viernes, 8 de julio de 2011

CAPITULO XXII, Un barco, una esperanza.

                                           CAPITULO XXII

                                     Un barco, una esperanza









Transcurren las jornadas en incesante monotonía con los trabajos que tenemos asignados en mantener ocupadas nuestras vidas, ha crecido mi afición por tratar de enseñar a través de los gestos los detalles importantes para ser buenos cristianos a los niños de esta escuela universidad, del hermano Serafín poco he sabido, dado su carácter y su jovialidad no descansa por mucho tiempo en el mismo sitio, es frecuente verlo callejeando por las calles de Sevilla bien realizando recados para los hermanos como en otros menesteres de cuidar y sanar enfermos, lo que sí me ha llamado la atención después de confesarle mi intención de emprender un nuevo rumbo ha cambiado su forma de comportarse conmigo, quizás le juzgue sin tener una razón para ello pero me da la impresión que algo le preocupa, evita mirarme directamente a los ojos cuando me habla con un semblante que muestra evidentes signos de preocupación, seguramente mis sospechas están justificadas por las dudas en nuestra decisión y las sorpresas de un viaje que ya está confirmado para realizarlo dentro de una semana, el estomago es una mezcla de carencia de apetito y los nervios de los preparativos por zarpar cuanto antes. La víspera de nuestra partida se inicia con una magna misa en la capilla de nuestro colegio después de un largo y sedante baño en el que evoco con una sonrisa mi recuerdo de un gran amigo en Cádiz con el que compartí el beneficio de purificar el corazón y limpiar el cuerpo, me siento relajado, en paz y armonía con la madre naturaleza, un nuevo hábito de áspera loneta nueva se adapta a mi cuerpo con una cruz colgando de mi cintura recordándome una vez más la fragilidad de la vida, un secreto junto con la oscuridad de mi cabeza tan peligroso como hacerme abrazar la muerte en el caso de poder confesar ante La Santa Orden su misterioso origen y todo lo que envuelve su inexplicable significado.

No me gustan las despedidas por lo que he redactado varias cartas dirigidas a todas aquellas personas que son especiales para mi, prefiero dejar recuerdos en papel para evitar los reproches de tan precipitada decisión, los hechos para bien o para mal solo los podrá juzgar Nuestro Dios y si hubieran causado algún dolor en el prójimo él será quien nos imponga el castigo a través del tiempo, de vital importancia ha sido una carta lacrada con instrucciones precisas a un viejo conocido,  el prior de la abadía padre Simón o en el caso de no estar presente la persona que lo sustituya, en dicha carta dejo instrucciones precisas de cómo encontrar los manuscritos escondidos en la biblioteca de este colegio universidad, la única condición para entregar dicha carta es que no retorne a España en un plazo no inferior a dos años o en su defecto no tener noticias de que aún  vivo, doy fe de lo manifestado en esta carta ante un notario de la casa de contratación que por el pago de un dispendio económico fruto de pequeñas dádivas entrego para este menester, para mí, significa una renuncia a mi pasado y si alguien en el futuro llega a entender los tormentos y vivencias por las que tanto he sufrido para completar con las que estoy escribiendo y buscar una explicación que le dé significado.

La noche anterior al embarque ha transcurrido entre risas y chanzas alegres de cordial camaradería, nos une como hermanos en el culto a Nuestro Creador con el sacrificio de entregar nuestras vidas en beneficio de los más necesitados, ha sido una celebración de despedida con el sacrificio de un lechón preparado en horno de leña, abundante fruta y grandes elogios por nuestra labor jesuita, partiremos de madrugada con los pocos enseres que poseemos, apenas la ropa que llevamos puesta, una frazada con la que acomodar un catre y yo por supuesto un morral con hierbas medicinales y mis bártulos de escritura, no necesito otros bienes por tener un corazón henchido de esperanzas y la congoja por los grandes amigos que aquí he dejado.

Noche cerrada en Sevilla cuando nos encaminamos Serafín y yo por las silenciosas calles con dirección al puerto, al paso se nos cruzan algunos perros esqueléticos con miradas lánguidas de pena tanto en grupos como solos, sus rabos metidos entre las patas muestran el miedo a una posible patada en sus costillas por la desconfianza de los viandantes, pobres animales victimas al igual que la mayor parte de sus moradores de la miseria y el hambre que azota a sus habitantes que pagan con violencia sus propias frustraciones, a medida que nos vamos acercando al muelle ya vemos el ajetreo alrededor de un galeón allí varado, se me antoja como una enorme ballena como las que he visto en tantas ilustraciones en libros antiguos, admiro tan grande invención del ser humano capaz de tamaño prodigio e ingenio, vuelvo a mirar de reojo a mi compañero de viaje con la inquietud de tan prolongado silencio, su cabeza se mantiene gacha y a pesar de la capucha que lo cubre intuyo de la preocupación en sus propias cavilaciones.             

No recuerdo a ciencia cierta la fecha de la partida, si recuerdo la bondad del clima, un calor pegajoso musa de cantos de cigarras y grillos por los caminos, oigo a otros pasajeros de lo oportuno de la travesía por el aprovechamiento del gran caudal de agua que lleva el Guadalquivir, era conocido que los buques de gran calado arriesgaban la posibilidad de quedar embarrancados por la gran cantidad de gentes y mercaderías que transportaban en sus bodegas, hasta ahora no me había planteado que sensaciones van a causar esta primera vez que subo a una nao flotando en el agua, recuerdo episodios de mi niñez cuando distraído dejaba palos y ramas en el riachuelo cerca de mi casa para ver como se los llevaba la corriente incesante de agua hasta perderlos de vista en vaivenes caprichosos de loco navegar, pero no es el momento para divagar, una larga pasarela de listones de madera nos invitan en un flujo incesante de gentes a subir hasta su cubierta, miro a lo alto y veo un enorme castillo de madera con mástiles de velas recogidas que me causan dolores en el cuello, ya no hay tiempo para contemplaciones y subimos en apretada columna hasta su cubierta. Un monocorde sonido me mantiene alerta, el chapoteo del agua golpeando el casco del barco, mientras apoyado en una baranda veo una Sevilla en tinieblas, a veces la luna se asoma dando la claridad de espectro a una urbe con tantas almas silenciosas tan diferente al amanecer de su sol resplandeciente, un ligero subir y bajar de esta enorme mole me hace ser consciente de mi alrededor, hemos buscado un rincón apartado para poder establecer nuestro acomodo, no hay un lugar especifico para cada pasajero y cada uno tiene que buscar su lugar de descanso, me distrae el contemplar de las gentes que se embarcan con nosotros notando diferentes aspectos de sus costumbres y habilidades, nobles de ricos ropajes con esclavos que portan enormes baúles de madera tallada, grupos de comerciantes en una incesante cháchara de proyectos de compras y ventas, ganaderos y agricultores con huellas en sus manos y caras del rigor de los cambios de clima expuestos en los campos, soldados de triste mirada, frailes de diferentes órdenes religiosas, funcionarios, colonos  y curiosamente un hombre cargado de espalda con un parche que cubre uno de sus ojos, días después me contó de la pérdida de un ojo por culpa de una esquirla de piedra mientras tallaba una escultura para el obispo de Sevilla, un alguacil, un letrado, carpinteros, toneleros, marineros y grumetes, el contramaestre y el capitán junto a una treintena de hombres componen la tripulación de esta nave con un centenar de viajeros como yo expectantes de todo el trajín de sus maniobras, veo conversar a Serafín con el capitán de la nave mientras grita órdenes a sus marineros que presurosos corren como ratones emprendiendo diferentes acciones e incluso trepando con agilidad por las cuerdas y traviesas de los altos mástiles y velas, al rato Serafín me comenta de una escala de repostaje en las Islas Canarias también conocidas como las Afortunadas por las bondades de su clima, sus fértiles tierras y sus acogedores habitantes.

En estas Islas embarcarán los esclavos capturados de las costas africanas procedentes en su mayor parte de Guinea, los portugueses son los que tienen el monopolio de venta y trueque de esclavos siendo este uno de los principales negocios para su traslado y venta en América, el itinerario será el mismo que utilizó Cristóbal Colón en sus primeros viajes, en la popa el llamado castillo donde se esconde el timón de la nave y sirve para guardar el equipaje de los viajeros, el toldillo donde se sitúa el capitán al mando, la cubierta donde nos encontramos, la bodega bajo la cubierta con rejas de hierro habilitadas para la ventilación de los esclavos que allí se confinan en una hilera de cadenas y cepos que impidan sus movimientos, por último los almacenes de despensa de alimentos y las jaulas con animales de corral, toneles de sal para conservar los alimentos y diferentes habitáculos para todos los utensilios de la vida en alta mar, los laterales de la nave disponen de trampillas que pueden dejar al descubierto ventanillas por las que asoman en caso de peligro los pesados cañones de defensa ante ataques piratas, los más conocidos en aguas del atlántico son los sanguinarios turcos, conocidos por episodios de sangre y muerte con el único afán de robar las riquezas que por estos mares surcan los navíos.

Desinquieto por estos comentarios largamos amarras en un torbellino incesante de gritos maniobras, ordenes y zafarrancho por la cubierta para la maniobra de salida, distingo otras barcazas por delante y en los lados del galeón encargados de guiar por este sinuoso rio el mejor camino y de mayor profundidad de calado, un suave balanceo por sus aguas nos mece como una cuna en un siseo de agua y crujir de maderas y tablas, no dejo de mirar las orillas como se van alejando en la penumbra de la oscuridad a medida de un avanzar cadencioso y lento por sus turbias aguas, atrás dejamos Sevilla con la despedida de una brisa que me despeja la cabeza en sus recuerdos.




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