendo en el aire garrotes y palos recogidos de la maleza,
me temo que las intenciones de estas gentes es dar rienda suelta a sus
instintos para matarme sin preguntar, las mujeres que hasta ahora eran simples
testigos de los hechos emiten unos chillidos agudos emitidos por sus gargantas,
siento palpitar en mis sienes la presión de los nervios, el primer instinto
primigenio es poner tierra de por medio y emprender una veloz carrera en
dirección contraria a mis perseguidores, oigo tras de mí los feroces ladridos
de los perros arengados por los gritos de éstos hombres sedientos de venganza,
me pregunto qué clase de demencia nubla la razón de éstas gentes para cometer
un crimen sin tener motivo alguno, mientras corro miro por instantes por encima
de mi hombro satisfecho de ganar distancia, afortunadamente los perros son
pequeños y no se trata de una raza de presa por lo que contrariamente a la
pretensión de sus dueños se toman a juego tamaña algarabía cargada de insultos
y blasfemias hacia mi persona.
Jadeante y sudoroso descanso sin
perder de vista a la muchedumbre enfebrecida que parece han desistido de su
empeño por lincharme en tan frenética persecución, gran error pienso, al
instante oigo unos silbidos que cortan el aire, a distancia veo el movimiento
en circulo de los brazos de algunos pastores, preparan hondas buscando
nerviosos las piedras del camino, al instante siento sobre mi cabeza las
piedras impactando, en el suelo muy cerca de donde observo atónito noto los
agudos chasquidos al impactar contra el suelo fragmentándose en trocitos que me
alcanzan hiriéndome, nubes de piedras consiguen impactarme cuando intento huir
nuevamente, tirado en el suelo después de recibir varios impactos no me quedan
fuerzas para nuevos intentos, mientras me retuerzo de dolor cubriendo mi cabeza
les oigo en la distancia conversando sobre la escasa posibilidad de encontrarme
con vida, al instante todo se vuelve oscuro, ya no oigo a la plebe, mi cabeza
se llena de imágenes de pesadilla, voces que me hablan pausadamente para que
posteriormente recuerde lo que me intentan mostrar.
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