CAPITULO
LXVI
La
mano negra
Esa
madrugada nos portamos como niños, comenzamos a beber brindando por los
ausentes, por la amistad, por los recuerdos, por los hombres buenos y por
cualquier chorrada que se no ocurriera, Aurora rió con el sonido de un
cascabel, lloró con lágrimas que inundaron su rostro, ahogamos en el alcohol el
dolor y la soledad por nuestros seres queridos, al día siguiente la cabeza me
iba a reventar y tendría que apurarme en pasar por el hotel y embarcar rumbo a
Gran Canaria, ¡¡coño!! Cuanto la echo de menos.
Gracias a las gestiones de Aurora
llegué con tiempo suficiente al aeropuerto, me sorprendió cuando entregué la
tarjeta de embarque y me indicaron por donde dirigirme a la clase business no
señorita creo que hay un error, jovencito su tarjeta es de clase preferente
pero si no le gusta puedo cambiarle, no, no, disculpe, está bien, sonreía
cuando recordé la tardanza de Aurora cuando me dijo que ella se encargaría de
todas las gestiones de mi vuelo, se había empeñado en hacerme un regalo de
agradecimiento por todo lo que le había aportado tanto a ella como a sus padres
y como siempre apelé a mi sentido de evitar cualquier compromiso para dejar
pendiente alguna deuda de cualquier tipo, no me gustan los lazos que me puedan
unir a encuentros de rememorar vivencias ni asfixiar de nuevas noticias sentimientos
que ahora mismo ya son recuerdos del pasado, la evolución de las personas está
sujeta a continuos cambios impuesta por los devenires de cada uno en su propia
vida, en muchas ocasiones he retomado antiguas amistades comprobando con
desilusión que ya no se trata de la misma emoción que conocí hace años,
prefiero saber de la buena salud de todos sin ilusionarme o involucrarme,
arrastrar la carga de viejos recuerdos se puede convertir en un lastre que me
impide avanzar por nuevos caminos, prefiero dejar buenos recuerdos a heridas
sin acabar de suturar, la vida a mi entender hay que disfrutarla cuando la edad
marca un tiempo para ello, soy de la opinión de llegar a madurar cuando la
naturaleza me muestre en su menú todos los platos a degustar.
Ya en Las Palmas de Gran Canaria
tenía compromisos importantes, se me acababan los permisos para trabajar en el
extranjero para cumplir sin excusas de prórrogas con el servicio militar, la
suerte y el destino volvían a sonreír, excedente de cupo en el sorteo de quintos,
en mis manos feliz la cartilla militar que me daba la libertad para hacer lo
que me diera la gana, fueron tres meses de vivir intensamente, recordaba ir
hace años en vacaciones a la playa y comentarle a un amigo que la chica que
estaba con su familia y amigas tomando el sol en la arena sería mi futura
esposa, mi amigo me miró y riéndose me dijo, coño, tú y tus gilipolleces de
siempre, no cambias con la edad. Ella tenía quince años, yo dieciocho, hoy,
cuando escribo estas palabras pienso en ella tan enamorado como entonces,
cuando le confieso a mi hija tales confesiones en mi edad actual tuerce el
gesto con comentarios como, papa te estás convirtiendo en un viejo senil,
bueno, lo asumo, treinta y cuatro años que conozco a mi esposa y veinticinco de
feliz matrimonio, estado actual de cuentas dos hijos maravillosos y muy feliz
(yo, por lo menos).
A veces preparas planes y las cosas
se tuercen para retomar nuevos rumbos en tu vida, mi trabajo en Venezuela había
llegado a su fin, cuatro años de viajar lejos de mis padres y familia, las
circunstancias habían cambiado, el país que me dio la bienvenida con los brazos
abiertos estaba cambiando hasta límites peligrosos, los extranjeros residentes
temían por sus vidas, el índice de revueltas, asaltos, secuestros, asesinatos e
inseguridad ciudadana no hacia factible ir en busca de El Dorado jugándote el
culo por ello, estas circunstancias y los desacuerdos dentro de la empresa de
mi tío le obligaron a tomar la decisión de cerrar contrato para verme
desvinculado de mis obligaciones. A todo esto tenía que sumar de mis propias
acciones en mis horas libres y actuaciones que pudieran conllevarme a
compromisos delicados con gente peligrosa de cojones, antes de abandonar en mi
último viaje tierras venezolanas mi curiosidad por buscar nuevas experiencias
contacté con un grupo de jóvenes de una facción radical de lucha armada que se
hacían llamar la mano negra, pero permitidme obviar detalles que se escapen de
la verdadera esencia de esta narración y pasemos a otra cosa.
Intenté invertir en mi propio
negocio y con ello conseguí enfermar de rabia e impotencia, estafado por un
particular y por abogados de mierda que no consiguieron recuperar mi dinero y
mi frustración, en Venezuela o en Colombia te asaltaban a punta de pistola cara
a cara, aquí, lamentablemente te asaltan con un bolígrafo y un contrato para
sacarte todo lo que puedan, primera lección para aprender y no olvidar. Dos
años de dar tumbos y veintisiete condenado a trabajos forzados, conseguí
incorporarme a trabajar en una de las mayores empresas de venta de España,
evolucioné y aprendí, errores y victorias de incesante lucha sintiéndome útil y
valorado por mi trabajo, se me daba muy bien el palabrerío fácil para convencer
de lo que vendía era de lo mejor y así continuaba avanzando en el tiempo y
cargando experiencias que no siempre y sobre todo los dos últimos años ya
aventuraba llegarían a ejecutarme con mi salida de la empresa por la que tanto
había sacrificado, y a pesar de todo, no me arrepiento absolutamente de nada de
lo que he hecho, no añoro tener unos años menos, no, rotundamente, casi siempre
he decidido mi propio camino y de no ser posible otros se han encargado de
darme pasaporte, lo importante siempre será tener la conciencia tranquila por
todo lo que dejas atrás, mejor dejar buenos recuerdos o intentarlo evitar manchar
como un caracol las babas de tu rastro.
Murió mi padre, un duro golpe
difícil de encajar pero admisible en la rueda del tiempo, años más tarde mi
madre también le acompañó en el cielo de la gente buena, años de lucha por
hacer de su enfermedad un poquito mejor e intentando con todos los medios
estuviera lo mejor atendida posible, las visitas a mi madre en la casa de mi
niñez las hacía cuando el dolor por verla me atormentaban sin entender porqué
el destino de algunas personas está marcado por el castigo de la enfermedad y
el sufrimiento, años más tarde decidimos que lo mejor sería una residencia
particular donde estaría controlada día y noche por personas cualificadas en
paliar la desgracia de la vejez, ya no sabía quién era yo ni reconocía a sus
familiares las cosas se habían complicado con una plaga moderna devastadora, el
alzhéimer. A partir del fallecimiento de mis progenitores dejé de visitar la
casa con que había compartido tantos recuerdos ahora vacía en la que los
objetos cotidianos me traían recuerdos de tiempos felices, humildes pero
cargados en emociones que cada uno vive de forma en mayor o menor intensidad.
Pocos meses para asumir que me
encontraba sin empleo con una edad inadecuada a las necesidades de muchos
empresarios que demandaban esclavos víctimas de la crisis que nos azota como
una maldición cada vez que vemos noticias en cualquier medio de información,
España se va a la mierda, muchos pensamos en tiempos pasados y las posibles
consecuencias por un futuro oscuro. Mi mujer me ha comprado un portátil para
entretenerme, uno de los regalos que no esperaba ya que no se me van los ojos
por las nuevas tecnologías pero si le veo la utilidad para conectar de forma
rápida y sencilla con mi hija establecida en Madrid en sus estudios de la
carrera de derecho, incluso pienso por mis últimos años de experiencia laboral
que todavía puedo continuar aprendiendo para agilizar mi hábito por escribir y
por la lectura, con el temor por enfermedades que consigan reblandecer mis
neuronas necesito tener la cabeza ocupada con actividades que marquen una pauta
de conducta y disciplina mental para mantenerme despierto a la vez conecto con
amistades de mi hija, aprendo de ellos y sobre todo he vuelto a reír, un sano
ejercicio que practico para dolor de mi esposa y amistades con las que comparto
mi tiempo libre.
¿No tienes un hijo? Se estarán
preguntando, efectivamente, con la misma edad con la que yo decidí marcharme en
busca de mejorar y progresar, cada vez que hablo o comparto alguna actividad a
su lado me recuerda cuando yo era joven, tan solo un muchacho al que admiro por
ser tan inteligente, sagaz, atrevido, imaginativo, creativo y por supuesto un
pequeño cabrón como lo era yo a su edad, de lengua afilada y de humor satírico,
un ejemplo y un orgullo de padre. Pero volvemos a desviarnos del tema, hace
pocos años volví a la casa de mis padres para enfrentarme a mis fantasmas, con
nostalgia me reencontraba con tantos libros de los que había disfrutado en sus
páginas, fotos de niño, juguetes olvidados, dibujos cuando estaba en Bellas
Artes, absorto contemplaba los cuadros realizados por mi padre, un Guernica
hecho con trozos de cuero pintado en relieve reflejo del horror de la guerra y
tantos y tantos cachivaches pero algo fuera de contexto me llamó la atención,
mi habitación mantenía el orden desde hacía ya más de treinta años y no
recordaba haber dejado un sobre de color sepia medio escondido entre los libros
de la estantería.
Un sobre al que le di vueltas y
revueltas, las pocas sorpresas que he descubierto me gusta disfrutarlas como un
buen vino, sentir en mis manos quizás algo más que el material con el que está
hecho, un sobre con nombre y apellidos y la dirección de mis padres, abobado
compruebo que está dirigido a mí y ello me causa una cierta desazón por
sentirme protagonista de alguien que quiere informarme de algo, todas estas
cavilaciones pasando como un rayo por mi cabeza para intentar descubrir como si
fuera tonto al autor del envío. A muchos jóvenes en la actualidad del siglo XXI
les puede sorprender que en el año 1977 la gente se comunicaba quedando para
hablar dando la cara en muchos lugares para ello, cuando la distancia era muy
grande escribían cartas con el esfuerzo de empuñar con valentía un objeto que
le llamaban bolígrafo para transmitir sus ideas transformadas en palabras para
dar a entender la coherencia de sus mensajes, si no fuera posible tamaña hazaña
nos rascábamos los bolsillos buscando las ya fallecidas pesetas en diferentes
monedas para acercarnos a una cabina de teléfono y llamar a quien tuviera la
suerte y la posición social para tener uno en casa.
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