CAPITULO
XLII
Pescador
de almas
Sumido en mis pensamientos no
percibo la llegada de un jinete que se acerca a mi lado, con un gesto y un
chasquido de su boca me indica que le siga, le acompaño a paso lento de la
yegua en la que hace muchas horas me lleva como si supiera el camino a seguir, mis
manos, las contemplo como si no me pertenecieran, quemadas y negras por tantas
horas expuestas al implacable sol, Hizir me espera con gesto sombrío indicando
a sus soldados que pueden retirarse, les indica unas últimas instrucciones que
no distingo a oír con claridad, algo sobre un inminente ataque por mar de
tropas cristiana, así lo asegura éste hombre acostumbrado a impartir la ley sin
que nadie se atreva a rebatirle, en ocasiones he visto como mandaba ejecutar a
más de un hombre sin que le temblara el pulso, según comentaba después de un
acto tan despiadado era la única forma de mantener los preceptos de Mahoma y
sus enseñanzas de justicia.
Hoy cristiano se separan nuestros
caminos, partiréis sin demora ésta noche hasta el puerto de Mahdia en una barca
de pescadores, estoy seguro que vuestro destino si así lo queréis será la Ciudad
Santa de Jerusalén, al oír esto he sentido un estremecimiento en todo mi
cuerpo, oyendo las palabras de un pirata musulmán no puedo permanecer impasible
por lo que significa en mi camino hacia Dios, nada en éste mundo me haría más
feliz que conocer la tierra del Rey Jesucristo, evito hacerme la señal de la
cruz en presencia de éste hombre del que tan solo puedo sentir agradecimiento
por dejarme vivir.
Las últimas palabras que dejó para
mí tan sólo han causado desasosiego en mi cansado espíritu, he matado a seres
humanos, he perdido a mi único amigo Serafín en una aventura que nunca fue la
suya, dudo de mi fe cristiana y aún así creo que debo continuar camino por
saber quien se ha preocupado por salvar mi vida. Hizir a modo de despedida me
indica que en la vida todo depende de las señales que ella te muestre, no se
trata del instinto humano por sobrevivir a sus propias desgracias, las señales
son tangibles, tan solo hay que verlas con la visión del corazón y los sentidos
alerta, no creáis ni por un momento en las casualidades, vuestra vida tiene un destino
y estoy convencido sabréis encontrarlo en vuestro largo viaje. Nunca olvidaré
esas frases, acostumbraba en mis momentos de soledad de dar sentido a las
palabras de quienes me aconsejaban, por extraño que parezca no podía compartir
la sed de venganza por imponer el poder de la religión en el ser humano, tan
solo con el tiempo llegué a la conclusión que tan solo era una herramienta que
caprichosamente manejaban los hombres poderosos en su propio beneficio sin
excluir al poder eclesiástico cristiano que tanta sangre inocente había
derramado en nombre de Dios, soy consciente en éstos escritos acrecentar el
rechazo de quienes envenenan la cabeza con poderes terrenales y si estos
escritos llegan a manos inapropiadas tendré la sentencia de muerte entre torturas
atroces como he conocido en mi vida, me siento viejo y cansado, necesito volver
a los caminos para sentirme afortunado entre tanta barbarie.
Emprendimos camino a lomos de mulas
con el amparo de las sombras de la noche, una ligera brisa despejaba mi mente
sin tener certeza de lo que me esperaba en mi nuevo rumbo, la esperanza y la fe
me habían abandonado sintiéndome cada vez más solo en mi propio mundo confuso,
me acompañaba el fiel sirviente de Hizir del que poco sabia y del que tan solo
en pocas ocasiones he oído hablar, un hombre taciturno y serio que no malgasta
palabras si no es necesario, agradezco su silencio para poder disfrutar de un
paisaje que se me antoja en ocasiones tan irreal como mi propia vida, es una
sensación de sentirme perdido en tierras paganas dejadas de la mano de Dios lo
que por otro lado admiro por la perseverancia de sus gentes, su hermandad ante
las adversidades y su profunda religiosidad por su profeta Mahoma, por irónico
que parezca me uno a sus oraciones rezando de rodillas junto a ellos quizás sea
el nexo de unión con el que puedo sentirme unido al cielo en el que a veces
miro distraído esperando quizás una señal divina que guíe mis pasos.
Al alba llegamos al puerto cuando
todavía el cielo estaba cubierto por una luz anaranjada con finos jirones de
nubes, me viene a la cabeza nuevamente mi niñez cuando mi madre tejía en casa
de los montones de vellones de lana sucia después de trasquilar a nuestras
ovejas, olores a campo y esencias de animales de corral, me rio pues los compañeros
de viaje también poseen ciertas esencias de perfumes tan naturales como los
sudores que desprenden. Nuestro viaje por mar me traen recuerdos desagradables,
los primeros días tan solo soy un fardo del que la burla y las chanzas con
motivo de risas entre la media docena de hombres que compartimos la travesía,
he tenido que aprender las artes de la pesca con redes para no ser un estorbo a
bordo, pronto me gano la confianza de mis compañeros al demostrar con mi fuerza
y mi empeño que puedo ganarme la frugal comida que compartimos, el viaje
transcurre sin novedades, de vez en cuando hacemos un pequeño descanso en
alguno de los puertos costeros con la finalidad de vender el pescado y
trapichear a cambio de algunas monedas y comprar víveres, no he podido compartir
estos hechos al indicarme que puede ser peligroso para mi integridad por lo que
permanezco en la barca distraído dibujando paisajes, mapas y ciudades por las
que siento admiración.
Nuevamente me siento libre, disfruto
con lo que me hace olvidar tantas desdichas, una sencilla pluma y tosco papel
para reflejar lo que contemplo, hasta ahora no había comentado mi afición por
el dibujo y la cartografía, es una labor que me agota y que paralelamente a mis
escritos recojo por separado, quien sabe si tantos dibujos con detalles de mis
pasos algún día volverán a ver la luz y si quien los vea pueda entender la
complejidad de este mundo tan desconocido para mis cansados ojos.
Llevamos varias semanas de
navegación con mucha suerte en el arte de la pesca, a pesar del agotador
trabajo mis compañeros ven con buenos ojos mi ayuda, incluso he oído hablar
entre ellos que mi compañía les ha traído la abundancia de peces con la que
llenamos la bodega, muchas veces me distraigo viendo en las orillas a mujeres
completamente tapadas por velos ajetreadas transportando sobre sus cabezas
enormes cestos con todo tipo de viandas, niños correteando con gritos y juegos
propios de su edad ajenos a todo lo que sucede a su alrededor, me maravillan
sus risas divertidas mientras corren descalzos con harapos o sencillamente
desnudos, enormes tripas hinchadas manifiestan su pobre alimentación pero no
sus ganas de vivir.
En tantas semanas de navegación con
paradas en diferentes puertos hemos comprobado los estragos de la guerra y la
piratería, nos hemos cruzado con otros navíos de diferente porte y tamaño, unos
dedicados a la pesca como nosotros y otros claramente al transporte por mar de
soldados y armamento de todo tipo, una mañana muy temprano vimos como se nos
acercaba un galeón, su bandera de nacionalidad portuguesa era una de muchas de
diferentes países que controlaban estas aguas para transporte, negocios de todo
tipo o simplemente estaban al mando de algún poderoso rey que intentaba
proteger sus intereses por la fuerza de la conquista, una salva de sus cañones
acompasado de una lengua de humo blanquecino nos avisa que arriemos las velas
para el abordaje, un chorro de agua a varios metros de distancia de nuestra
barca nos advierte de la seriedad del aviso.
Nerviosos mis compañeros hablan
apresuradamente entre sí correteando por el poco espacio que disponemos a
bordo, uno de ellos al que conozco como Hammed al que apodan el canijo se ha
quedado blanco a pesar de ser negro como el carbón, al rato de corretear entre
maromas, cestas y bártulos reparan en mi presencia mirándome muy serios, me
dicen que no me preocupe y que permanezca en silencio, no me queda más remedio
que reírme ya que pensaban que no les entendía y por ello tenía un carácter tan
reservado y silencioso, tan solo se trata de una inspección de rutina, no es la
primera vez que los detienen en previsión de revisar la carga por el
contrabando de armas o simplemente por obtener algún beneficio por la
imposición de la fuerza, todos en este mar esperan algún tipo de recompensa de
quienes tan solo viven del trabajo de sus manos, bien es sabido un refrán
popular que decía algo así como en rio revuelto, ganancia de pescadores.
Me imponen sus uniformes engalanados
de honradez y honorabilidad, sus gestos adustos, gallardos, henchidos como
pavos reales en un corral de gallinas, al abordarnos nos piden la documentación
de cada uno de los tripulantes, el dueño de la barca junto a su hijo se esmeran
en entregar la documentación que acredita el permiso para poder surcar estos
mares, un momento después siento una mirada clavarse sobre mí, no me atrevo a
levantar la mirada sintiéndome la presa de estos codiciosos portugueses.
Quien es ese hombre, no parece un
pescador interpela el soldado que no suelta la empuñadura de su espada que
cuelga de la cintura, no tiene documentación y por su corpulencia más parece un
luchador turco. Recuerdo haber presenciado cuando estaba prisionero éste
deporte en el campamento, hombres que tan solo se tapaban sus vergüenzas con
una tela de gruesa loneta, se ceñían amplios cinturones de cuero y se untaban
el cuerpo de grasas y aceites con la finalidad en que el cuerpo a cuerpo con el
adversario dificultara el poder tumbarlo contra el suelo, ciertamente me llamó la
atención de la enorme estatura de aquellos toscos hombres y no me extrañaba me
confundieran con un luchador, a pesar de mi exigua alimentación el aire libre y
el continuo ejercicio me mantenían en forma, absorto por el miedo no reparé en
que Abdul, el dueño de la barca sujetara por el brazo al soldado llevándolo
aparte para confesarle de mi procedencia, notaba como el sudor caía por mi
espalda evidenciando el terror por sentirme preso nuevamente en otro barco.
Pasado un rato y para mi sorpresa
oigo unas carcajadas con las que todos los que estaban conmigo comparten
mirándome, no dejo de asombrarme cuando le entregan al soldado un saquito de
piel con monedas que el codicioso soldado no tarda en hacer desaparecer
rápidamente en su faldriquera, veo que Abdul resopla en silencio colorado como
un tomate maduro y se dirige a mí para sentarse y tomar aliento. Sé que sois
alguien importante y por ello le confieso que vuestro jornal por ayudarnos en
la faena de la pesca lo habéis perdido a cambio de vuestra libertad, considerad
saldada mi deuda con usted, mañana temprano llegaremos a nuestro destino y
seguiréis vuestro viaje.
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