miércoles, 2 de marzo de 2011

CAPITULO IV. El Caballero Negro.

CAPITULO IV
El Caballero Negro


Esa misma noche víspera del día de todos los santos cuando de camino a casa cerca del monte de los espíritus en el sur del pueblo llegaba hasta mis oídos una melodía cadenciosa y acompasada por sonidos que me recordaban los cánticos en latín de la iglesia; sucedió lo que marcaría a fuego mi futuro, una gran comitiva venía a mi encuentro solo visible por el polvo que se levantaba en el camino, hombres y bestias con corazas y blasones luciendo estandartes de colores ondeando al viento. Susurros ancestrales acompasados por el sonido de clarines y trompetas, túnicas negras de capucha y luto, oro y cruces carmesí sobre lienzos blancos de pureza, gargantas de ancianas con poderes de otro mundo, un ejército de justicia abanderado por la fe en Cristo Rey Señor de la Cristiandad y del Mundo conocido a la cabeza incienso volátil con humo gris llenaba el ambiente aromas de santidad y pureza encogiendo la noche con las garras del poder eclesiástico, llegaba la Santa Inquisición, portadora de la única verdad del mundo y de la justicia Divina con los reos acusados de brujería y herejía.
Tan solo recuerdo ver frente a mí un caballero sobre un caballo percherón negro como el pecado y de mirada oscura y gélida, el jinete que lo montaba formaba parte de la colosal estatua que se presentaba ante mí, notaba dentro de mi cabeza un zumbido de enjambre de confusión y miedo, los pelos se me erizaron y mi vejiga dejó salir los líquidos que aún me quedaban dando un calor especial en mis piernas y tobillos, mi primera impresión fue que el gran Dios de la Cristiandad no podía castigarme por robar peras en la finca de D. Florián o quizás el castigo sería por matar los pollos de un nido y robar sus huevos? Hoy me había llegado el juicio final pero, ¿por qué? Recuerdo con temblores la posibilidad del tormento de mi alma, el secreto que nunca me había atrevido a compartir ni con Tomasito ni con mi amigo del alma Lentejita, ellos no podían saberlo...no, estaba encerrado en lo más profundo de mi corazón hace mucho tiempo, desde que vi el cielo desplomarse sobre mi cabeza alcanzándome un rayo hace tres inviernos mientras dormitaba bajo un árbol y veía la vacas en el prado. A partir de ese día hay noches e incluso días que mi mente se queda en blanco y balbuceo palabras que nunca he descifrado, que no significan nada para mí, incomprensibles letras tan misteriosas porque no sé leer ni escribir, mis padres dicen que estoy poseído y las veces que hablo en sueños provocan el sofoco y el miedo en sus miradas, en casa no se habla de eso y solo está presente para cuando existe una emergencia un tosco crucifijo de madera y un rosario que maneja mi madre entre sus callosas manos mientras mueve sus labios entre mis jadeos y convulsiones de sudor febril.
Esa mirada que penetra mis sesos, capucha que cubre su cabeza con largos cabellos negros azabache, un brazo que se alza con mano enguantada y me señala directamente, su voz profunda suena como la tormenta en la noche como el acero frío y brillante con palabras en latín antiguo que no entiendo, no importa estoy paralizado y solo llego a ver a dos guardias armados correr hacia mí mientras me desmayo entre barro y confusión.
Abro los ojos ante la tenue luz de cientos de velas amarillentas y de un perfume repugnante a cera de grasa y flores ajadas y marchitas, mi nariz se resiente por lo hediondo del ambiente, olores de sudor y humanidad, calor pegajoso vestido de incienso de plegarias, al voltear la cabeza vomito lo poco que mi estomago almacenaba, quizás más vino que materia orgánica por el color y el olor que añado a la estancia, Dios la cabeza me va a reventar, esto parece una iglesia, ¿qué hago yo aquí? Hijo mío no pronuncies el nombre de Dios en vano, estas aquí para tu recuperación y no te preocupes por tus padres y hermanos, ellos ya lo saben y están de acuerdo en tu estancia con nosotros. ¿Nosotros? No entiendo...cuantas dudas me acechan, ¿acaso estoy preso por brujería? ¿Han hablado mis padres del mal que me posee? No, creo que no, una cara regordeta con un cuerpo tan redondo dentro de una túnica marrón sujeta por la cintura con una gruesa soga, tan solo se me ocurre preguntarle si es un caso sobrenatural de hombre embarazado, unos instantes para alzar sus pobladas cejas y soltar una carcajada ante mi asombro. ¿Cómo se te ocurre hijo mío semejante idea? Verá señor no pretendía ofenderle pero no había visto nunca un hombre con semejante barriga, propia en competición con las vacas que cuido y que tienen terneros en su vientre. Me tranquiliza escuchar su voz templada y dulce al decirme que todas mis preguntas se verán contestadas en su momento por la gracia de Dios y que a partir de ahora debo llamarle hermano Paulino, cocinero de la abadía donde me encuentro de la Orden de los Jesuitas.                  
Me siento en una mesa tan larga como el patio de mi casa, bancos de madera oscura, cuadros de hombres con cara de sufrimiento que absorben mi mirada, parece que te hablan y su expresiones me traen recuerdos de los sueños vividos hace tiempo; más tarde me explican que son mártires santos que murieron por la fe en Cristo. Para mí hay algo más misterioso que lo que ellos me indican pero el olor a sopa de verduras y la presencia de pan y queso en la mesa me hacen volver a la realidad con la boca salivando de hambre y sed.
Han pasado muchos meses después del encuentro con la Santa Inquisición, según el prior de la abadía el padre Simón me trajeron por orden del caballero D. Federico Arguelles del Toro, conde del alto valle de Cantabria y abanderado de la orden de los templarios de la Tierra Santa. Tus padres han sido recompensados con una bolsa de maravedíes de plata por la pérdida de la mano de obra y con la condición que formes parte de nuestra orden como aprendiz y estudiante, de ti depende el aprender a leer y escribir para formarte en las artes antiguas de nuestra orden, no sabemos el motivo en que hayas sido elegido pero la cicatriz que marca tu ceja izquierda tiene la rareza de una señal marcada por el destino divino. No quise descubrir que tan solo fue un rayo esa señal que marcaba mi cara para no desvelar el resto de sus consecuencias, ahora tenía comida y gente silenciosa a mi alrededor, toda una promesa de futuro a pesar de sentir algunas miradas de reojo con el temor reflejado en ellas.
La vida entre frailes pasaba lentamente entre inviernos muy fríos y veranos de tórrido calor, con el tiempo aprendí el secreto de las hierbas medicinales y el cultivo en el huerto de nuestra orden, ya me sentía integrado con una familia que se dedicaba al bien del prójimo y al culto de Nuestro Señor Jesucristo, una tarde del mes de febrero paseaba por los patios y sin querer tropecé con el hermano Jeremías al que solo había visto en contadas ocasiones en las frecuentes oraciones del alba. Un hombrecito curioso de mirada penetrante y sagaz, de ojos del color del cielo y cabellos blancos como la nieve, bajito y algo jorobado con más años que la historia, puso su mano esquelética sobre mi hombro a la que no le quitaba el ojo ya que las uñas amarillas como garras de halcón no me presagiaban la menor confianza, nada más lejos de la realidad, cuantas horas robadas al sueño para aprender junto a su compañía el secreto de los libros antiguos traídos desde tierras lejanas. La sabiduría del hermano Jeremías había sido por una vida dedicada al estudio y la lectura inclinado en la mesa sin importarle las horas y las noches, esa misma mesa en la que había cabida para mapas, tinteros, libros, legajos, ungüentos, incluso un bote de cristal en el que guardaba las sanguijuelas para sangrar los males del cuerpo.
Murió entre mis brazos reseco como un higo de verano, su cuerpo apenas era un fardo de piel y solo ver colgar sus esqueléticos brazos rozando el frio suelo unas uñas amarillo verdosas es un recuerdo que después de mucho tiempo me acompañaría, que triste esta vida, he llorado por la muerte de un amigo con lagrimas frías siento que mi corazón se encoje y la rabia me hace temblar, fue un padre y yo miserable de mí, solo un rapaz mocoso y harapiento deseoso de aprender a su lado. En sus últimos momentos de vida solo unas palabras que se clavaron en mi mente y que años más tarde recordaré como un acto de fe “retén lo que vivas, nunca olvides lo que veas y escribe lo que sientas con todos sus detalles, siempre habrá alguien que pueda escuchar la historia de tú vida”. Muerte y más muerte, ¿Dios, por qué me pones a prueba si eres portador de la paz y la alegría de tus semejantes?
El entierro de mi gran maestre Jeremías fue uno de los días más tristes de mi vida incluso peor que aquel domingo en que la vieja buhonera Ramona fue pateada por el burro de Olegario el carpintero, una muerte violenta de fatal desenlace. Sucedió el en el pueblo donde junto a mi familia solíamos ir a oír la santa misa. Que recuerdos... parece que ha pasado un siglo desde que marché del lado de mis seres queridos sin tiempo para besos húmedos de lagrimas ni gritos por la fatal despedida, que habrá sido de ellos, solo han pasado unos años y siento que es la hora de la despedida pues nada me ata a este lugar y así se lo he comunicado al prior Simón.
Pedro, siento todo lo que has pasado y compartimos la pena que te aflige, he valorado tu propuesta, te encuentras integrado en nuestra orden, tus progresos en la escritura y el estudio han sido asombrosos incluso tu cara refleja la paz interior en tus continuas jornadas de rezo y contemplación, tienes que saber que las noticias que llegan dentro de estos muros son de rebeliones en toda la Península Ibérica, las conquistas de América y las Indias Occidentales para orgullo de nuestro Rey soberano del Mundo y la evolución de la Iglesia de Dios; por ello creemos en nuestro concilio la resolución de nuevos planes de desarrollo para nuestra orden y la propagación de nuestra cristiandad. Detrás de estas murallas existe un mundo de almas esperando oír la verdad tan solo nos separa una de las maravillas terrenales, las montañas del Pirineo con sus picos nevados fortaleza natural ante invasiones extranjeras. Es necesario que prepares tu equipaje sin demora para propagar nuestra fe hasta tierras de Castilla, allí te estarán esperando para continuar tu formación.

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