jueves, 17 de marzo de 2011

CAPITULO X Quien no ha visto Sevilla no conoce maravilla

                                                             CAPITULO X
                                 Quien no ha visto Sevilla no conoce maravilla

  


Nos encontramos en Aljarafe y por ello corresponde a la jurisdicción del tribunal de Sevilla la competencia para juzgar este delito, mañana vendrán un alguacil y dos funcionarios a los que acompañaremos en un carruaje para tal efecto. Necesito respirar, los heridos descansan en su carruaje cubierto sin posibilidad que puedan escapar, he podido curar la cara de Bernardina con unas gasas que envuelven toda la cabeza, sus brazos tienen magulladuras pero presentan mejor color y Agapito presentaba la cara morada y pérdida de conciencia sin tener ningún hueso roto, ha sido un milagro no verlos muertos, cada vez entiendo menos la saña con la que se les ha castigado.
Ha sido una noche muy agitada, no he podido ni descansar y mucho menos dormir, las pesadillas me acompañan y llega un momento que ya no sé si estoy despierto o he conseguido olvidarme de todo lo que se me viene encima, el caso es que ya luce el sol y un nuevo día me espera. Las horas pasan lentamente y yo solo espero el peor momento cuando vengan a recogerme para emprender viaje, lo único que me mantiene cuerdo es la oración hasta las primeras horas de la tarde cuando llega la autoridad con su pompa y su boato. Siempre de negro, un color que solo de verlo me producen escalofríos por los hombres que lo visten y lo que representan, ¿justicia? ¿ley? ¿de quién ? ¿de los hombres ? no, creo que no, pero yo solo soy un instrumento de Dios en esta tierra de tormentos, no soy quien para este tipo de opiniones que no comparto, suerte que estoy privado del habla, el secreto que acecha en lo más profundo de mi subconsciente esta agazapado como una fiera acorralada preparada para atacar cuando la situación sea más oportuna. Dios dame fuerzas para continuar la misión que me encomendaste, cuida de mi alma y no me abandones.
La comitiva se prepara para partir camino a Sevilla ya bien entrada la tarde, después de reunirnos el Capitán nos comenta la conveniencia de salir tarde para emprender el camino, no hay una larga distancia pero al separarnos del resto de viajeros podemos ser emboscados por bandidos y saqueadores que puedan estar al acecho, la ventaja es que a estas horas no les quedan ganas a los camorristas y bravucones  de formar piquetes de linchamiento, ya tienen bastante esa pareja de cerdos con la que le han dado mis soldados. El sol se desvanece en el horizonte con débiles rayos que dan un aspecto fantasmal a caballos y jinetes, antes de la partida se me encoge el corazón al ver a la pareja de reos sujetos con unas cadenas desproporcionadas en tamaño para la amenaza real que representan, poco tiempo después de abandonar al resto de la muchedumbre encendemos las antorchas, la noche nos cubre con un techo de estrellas que brillan al contemplarlas, ese momento me hace recordar cuando siendo un niño me acostaba en el prado sintiendo el fresco tacto de la hierba y boca arriba me dedicaba a contarlas hasta que me quedaba dormido con el arrullo de la suave brisa,  el viaje transcurre sin grandes novedades, cada uno de los jinetes está sumido en sus propias cavilaciones prácticamente nadie habla y por supuesto yo no pronuncio ni una palabra.
Sevilla, vamos llegando a la entrada a la ciudad y lo primero que recuerdo es pasar un puente con un arco en el que se lee de un escudo de piedra “quien no ha visto Sevilla no conoce maravilla”. Pienso en la ironía de la vida y en qué circunstancias me veo, solo el río Guadalquivir distrae por un momento tales pensamientos. Ya nos acercamos a Santa María la Blanca en lo que conoce como barrio de El Arenal junto a la zona de este puerto, le oigo comentar al alguacil que este es uno de los barrios más peligrosos de la ciudad donde se reúnen casi siempre los domingos las pandillas de ladrones, bandidos, y gente de mal vivir para dilucidar sus problemas con cualquier tipo de arma, ya bien sea a pedradas, navajazos, a palos e incluso con armas de fuego.
Buques de carga, carabelas, galeones, naos, galeras y barcas. Es impresionante el despliegue que se abre ante mis cansados ojos según avanzamos a orillas del Guadalquivir, hasta hace poco tiempo me deleité con Cádiz y su mar, pero esto era aún más espectacular, contemplaba el reposo de gigantescos navíos de vela que surcaban los mares con destino América y Las Indias.
 Vuelvo a la realidad al paso de una estrecha calle de camino a la plaza de San Francisco camino hacia la cárcel Real y el Ayuntamiento. Siento caer sobre mi y el resto del séquito un cubo de agua, ¿agua? mierda, pienso con repugnancia; son orines y deshechos que han lanzado por una ventana, no estoy acostumbrado a estos edificios tan altos y por lo que oigo comentar es frecuente que lancen desde las ventanas cualquier tipo de porquerías sin importarles quien transita  por debajo.
Una chiquillería harapienta y bulliciosa corre tras  la carreta, se cuelgan de su parte trasera sujetándose en la ventana de hierro forjado que da entrada de aire a la jaula, hoy es la novedad para la ciudad de Sevilla la entrada de carnaza nueva para tener de que cotillear, pocas cosas distraen más a una población ociosa que alguna ejecución pública y notoria, ojalá todo esto acabe lo antes posible. Nadie le da importancia a lo que hacen estos niños, por lo visto es habitual esa clase de pillerías sin tener en cuenta ni valorar el peligro en que las ruedas puedan pasarle por encima de sus frágiles cuerpos amputando alguno de sus miembros o peor causarles la muerte. Me he rezagado  unos metros tras la carreta distraído con estos pillastres, evoco mi infancia y me extraña que siga vivo y con brazos y piernas intactos, yo también fui muy golfo pero ya hace mucho tiempo, sigo distraído con mis recuerdos y me doy cuenta que no le quito la vista a un niño en concreto que me tiene hipnotizado, ya es un mozalbete de doce o trece años, parece el cabecilla de esta pandilla de asalto a toda carrera, lo más curioso y que me deja perplejo es su destreza con la muleta, si, han entendido bien corre como un poseído pero le falta una de sus piernas desde la cadera, de un salto trepa hasta la ventana con rejas, oigo entre susurros una conversación con Bernardina en ese dialecto antiguo llamado romaní, el muchacho gira la cabeza y se me queda mirando fijamente para después desaparecer  entre las estrechas calles del puerto.
 Atrás dejamos las fachadas sencillas de influencia islámica ya que en su cultura la comodidad de sus moradores se encuentra en los patios del  interior, recuerdo la casa de mi amigo Mustafá en Cádiz, no se puede decir lo mismo de la limpieza, los olores cambian de una calle a otra o incluso se entremezclan, olores de comida, fritos, verduras cocidas, barbacoas de carne, condimentos aromáticos, se mezclan con perfumes, aceites, hierbas aromáticas y por supuesto todo tipo de excrementos, desperdicios, restos de pescado podrido, huesos de distintos animales, escombros, tenderetes...
Un calor pegajoso y denso, humos azulados y negros y sobre todo las distintas razas que aquí conviven: gitanos, judíos conversos, moriscos, árabes y emigrantes de muchas partes del mundo conocido. Nuestro camino se ve cada vez más lento intentando evitar a todo este gentío y tantos obstáculos, dejamos atrás las estrechas calles y nos encaminamos hacia la plaza de San Francisco donde se encuentra nuestro destino, la Cárcel Real, contemplo maravillado la arquitectura de esta parte grandiosa de la ciudad, las calles son rectas, anchas y muy largas con edificios de fachadas sencillas de piedra de cantería con amplias ventanas cubiertas de rejas y filigranas.
Cárcel Real, un edificio de fachada sin adornos y de gran extensión, pasamos un gran arco custodiado por dos guardias que nos dan el alto y tras saludar al alguacil entramos en una amplia plaza tras las primeras rejas muy altas rematadas con puntas de flecha, la plaza es de forma cuadrada con amplios arcos que dan sombra a pasillos largos con puertas de madera oscuras y gruesas, la guardia se hace cargo de bestias y carruaje y nosotros empezamos una caminata por pasillos, puertas, más puertas, sótanos, escaleras que descienden, rejas y más rejas todo ello con paradas para que, quien nos guía maneje con gran soltura un grueso manojo de llaves de hierro. A este paso ya me siento perdido, puede ser por causa del cansancio del viaje, los olores a pena y a tristeza que desprenden estos muros o al no sentirme cómodo en este lugar tan tétrico.
Entramos en un gran salón sin ventanas con paredes adornadas tan solo por gruesos cortinajes de color rojo, rematados con encajes en dorado, de frente un Cristo crucificado casi de tamaño natural, al pié una docena de sillas de respaldos muy altos en madera oscura con finas tallas de ángeles y demonios de ojos saltones, una mesa que va de un extremo a otro con tinteros, pergaminos, libros y todo tipo de objetos que no llego a distinguir, lo que más me impacta es el ambiente que allí se respira, creo no saber describirlo. Al abrirse una puerta lateral entra un ayudante de cámara uniformado manteniendo la puerta y a continuación una procesión de curas, escribientes, letrados y todos los componentes de un tribunal.
Durante ese día he contestado algunas preguntas por escrito, ha sido breve y me indican que un lacayo me acompañará hasta la salida, no puedo abandonar Sevilla y tendré que estar localizado para cuando el tribunal así lo requiera y demande, son las primeras diligencias y declaraciones por lo que cuando declare D. Narciso se tomarán las primeras medidas con los acusados.
Salgo a la calle y respiro una gran bocanada de aire mirando hacia un cielo completamente azul, tengo la sensación de que alguien me observa, inquieto miro en todas direcciones con un cierto nerviosismo, si, allí está, en la acera de enfrente un niño permanece impasible con la mirada clavada en mí, parece una estatua sin moverse a pesar del continuo movimiento de gentes que por la calle transita, pero, una de sus piernas es de madera, no, una muleta que sujeta debajo de su axila, esquivo a un mendigo y cuando vuelvo a mirar ha desaparecido.
No muy lejos de la Cárcel Real hay una posada en la que me sumerjo en el vino y la contemplación para que me ayude a conciliar el sueño, comparto un miserable camastro con una docena de hombres tan humildes como yo, no tengo tiempo de fijarme en los detalles ya que a duras penas llego trastabillando en un sopor etílico a tumbarme cayendo como un saco rendido física y emocionalmente.
A la mañana me siento mejor, he descansado a pesar de la carga que soporta mi cansada cabeza, hoy no sé cuál será el rumbo que tome a la espera de ser citado por el tribunal. No será necesario continuar pensando en lo que sucederá a continuación, en la puerta de la posada encuentro la respuesta y no es agradable en absoluto, D. Narciso me espera en la calle con sus mejores ropajes, un pañuelo de lino blanco cubre su cara dando a entender que los olores ambientales afectan su delicada nariz de noble. Se dirige a mi haciéndome saber que estoy citado nuevamente a presentarme ante el tribunal, me comenta que se ha tomado la molestia de acercarse a buscarme para evitar la impresión que me pueda causar la presencia de los guardias de la cárcel que me enviará a recoger el alcaide. “Usted me conoce fraile, así, si no le importa yo le acompaño y hablamos, bueno, perdóneme, (sonríe y me sujeta del brazo como un halcón con su presa mientras caminamos), quizás usted pueda darme a entender lo que sabe de lo sucedido en el campamento, sé de su dedicación a los misteriosos caminos del Señor Nuestro Dios y de la autoridad que la Iglesia le ha concedido para poder confesar los pecados de sus semejantes. Por supuesto no pretendo saber que oscuros secretos han revelado esa pareja de hijo putas pero soy consciente a la vez como hombre recto y de intachable honor que por mi acaudalada condición social y mi piadoso corazón puedo ser de gran ayuda a la obra de Nuestro Dios con un dispendio en oro que puede incrementar el patrimonio de Nuestra Santa Madre Iglesia en el monasterio de su Orden, los Jesuitas”. No sé si lo que he oído es real, pues me sube del estómago un reflujo de áspero vino que me llena en un buche de sabor ácido la boca dejando un poso que me hace picar la garganta y deja correr lágrimas en mis ojos. “Tranquilo hermano sé que la oferta es tentadora, (me da unas palmaditas en la espalda), piénselo, sé que le emociona al verle derramar  lágrimas, así soy yo de generoso, amigo de mis amigos, procuro retirar de las calles la inmundicia de gentuza, con mi mano derecha de justicia y con mi mano izquierda me acojo al amparo de mi caridad y generosidad cristiana”.
Es un comentario de alguien que presenta la acusación contra esta pareja con la que compartí momentos de fraternidad y camaradería. No llego a recordar en ninguna ocasión de mi vida sentirme tan molesto, ofendido en mi fe y de tan mal humor, inconscientemente me froto con la mano el brazo en el que me sentía tan incómodo con la presión que este personaje me tenía agarrado, me olvido por un momento de mi condición de servidor de Nuestro Señor Jesucristo y me dejo llevar por un sentimiento de pecado y vileza humana ¡odio a este hombre! Creo que es el demonio disfrazado de oveja, le doy a entender que no sé nada, ni vi nada,  lo dejo solo en mitad de la calle con cara de perplejidad y mirada hostil, sacude su fino pañuelo de blanco lino elevando su brazo en el aire y al agitarlo con soltura como una banderita acude hasta él un hombre de piel oscura a su encuentro tapándolo, es tan alto como yo pero de una corpulencia y musculatura que llama la atención, debe ser un esclavo morisco encargado de su seguridad personal.
Ya estoy cerca de las puertas de la cárcel y ojalá por hoy se acaben las sorpresas, según camino siento el aguijón en la nuca de sentirme observado, serán imaginaciones mías, me duele la cabeza siento jaquecas por la resaca de la noche anterior y por sentirme nervioso con lo que he oído. Veo salir a mi encuentro al alcaide de la cárcel. “Caramba padre que casualidad justo me disponía a buscarlo para comentarle los avances de la investigación y mantener con usted una charla que nos puede interesar a ambos, nuevamente sin ser conscientes de que soy mudo me invitan a mantener una conversación”. No puedo evitar sonreír a pesar de no ser el mejor momento, hay algo que no he mencionado y creo es de importancia para entender mi actual situación, para ello tengo que remontarme a mi despedida de la ciudad de Cádiz y más concretamente al recuerdo fraternal de mi amigo Mustafá de quien tanto aprendí y tantos momentos felices disfruté en su compañía.
 Fue el día de mi despedida, por sanar a su amada esposa me ofreció cualquier recompensa a la que yo agradecido en su gesto preferí obviar. Nunca me han llamado la atención los bienes terrenales, soy feliz con la vida que llevo y mis exiguas posesiones, pero mi sorpresa fue cuando me entregó una tablilla de color negro, si, otra vez el mismo color de mis eternas pesadillas, enmarcada por un sencillo marco de madera, me quedé mirándola sin saber la utilidad de un objeto tan simple y hermoso a la vez, con una sonrisa inocente y limpia se agachó en el suelo para recoger una piedrita blanca, seguidamente comenzó a garabatear sobre la tabla unos signos muy hermosos de caligrafía árabe para mostrármelos con  un gesto de humildad y respeto en sus ojos, mi sorpresa fue mayúscula ante tal espectáculo de magia recreando mi mirada en los signos que para mí eran el tesoro de la humanidad, el lenguaje escrito no solo en libros.
Después de un momento de perplejidad le indiqué el significado de lo que estaba escrito, yo también podía hacerlo pero me llevaría más tiempo y esfuerzo, estas fueron sus palabras: “retén lo que vivas, nunca olvides lo qué tus ojos vean y deja escrito todo lo que sienta tu corazón”. Un estremecimiento me recorrió el cuerpo en un escalofrío, esas palabras las recordaba de tiempos pasados pero me sentía confundido y quedaron en simple anécdota.

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