viernes, 29 de julio de 2011

CAPITULO XXV, Gran Canaria, Tamarant.

                                              CAPITULO XXV

                                       Gran Canaria, Tamarant.









Empiezo a entender las ausencias en Sevilla de mi joven amigo, como me encontraba con tanta facilidad en mis paseos y visitas por la ciudad, ciertamente no creo sepa de mi vida oculta ni de mis preocupaciones, temo al pensar si habrá alguien que no conozco con posibles sospechas en mis movimientos al que este oscuro sirviente de La Santa Sede puede haberle pagado o extorsionado a cambio de información, no hay vuelta atrás, muchas leguas de distancia dejarán borrar mi vida para comenzar otra distinta, no puedo reprocharle a mi joven compañero el haberse cruzado en su camino tan sombrío personaje y puedo entender cómo se puede coaccionar a un niño tal y como yo lo sufrí aquel tenebroso día que aún con el tiempo no he conseguido olvidar, no puedo dejarme arrastrar por los recuerdos, hoy se presenta un esplendido sol y una brisa con húmedos aromas procedentes de un horizonte de nubes, quizás me equivoque pero presiento la cercanía de una tormenta en la lejanía, no pasa mucho tiempo en mis cavilaciones cuando un pitido de silbato pone a la tripulación marinera en alerta por las ráfagas de viento que acaban inesperadamente por agitar las velas del navío, correr de marinos por cubierta y repliegue de las velas principales, el mar comienza a ponerse bravío con el brusco subir y bajar entre olas que parecen latigazos contra el casco, nos avisan del peligro ante la tormenta que no tarda en dar los primeros inicios de pesadilla con una fina lluvia convertida al momento en diluvio bíblico, el cielo se cierra en oscuridad y tinieblas tan solo somos un juguete para esta manifestación del poder de Nuestro Señor, el pánico es visible para todo el pasaje de este barco, las olas barren la cubierta arrastrando cubos, cajas y todo tipo de utensilios, entre tanta confusión encuentro unas cuerdas de las que me ato por la cintura al primer sitio firme que me encuentro, veo el miedo reflejado en imágenes de pesadilla, no estoy soñando, tiemblo de frio con solo pensar que este barco sea la caja mortuoria enterrada en la profundidad de un mar que ha pasado de un azul brillante al negro más sombrío, me dejo llevar en un estado semiinconsciente, me siento agotado física y mentalmente, intento con los ojos cerrados implorar a Dios en mis ruegos y oraciones sintiéndome como un muñeco en brazos de tanta furia, no recuerdo cuanto duró el tormento, desperté hecho un ovillo con el cuerpo dolorido y empapado, una marca morada delataba por el dolor causante en mi cintura la garra de una cuerda que me había mantenido sujeto como un fardo e inmóvil a la madera.

Antes de recobrarme del susto ya empezaban las inspecciones de los marineros por orden del capitán tanto por saber el estado de los viajeros como los destrozos ocasionados en el barco, gracias a Dios no hubo muertes ni desapariciones, tan solo un herido grave al quebrársele la pierna con un barril suelto, el resto de los tripulantes con golpes de todo tipo sin mayor gravedad, nada que no se pudiera arreglar con emplastos o sujetar con vendas algún miembro dislocado, por otro lado la situación si se había puesto complicada en nuestra maltrecha comida, habíamos perdido el pescado en salazón, gallinas muertas por ahogamiento y una vaca desangrada por una gruesa astilla de madera clavada en su barriga, el resto de víveres poco aprovechable la mitad podrida y los pocos sacos de grano que estaban secos tenían insectos de todo tipo.

Amanecía otro nuevo día con el sol tibio asomando el horizonte cuando nos pareció oír chillidos de aves, gaviotas, si, eran gaviotas y al poco el vigía en su mástil gritaba enloquecido de alegría, tierra, tierra a la vista, a lo lejos divisábamos a pesar de nuestros enrojecidos ojos unos picos montañosos que sobresalían tierra adentro en una isla del mar Atlántico con unos acantilados amurallados y costas salpicadas de blanca espuma rompiendo impetuosas contra las negras piedras de sus orillas, se podían distinguir varios colores en sus aguas, desde los azules con todos sus matices hasta los tonos verdes como piedras preciosas, oigo comentar al capitán que nos encontramos en la península de La Isleta en la Isla de Gran Canaria, los grumetes lanzaban cubos atados con cuerdas para averiguar la profundidad y evitar el embarrancar la nave, era sabido según oía lo traicionero de sus corrientes. Las maniobras de acercamiento han durado hasta bien entrada la tarde anclando el navío a una cierta distancia de un muelle que no se distingue a pesar del nerviosismo por distinguirlo, esta va ser nuestra primera parada antes de emprender rumbo hacia América, el capitán nos avisa de la proximidad de barcazas que nos trasladarán a tierra firme, la nave necesita reparaciones y cargar con nuevas provisiones, esperaremos varios días hasta volver a embarcar, A lo lejos se oye el replicar de una campana desde tierra adentro, la llegada del navío es motivo para los moradores de esta isla de novedades desde España.

Después de tantos sufrimientos no he podido evitar el caer arrodillado al pisar la fina arena de esta costa, doy gracias a Dios por habernos traído hasta aquí, el aire llena mis pulmones de extrañas fragancias de tierra húmeda con un sol brillante que me llena de nuevas ilusiones, hemos arribado a la isla de Gran Canaria, una de las que componen el archipiélago Atlántico norteafricano, se compone de siete islas, Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro además de Gran Canaria, Lanzarote, Fuerteventura y seis islotes,  Graciosa, Alegranza, Montaña Clara, Lobos, Roque del Este y Roque del Oeste. Después de un rato de natural sorpresa me veo absorto en devorar con la vista todo lo que contemplo, lo que para otros no tiene ningún valor en riquezas a mi me produce una calma difícil de explicar, sentir mi alma saciada por el simple aire que respiro, una energía invisible se apodera de mi fluyendo desde mis pies hasta mi cabeza dándome a entender que recuerde, que busque en mi memoria el saber con certeza el haber vivido ya esta situación y haber visto esta tierra, no puedo explicarlo con simples palabras pero hay algo que me hace sentir una felicidad que creía olvidada, pasado un momento siento el brazo de mi compañero y amigo Serafín cubrirme los hombros, su sonrisa delata su propia paz espiritual, puede ser la tranquilidad de pisar tierra firme o quizás pueda ser un cúmulo de sensaciones, no lo sé, egoístamente guardo para mi esta sensación y sin darme cuenta al volver a la realidad noto dejar caer entre mis dedos un puñado de fina arena rubia deslizarse entre mis dedos como si el tiempo se hubiera detenido en un invisible reloj de arena, Serafín, tan callado hace unos días hoy con lagrimas en sus ojos me deja una frase que me ha dado por pensar durante gran parte de mi vida “ ¿ usted cree como yo merecedores de tanta felicidad? “. Difícil contestación con nuestro equipaje de recuerdos pasados, solo Dios nos daría las respuestas.

Caminamos por senderos de árido paisaje, las piedras del camino nos hieren los pies al caminar con sus aristas afiladas, parecen derretidas por el fuego de volcanes ancestrales en tonos del negro al rojizo oscuro, la vegetación es exigua con matorrales de poca altura y en algunos casos con espinas y púas afiladas como pequeñas lanzas, grandes lagartos sisean en rápidas carreras entre piedras y grietas, otros en cambio parecen disfrutar del calor en este paisaje tan desértico, grandes carretas nos esperan para llevarnos hasta un barrio marinero creado por la necesidad de proveer el sustento a sus habitantes con la abundante pesca de sus costas, una pequeña aldea nos acoge con pequeñas casas de una sola planta de blanco encalado en un contraste con el color de una tierra que parece estar ennegrecida por el fuego de un herrero.

Sus calles estrechas conservan una paz quizás producto del calor de la tarde, niños que corretean de un lado a otro y hombres y mujeres de piel tostada se dedican a diferentes ocupaciones en las puertas de sus hogares buscando la sombra o simplemente descansando, me llama la atención las sonrisas que nos dedican al pasar, incluso no hay quien no nos haya saludado con notables muestras de curiosidad y respeto, Serafín y yo caminamos distraídos hasta que una anciana nos muestra su sonrisa sin dientes y tomándonos de la mano nos lleva hasta su casa, nos dice que la acompañemos, ante nuestra sorpresa entramos a una casa con un gran patio central donde cuelgan de sus paredes grandes helechos y otras plantas que le dan a la estancia un frescor ya casi desconocido, les doy la bienvenida a mi humilde casa, no tengo grandes comodidades pero siempre hay un lugar de descanso para viajeros como vosotros seguidores de la doctrina cristiana, tanto Serafín como yo nos mirábamos perplejos sin saber que responder, doña Paquita, esta anciana incansable no dejaba de moverse inquieta por las estancias de la casa para traernos agua fresca y frutas en una bandeja trenzada de tallos de palma, no tenéis buena cara, descansad, pronto regresarán mi esposo y mis hijos que salieron antes de amanecer para pescar, Serafín como no, le cuenta a la anciana señora de las maravillas de la sociedad Sevillana de los progresos que allí acontecen y de la vida de tantas personas con las que hemos tenido estrechas relaciones de amistad y afecto, Paquita le escucha con un interés alelado mientras retuerce entre sus manos un manchado delantal que ata de su cintura, sus manos hinchadas muestran cortes e hinchazones de una vida azarosa, nos cuenta que es madre de siete hijos varones de edades que van desde los doce años hasta mozos de edad casadera, en una de las pausas se dirige a mi preguntándome si me siento incomodo pues no me ha oído hablar aún, solo puedo dedicarle una sonrisa y el resto se lo cuenta mi joven compañero a lo que Paquita manifiesta su pena por mi persona, poco después conocemos a Gregorito, el marido de esta singular señora, le ayudamos con una pesada carretilla de madera en la que trae pescado para vender en la placita de este barrio o para cambiar por otro tipo de alimentos propios del campo.








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