jueves, 17 de marzo de 2011

CAPITULO VIII Lobos con piel de oveja

                                              CAPITULO VIII
                                        Lobos con piel de oveja               



Retorno nuevamente a los caminos polvorientos para unirme al numeroso grupo de gentes que por ellos transita, oigo en conversaciones que en estas tierras abundaban los robles dando sombra a todo viajero, la gran demanda de madera para la construcción de casas, barcos, galeones y galeras han diezmado el horizonte dejando en su lugar tierras de labranza y de explotación agraria y ganadera, tras jornadas agotadoras encuentro cobijo para largas caminatas de día y abrigo a la noche junto a las hogueras de los numerosos campamentos que forman la emigración de los pueblos, son momentos de confusión y revueltas, todo tipo de gentes se unen apiñados intentando encontrar su lugar en el mundo,
Judíos conversos, huyendo de la justicia, la burguesía buscando la rapiña de sus vasallos, el clero , el poder de la iglesia, soldados,  por un plato de comida caliente al día,  los nobles, un mejor posicionamiento político ante la rapiña de sus oprimidos campesinos y estos últimos sufriendo el castigo por todos los lados, una emigración en crisis durante el reinado de Carlos V que veía como el imperio español se fraccionaba  en torrentes nómadas sin tener la unión de los pueblos que gobernaba. Un caso aparte son asesinos, bandoleros, vagabundos, enfermos, prostitutas y asaltantes de toda calaña que entre mares tan revueltos y confusos de humanidad encuentran donde hincar sus dientes ennegrecidos por el hambre y su propia vida de locura, horror y muerte.
                                     En estos días las corrientes de viajeros proceden en su mayoría del norte de España, transportan grandes carromatos con fardos de  lana y pieles tirados por parejas de bueyes. De las mesetas de Castilla, trigo, cebada, aceite, hierro  y vino, todos con un mismo destino, llegan rumores que ha estallado la revolución en tierras de Castilla cansados del yugo real, revueltas sangrientas contra el poder del gobierno para recaudar más dinero de sus vasallos, malas cosechas , subida de precios, impuestos, tributos y abusos de un rey desacreditado por sus gustos extravagantes por la buena vida de lujo afrancesada, las fiestas en palacio y sus gustos por la caza, los caballos y los torneos militares. Las tierras andaluzas ven aumentar su población notándose ya la especulación por el valor de solares cercanos al núcleo central de las capitales para la construcción de grandes mansiones destinadas en su mayor parte a los nobles y señores.
                            Todos escapamos de la hambruna y persiguiendo el soñado mar              para afrontar viajes de fortuna hacia América y las Indias en las que se prometen grandes tesoros y un futuro de esperanzas. Campos de Andalucía de olivos y sol, los días pasan y nuevamente me asalta la duda de hacia dónde encaminaré mis pasos, de momento me dejo llevar por el éxodo de almas y quizás en otro momento vuelva a retomar mi próximo destino.
            Una de las noches calentaba mis huesos recostado al lado de una hoguera escuchando todo lo que allí se comentaba, había hecho cierta amistad con una familia de origen sin definir por su marcado acento extranjero creo que se trataba de gitanos errantes, Bernardina, una mujerona hermosa en todos los sentidos, muy alta de pelo negro y rizado, nunca la vi sin peinar y con un lustre y brillo en su cabello que siempre untaba con un aceite de linaza para darle brillo, unos ojos grandes de color verde como el campo y sus labios asemejaban la fruta madura, de sus orejas aretes grandes de fina trama de oro como los collares que adornaban un cuello tan ancho como un toro bravo, un cuerpo de gran volumen y un culo tan grande como el de una vaca, imagino que por estar sentada y tirada si trabajar se conseguía ese sorprendente resultado.
 Su marido Agapito era lo contrario a esta mujer, muy bajito de pelitos rancios y escasos, una cabeza como una sandia pequeños ojitos y sus gráciles brazos se  parecían más a unas  ramitas resecas con unas manos de largos dedos de blanca piel, sobre su espalda una giba que encorvaba su pequeño cuerpito, era muy gracioso verle caminar pues lo hacía a saltitos como los pájaros en el suelo comiendo lombrices, extraña pareja. Nunca supe cuántos hijos tenían, tan astutos como los ratones corrían en todas las direcciones con sus juegos y alborotos, chillidos de felicidad al ignorar en su inocencia diaria los problemas de los adultos, iban y venían en incesante correteo, con sus cabecitas de pelo enmarañado, sus ropitas desgastadas y harapientas, caritas sucias de mocos y tierra, pero siempre con risas y con la energía de una edad tan temprana, éramos una gran comuna donde el intercambio era una moneda de cambio para saciar las necesidades físicas como la comida y el consuelo de compañía para desahogar lamentos o compartir los propios placeres del pecado de la carne, sí, soy fraile, pero no me veo con la autoridad en mi conciencia de juzgar al prójimo, son tiempos de vivir y dejar vivir a los demás.              
            Hay situaciones que al tratar de escribirlas dificultan mi intelecto para ser fieles reflejos como yo los viví, por los detalles anteriores pueden entender que después de cenar abundantemente de una gran olla de hierro al fuego con la ración de potaje de la noche dormíamos plácidamente a la interperie en mantas y cobijas en el suelo, todo un espectáculo de ronquidos, gruñidos, suspiros y lamentos. De pronto en la oscuridad una tremenda explosión seguida de chispazos y ceniza volando sobre la negra noche, al poco tiempo el campamento se pone en pié con preocupación y alarma, se oye el silbar de los aceros fuera de sus vainas para buscar la carne de bestias y hombres que pueden acechar algún oculto peligro.
            No, ningún ataque ni fenómeno extraño, Bernardina, en una de sus vueltas de mal dormir a soltado una atronadora flatulencia de brutal tamaño, al rato los perros dejan de ladrar solo el silencio cae como un velo sobre el campamento, todos nos miramos para entender que sucede con los ojos entornados y sin terminar de despertarnos, veo con sorpresa que varios campesinos que dormían al lado de Bernardina tapan sus bocas y entre estertores y agonía doblan sus cuerpos para vomitar sobre el sucio suelo, otros, frotan sus ojos con picores, arrugan la cara y exclaman ¡¡ vaya peste de mil demonios !!. La noche termina con maldiciones de lo más variadas y sin más sobresaltos.
 A partir de esa noche cambié de compañía, viajaba con nosotros tropa del ejercito como guarnición de ley, soldados con expresiones de agotamiento y hastío por el cansancio y las visiones del averno reflejadas en sus pupilas, son hombres acostumbrados a la vida a la interperie con los rigores del clima, recios, toscos y casi todos carentes de modales de ningún tipo, los he visto comer piezas de caza y sus miradas son como la de las alimañas mientras mastican el crujir de huesos y trozos sangrantes de carne miran a los lados para que nadie les pueda quitar su presa. Soy bien aceptado en todos los grupos con los que viajo, se imaginan que, al no poder hablar tampoco oigo, que gran error, percibo los más ligeros movimientos hasta el roce de la ropa sobre la piel, incluso al emprender la marcha con la soldadesca llego casi a quedarme dormido con el sonido y repiqueteo del metal de sus corazas y armas al caminar, son días en los que no pienso en nada, mi mente está sumida en un sopor mientras camino sin percibir lo que me rodea siento el sol acariciar mi cara y una ligera brisa me trae aromas de la naturaleza, el verdor de la hierba con las gotas de rocío, las flores con sus múltiples colores y matices, los campos de trigo mecidos por la brisa también me traen recuerdos de mi hogar cuando mi madre horneaba el pan en nuestra cocina, es el propio aliento de Dios Nuestro Padre Creador el que reconforta mi alma y da la paz a mi inquieto espíritu.
            Continúo en mi soledad el tiempo que puedo para dedicarme a escribir todo lo que puedo, son momentos en los que siento más inquietud y miedo de mi dilatada vida, las gentes con las que viajo no entienden esta afición mía en alejarme durante horas fuera de la protección del populacho en un retiro para entrar en profunda meditación con mis voces internas a las que empiezo a acostumbrarme o simplemente es pura resignación, ya no me siento seguro después de mi episodio traumático la noche del puerto de Cádiz, este capítulo de mi vida me ha marcado profundamente y temo la presencia de algún extraño en que sea participe de convulsiones más propias de un posible juicio por exorcismo de la temida Santa Inquisición, me siento frágil al desconocer los misterios de Dios dentro de mí, esa voz que impulsa mi mano a garabatear sin descanso frases inconexas que cobran sentido al serenarse mi cabeza…
            Es necesario el comienzo de un nuevo episodio para que puedan entender lo que más adelante sería una larga cadena de acontecimientos de desagradables consecuencias en las que me vería involucrado por encontrarme en el lugar equivocado sin ser partícipe del destino de personas cercanas a mí, acaso el buen Dios me imponía nuevos retos? Decidan ustedes mismos y sin más demora comienza este relato.
He oído el crujir de pisadas sigilosas que aplastan ramitas y plantas, mis brazos caen flácidos al lado de mi cuerpo, ya no oigo el trinar de los pájaros que sobre los árboles escuchaba, son imaginaciones mías o presiento la cercanía de algo o alguien, creo que estoy sudando, calor o miedo, mi respiración jadea y mis sentidos se agudizan, estoy solo en este retiro y mi única arma para poder defenderme es una pluma de ave con la que escribo y un libro gastado de tanto uso.
            La imaginación me está jugando una mala pasada o la fatiga y el hambre tienen algo que ver, mi estomago produce un retortijón de tripas en un burbujeo de líquidos y gases propios de un cuerpo en tensión, si, ahora lo presiento con mayor nitidez en la  distancia, es un caminar con roces de ropaje o eso creo, se acerca hacia unos matorrales próximos a mi lado derecho, sólo me atrevo a girar un poco la cabeza para intentar ver que puede ser pero el tronco del árbol donde apoyo mi espalda me lo impide.
            Quisiera que la tierra me tragara para no seguir el sufrimiento que me acongoja, noto en mis músculos el dolor por la inmóvil postura, no sé cuánto tiempo llevo aquí sentado pero siento la punzada de dolor en mis posaderas, la tarde ya ha caído para dejar el terreno al reino de las sombras, de pronto llega el sonido de un riachuelo, liquido que se derrama sobre hojas secas salpicando con gotitas el suelo del bosquecillo y de pronto se descubre el misterio. El pequeño Agapito se me acerca con cara de sorpresa, me tenía preocupado fraile he salido a buscarle y con la fresca de la noche aproveché para mear en esos matorrales, me quedo atónito por la aparición pero oigo con nitidez a alguien corriendo en dirección contraria a donde yo me encuentro, se encuentra bien? Tiene mala cara, ande vamos al campamento para que coma algo, no debía andar solo por estos parajes pues hay muchos peligros que no conocemos, esta última frase produjo en mi un húmedo escalofrío que volvió a ponerme los pelos de punta, había sentido algo que no me daba buena espina y poco más adelante quedarían confirmadas mis sospechas, nuevamente mi sexto sentido o algo similar me revelaba en mi interior una señal de peligro, pero, de este enclenque ancianito?... la verdad algo raro sí que era pero no  lo veía capaz de un acto de violencia contra sus semejantes, o si? vi prudente no intentar averiguar quién escapaba con tanta prisa entre zarzas, matojos y arboles, el misterio no estaba resuelto pero más adelante me arrepentiría de ser testigo de todo y de nada que aconteció en aquel lugar aquella misteriosa tarde.
            Ya llevábamos unos días caminando cuando  sentí en el aire la llegada de la lluvia, ese olor fresco que venía de un oscuro horizonte cargado de nubes esponjosas y oscuras con una brisa que me traía olores de romero, tomillo y jara de los campos cercanos, no puedo renegar de mi pasado al aire libre cuando oteaba el cielo en compañía de mis animales de granja,  no pasó mucho tiempo cuando pasamos de una fina lluvia a una tormenta de agua. Todos corrían de un lado a otro buscando refugio pero hoy comenzaba el día con malos augurios.

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