miércoles, 16 de marzo de 2011

CAPITULO VII Blanco sobre blanco

                                                       CAPITULO VII
                                                  Blanco sobre blanco




Los días pasan apaciblemente para mi, las gentes de este pueblo costero no parece importarles mi presencia, es un ir y venir con grandes fardos de vituallas para provisión de buques y navíos, cajas en grandes carromatos y todo tipo de mercaderías, a veces si siento sus miradas a mi espalda con risitas mal disimuladas de toscos marinos y mujeres que dejan caer sus ojos sobre mí en lastimosa expresión, a una de ellas en corrillo con otras mozas del barrio le oigo comentar, ahí va el pobrecillo, dicen que se encontró con el espanto de la vieja Feluca la muerta que vaga por los caminos dando alaridos en las noches sin luna y que por ese motivo se le quedaron los pelos blancos y perdió la voz, Virgen del amor hermoso, ni la mentes que se me ponen los pelos de punta sólo de imaginármelo, comenta otra con largos cabellos rizados y negros, manos al pecho con honda aflicción y trazos en el aire haciendo cruces con gestos de preocupación y arrepentimiento, otra de ellas con cara de salida comenta a su vez, a mi no me importaría llevarlo al huerto y cuando me viera el coño le volvería la voz, rebuznaría de puro gozo como el burro de la Casilda La Apañá, un vocerío de risas y fiesta en el corrillo, me alejo pues no quiero seguir siendo motivo de chanzas por mujerzuelas tan ordinarias, parecen perras en celo.
            Hoy mi recuerdo es para el hermano Paulino con el que compartí viaje y camino hasta nuestra separación cerca de Toledo, que habrá sido de sus andares, no me quedo tranquilo con las noticias que llegan con las matanzas que por aquellos lares se vienen sucediendo, inconscientemente acaricio el crucifijo que me regaló para sentirme más sereno, con el tiempo y debido a la mudez que padezco me dedico a escribir todo lo que puedo y dejar constancia para engrosar una biblioteca en alguno de nuestros conventos, eso me hace recordar, tendré que visitar a nuestra orden y volver a ponerme a su servicio y disposición.
            Tan absorto estoy en mis cavilaciones que no percibo la presencia a mi lado de un niño de unos cinco años aproximadamente, viste una túnica de un blanco puro que contrasta con el color de su piel aceitunada, unos ojos vivaces, despiertos y limpios me contemplan con una sonrisa en la que el destello de sus blancos dientes me dejan con la boca abierta, no parece natural y menos en el barrio portuario, tampoco puede ser un ángel del Señor pues no estoy muerto ni loco, o eso creo, hay veces que me asaltan las dudas.
            Tira de mis mangas con sus manitas para llamar mi atención y lo consigue, mueve su cabecita con un cabello negro, limpio y muy bien recortado haciendo ademanes para que me incorpore y le siga, ante mi cara de extrañeza alarga su manita y acaricia mi tupida barba y con un dedito toca mi sien acariciando la cicatriz que un día marcó un rayo. Después de fruncir el ceño con cara de preocupación suelta una risita como un gatito seguido de una voz cantarina de dulce melodía en la que no entiendo con sorpresa que me está diciendo.
            Que fácil es entender a un niño, no reflejan la maldad en sus miradas, para ellos todo es un juego inocente sin dobles intenciones, descubren su propio mundo con lo que los mayores les ofrecemos y a esta edad los juegos son más divertidos si les prestamos toda nuestra atención. Su nombre es Alí y entiendo algunos fragmentos de la conversación en árabe mezclado con palabras en un dialecto que no me es familiar todo su empeño es que continúe caminando tras sus pequeños pasos, de vez en cuando mira hacia atrás y con su eterna sonrisa y me anima a continuar, a pesar de ser tan pequeño da muestras de una gran agilidad para sortear todo tipo de obstáculos del camino, se escurre con agilidad entre la multitud a pasitos ligeros. Hemos dejado atrás el puerto y me permito buscar la sombra de un arbusto del camino para recobrar el aliento, a medida que avanzamos el horizonte se vuelve más yermo y seco, es mediodía y el calor aprieta hasta cortarme la respiración, pronto veo al final de campos de sembrado lo que parecen ser altos muros de un color blanco que daña en los ojos, una hacienda con torres acabadas en esferas picudas, grandes portones de madera tallada se abren para darnos paso a mi pequeño amigo y a mi hasta un jardín de maravilloso frescor, invade mi olfato el aroma de las flores en multitud de colores, palmeras, higueras y todo tipo de árboles frutales, en el centro una fuente de agua cristalina emite un monótono canturreo de sonidos metálicos que envuelve la tranquilidad que allí se respira, bandadas de pequeños pajaritos revolotean a mi alrededor, me quedo alelado contemplando tan esplendido jardín cuando veo que se acerca un hombre tan alto como yo, camina muy erguido vestido por entero de blanco, un tocado en forma de turbante cubre su cabeza dejando tan solo a la vista unos ojos negros de mirada acerada, parece un halcón acechando a su presa.
            Descubre el resto de su cara en la que tapaba un bigote finamente cuidado, tez surcada por arrugas como los campos después de arar y una sonrisa en la que al igual que Alí brillan unos dientes como perlas, bienvenido extranjero a mi humilde morada me dice en árabe mezclado con castellano inclina la cabeza y con una mano en el corazón extiende la otra en un grácil arco.
            Perdona que no he sido yo el que haya ido a tu encuentro pero no puedo dejar el cobijo de mi casa por estar al cuidado de mi esposa Salomé, veo que ya conoces a mi hijo Alí quién te ha traído hasta mi presencia, mi nombre es Mustafá Abdhel Rashnid Zhulea un siervo de Alá, sé por informaciones recibidas que estas impedido de la facilidad de la palabra pero solo te pido que me escuches y si es posible me ayudes en el mal que ha caído bajo el techo de mi casa.
            Soy navegante y llegué desde la península del reino de Arabia tiempo atrás con mi esposa para conseguir una vejez tranquila en estas tierras, vendí lo que poseía de valor en mis años de trabajo y decidí echar raíces para formar una familia, hace tres días que mi esposa padece unas extrañas fiebres que la mantienen postrada en sus aposentos, sé quién eres pues me mantengo informado de todo lo que por aquí sucede, Cádiz es una ciudad pequeña, somos una comunidad unida, y yo, tengo amigos que me quieren, necesito la veas y si puedes encontrar el mal que padece, serás recompensado con generosidad solo me preocupa mi mayor tesoro, mi esposa enferma.   
            Sin demora acudí a la habitación donde me indicaba Mustafá, le indiqué que me dejara solo para poder hacer un primer examen de la enferma y también evitar un posible contagio de su supuesta enfermedad, solo se trataba de una pequeña infección causada por picadas de mosquitos, era frecuente en esta época de verano plagas que podían enloquecer a una bestia picando y parasitando en sus ojos y cuando eso sucedía lo mejor era el sacrificio pues no había forma de poder calmar tamaña virulencia.              
            Afortunadamente mis hierbas medicinales siempre iban conmigo, cataplasmas, ungüentos y descanso fueron suficiente para que el color de sus mejillas volvieran a ser normales, han sido unos días de profunda paz, junto a esta familia que a pesar de sus creencias religiosas distintas a las mías han sabido compartir algo más que la simple hospitalidad a un extranjero, recuerdo que, después de permanecer días a pié de la cama mi anfitrión me tenía preparada una sorpresa que en un principio me llenó de temor y cuando lo recuerdo aflora mi sonrisa. Una mañana me acompaña hasta una estancia amplia y cubierta de baldosas de múltiples filigranas geométricas, en un principio imaginaba que se trataba de una pequeña iglesia recordando mi visita a Granada por lo semejante en su arquitectura, que gran error, tras una pared en una estancia de vidrieras de colores encuentro lo que parece un abrevadero de mulas quedándome aún si cabe, más intrigado, flotando sobre el agua, pétalos de rosa y aceites perfumados que embriagan mis sentidos, Mustafá que nota mi sorpresa en mi espantada cara me tranquiliza al sugerirme que debo darme un buen baño.
Uno de los tesoros en su país de origen es el agua, es el liquido de la vida y la mejor forma de gratitud a su Dios Alá por los frutos que de ella obtienen en sus oasis del desierto, me describe una inmensidad hasta donde alcanza la vista de montañas de arena que se pueden comparar a las aguas del mar, vientos que arrastran tormentas y cubren los cielos hasta hacer desaparecer el sol. Tienen fronteras con otras tierras y culturas con las que intercambian todo tipo de alimentos y tesoros, se desplazan en caravanas con tanta gente como habitantes en una aldea, no suelen tener un lugar permanente y sus vidas están en continuo movimiento.
            Fue uno de los retos más agradables de superar, cuando la piel se me empezó a quedar como un pergamino viejo decidí salir de aquella maravillosa experiencia, me sentía más ligero y la paz inundaba mi mente, rasuré la barba con una navaja que él mismo me facilitó y al buscar mi ajado hábito noté que ya no raspaba en mi piel, lo habían lavado. Hoy era un día de celebraciones, la felicidad había vuelto a esta casa a pesar de la lenta recuperación de Salomé, todo un banquete de frutas exóticas, carne de cordero con especias, infusiones de té y cuscús, sentados en el suelo sobre largas alfombras finamente tejidas dibujos de aves y bosques, almohadones damasquinados y luz de velas compartimos tan abundantes manjares con las historias que mi anfitrión relataba y yo me evadía soñando con el paraíso en la tierra.
            Pasaba las tardes ociosas compartiendo un juego llamado ajedrez al que Mustafá le tenía mucho cariño, eran unas figuras de ébano finamente trabajadas sobre un tablero dividido en cuadros blancos y negros, me decía que su origen no era claro, estaba ideado en la propia guerra con enemigos que se enfrentaban por el dominio de las tierras pero él tenía su propia filosofía de este juego y era la lucha interna entre el bien y el mal la oscuridad contra los corazones puros, con los días y el desarrollo de las partidas pude dar testimonio de ello ya que mi espíritu guiaba los designios en cada movimiento en el tablero haciendo verdaderos esfuerzos en mantener la concentración, según me relataba ese juego esconde la sabiduría de su creador, las partidas no acaban con el jaque mate, es cuando comienza la aventura del saber. Todo lo que aprendí fue fruto de la observación, mis sentidos se sentían mas agudizados al carecer de la voz, contemplaba con fascinación el ritual de rezos diarios de mi amigo Mustafá, sus manos frente a su cara en un rictus de concentración leyendo las páginas sagradas del Corán al que su profeta Mahoma dejó a los hombres misteriosos del mundo del Islam sus labios se movían en un monótono sonido que me transmitían serenidad.
            No podía continuar en esta casa sin perseguir mis propias vivencias bien sabía Dios, mi creador que la verdad se escondía en los corazones de tantos hijos por el creados, una mañana al alba emprendí la marcha hasta donde el destino guiará mis pasos. No pude aceptar ninguna recompensa de mi benefactor Mustafá no sería justo y ya me sentía profundamente agradecido por su hospitalidad, si le pedí que rezara en sus oraciones por todos aquellos que dejaron este mundo y que su Dios Alá tendría a bien tales súplicas.

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