jueves, 21 de julio de 2011

CAPITULO XXIV, Secretos desde la otra vida.

                                                CAPITULO XXIV

                                          Secretos desde la otra vida     









En mi vida como sanador de almas he compartido momentos de sincero asombro por las diferentes costumbres de los hombres ante el temor a la enfermedad y a la muerte, en ocasiones ven en mi la presencia de un discípulo de Dios para escuchar sus sabias palabras para conducirles al cielo eterno y unas manos que les puedan rescatar del purgatorio de sus vidas en esta tierra de pecados e ignorancia, recuerdo uno de mis viajes por tierras de la provincia de Cáceres un caso en el que me costó entender debido a mi inexperiencia por buscar una solución tan simple como la observación de los hechos.

 Me encontraba de camino en esta ciudad cuando fui llamado por la esposa de un conocido ganadero de la comarca, al acercarme a su casa me acompañaron hasta la cocina de la hacienda donde me encuentro a su marido acostado e inerte sobre una larga mesa, así está desde ayer me confiesa su mujer de nombre Petra, al no saber de su dolencia y con el temor si vive o está muerto aquí permanece con nosotros, comían y bebían en la misma mesa donde descansaba el cuerpo esperando tener la certeza de su muerte, extraño caso, su pulso era muy débil, apenas perceptible pero no estaba realmente muerto, le indiqué a Petra que me dejara un plato de metal para acercarlo a su boca entreabierta, algo si se empañaba con su aliento, pero…¿entonces?  ¿que causaba el estado de falsa muerte?, sentado en la cocina no dejaba de observarlo y quedarme sin saber de la solución hasta después de haber hablado largamente con su esposa afligida pude sospechar de algo anómalo en sus costumbres. Suele suceder que, cuando estamos con alguien que nos escucha llega un momento de comentar cosas triviales sin importancia.

Ahora que las cosas mejoraban, me confiesa Petra, mi marido pobrecito bebía con cierta frecuencia, por ello le regalé un juego de vasos de metal para celebrar la venta de una de nuestras vacas en el mercado, no terminó de beber el contenido de vino cuando cayó fulminado en el suelo hasta hoy que así continúa, si usted padre no ve la solución médica quizás sea el momento de administrarle los santos sacramentos para disponer de su entierro, no quisiera tenerlo mucho tiempo en la mesa por atraer muchas moscas que en él se posan, me da mucha pena taparle la cara con ese pañuelo pero entienda que de no ser así los bichos se le van a colar por la boca, al principio pensé que lo habían envenenado, no tardé después de observar el vaso que no me equivocaba del todo en mi primer diagnostico. Las casas humildes disponían de platos y vasos de barro cocido pero con el avance del tiempo se cambiaban por los de metal, al observar el vaso detecté oxido en sus bordes corroídos por el efecto de algunas bebidas alcohólicas, esto podía envenenar la corriente sanguínea y provocar un estado de falsa muerte al detener partes de su conciencia, me costó reanimarlo en varios días, fue una embriaguez muy peligrosa con un tratamiento agotador, nunca olvidaré estos hechos por estar relacionados con otros de singular comportamiento.

En mis continuos andares por la geografía peninsular llegué como he dicho en incontables ocasiones a tratar con todo tipo de artesanos y uno de los que más me impresionó tiene mucho que ver con la miseria de la vida, el valor que tiene un ser creado por Dios y el ingenio de la mente humana por borrar la desgracia y continuar con los quehaceres diarios.

Aniceto Pereira, carpintero de finas maderas para ataúdes, así se anunciaba este peculiar portugués que conocí de camino por Extremadura, tenía su negocio en un pueblo que lindaba a un camino de viajantes de todo tipo, al igual que en otros negocios se desplazaba a pueblos cercanos en busca de algunos maravedíes por sus discretos servicios en los que se ofrecían cajas desde las más sencillas tratadas con chapas de madera de baja calidad en contraste con las de finas tallas, maderas de importación con apliques metálicos en dorados y platas finas con anillas y figuras piadosas, el interior también variaba en comodidades para sus clientes pasando de la dura madera de su interior hasta las telas acolchadas con bordados y puntillas con la variedad de colores a elegir, todo un negocio familiar en el que se dedicaba por entero su amplia familia, carros con caballos negros ataviados de plumas y campanillas con el fin de avisar en sus andares de la proximidad de su carroza mortuoria, yo ensimismado continuaba absorto al oírlo en la taberna donde lo conocí, su propia mujer y la hermana de ésta se encargaban de la mortaja para tales efectos y según me confesó entre jarra y jarra de vino su cuñado hacía las fosas en el final de trayecto. Malos tiempos para el negocio me decía, hace años pude aprovechar de algunos beneficios pues después de enterrar a muchos desgraciados a los días recuperábamos las cajas para otro nuevo uso.

Le animé para que continuara con su conversación pues causaba mi intriga en su final, pues bien continuó, al principio hace años, no se les ponía tapa a los féretros y simplemente se les tapaba con tierra del camposanto, posteriormente, con las tapas se conservaban enteras hasta que empecé a notar algo inquietante. Llegué a ver después de recuperar algunas cajas que en su interior aparecían arañadas las tapas en su interior lo que me causó un miedo espantoso, verá padre no soy hombre asustadizo pero si temeroso en el más allá, estuve varios días sin poder dormir tranquilo pensando que los muertos vendrían a reclamarme lo que injustamente les había arrebatado, comencé a asistir a misa los domingos con la congoja de lo visto, pues bien, encontré la solución.

Hace ya un tiempo acostumbramos a sujetar con un cordel la muñeca del fallecido, después de ser enterrado el cordel se ata a un palo a pié de la sepultura y en su extremo una campanilla como las que llevan mis caballos, en el caso de muerte por error el desgraciado que descansa puede reclamar su derecho a la vida, una asistenta permanece a pié de tumba por si se manifiesta el extraño milagro. No puedo decir que me asombre la confesión de este buen hombre, bien es sabido de la picaresca en todo tipo de negocios con tal de sacar el máximo provecho cuando el arte se convierte en maldad y el vil trato con el dinero.

Recuerdos que me hacen olvidar por momentos la rutina del viaje, un horizonte del que tan solo se vislumbra una línea a veces nítida otras brumosa, cambios en el cielo de nubes y claros y mis cansados huesos doloridos por tanta inactividad, ahora vuelvo a distraerme observando a mi compañero Serafín, ciertamente algo le atormenta en el cambio de carácter huraño de estos últimos días, más bien desde el día que embarcamos en esta aventura que no parece tener fin, fue una tarde como tantas otras en las que distraídos permanecíamos apoyados en la baranda de popa contemplando el mar, ante el silencio mi compañero se dirigió a mí con semblante preocupado para contarme la siguiente historia. Verá Pedro, necesito confesarle algo que sucedió hace ya bastante tiempo, pensaba encontrar el mejor momento para hacerlo y que usted decidiera la gravedad de los hechos, el encontrarme con usted fue casual la noche que huí de Jaén pero ya tenía referencias de sus pasos por una entrevista con un noble de distinguido porte cuyo nombre ya no recuerdo, lo que todavía me llena de temor fue su mirada penetrante y las palabras roncas que de su boca salieron, entienda que yo era solo un niño asustado huérfano en un mundo en el que la autoridad podía destinarte a las desgracias de la calle, este hombre me encomendó seguir vuestra pista e informarle de sus acciones, ya casi lo había olvidado después de tanto tiempo cuando aquella noche en la que nos reunimos en el colegio universidad le reconocí por la cicatriz en su frente, dos líneas cruzadas con forma de pez, curiosa observación pensé, razón tenía, cuando me enfadaba se hinchaba con una forma parecida a un pez.

Con los dos dedos toco la cicatriz causada en aquella nefasta noche siendo un niño cuando todo comenzó, al tener el cabello largo apenas se ve a simple vista es muy pequeña pero…¿Quién es ese hombre y que significa todo esto? Le hago ademan con las manos para que continúe con su relato, en realidad no hay mucho más que contar, me dice afligido, he convivido con usted durante mucho tiempo y no he visto nada extraño en su comportamiento, nada en lo que pueda informar a este noble de sus acciones, pocos días antes de embarcar desde Sevilla tenía preparadas unas cartas donde redactaba todo lo vivido junto a usted, al final me arrepentí por lealtad, no pudiendo traicionar a la única persona capaz de demostrar amistad y franca camaradería, las cartas las destruí para evitar mal entendidos, ahora en la distancia me siento seguro de lo que hice, desconozco el interés de éste hombre por sus acciones e imagino no podrá seguirle la pista hasta donde nos dirijamos, le ruego no tome a mal lo que le he confesado y entenderé si rechaza mi compañía como represalia.

 Me siento muy afectado por las palabras de Serafín, le doy a entender a mi fiel amigo la preocupación que me han causado sus comentarios y a la vez agradecerle su sinceridad, nada ha cambiado entre nosotros, al contrario, necesito sentirme arropado por alguien que arriesga su propio futuro en busca de sincera amistad, en mi cabeza veo nuevamente el peligro de un oscuro fantasma sobre un negro caballo en una noche que cambió el curso de mi vida, el secreto de una niñez que me vuelve a perseguir después de tantos años y que quizás alguien tiene un oculto interés en averiguar. Un libro que podría comprometer mi vida y la de tanta gente con la que he convivido, el brazo ejecutor de La Santa Orden D. Federico Arguelles del Toro, el caballero negro.






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