viernes, 28 de septiembre de 2012

CAPITULO LXVI, La mano negra.


 

 

 
  

                                                           CAPITULO LXVI
                                                              La mano negra

 
 

            Esa madrugada nos portamos como niños, comenzamos a beber brindando por los ausentes, por la amistad, por los recuerdos, por los hombres buenos y por cualquier chorrada que se no ocurriera, Aurora rió con el sonido de un cascabel, lloró con lágrimas que inundaron su rostro, ahogamos en el alcohol el dolor y la soledad por nuestros seres queridos, al día siguiente la cabeza me iba a reventar y tendría que apurarme en pasar por el hotel y embarcar rumbo a Gran Canaria, ¡¡coño!! Cuanto la echo de menos.

            Gracias a las gestiones de Aurora llegué con tiempo suficiente al aeropuerto, me sorprendió cuando entregué la tarjeta de embarque y me indicaron por donde dirigirme a la clase business no señorita creo que hay un error, jovencito su tarjeta es de clase preferente pero si no le gusta puedo cambiarle, no, no, disculpe, está bien, sonreía cuando recordé la tardanza de Aurora cuando me dijo que ella se encargaría de todas las gestiones de mi vuelo, se había empeñado en hacerme un regalo de agradecimiento por todo lo que le había aportado tanto a ella como a sus padres y como siempre apelé a mi sentido de evitar cualquier compromiso para dejar pendiente alguna deuda de cualquier tipo, no me gustan los lazos que me puedan unir a encuentros de rememorar vivencias ni asfixiar de nuevas noticias sentimientos que ahora mismo ya son recuerdos del pasado, la evolución de las personas está sujeta a continuos cambios impuesta por los devenires de cada uno en su propia vida, en muchas ocasiones he retomado antiguas amistades comprobando con desilusión que ya no se trata de la misma emoción que conocí hace años, prefiero saber de la buena salud de todos sin ilusionarme o involucrarme, arrastrar la carga de viejos recuerdos se puede convertir en un lastre que me impide avanzar por nuevos caminos, prefiero dejar buenos recuerdos a heridas sin acabar de suturar, la vida a mi entender hay que disfrutarla cuando la edad marca un tiempo para ello, soy de la opinión de llegar a madurar cuando la naturaleza me muestre en su menú todos los platos a degustar.

            Ya en Las Palmas de Gran Canaria tenía compromisos importantes, se me acababan los permisos para trabajar en el extranjero para cumplir sin excusas de prórrogas con el servicio militar, la suerte y el destino volvían a sonreír, excedente de cupo en el sorteo de quintos, en mis manos feliz la cartilla militar que me daba la libertad para hacer lo que me diera la gana, fueron tres meses de vivir intensamente, recordaba ir hace años en vacaciones a la playa y comentarle a un amigo que la chica que estaba con su familia y amigas tomando el sol en la arena sería mi futura esposa, mi amigo me miró y riéndose me dijo, coño, tú y tus gilipolleces de siempre, no cambias con la edad. Ella tenía quince años, yo dieciocho, hoy, cuando escribo estas palabras pienso en ella tan enamorado como entonces, cuando le confieso a mi hija tales confesiones en mi edad actual tuerce el gesto con comentarios como, papa te estás convirtiendo en un viejo senil, bueno, lo asumo, treinta y cuatro años que conozco a mi esposa y veinticinco de feliz matrimonio, estado actual de cuentas dos hijos maravillosos y muy feliz (yo, por lo menos).

            A veces preparas planes y las cosas se tuercen para retomar nuevos rumbos en tu vida, mi trabajo en Venezuela había llegado a su fin, cuatro años de viajar lejos de mis padres y familia, las circunstancias habían cambiado, el país que me dio la bienvenida con los brazos abiertos estaba cambiando hasta límites peligrosos, los extranjeros residentes temían por sus vidas, el índice de revueltas, asaltos, secuestros, asesinatos e inseguridad ciudadana no hacia factible ir en busca de El Dorado jugándote el culo por ello, estas circunstancias y los desacuerdos dentro de la empresa de mi tío le obligaron a tomar la decisión de cerrar contrato para verme desvinculado de mis obligaciones. A todo esto tenía que sumar de mis propias acciones en mis horas libres y actuaciones que pudieran conllevarme a compromisos delicados con gente peligrosa de cojones, antes de abandonar en mi último viaje tierras venezolanas mi curiosidad por buscar nuevas experiencias contacté con un grupo de jóvenes de una facción radical de lucha armada que se hacían llamar la mano negra, pero permitidme obviar detalles que se escapen de la verdadera esencia de esta narración y pasemos a otra cosa.

            Intenté invertir en mi propio negocio y con ello conseguí enfermar de rabia e impotencia, estafado por un particular y por abogados de mierda que no consiguieron recuperar mi dinero y mi frustración, en Venezuela o en Colombia te asaltaban a punta de pistola cara a cara, aquí, lamentablemente te asaltan con un bolígrafo y un contrato para sacarte todo lo que puedan, primera lección para aprender y no olvidar. Dos años de dar tumbos y veintisiete condenado a trabajos forzados, conseguí incorporarme a trabajar en una de las mayores empresas de venta de España, evolucioné y aprendí, errores y victorias de incesante lucha sintiéndome útil y valorado por mi trabajo, se me daba muy bien el palabrerío fácil para convencer de lo que vendía era de lo mejor y así continuaba avanzando en el tiempo y cargando experiencias que no siempre y sobre todo los dos últimos años ya aventuraba llegarían a ejecutarme con mi salida de la empresa por la que tanto había sacrificado, y a pesar de todo, no me arrepiento absolutamente de nada de lo que he hecho, no añoro tener unos años menos, no, rotundamente, casi siempre he decidido mi propio camino y de no ser posible otros se han encargado de darme pasaporte, lo importante siempre será tener la conciencia tranquila por todo lo que dejas atrás, mejor dejar buenos recuerdos o intentarlo evitar manchar como un caracol las babas de tu rastro.

            Murió mi padre, un duro golpe difícil de encajar pero admisible en la rueda del tiempo, años más tarde mi madre también le acompañó en el cielo de la gente buena, años de lucha por hacer de su enfermedad un poquito mejor e intentando con todos los medios estuviera lo mejor atendida posible, las visitas a mi madre en la casa de mi niñez las hacía cuando el dolor por verla me atormentaban sin entender porqué el destino de algunas personas está marcado por el castigo de la enfermedad y el sufrimiento, años más tarde decidimos que lo mejor sería una residencia particular donde estaría controlada día y noche por personas cualificadas en paliar la desgracia de la vejez, ya no sabía quién era yo ni reconocía a sus familiares las cosas se habían complicado con una plaga moderna devastadora, el alzhéimer. A partir del fallecimiento de mis progenitores dejé de visitar la casa con que había compartido tantos recuerdos ahora vacía en la que los objetos cotidianos me traían recuerdos de tiempos felices, humildes pero cargados en emociones que cada uno vive de forma en mayor o menor intensidad.

            Pocos meses para asumir que me encontraba sin empleo con una edad inadecuada a las necesidades de muchos empresarios que demandaban esclavos víctimas de la crisis que nos azota como una maldición cada vez que vemos noticias en cualquier medio de información, España se va a la mierda, muchos pensamos en tiempos pasados y las posibles consecuencias por un futuro oscuro. Mi mujer me ha comprado un portátil para entretenerme, uno de los regalos que no esperaba ya que no se me van los ojos por las nuevas tecnologías pero si le veo la utilidad para conectar de forma rápida y sencilla con mi hija establecida en Madrid en sus estudios de la carrera de derecho, incluso pienso por mis últimos años de experiencia laboral que todavía puedo continuar aprendiendo para agilizar mi hábito por escribir y por la lectura, con el temor por enfermedades que consigan reblandecer mis neuronas necesito tener la cabeza ocupada con actividades que marquen una pauta de conducta y disciplina mental para mantenerme despierto a la vez conecto con amistades de mi hija, aprendo de ellos y sobre todo he vuelto a reír, un sano ejercicio que practico para dolor de mi esposa y amistades con las que comparto mi tiempo libre.

            ¿No tienes un hijo? Se estarán preguntando, efectivamente, con la misma edad con la que yo decidí marcharme en busca de mejorar y progresar, cada vez que hablo o comparto alguna actividad a su lado me recuerda cuando yo era joven, tan solo un muchacho al que admiro por ser tan inteligente, sagaz, atrevido, imaginativo, creativo y por supuesto un pequeño cabrón como lo era yo a su edad, de lengua afilada y de humor satírico, un ejemplo y un orgullo de padre. Pero volvemos a desviarnos del tema, hace pocos años volví a la casa de mis padres para enfrentarme a mis fantasmas, con nostalgia me reencontraba con tantos libros de los que había disfrutado en sus páginas, fotos de niño, juguetes olvidados, dibujos cuando estaba en Bellas Artes, absorto contemplaba los cuadros realizados por mi padre, un Guernica hecho con trozos de cuero pintado en relieve reflejo del horror de la guerra y tantos y tantos cachivaches pero algo fuera de contexto me llamó la atención, mi habitación mantenía el orden desde hacía ya más de treinta años y no recordaba haber dejado un sobre de color sepia medio escondido entre los libros de la estantería.

            Un sobre al que le di vueltas y revueltas, las pocas sorpresas que he descubierto me gusta disfrutarlas como un buen vino, sentir en mis manos quizás algo más que el material con el que está hecho, un sobre con nombre y apellidos y la dirección de mis padres, abobado compruebo que está dirigido a mí y ello me causa una cierta desazón por sentirme protagonista de alguien que quiere informarme de algo, todas estas cavilaciones pasando como un rayo por mi cabeza para intentar descubrir como si fuera tonto al autor del envío. A muchos jóvenes en la actualidad del siglo XXI les puede sorprender que en el año 1977 la gente se comunicaba quedando para hablar dando la cara en muchos lugares para ello, cuando la distancia era muy grande escribían cartas con el esfuerzo de empuñar con valentía un objeto que le llamaban bolígrafo para transmitir sus ideas transformadas en palabras para dar a entender la coherencia de sus mensajes, si no fuera posible tamaña hazaña nos rascábamos los bolsillos buscando las ya fallecidas pesetas en diferentes monedas para acercarnos a una cabina de teléfono y llamar a quien tuviera la suerte y la posición social para tener uno en casa.

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