jueves, 10 de marzo de 2011

CAPITULO V Un largo camino

CAPITULO V
Un largo camino


Dos mulas para llevar años de recuerdos, ahora ya tenía el conocimiento de las letras así como algebra, alquimia,  física, lenguas antiguas y todo tipo de artes, mi ambición por el conocimiento no tenía limites y devoraba cualquier documento que en mis manos caía para poder saber los secretos de los sabios.
En los meses que duró mi camino a través de pueblos y valles, ríos y montañas, senderos y paisajes no dejaba de asombrarme en cuantas maravillas me ofrecía la vida compartiéndolas con el hermano Paulino, nunca le confesé que, a veces, entraba en trance y algo o alguien guiaba mi mano para dibujar y escribir todo lo que sucedía a mi alrededor, una fuerza desconocida se apoderaba de mi mente en la que los trazos y las letras surgían como una cascada de agua clara y cristalina, y que más tarde recobrado el conocimiento y repuesto de la fatiga causada volvía a repasar lo escrito acordándome de las palabras de mi padre: “la gente que estudia tanto terminan siendo los locos que vagan por los pueblos con la mirada perdida pidiendo limosna por tener el cerebro aguado de tanto pensar, solo el trabajo de las bestias aportan beneficios en su vida con los frutos que la tierra y la naturaleza le ofrece” ¿Sería verdad ? ¿Acaso esa sería la razón de los demonios que había dentro de mi cabeza ? No, hoy me siento muy cansado para semejantes cábalas.
Continuaba mi formación al lado del hermano Paulino ya que además de ser un buen cocinero tenía la virtud del silencio para escuchar mis dudas y temores. Una plácida tarde comenzó a relatarme sus andares por el mundo antes de formar parte en la Orden de los Jesuitas y no me dejó indiferente, es más, sus experiencias podían compararse con su volumen corporal. Dedicó parte de su vida a trabajar como verdugo de reos, no me lo imaginaba ejecutando con un hacha la pena a los condenados, cortar cabezas mientras los cuerpos se retorcían en estertores agónicos no me parecía que encajara en su persona de aspecto bonachón .”Una capucha negra tapaba el horror de mis acciones, que Dios perdone sus almas, mi cuerpo actuaba por el pago de unas monedas para poder vivir, no me estoy excusando de acciones pasadas ya que no me siento orgulloso de ello, nunca tuve tiempo de conocer hembra por lo que no tengo descendientes ni responsabilidades mundanas he pagado mis culpas en el retiro de la abadía hasta que Dios así tenga la gracia de llevarme a su lado”.
Es curioso lo poco que yo conocía a las mujeres, aparte de mi querida madre y mis hermanas. Tan solo pensaba que eran las madres de todos los hombres y un misterio en gracia y dulzura, remedios para la tristeza, abrazos tiernos de amor, cántaros de tibia  leche para alimentar niños y compendios de sabiduría para dar consejos caricias y collejas; el resto un misterio al que no tenía tiempo para dedicar.
No volvimos a cruzar palabra en los días siguientes, yo, sumergido en tantas emociones o quizás por el cansancio que azotaba mi cuerpo, con el tiempo y los intercambios de noticias con gente de los caminos fui aprendiendo sin saberlo el arte del análisis visual, para averiguar en sus movimientos y  expresiones si ocultaban malas intenciones. Nuestro equipaje no era de valor alguno y nuestras mulas más se parecían a mi perro mastín ya tan solo en un recuerdo borroso del pasado.
Recuerdo el día que llegamos a las afueras de Toledo, a pocas leguas de nuestro destino, buscamos una posada donde poder descansar de caminos de tierra, tragar polvo y mal comer con frío o calor, un mundo de ruido de voces, algarabías y olores de todo tipo nos rodean, una multitud variopinta de gente que compran y venden todo tipo de mercaderías en tarimas de madera o simplemente sobre alfombras en el suelo. Pollos en jaulas, cerdos y gallinas, frutas y verduras, latas y quincallería, hombres y mujeres que se dedican todo tipo de artes, pasean y gritan, bailan y se emborrachan, roban y se dejan robar, toda la jauría más variopinta en una calle que no se le ve el final. Ante las miradas que sentimos y el espacio a nuestro alrededor no nos damos cuenta de nuestro propio aspecto y el olor que desprendemos, las moscas zumban a nuestro alrededor reclamando su parte del pastel, es hora de bañarse, no estoy acostumbrado a tamaña herejía, vuelvo a recordar a mi madre persiguiéndome por el patio de casa con la amenaza de un garrote si no me dejo quitar los parásitos y la mugre que me cubre.
Próximo al pueblo hay un riachuelo en el que me cubre el agua por la rodillas, dejo que arrastre en su corriente la espesa capa de tierra que me cubre y limpio con estremecimientos los rincones oscuros de mi cansado cuerpo en los que el agua despiertan mis sentidos por el frío. Vuelvo a enfundarme mi hábito de áspera tela de lona con capucha y ato la soga por la cintura ajustándola, miro al cielo y doy las gracias a Dios por los bienes concedidos al partir el pan duro y comer un trozo de queso rancio con laminas de cerdo que siempre llevo junto a las hierbas medicinales en mi morral.
El establo de las bestias es el lugar que hemos conseguido para poder descansar esta noche antes de continuar nuestro viaje, las pocas monedas que tenemos son las dádivas ofrecidas por viajeros como nosotros a los que hemos curado de las heridas del camino y sanado con ungüentos naturales.
Aún no ha amanecido y preparamos nuestros pertrechos para afrontar un nuevo día, llevo días pensando en que ha llegado la hora de separar nuestros destinos y continuar en solitario la búsqueda de la verdad interior que me consume, esas palabras que atormentan mi cabeza y que después de tantos años son un pozo de negrura, a mi amigo y hermano Paulino le entrego las bestias de carga y los pocos enseres que compartimos, mientras él, entre sollozos y lagrimas deja en mi mano una cruz de hierro que saca de las alforjas. “Es un regalo para ti Pedro, esta cruz es el resultado de fundir en manos de un herrero aquella hacha que tantas vidas sesgó y entre lagrimas de emoción y abrazos que afligen mi corazón nos despedimos para continuar con la palabra de Dios en unas tierras de corazones impíos.”
Atrás quedan amigos y experiencias como jamás hubiera imaginado, me llevo la mayor riqueza de un ser humano todo el conocimiento que he podido en mi cabeza y un corazón henchido de esperanzas y amor fraterno.

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