jueves, 7 de junio de 2012

CAPITULO XLII, Pescador de almas


   



           

           



             

                                                       CAPITULO XLII 

                                                      Pescador de almas

           







            Sumido en mis pensamientos no percibo la llegada de un jinete que se acerca a mi lado, con un gesto y un chasquido de su boca me indica que le siga, le acompaño a paso lento de la yegua en la que hace muchas horas me lleva como si supiera el camino a seguir, mis manos, las contemplo como si no me pertenecieran, quemadas y negras por tantas horas expuestas al implacable sol, Hizir me espera con gesto sombrío indicando a sus soldados que pueden retirarse, les indica unas últimas instrucciones que no distingo a oír con claridad, algo sobre un inminente ataque por mar de tropas cristiana, así lo asegura éste hombre acostumbrado a impartir la ley sin que nadie se atreva a rebatirle, en ocasiones he visto como mandaba ejecutar a más de un hombre sin que le temblara el pulso, según comentaba después de un acto tan despiadado era la única forma de mantener los preceptos de Mahoma y sus enseñanzas de justicia.

            Hoy cristiano se separan nuestros caminos, partiréis sin demora ésta noche hasta el puerto de Mahdia en una barca de pescadores, estoy seguro que vuestro destino si así lo queréis será la Ciudad Santa de Jerusalén, al oír esto he sentido un estremecimiento en todo mi cuerpo, oyendo las palabras de un pirata musulmán no puedo permanecer impasible por lo que significa en mi camino hacia Dios, nada en éste mundo me haría más feliz que conocer la tierra del Rey Jesucristo, evito hacerme la señal de la cruz en presencia de éste hombre del que tan solo puedo sentir agradecimiento por dejarme vivir.

            Las últimas palabras que dejó para mí tan sólo han causado desasosiego en mi cansado espíritu, he matado a seres humanos, he perdido a mi único amigo Serafín en una aventura que nunca fue la suya, dudo de mi fe cristiana y aún así creo que debo continuar camino por saber quien se ha preocupado por salvar mi vida. Hizir a modo de despedida me indica que en la vida todo depende de las señales que ella te muestre, no se trata del instinto humano por sobrevivir a sus propias desgracias, las señales son tangibles, tan solo hay que verlas con la visión del corazón y los sentidos alerta, no creáis ni por un momento en las casualidades, vuestra vida tiene un destino y estoy convencido sabréis encontrarlo en vuestro largo viaje. Nunca olvidaré esas frases, acostumbraba en mis momentos de soledad de dar sentido a las palabras de quienes me aconsejaban, por extraño que parezca no podía compartir la sed de venganza por imponer el poder de la religión en el ser humano, tan solo con el tiempo llegué a la conclusión que tan solo era una herramienta que caprichosamente manejaban los hombres poderosos en su propio beneficio sin excluir al poder eclesiástico cristiano que tanta sangre inocente había derramado en nombre de Dios, soy consciente en éstos escritos acrecentar el rechazo de quienes envenenan la cabeza con poderes terrenales y si estos escritos llegan a manos inapropiadas tendré la sentencia de muerte entre torturas atroces como he conocido en mi vida, me siento viejo y cansado, necesito volver a los caminos para sentirme afortunado entre tanta barbarie.

            Emprendimos camino a lomos de mulas con el amparo de las sombras de la noche, una ligera brisa despejaba mi mente sin tener certeza de lo que me esperaba en mi nuevo rumbo, la esperanza y la fe me habían abandonado sintiéndome cada vez más solo en mi propio mundo confuso, me acompañaba el fiel sirviente de Hizir del que poco sabia y del que tan solo en pocas ocasiones he oído hablar, un hombre taciturno y serio que no malgasta palabras si no es necesario, agradezco su silencio para poder disfrutar de un paisaje que se me antoja en ocasiones tan irreal como mi propia vida, es una sensación de sentirme perdido en tierras paganas dejadas de la mano de Dios lo que por otro lado admiro por la perseverancia de sus gentes, su hermandad ante las adversidades y su profunda religiosidad por su profeta Mahoma, por irónico que parezca me uno a sus oraciones rezando de rodillas junto a ellos quizás sea el nexo de unión con el que puedo sentirme unido al cielo en el que a veces miro distraído esperando quizás una señal divina que guíe mis pasos.

            Al alba llegamos al puerto cuando todavía el cielo estaba cubierto por una luz anaranjada con finos jirones de nubes, me viene a la cabeza nuevamente mi niñez cuando mi madre tejía en casa de los montones de vellones de lana sucia después de trasquilar a nuestras ovejas, olores a campo y esencias de animales de corral, me rio pues los compañeros de viaje también poseen ciertas esencias de perfumes tan naturales como los sudores que desprenden. Nuestro viaje por mar me traen recuerdos desagradables, los primeros días tan solo soy un fardo del que la burla y las chanzas con motivo de risas entre la media docena de hombres que compartimos la travesía, he tenido que aprender las artes de la pesca con redes para no ser un estorbo a bordo, pronto me gano la confianza de mis compañeros al demostrar con mi fuerza y mi empeño que puedo ganarme la frugal comida que compartimos, el viaje transcurre sin novedades, de vez en cuando hacemos un pequeño descanso en alguno de los puertos costeros con la finalidad de vender el pescado y trapichear a cambio de algunas monedas y comprar víveres, no he podido compartir estos hechos al indicarme que puede ser peligroso para mi integridad por lo que permanezco en la barca distraído dibujando paisajes, mapas y ciudades por las que siento admiración.

            Nuevamente me siento libre, disfruto con lo que me hace olvidar tantas desdichas, una sencilla pluma y tosco papel para reflejar lo que contemplo, hasta ahora no había comentado mi afición por el dibujo y la cartografía, es una labor que me agota y que paralelamente a mis escritos recojo por separado, quien sabe si tantos dibujos con detalles de mis pasos algún día volverán a ver la luz y si quien los vea pueda entender la complejidad de este mundo tan desconocido para mis cansados ojos.

            Llevamos varias semanas de navegación con mucha suerte en el arte de la pesca, a pesar del agotador trabajo mis compañeros ven con buenos ojos mi ayuda, incluso he oído hablar entre ellos que mi compañía les ha traído la abundancia de peces con la que llenamos la bodega, muchas veces me distraigo viendo en las orillas a mujeres completamente tapadas por velos ajetreadas transportando sobre sus cabezas enormes cestos con todo tipo de viandas, niños correteando con gritos y juegos propios de su edad ajenos a todo lo que sucede a su alrededor, me maravillan sus risas divertidas mientras corren descalzos con harapos o sencillamente desnudos, enormes tripas hinchadas manifiestan su pobre alimentación pero no sus ganas de vivir.

            En tantas semanas de navegación con paradas en diferentes puertos hemos comprobado los estragos de la guerra y la piratería, nos hemos cruzado con otros navíos de diferente porte y tamaño, unos dedicados a la pesca como nosotros y otros claramente al transporte por mar de soldados y armamento de todo tipo, una mañana muy temprano vimos como se nos acercaba un galeón, su bandera de nacionalidad portuguesa era una de muchas de diferentes países que controlaban estas aguas para transporte, negocios de todo tipo o simplemente estaban al mando de algún poderoso rey que intentaba proteger sus intereses por la fuerza de la conquista, una salva de sus cañones acompasado de una lengua de humo blanquecino nos avisa que arriemos las velas para el abordaje, un chorro de agua a varios metros de distancia de nuestra barca nos advierte de la seriedad del aviso.

            Nerviosos mis compañeros hablan apresuradamente entre sí correteando por el poco espacio que disponemos a bordo, uno de ellos al que conozco como Hammed al que apodan el canijo se ha quedado blanco a pesar de ser negro como el carbón, al rato de corretear entre maromas, cestas y bártulos reparan en mi presencia mirándome muy serios, me dicen que no me preocupe y que permanezca en silencio, no me queda más remedio que reírme ya que pensaban que no les entendía y por ello tenía un carácter tan reservado y silencioso, tan solo se trata de una inspección de rutina, no es la primera vez que los detienen en previsión de revisar la carga por el contrabando de armas o simplemente por obtener algún beneficio por la imposición de la fuerza, todos en este mar esperan algún tipo de recompensa de quienes tan solo viven del trabajo de sus manos, bien es sabido un refrán popular que decía algo así como en rio revuelto, ganancia de pescadores.

            Me imponen sus uniformes engalanados de honradez y honorabilidad, sus gestos adustos, gallardos, henchidos como pavos reales en un corral de gallinas, al abordarnos nos piden la documentación de cada uno de los tripulantes, el dueño de la barca junto a su hijo se esmeran en entregar la documentación que acredita el permiso para poder surcar estos mares, un momento después siento una mirada clavarse sobre mí, no me atrevo a levantar la mirada sintiéndome la presa de estos codiciosos portugueses.

            Quien es ese hombre, no parece un pescador interpela el soldado que no suelta la empuñadura de su espada que cuelga de la cintura, no tiene documentación y por su corpulencia más parece un luchador turco. Recuerdo haber presenciado cuando estaba prisionero éste deporte en el campamento, hombres que tan solo se tapaban sus vergüenzas con una tela de gruesa loneta, se ceñían amplios cinturones de cuero y se untaban el cuerpo de grasas y aceites con la finalidad en que el cuerpo a cuerpo con el adversario dificultara el poder tumbarlo contra el suelo, ciertamente me llamó la atención de la enorme estatura de aquellos toscos hombres y no me extrañaba me confundieran con un luchador, a pesar de mi exigua alimentación el aire libre y el continuo ejercicio me mantenían en forma, absorto por el miedo no reparé en que Abdul, el dueño de la barca sujetara por el brazo al soldado llevándolo aparte para confesarle de mi procedencia, notaba como el sudor caía por mi espalda evidenciando el terror por sentirme preso nuevamente en otro barco.

            Pasado un rato y para mi sorpresa oigo unas carcajadas con las que todos los que estaban conmigo comparten mirándome, no dejo de asombrarme cuando le entregan al soldado un saquito de piel con monedas que el codicioso soldado no tarda en hacer desaparecer rápidamente en su faldriquera, veo que Abdul resopla en silencio colorado como un tomate maduro y se dirige a mí para sentarse y tomar aliento. Sé que sois alguien importante y por ello le confieso que vuestro jornal por ayudarnos en la faena de la pesca lo habéis perdido a cambio de vuestra libertad, considerad saldada mi deuda con usted, mañana temprano llegaremos a nuestro destino y seguiréis vuestro viaje.

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